Las vedrunas que murieron cantando al Amor de los amores Uno de los seis mártires nacidos un 13 de diciembre es una de las carmelitas de la Caridad de Cullera que murieron cantando al Amor de los amores


Beatos nacidos un 13 de diciembre -a falta de mártires que murieran ese día- hay seis; entre ellos, una de las carmelitas de Cullera que el 19 de agosto de 1936 murieron cantando al Amor de los amores.

El primero en morir de los mártires nacidos un 13 de diciembre es el monje de Montserrat Joan (Odili Maria) Costa Canal, natural de Vic (Barcelona) y de 30 años, director de la imprenta del Monasterio, y al que mataron el 28 de julio de 1936. Le sigue el marista Lucio (o Luis, hermano Benedicto José) Galerón Parte, de 23 años y natural de Yudego (Burgos), asesinado en la checa de la calle Sagunto de Valencia el 4 de agosto.

En tercer lugar está el sacerdote hospitalario Ramón (Leoncio en religión) Rosell Laboria, barcelonés de 38 años, asesinado en Valencia el 11 de agosto.

A continuación, y como único beatificado del clero secular nacido este día, está Miquel Rué Gené de 26 años y natural de Cervià de les Garrigues (Lleida), vicario de El Morell, a quien mataron el 17 de agosto en el río Maspujols de Reus (Tarragona).

María Desamparados (del Santísimo Sacramento) Giner Sixta, fue una de las nueve carmelitas de la Caridad (Vedrunas) de la comunidad de Cullera (Valencia) asesinadas en El Saler el 19 de agosto. Había nacido en El Grao de Valencia 58 años atrás.
Sobre las Vedrunas de Cullera escribe Antonio Montero en su Historia de la persecución religiosa (páginas 509-510) que “ejercían su labor educativa y docente en el colegio-asilo para niñas en este importante pueblo levantino. Con obstrucciones y dificultades, minado el ambiente local por campañas denigratorias, las religiosas iban saliendo adelante en las primeras semanas de guerra. Un día se instalaba un escaparate que presentaba en sendos bazares unos platos sucios frente a otros limpios y nuevos. Debajo, un pie literario de no muy sobrada ortografía, donde se hacía saber a los curiosos que la vajilla buena era de las monjas y la ruin pertenecía a las niñas asiladas. Se puso luego en circulación otra especie aún más elemental: que las carmelitas habían robado y escondido un supueso tesoro perteneciente al asilo donde residían. Como dicho tesoro, en razón de su inexistencia, no pudo encontrarse, la marea de animadversión pública iba subiendo por días.

Para el día 15 de agosto estaba ya suficientemente adobado el ambiente como para que el comité pudiera permitirse, sin provocar represalias del vecindario, la detención de las monjas del asilo, que fueron trasladadas al hospital local, donde todavía cuidaban a los enfermos las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl”. Las carmelitas seguían llevando su hábito y solo cuidaban de las niñas internas, renunciando, por imposición del comité, a otro tipo de enseñanza. La superiora, madre Elvira Torrentallé, renunció a la oferta que le hizo su hermana, sor Irene, residente en Gandía, de refugiarse en el domicilio familiar: “Ponte tú a salvo con otras religiosas que van a Cataluña -le dijo-, pero mi deber con las hermanas y con las niñas sigue estando en Cullera”. También la hermana Águeda Hernández renunció a irse con un hermano suyo que fue a buscarla.

Los guardianes del hospital facilitaron a la hermana Teresa Chambo un salvoconducto para irse con su familia, pero “prevenidos por alguien, los más aviesos del comité persiguieron a la religiosa hasta Sollana, desde donde la hicieron volver atrás”. En total, estuvieron confinadas cuatro días en una sala, hasta que los más radicales del comité decidieron ir con el bulo del robo “hasta el final. Quizá por miedo a su propia osadía o por un resto de rubor -se trataba, en fin de cuentas, de asesinar por las buenas a nueve mujeres-, la víspera de ejecutar su plan hicieron público un bando prohibiendo a todos los vecinos circular por la calle después de las diez de la noche. A las doce se presentaron en el hospital los milicianos de la F.A.I. reclamando las nueve víctimas, aunque, en última instancia, tuvieron un gesto de piedad para la hermana Consejo Pedret, anciana de 73 años. He aquí su respuesta: No, no; yo iré donde vaya la madre, aunque sea a la muerte. Ella y todas las demás fueron bajadas al camión con el pretexto eufemístico, dado por el jefe de la patrulla, de que se las conducía al Gobierno Civil de Valencia. Viose a la madre Elvira hacer la señal de la cruz y decir serenamente a sus hijas: Hermanas, nos llevan al Saler. Las referencias posteriores de alguno de los asesinos aseguran que la madre Torrentallé pidió y consiguió ser ejecutada la última.

El testimonio del ejecutor fue que “la mujer aquella, no sé qué poder tenía sobre las monjas, que las animaba como ella quería”. Una de ellas, enferma del corazón, murió en la camioneta que las transportaba. “Los más duros del piquete -prosigue Montero- manifestaron en plena ruta los propósitos de acabar con las religiosas en el mismo vehículo, y solo les detuvo la observación de uno de ellos de que el coche no era propio y quedaría muy manchado. Ya en el punto de destino, el primer turno de muerte correspondió a cuatro vecinos de Cullera incorporados poco antes a la expedición. Las religiosas estaban apiñadas junto a la madre, y ésta sacó arrestos para entonar el himno eucarístico [Cantemos al amor de los amores], en el que todas la siguieron”.

Además de María Desamparados, las otro ocho monjas mártires eran: María de las Nieves (de la Santísima Trinidad) Crespo López, de 38 años; María Dolores (de San Francisco Javier) Vidal Cervera, de 41; Águeda (de Nuestra Señora de las Virtudes) Hernández Amorós, de 43; Teresa (de la Divina Pastora) Chambó y Palet, de 47; Elvira (de la Natividad de Nuestra Señora) Torrentallé Paraire, de 53; Francisca (de Santa Teresa) de Amezúa Ibaibarriaga, de 55; María (de Nuestra Señora) Calaf Miracle, de 64; y Rosa (de Nuestra Señora del Buen Consejo) Pedret Rull, de 71.

También nacida un 13 de diciembre era Concepción (de Santa Magdalena) Rodríguez Fernández, una de las carmelitas de la Caridad de la Casa de la Misericordia de Valencia fusiladas en el picadero de Paterna el 24 de noviembre de 1936; tenía casi 41 años y era natural de Santa Eulalia de las Manzanas (León).

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