Los carmelitas a los que el coronel Escobar prometió salvar Carles Barrufet era cocinero en el convento a cuyos moradores, y a los militares allí parapetados, no protegió el coronel Escobar


Seis mártires del siglo XX en España nacieron un 9 de abril: un lasaliano barcelonés y otro de Segovia, un salesiano gerundense, un carmelita tarraconense -compañero de los tres asesinados en el asalto al convento de Barcelona el 20 de julio de 1936 mencionado ayer-, un novicio hospitalario madrileño y un agustino leonés.

Novicio en Bélgica y Luxemburgo
Francisco Pujol Espinalt (hermano Honesto María de las Escuelas Cristianas), de 42 años y natural de Sampedor (Barcelona), fue asesinado el 27 de julio de 1936 y beatificado en 2007. Fue novicio en Bélgica y Luxemburgo, volvió a España en 1912 y desde entonces estuvo en diversas casas hasta recalar en Manresa en 1935. Cuando esa comunidad se dispersó el 21 de julio -al día suguiente el colegio fue asaltado y quemados los objetos religiosos en el patio-, Pujol fue a casa de una tía suya, donde se presentó a las 21 horas del día 27 un grupo de milicianos reclamando al “fraile” escondido. Se lo llevaron en un coche y lo asesinaron en Sant Fruitós de Bages (Barcelona).

Jaime Buch Canals, coadjutor salesiano de 47 años, oriundo de Bescanó (Girona), fue asesinado en la playa de El Saler (Valencia) el 31 de julio de 1936 y beatificado en 2001. Había hecho la profesión en Sarrià (Barcelona) en 1908. En Alicante dio un gran impulso a la devoción a María Auxiliadora. Al ser incendiada en 1931 aquella casa, fue trasladado a Valencia. Estallada la guerra, consiguió salir de la cárcel e intentó ampararse en muchos lugares, pero alguien lo reconoció y fue detenido y muerto por el procedimiento del paseo.

El asalto al convento carmelita o la «toma de la Bastilla» en Barcelona
Carles (de Jesús Maria) Barrufet Tost, carmelita descalzo de 48 años, nacido en La Selva del Camp (Tarragona), fue asesinado el 12 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Según los datos que aporta un sobrino suyo, estudió con los claretianos, desde joven manifestó su deseo de ser religioso, era piadoso, de carácter tranquilo, amable y servicial. Tomó el hábito el 13 de septiembre de 1907 en el convento de los carmelitas descalzos de Tarragona; profesó el 6 de enero de 1912 y fue destinado a Barcelona, donde fue cocinero, enfermero y portero. El asalto a su convento hasta ahora no lo había narrado en este blog.

El convento de los carmelitas descalzos en la Diagonal (hoy en el número 424) se encontraba en la zona que el 19 de julio estuvo en manos de los sublevados. La ocupación del convento por los militares y su asalto por las tropas del gobierno al día siguiente se saldaría con la muerte de tres religiosos, al intentar salir del convento: José Tristany Pujol (Lucas de San José), Juan Páfila Montelló (Juan José de Jesús Crucificado) y Antonio Bosch Verdura (Jorge de San José). Las circunstancias de la lucha en torno al convento las relata así Eduardo Palomar Baró:

“A las cinco de la mañana, tropas del Regimiento de Cazadores de Santiago han salido de los cuarteles y cuando desembocan por el Paseo de Gracia con la Avenida 14 de Abril (Diagonal), son recibidos por los milicianos con una descarga cerrada. Ante este ataque inesperado, el coronel Francisco Lacasa Burgos resuelve buscar refugio en el Convento de los Padres Carmelitas, situado en la esquina de la Diagonal con la calle de Lauria. Al coronel Lacasa le secundan el teniente coronel Vázquez Delage y el comandante Rebolledo, convirtiéndose el convento en un fortín que quedó sitiado por más de tres mil individuos armados de fusiles y dotados de considerable número de ametralladoras.

A la madrugada estrecharon aún más el cerco y el ataque cobró inusitada dureza, sin que los defensores cedieran en su resistencia, ante lo cual la Generalidad trató de conseguir la rendición por otros medios, y así durante la mañana del lunes 20 de julio, envió al teniente de Asalto Nicolás Felipe para parlamentar con Lacasa. Dicho teniente le comunicó que la casi totalidad de las fuerzas se habían rendido y que el general Goded estaba prisionero.

El coronel Lacasa le contestó que no se rendirían y que continuarían luchando mientras les fuera posible resistir. Esta negativa enfureció a los sitiadores, que reanudaron el ataque con mayor intensidad. Hacia el mediodía reforzaron el asedio grandes contingentes de la Guardia Civil mandados por el coronel Escobar, el cual comunicó a Lacasa que su resistencia era suicida, exponiéndole unas condiciones honrosas para la capitulación. Se respetaría la vida de todos los que se rindieran; los heridos serían evacuados al Hospital Militar, y el resto de los prisioneros serían entregados a las autoridades militares de la región, para juzgarlos regularmente y determinar el grado de responsabilidades de cada uno; por último, la Guardia Civil se encargaría de los prisioneros y garantizaría la seguridad de todos.

Como no había duda sobre el fracaso del alzamiento en Barcelona, Lacasa meditó su responsabilidad al entregar a una muerte cruel a los que peleaban bajo su mando. Consultó con sus oficiales, que deseaban seguir la lucha, pero, asimismo, todos deseaban salvar la vida de sus soldados. El coronel Lacasa se dispuso a cumplir el acuerdo, por lo que dirigiéndose a Escobar le dijo que ordenase el avance de la Guardia Civil, la única fuerza a la que estaban dispuestos a entregarse. Se adelantaron los guardias para recibir a los prisioneros, pero al mismo tiempo avanzó detrás de ellos la turba enfurecida, enarbolando fusiles y vociferando insultos y blasfemias.

Al abrirse la puerta principal, y cuando salían los primeros prisioneros, el populacho rompió el cordón de guardias y ante su casi general pasividad, se entregó a una bárbara matanza. Caen a tiros, a machetazos, a golpes de culata, el coronel Francisco Lacasa, el teniente coronel Vicente Vázquez Delage, el comandante Antonio Rebolledo, los capitanes Claudio y Pedro Ponce de León y otros oficiales y soldados. Al coronel Lacasa le cortaron la cabeza, que la chusma paseó después en triunfo. Once padres carmelitas sufren el martirio, asesinados y destrozados a navajazos”.

Esta cifra debe reducirse a tres: los citados Tristany, Páfila y Bosch. Volviendo con el personaje, Carles (de Jesús Maria) Barrufet escapó vestido de seglar, escondiéndose en casa de una familia conocida. Con un salvoconducto que le facilitó una persona a la que él había ayudado, regresó a su pueblo natal para visitar a tres sobrinos de los que era tutor. Le aconsejaron esconderse, pero no lo hizo para no comprometer a su familia. El 12 de agosto fue detenido y llevado en un camión hacia Reus. A medio camino, cerca del Mas Vermell (aún en el término de La Selva), lo asesinaron. Recogido, lo enterraron en una fosa común del cementerio de Reus.

Isidoro Martínez Izquierdo, madrileño de 18 años, era novicio de la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios (Hospitalarios) en Ciempozuelos, fue asesinado en Paracuellos de Jarama el 28 de noviembre de 1936 –le faltaba un mes para emitir los votos– y beatificado en 1992.


Saturnino Sanz y Sanz (hermano Pablo de la Cruz
de las Escuelas Cristianas), de 57 años y natural de Riaza (Segovia), fue asesinado en Paracuellos el 30 de noviembre de 1936 y beatificado en 2013.

José Antonio Pérez García, de 18 años (nació en Villapodambre, León, el mismo día que el hospitalario beato Isidoro Martínez), fue asesinado en Paracuellos el 30 de noviembre (como su compañero de cumpleaños, pero 39 años mayor, beato Saturnino Sanz), era alumno de filosofía agustino y fue beatificado en 2007.

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