Folio 7 del expediente de Híjar en la Causa General.

Pidió rezar y morir de frente, perdonando y bendiciendo a sus enemigos Al dominico Francisco Calvo Burillo lo mataron en su pueblo, Híjar (Teruel) y respondió a las blasfemias e insultos rezando, perdonando y bendiciendo


El domingo 2 de agosto de 1936 fueron asesinados nueve mártires del siglo XX en España: tres sacerdotes claretianos en Barbastro, en la provincia de Teruel un dominico y un sacerdote de la Congregación de la Misión –Leoncio Pérez Nebreda-, el ecónomo de la catedral de Tarragona, un sacerdote terciario capuchino en Madrid, un sacerdote operario diocesano –Miguel Amaro Ramírez– en Toledo y un salesiano más en Ronda (Málaga).

Entre las personas que la Iglesia ortodoxa rusa ha glorificado como mártires del siglo XX, 13 fueron martirizados un 2 de agosto: el sacerdote Konstantin Slovtsov (1918); el archimandrita Tikhon Krechkov, los monjes-sacerdotes Jorge PozharovCirilo Vyaznikov, los sacerdotes Iván Steblin-Kamensky, Alejandro Arkhangelsky, Sergio Gortinsky, Teodoro Yakovlev y Jorge Nikitin, y los laicos Eutimio Grebenshchikov y Pedro Vyaznikov (1930); el arcipreste Alejo Znamensky (1938) y el novicio monacal Teodoro Abrosimov (1941).
Los claretianos, primeros en morir de los mártires de Barbastro ya beatificados, eran el rector Felipe de Jesús Munárriz Azcona, de 61 años y navarro de Allo; Juan Díaz Nosti, formador-director del teologado, de 56 años y asturiano de Oviedo, y el administrador, padre Leoncio Pérez Ramos, de 60 años y riojano de Muro de Aguas.

Respondió a las blasfemias rezando el rosario en voz alta
Francisco Calvo El dominico Francisco Calvo Burillo, de cincuenta y cuatro años, nació y murió en Híjar (Teruel). Sacerdote desde 1905, en 1912 se alistó para restaurar la provincia dominica de Aragón. Como cada verano, reponía su salud en casa de su madre, y a ella escribió una carta en la noche del 1 de agosto, pues apenas estuvo doce horas preso: «Mamá mía amantísima: ¡Adiós, y ruega por mí! Ya no nos veremos más hasta el Cielo. ¡Perdóname! Todo lo que tengo, la máquina y cualquier otra cosa es de la orden. Reparte el dinero a los pobres… Un abrazo de tu hijo en agonía. Fray Quico». Lo condujeron a fusilar entre culatazos y empujones, caídas y esfuerzo para poder andar, blasfemias, burlas e insultos, a los que respondía rezando el rosario en voz alta. Al llegar al lugar previsto, pidió terminar el rosario y morir de frente, perdonando y bendiciendo a sus enemigos. Se le concedió todo. Se puso el rosario dentro de la boca, abrió los brazos en cruz y dijo: «Ya podéis disparar».

Folio 7 del expediente de Híjar en la Causa General.
Folio 7 del expediente de Híjar en la Causa General.

«Nuestra sangre borrará todos nuestros pecados»
Francesc Company Torrellas, profesor del seminario y vicario de la catedral de Tarragona, de 49 años y oriundo de Rocallaura (Lérida), se ordenó en 1914. Había hecho el doctorado en Roma y por las noches confeccionaba el diario La Cruz. Incapaz de negar un favor, decía: «Prefiero que mi obispo tenga el derecho de hacerme ir como una pelota a que tenga que quitarse el sombrero para pedirme algo». Ofreció su casa —en la que vivía con una hermana suya— a tres carmelitas —entre ellas otra hermana suya— y en la tarde del 21 de julio fue a retirar el Santísimo de la catedral. En el piso de arriba vivía el sacerdote Francesc Cartañà Murià, que morirá junto con Company (pero no ha sido beatificado). El día 24 hicieron el primer registro en su piso. Un adolescente de unos catorce años pidió una escalera para ver qué había encima del armario. La señora Bienvenida —hermana del sacerdote— le dijo disimuladamente que no lo hiciera, porque estaba el Santísimo, y el chico accedió. El doctor Company, que no había escuchado el diálogo, se interpuso para defender al Santísimo, lo que llamó la atención de los demás milicianos. El joven, sin embargo, dijo la verdad, defendiendo al doctor Company, mientras su hermana les invitaba a tomar una copa. Entretanto el sacerdote les hizo una exhortación tan sentida que uno de ellos se reconoció culpable de la muerte del primer sacerdote asesinado en Tarragona. Les dejaron tranquilos. El 2 de agosto, al ver deprimido al sacerdote Cartañà, le dijo: «Nos hemos confesado; nos hemos absuelto y perdonado mutuamente. No tengamos miedo, pues. Si aceptamos nuestro martirio por Dios, nuestra sangre borrará todos nuestros pecados. Pongámonos en manos de Dios y aceptemos sus designios con amor». A las nueve de la noche, una miliciana registró el piso, en medio de blasfemias y groserías, y se llevó a Company, que se fue en silencio, sin protestar ni oponer resistencia.

Fue introducido en un taxi en el que estuvo dos horas hasta que bajaron a Cartañà. Los dos fueron llevados hasta l’Oliva, detrás del cementerio, en la parte más alta. Allí, Company pidió unos minutos para orar. «Canta y todo, si quieres», le respondieron despectivamente. Se arrodilló y se puso a cantar el credo con los brazos en cruz. Mientras cantaba, empezaron a dispararle en las manos, brazos, pies y piernas. Él continuó cantando hasta que cayó rendido, pero no muerto. No le dañaron ningún órgano vital, de modo que murió desangrado. Cuando el sacerdote Ramón Bergadà preguntó a los asesinos por qué lo mataron, contestaron: «Al ver al padre Company, nos parecía ver los mismos Mandamientos de la Ley de Dios».

Francisco TomásEn Madrid fue asesinado el sacerdote de 24 años Francisco Tomás Serer -natural de Alcalalí (Alicante)-, que había emitido sus primeros votos como terciario capuchino de Nuestra Señora de los Dolores en 1928 y fue ordenado sacerdote en 1934. En el verano de 1935 hizo un viaje de estudios por Bélgica y Francia, y luego comenzó estudios de Medicina en la Universidad Central de Madrid. Al estallar la guerra se refugió en una casa de la capital. Al ir a buscar a su superior, fray León, fue capturado. Su cadáver apareció junto a los muros del Reformatorio del Príncipe de Asturias.

Antonio MohedanoEl sacerdote Antonio Mohedano Larriva, de cuarenta y un años, era el director de la Escuela de los Salesianos en Ronda. Tras el desalojo del 25 de julio, se refugió en casas particulares, recibiendo las noticias del asesinato de miembros de su comunidad persuadido de que pronto él correría la misma suerte. Cuando fueron a buscarlo, se entregó sin resistencia y sin ocultar su condición de sacerdote. Sereno y tranquilo, se dejó maniatar. Así fue llevado por la calle hasta las tapias del cementerio, donde fue fusilado.

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Un comentario

  1. Muy interesante e ilustrativo para la MEMORIA HISTORICA, q Dios los tenga en su Gloria, q descansen en Paz y q nos protejan y amparen a los q aun continuamos en el mundo material.

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