Le encontraron un crucifijo y, sin mediar explicación, lo tirotearon El 20 de julio de 1936 es el primer día posterior al estallido de la guerra civil española en el que se producen martirios reconocidos


El 20 de julio de 1936 es el primer día posterior al estallido de la guerra civil española en el que se producen martirios reconocidos ya como tales por la Iglesia. En concreto, se ha beatificado hasta el momento a nueve religiosos asesinados ese día: tres carmelitas descalzos en Barcelona; dos dominicos más dos hermanas de la Caridad y un lasaliano en Madrid, y un salesiano en Sevilla.

 

Los tres carmelitas -las circunstancias de sus muertes las relato en el artículo del 9 de abril-, beatificados en 2007, fueron:

José Tristany Pujol (Lucas de San José), de 63 años y nacido en Su (Lleida).

Juan Páfila Montelló (Juan José de Jesús Crucificado), de 24 años y oriundo de Tortosa (Tarragona).

Antonio Bosch Verdura (Jorge de San José), de 46 años y natural de Tarragona.

Al encontrarle un crucifijo, lo identificaron como cura y lo tirotearon
También esa mañana del 20 de julio de 1936, hacia las 11 horas, fue asesinado en Sevilla el salesiano Antonio Fernández Camacho, de 43 años, natural de Lucena (Córdoba) e hijo único que pronto quedó huérfano de padre. Marchó con su madre a Sevilla, donde ingresó en las escuelas salesianas de la Santísima Trinidad, donde hizo profesión religiosa en 1909. En la capital andaluza fue ordenado sacerdote en 1917. En la tarde del 19 de julio, tuvo que extinguir el fuego provocado en el taller de carpintería de la escuela de artes y oficios de la Trinidad, y como otros religiosos, buscó refugio en casa de amigos. El estudiante interno Arsenio Ortiz Moreno, que le acompañaba, relatará en 1954 lo sucedido:

“A primera hora de la tarde del domingo, 19 de julio, salí del Colegio para acompañar a don Antonio que vestía de paisano. Dada la poca seguridad que ofrecía, en especial durante la noche, el barrio de la Trinidad, don Antonio pernoctó en la pensión de la calle Corral del Rey nº 12, propiedad de unos parientes de los hermanos Menacho, antiguos alumnos suyos. A la mañana siguiente, lunes 20 de julio, celebró a las ocho la misa -que yo le ayudé- en la capilla del Protectorado del Niño Jesús de Praga. Tomado el desayuno, lo acompañé a la calle Feria, a hacer una breve visita a los parientes de su antiguo alumno Rodríguez Villar. Desde allí fue a ver a su anciana madre, que residía temporalmente en la casa de Hijas de María Auxiliadora, de calle Castellar nº 44.

Terminada la visita (serían las 11 de la mañana), nos encaminamos hacia la plaza de San Marcos, para volver al colegio de la Trinidad. Al desembocar en la plaza, frente a la iglesia [incendiada], nos sorprendió una barricada, custodiada por milicianos rojos. Don Antonio intentó volverse, pero un miliciano armado de mosquetón, le obligó a proseguir adelante, pidiéndole la documentación: La he dejado en casa, dijo, haciendo ver la cartera, vacía. ¿No sabes que en estos tiempos no se puede andar indocumentado?, le replicó un miliciano de alta estatura, mientras lo cacheaba. De uno de los bolsillos le sacó un reloj, de cuya cadena pendía un crucifijo. Entonces, ¿tú crees en esto?

Don Antonio permaneció con la cabeza baja, sin proferir palabra. El miliciano alto exclamó: ¡Si éste es un cura que veo pasar por aquí con frecuencia! Y sin más un miliciano corpulento, que empuñaba una pistola, a un metro de distancia, disparó tres o cuatro veces contra el acusado, hiriéndole en el costado derecho. Don Antonio cayó a tierra, solicitando ayuda. Aturdido, no pude oír sus precisas palabras. Aproveché la confusión y me escabullí con disimulo. Corrí al colegio de la Trinidad para referir al Sr. Director y Superiores lo sucedido”.

Otro testigo refirió las palabras de Fernández Camacho: “Por favor, llevadme a la Casa de Urgencias porque me muero. Pensaron hacerlo, pero uno se opuso por temor a ser descubiertos y optaron por arrastrarlo entre varios hacia la calle San Luis”. Según otra testigo, “entre el nº 7 y 9, lo hicieron sentar bajo mis ventanas con el cuerpo encorvado. Al abrirle el cuello de la camisa y ver el crucifijo y el escapulario, uno de los milicianos dijo al otro: ¿No te das cuenta que es un fascista? Y a bocajarro, le dispararon. Murió desangrado.” Su cuerpo no apareció, y se supone que lo arrojaron a los rescoldos de la iglesia de San Marcos o a los de la de Santa Marina.

Profanación de la Basílica de Atocha
Los dos dominicos asesinados tras el asalto al convento de Atocha -que cuento en el artículo del 3 de marzo– eran Luis Furones Furones y Jacinto García Riesco, de 43 y 41 años de edad respectivamente. El primero, nacido en Abraveses de Tera (Zamora) cambió su hombre (Abraham) por Luis al tomar el hábito, pero era conocido por el apellido Arenas, de su abuelo paterno. Hizo su profesión solemne en 1914 y desde 1917 era sacerdote. Fue misionero en Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica; fue superior de la casa de Santa Ana, en El Salvador (1929-1931), de donde pasó al convento de Santo Domingo de San Salvador (1931-1934). Intenso predicador de misiones populares, fue presidente delegado de la junta nacional para la coronación de la Virgen de los Ángeles, patrona de Costa Rica. Regresó a España en 1935 con idea de volver a Centroamérica, pero en julio fue elegido prior de Atocha y tuvo que quedarse. El 20 de julio de 1936 había dejado a los religiosos en libertad para que tomaran la resolución que mejor les pareciera en aquellos momentos críticos. Durante el asalto, profanación e incendio del convento y la Basílica, al salir los religiosos fueron insultados y amenazados de muerte. Al pasar por la calle de Granada hirieron gravemente al padre José Tascón y asesinaron a fray Jacinto García. Furones fue gravemente herido y quedó en plena calle varias horas hasta que expiró, tras una agonía larga entre insultos y mofas.

Fray Jacinto, había nacido en Calvillas, Somiedo (Asturias), y profesó como hermano cooperador dominico en Corias (Asturias) en 1921; saliendo dos años más tarde para las misiones de Urubamba y Madre de Dios (Perú) con el padre Gerardo Fernández; estuvo en Quillabamba, Maldonado y Patiacolla; de 1927 a 1932 en el santuario de Santa Rosa en Lima. Debilitado por una enfermedad, tuvo que regresar a España. En 1933 estaba en San Esteban de Salamanca, después lo destinaron a Atocha. Su oficio estaba en la portería y cocina, destacando por su caridad con los pobres. Consta que murió perdonando a sus ejecutores.

El caso de las dos religiosas, Rita Josefa (Rita Dolores) Pujalte Sánchez y Francisca (del Corazón de Jesús) Aldea Araujo, Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, lo he relatado en el artículo del 17 de diciembre.

También en Madrid, supuestamente cerca de la Almudena, fue asesinado Vicente López y López, hermano Virginio Pedro en la congregación de las Escuelas Cristianas (La Salle), de 51 años, natural de Miraveche (Burgos) y beatificado en 2013. De su biografía puede destacarse que como director de un colegio en Jerez tuvo que afrontar el 11 de mayo de 1931 un intento de asalto e incendio. Destinado luego a Cuevas (Almería), tuvo que cerrar la escuela por la presión del anticlericalismo, y desde septiembre de 1935 era en Madrid director de la primera clase de la Escuela de Santa Susana, en cuyo asalto el 20 de julio fueron capturadas las dos monjas recién mencionadas:

“Aprovechando un momento favorable en la invasión, el hermano Virginio Pedro huyó precipitadamente y buscó refugio en casa de un antiguo alumno. Al día siguiente salió a la calle, deseando conocer lo que ocurría y no volvió más. ¿Qué había sucedido? Sólo más tarde se supo; como se encontraba en el barrio de su Escuela, fue visto por algunos alumnos que, faltos de discreción, fueron la causa de que los revolucionarios, buscadores de sacerdotes y religiosos huidos, le detuvieran y fusilaran en un montículo cercano al cementerio de la Almudena». El buscador de mártires de la Conferencia Episcopal como fecha de martirio el día 20 de julio (si bien el relato anterior, al hablar del día siguiente, lo situaría el 21 o 22 de julio.

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