Muñoz Seca y la «primera» saca de Carrillo en Paracuellos Hay 51 mártires del 28 de noviembre de 1936 asesinados en Paracuellos, fecha en que también fue fusilado el dramaturgo Pedro Muñoz Seca


De los 53 mártires del 28 de noviembre, uno fue asesinado en Paterna (Valencia), otro en Vicálvaro (Madrid), y 51 en Paracuellos junto con Pedro Muñoz Seca en la «primera» saca de Carrillo. Muñoz Seca es uno de los 16 seglares de la Causa de canonización de Eduardo Ardiaca y 43 compañeros de la diócesis de Alcalá, introducida el 12 de noviembre de 2016; entre los laicos está también el político Ricardo de la Cierva (hermano del inventor del autogiro y padre del historiador). Sobre el asesinato del dramaturgo han escrito recientemente Manuel Ortega y sobre Paracuellos Julián Herrero con datos de José Manuel de Ezpeleta. Entre las historias de tantos mártires de Paracuellos se publicó ese día la de Juan Bautista Arnau, adorador nocturno emigrado desde Ulldecona (Tarragona) y que había prosperado como óptico en Madrid.
Tras la dimisión de Serrano Poncela
El 28 de noviembre de 1936 continúan en Paracuellos las sacas organizadas por Santiago Carrillo, ya sin la partipación de Segundo Serrano Poncela, al que había hecho dimitir el día anterior.

El sábado 28 de noviembre hubo dos grandes sacas de la prisión de San Antón hacia Paracuellos (más una cuyos componentes llegaron vivos a Alcalá de Henares). De resultas de ellas, han sido beatificadas 49 personas, que murieron junto con el dramaturgo Pedro Muñoz Seca, que conoció días antes el fin que le esperaba, tuvo tiempo de escribir a su mujer, y dejó dicho a otro preso: “Se me acusa de monárquico, por haber llevado a Roma para Don Alfonso XIII el manto de la Virgen del Pilar. Con este manto voy a morir yo también”.

Dos lasalianos y un capuchino de esta saca

Los lasalianos eran Gregorio Álvarez Fernández (hermano Juan Pablo, de 32 años, hizo su profesión perpetua en 1929) y Juan Antonio Bengoa Larrinaga (hermano Daciano, de 54, hizo los votos perpetuos en 1910). Álvarez regresó a su destino Asilo del Sagrado Corazón de Madrid pocos días antes de la guerra, tras visitar a su madre enferma en Valladolid. Muchos le aconsejaban no volver, pero el director le dijo que aunque la situación era tensa, aún no había pasado nada.

El 21 de julio de 1936, un primer grupo de milicianos ocupó el asilo pero dijo a los hermanos que podían permanecer. Luego llegaron milicianos de UGT, que se llevaron presos a 14 hermanos residentes, uno que estaba de paso y al capellán Pedro Gonzalez Ballesteros. Los condujeron a un calabozo lleno de presos donde no había sitio ni para tumbarse. Al día siguiente, fueron a parar a la cárcel de San Antón (antiguo colegio de Escolapios), donde permanecieron hasta su asesinato.

Los profanadores son «instrumentos de Dios»

En la misma saca murió el capuchino José Pérez González (padre Ramiro de Sobradillo), de 29 años, quinto de los once hijos de unos ganaderos rurales salmantinos, que emitió los votos simples en 1923 y fue ordenado sacerdote en 1930. Era vicesecretario provincial en el convento de Jesús, de Madrid, del que salió el 20 de julio de 1936 para refugiarse con una familia que vivía frente a la iglesia. Cuando sus benefactores se indignaron al ver la profanación del convento, el padre Ramiro les dijo: “déjenlos, que son instrumentos de Dios”.

Del 9 de agosto al 15 de octubre vivió con unos parientes -según declararon estos- “como un verdadero santo: se metía en su habitación y allí rezaba. No fue nada exigente; todo lo contrario, con cualquier cosa se contentaba no obstante estar enfermo… Jamás habló mal de los perseguidores; y cuando alguna vez nos quejábamos nosotros de los bombardeos, carestía de alimentos, etc., él decía: Tengamos paciencia, que todo viene de la mano de Dios. Estaba muy tranquilo y nunca se le notó miedo”. El 15 de octubre se lo llevaron dos milicianos que preguntaron por él acompañados “por un paisano nuestro, que era presidente de un comité de la casa”, según recuerdan los familiares. Según contó en la cárcel de San Antón, respondió afirmativamente a las preguntas sobre si era el padre Ramiro, etc. Pararon en despoblado y el miliciano le preguntó:
Usted es fraile, ¿verdad?
Sí señor.
Pues escoja usted entre estas tres cosas: ir al frente; ir a fortificaciones; o morir ahora mismo.
Yo estoy enfermo. Por tanto en fortificaciones poco podría hacer. ¿Morir? Todos tememos la muerte. Iré al frente, si es que allí puedo ejercer mi ministerio.
“Viendo los milicianos que no sacaban nada, me mandaron montar otra vez en el auto, y me llevaron ante el tribunal de la Checa de Cuatro Caminos”, recordaba el religioso. Tras un interrogatorio parecido, “me dijo el presidente que, por haber sido tan franco, me salvaba la vida, y que ordenaba que me condujeran a la Dirección General de Seguridad. Allí permanecí un día”.

De ahí fue a la Modelo y, el 12 de noviembre, a San Antón, “administrando el sacramento de la confesión; y todas sus conversaciones versaban sobre cosas espirituales. Animaba siempre a los compañeros a sufrir con resignación las tribulaciones tan terribles por que teníamos que pasar”, recordaría un preso. El 24 compareció ante un nuevo tribunal que le preguntó “si quería ir al frente de batalla, contestó que iría siempre que fuera para ejercer su ministerio. Al oír esta respuesta, mucho se burlaron de él, diciéndole que ya se habían terminado las misas, y que se estaba muy bien sin ellas. El tribunal le componían dos hombres y una mujer”, y al dar cuenta del suceso a sus compañeros, dijo: “sea lo que Dios quiera, si conseguimos el martirio, es la gracia más grande que Dios puede hacernos. Así es que valor y adelante. La Santísima Virgen nos dará valor”. El día 27 supo que le había “recaído la sentencia picadillo” o de muerte. A las 3 de la madrugada del 28, le llamaron con otros 89 bajo el nombre de José Pérez González, bajando al rastro y siendo cacheado y despojado de lo poco que le quedaba, incluidas las gafas, atándole las manos atrás y subiendo a un coche hacia Paracuellos. El buscador de mártires de la Conferencia Episcopal da como fecha de su muerte el 27 de noviembre, lo que parece erróneo.

Los demás beatos de Paracuellos de este día fueron 15 hospitalarios, 13 misioneros oblatos de María Inmaculada, 12 agustinos, tres salesianos, dos dominicos, dos vicencianos y un carmelita de la antigua observancia.

Los hospitalarios procedían de la comunidad de Ciempozuelos, que fue arrestada el 7 de agosto, como vimos al hablar de los colombianos asesinados dos días después en Barcelona, y en otros casos: 53 de ellos fueron a parar a la cárcel de San Antón.

Entre los entonces arrestados y fusilados en Paracuellos estaba el fundador de la Escuela Apostólica de Ciempozuelos, maestro de novicios y provincial, Mariano Adradas Gonzalo (padre Juan Jesús), de 58 años, ordenado sacerdote en 1903, y profeso en la orden en 1905.

A Vicente Andrés Llop Gayá (padre Guillermo), de 56 años, le había profetizado el padre Pío de Pietrelcina que moriría mártir. Hizo los votos en 1899 y era el superior de Ciempozuelos. En San Antón acostumbraba a animar a otro en charlas que llamaba “pacomias” en honor de San Pacomio, siendo la pesadilla de los carceleros, que le decían: “Anda, bandido, ¿no les has pervertido bastante en el convento, que sigues enseñándoles cosas malas? Te vamos a pegar cuatro tiros”, y varias veces lo tuvieron de cara a un paredón.

Cinco de los hospitalarios habían salido antes que los demás, en una saca organizada a las cinco de la mañana: el confitero soriano de 58 años Pedro María Alcalde Negredo, que en 1906, tiempo después de quedar viudo, ingresó en la orden, y que al ser llamado abrazó a los compañeros con gran serenidad, y sonriente decía: “vamos a lo que Dios quiera”; el novicio Pedro de Alcántara Bernalte Calzado, de 26 años, que se incorporó a Ciempozuelos en 1935 tras terminar su servicio militar, y que al salir de la prisión “lleno de gozo, daba gritos a Cristo Rey”; Juan Alcalde Alcalde, de 25 años, que llevaba cinco meses de noviciado al ser detenido, al que sometieron a un simulacro de fusilamiento, y al salir se despedía “hasta el cielo” y con vivas a Cristo Rey; el novicio de 18 años Isidoro Martínez Izquierdo, al que faltó un mes para emitir los votos; y Eduardo Bautista Jiménez, de 51 años, que había sido franciscano y se incorporó a Ciempozuelos en septiembre de 1935.

El resto de hospitalarios, que fueron con el provincial Adradas, eran: Clemente Díez Sahagún, de 75 años y que había emitido los votos en 1887; Juan María Múgica Goiburu (hermano Lázaro, de 69 años, hizo los votos en 1887), que sufrió mucho durante los casi cuatro meses en la cárcel de San Antón por las blasfemias de los carceleros, a quienes amonestaba, lo que le proporcionaba injurias y malos tratos, y que cuando le llamaron para llevarle al martirio, al despedirse de los compañeros, lloraba enternecido, pero enseguida se serenó, aceptando con paz la noticia; el malagueño Antonio Meléndez Sánchez (hermano Martiniano, de 58 años, había profesado en 1896), Julián Plazaola Artola, de 21 años -donostiarra que hizo los votos en 1935, cuatro de sus nueve hermanos fueron también religiosos-, que había escrito: “mi mayor felicidad es derramar hasta la última gota de sangre para acelerar el reinado del Corazón de Jesús” y que una vez fue puesto con Gesta y Llop contra la pared, amenazando con fusilarles si no blasfemaban; Antonio Hilario Delgado Vílchez, de 18 años, que profesó en junio de 1936 y no fue arrestado el 7 de agosto por ser joven, pero se presentó el 8 para ir con preso con los demás, momento en que le desnudaron para cachearle, y al revestirse dijo: “me estoy poniendo la mortaja”, al salir se despidió de los demás con un “¡hasta el cielo!”; Ángel Sastre Corporales, de 20 años, que tomó el hábito de novicio en junio de 1936 al salir del servicio militar; el postulante cordobés Agapito José Mora Velasco, de 50 años, sacerdote desde 1910, siendo capellán de las hermanitas de los pobres en Talavera de la Reina conoció a los hospitalarios y con licencia del arzobispo ingresó como postulante en 1936; y José Ruiz Cuesta, de 29 años, aspirante que solicitó el ingreso en mayo de 1936 esperando “no sea obstáculo para mi deseo la situación aciaga por la que atraviesa hoy la Patria”, repetía durante el cautiverio: “Sólo en Dios confío y espero”.

Los misioneros oblatos de María Inmaculada iban encabezados por Francisco Esteban Lacal, de 48 años, que hizo sus primeros votos en 1906, fue ordenado sacerdote en Turín en 1912, y era el provincial desde 1932, trasladándose a la calle Diego de León 36 de Madrid en 1935; allí acogió a los oblatos de Pozuelo que habían salido en libertad de la DGS el 25 de julio. De allí fueron todos expulsados el 9 de agosto, dispersándose, en el caso de Francisco Esteban para ir a una pensión en la Carrera de San Jerónimo. El 15 de octubre se reencuentran casi todos en la cárcel modelo, ya que todos, según expresión de Joaquín Martínez Vega, postulador de la causa, “confesaron en todo momento su condición de religiosos”. Trasladados a San Antón el 15 de noviembre, el enterrador de Paracuellos prestó testimonio de que Esteban Lacal se dirigió a los verdugos con estas palabras: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos, lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón”.

El resto de oblatos (de Pozuelo) fusilados con él fueron: Justo Gil Pardo, de 16 años, diácono; Clemente Rodríguez Tejerina, de 18 años; Daniel Gómez Lucas, de 20; Justo Fernández González, de 20; Eleuterio Prado Villarroel, de 21; y Josefo Guerra Andrés, de 22, oblatos con la primera profesión; Publio Rodríguez Moslares, de 24 años y Marcelino Sánchez Fernández, de 25, y Ángel Francisco Bocos Hernández, de 53, religiosos; Gregorio Escobar García, de 24, religioso y sacerdote; Juan José Caballero Rodríguez, de 24, subiácono; y Vicente Blanco Guadilla, de 54 años, sacerdote y superior de Pozuelo.

Entre los 300 presos asesinados hacia las 18 horas de ese 28 de noviembre en el Arroyo de San José de Paracuellos, estaban también 12 agustinos, con el que desde 1933 era su prior provincial, Avelino Rodríguez Alonso, de 57 años. Profesó en San Lorenzo de El Escorial -monasterio que pagaría un tributo de 108 religiosos asesinados- en 1897 y allí se ordenó en 1904. Desde entonces hasta 1930 fue profesor en Ronda y en el Real Colegio Universitario María Cristina de El Escorial. Nada más estallar la guerra, fue detenido en la Modelo. Rechazó la libertad que le ofrecía un primo suyo, mientras aún quedaran subordinados suyos presos. El 14 de noviembre fue trasladado a San Antón -donde ya había 120 agustinos- y condenado a muerte, sentencia que se cumpliría pasado medio mes. Hay relatos que le atribuyen haber dicho en Paracuellos, las mismas palabras que el postulador de los oblatos afirma que dijo su provincial. Los otros agustinos muertos con él fueron:

Benito Alcalde González, de 53 años, profesó en 1899 y fue ordenado en 1905, daba clase en el colegio María Cristina y la Residencia Universitaria de la Princesa, fue detenido el 4 de agosto, confesó ser religioso y el día 5 pasó a San Antón; Bernardino Álvarez Melcón, de 33 años, profesó en 1920 y fue ordenado en 1927, era superior y maestro de profesos en El Escorial, detenido y enviado a San Antón el 6 de agosto; Manuel Álvarez Rego de Seves, de 28 años, profesó en 1923 y se ordenó en 1931, profesor y detenido como Benito Alcalde; Juan Baldajos Pérez, de 64 años, profesó en 1893, era portero y mayordomo, arrestado el 6 de agosto, al ser llamado el día 28 de noviembre, “abrazó uno por uno a todos los de la sala, pidió perdón públicamente por las faltas o molestias que hubiese ocasionado en la convivencia” y se despidió con un “¡Hasta la eternidad!”; Senén García González, de 31 años, profesó en 1921 y se acababa de ordenar el 18 de junio de 1936, vivía en la residencia de la calle Valverde, asaltada el 20 de julio, cuando lo llevaron a la Modelo y de ahí, el 14 de noviembre, a San Antón; Samuel Pajares García, de 29 años, profesó en 1924 y se ordenó en 1930, profesor en el convento de Leganés y en El Escorial, desde el 6 de agosto estuvo en San Antón; José Peque Iglesias, de 21 años, profesó en 1931, detenido como el anterior; Marcos Pérez Andrés, de 19 años, el único que era solo postulante, también fue llevado a San Antón el 6 de agosto; Lucinio Ruiz Valtierra, de 21 años, profesó en 1932 y fue detenido en la misma fecha; Balbino Villarroel Villarroel, de 26 años, profesó en 1926 y se ordenó en 1933, profesor en el colegio de La Bola de Madrid, estaba en la residencia de Valverde y fue a parar a la Modelo el 21 de julio y a San Antón el 14 de noviembre; y Sabino Rodrigo Fierro, de 62 años, profesó en 1890 y fue ordenado en 1897, de 1916 a 1936 dio clase en el colegio de la calle Valverde, en cuya residencia estaba.

Uno de los tres salesianos beatificados de esta saca fue el seminarista de la comunidad de la Ronda de Atocha Justo Juanes Santos, de 24 años. Profesó en 1932 y le faltaba un año para terminar las prácticas pedagógicas. Se refugió en una pensión en la calle Fuencarral 154, donde se le unió el coadjutor Andrés García; ambos fueron detenidos, junto con la dueña de la pensión, el 9 de octubre, y de la DGS los dos religiosos pasaron a la Modelo. Los otros beatos son los coadjutores Anastasio Garzón González, de 28 años y de la misma comunidad que Justo Juanes, y Valentín Gil Arribas, de 39 años y de la comunidad del colegio de San Miguel Arcángel.

Los dominicos eran José Prieto Fuentes, de 23 años, religioso del noviciado de Almagro, y Juan Herrero Arroyo, de 77 años y hermano cooperador en la casa de procuración de la Pasión (Madrid).

El beato José García Pérez.El hermano Pedro Armendáriz.Los vicencianos eran José García Pérez, novicio de la Congregación de la Misión, de 21 años y natural de Lavadores-Tui (Pontevedra) y el hermano Pedro Armendáriz Zabaleta, de 59 años y natural de Tracheta (Navarra), ambos beatificados en Madrid el 11 de noviembre de 2017.

El carmelita calzado era Francisco Marco y Alemán (padre Alberto María), de 42 años, prior del convento de la calle Ayala en Madrid, clausurado el 20 de julio. El padre Alberto fue conducido a la llamada checa de Fomento, pero no ingresó en prisión, tras muchos interrogatorios y tormentos, hasta el 3 de septiembre.

Hay otros dos beatos más asesinados, respectivamente, en Madrid junto al cementerio de Vicálvaro y en Paterna. El primero era el lasaliano Ramiro Frías García (hermano Vidal Ernesto), de 30 años, único del colegio Menéndez Pelayo (continuación del Maravillas tras su quema en 1931) que morirá asesinado. Dedicado a las ciencias naturales, en el colegio instaló una colección tan singular que el mismo director del Museo Nacional de Ciencias Naturales lo calificó como “entomologista consumado”.

El beato Luis Campos.En Paterna mataron al laico valenciano Luis Campos Gorriz, de 31 años, que estudió Filosofía y Letras y Derecho, fue presidente de la Congregación de María Inmaculada y San Luis Gonzaga, del Centro Escolar y Mercantil, dirigido por el jesuita José Conejos y presidente de la Federación Regional de Estudiantes Católicos. En 1927 organizó el I Congreso Nacional de la Juventud Católica.También perteneció a la Asociación Católica de Propagandistas (ACdeP). En 1931 creó la Unión y Defensa de Intereses Católicos, UDIC. Desde 1933, presidió la Junta Diocesana de la Juventud Católica. Creó y dirigió la Casa de San Pablo, de los Propagandistas, con un centro de estudios para obreros sobre la doctrina social de la Iglesia. Además, era Presidente de AFAR (Asociación de Familiares y Amigos de los Religiosos). En 1933 se casó con Carmen Arreche. Ángel Herrera le convenció para que fuera a Madrid, como Secretario General de la ACdeP. En abril de 1936 murió su esposa. La guerra le sorprendió en Valencia y no aceptó esconderse ni huir al extranjero. Estando con su familia en Torrent, el 28 de noviembre hacia el mediodía, se presentaron unos milicianos buscando a su tía Isabel Miralles, y a él le preguntaron si había trabajado en la Acción Católica y si había preparado el Congreso de Madrid. El respondió afirmativamente, con toda serenidad. Lo subieron a un coche y se lo llevaron junto a su tía, fusilándolos en el Picadero de Paterna.

Algunas fuentes atribuyen a Luis Campos la anécdota sucedida con José Manuel Castells (publicada, eso sí, en un libro sobre Campos), asesinado más de tres meses antes y aún no beatificado.

Anécdota sobre José Manuel Castells publicada en la p. 17 de No se perderá ni un ademán: Vida de Luis Campos Górriz, de Roberto Moróder.
Anécdota sobre José Manuel Castells publicada en la p. 17 de No se perderá ni un ademán: Vida de Luis Campos Górriz, de Roberto Moróder.

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