No quiero vender la joya del sacerdocio por unos días más de vida Josep Masquef no quiso ocultarse ni salvar la vida a costa de "vender la joya que obtuve cuando canté misa"


Cinco mártires del siglo XX en España nacieron un 11 de mayo: un oblato de María Inmaculada leonés, un sacerdote diocesano de Tarragona, otro hospitalario valenciano, un religioso de la misma orden barcelonés y un mercedario turolense que había sido maestro general de su orden.

Pascual Aláez Medina, de 19 años y natural de Villaverde de Arcayos (León), era oblato de María Inmaculada con la primera profesión, en Pozuelo de Alarcón (Madrid), donde fue ejecutado el 24 de julio de 1936 (ver artículo del 1 de mayo): según el testimonio de Antonio Jambrina, Aláez fue previamente interrogado antes de que seleccionaran a los fusilados ese día. Con los demás oblatos y Cándido Castán, fue beatificado en Madrid en 2011.

«Devolved siempre bien por mal»
Josep Masquef Ferrer, sacerdote de 64 años y natural de Tarragona, fue asesinado en la carretera de Valls el 26 de julio de 1936 y beatificado en 2013. Se ordenó sacerdote en 1897 y orientó a siete personas a la vida religiosa siendo vicario de l’Aleixar (Tarragona). Tenía la costumbre de dar de comer a diario a dos pobres. Al estallar la guerra, no quiso huir. En ocasiones decía: “Nunca negaré mi condición sacerdotal, no quiero vender por unos días más de vida la joya que obtuve cuando canté misa. Si mi vida depende de negar mi carácter sacerdotal, no penséis que me salve, porque nunca jamás lo negaré, y a vosotros que nunca se os pase por la cabeza negarlo. Devolved siempre bien por mal”. A las 19 horas de ese 26 de julio, se presentaron en su domicilio unos ocho milicianos que preguntaban por él. Masquef contestó con gran serenidad: “¡Soy yo! Que se cumpla la voluntad de Dios!”. Le abofetearon y no se quejó. Lo llevaron a la carretera de Valls, y pasado el Mas Bonet, en un camino a la derecha, lo asesinaron de un tiro en la cabeza, junto con Antoni Perera (aún no beatificado).

Miguel Carrasquer Fos (padre Julián), sacerdote de la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios (Hospitalarios) de 55 años y natural de Sueca (Valencia), fue uno de los 15 religiosos asesinados en Calafell (Tarragona) el 30 de julio de 1936; beatificados en 1992 (ver artículo del 14 de noviembre).

Saturnino Jaime Fernando Roca Huguet (hermano Constancio), de 55 años y oriundo de Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona), fue otro hospitalario asesinado en Calafell. Su hermano Miguel fue uno de los 12 hospitalarios mártires en Carabanchel Alto el 1 de septiembre siguiente (ver artículo del 10 de febrero).

¡Viva la Virgen del Pilar, Viva Cristo Rey!
Mariano Alcalá Pérez, de 69 años y natural de Andorra (Teruel), fue asesinado en su localidad natal el 15 de septiembre de 1936 y beatificado en 2013. Tomó el hábito en 1881, siendo del grupo que restauró el monasterio mercedario del Olivar. Terminó sus estudios en Roma, donde se ordenó sacerdote en 1889. Durante ocho años desde 1903 fue provincial y en 1911 fue elegido superior general de la orden, aunque debido a la oposición que encontró, renunció en 1913. Físicamente agotado llegó al año 1935, en que sufrió graves enfermedades, por ello en marzo de 1936 un sobrino se lo llevó a su pueblo natal, Andorra (Teruel). Cuando le hablaron del triunfo de la revolución, dijo: “preparémonos a morir bien, si debiese ser el caso”. Margarita Vall asevera cómo supo que murió con gran disposición de ánimo, sobre todo las veinticuatro últimas horas antes de morir, como si estuviese contento de ir a la muerte. A María Ristol le manifestó que la gracia de las gracias era el martirio y estaba alucinado por obtenerla, pero dudaba de ser digno.

La casa de su sobrino Ángel era peligrosa, por ser una farmacia frecuentada por los revolucionarios, así que llevaron al padre Mariano a casa de su sobrina Vicenta Alcalá. Cuando se hablaba de «los rojos» decía: “no hablemos, recemos”. Los sobrinos fueron conminados a presentar a su tío so pena de volar sus casas. El 26 de agosto tuvo que acudir al comité. Lo acompañaron ambos sobrinos; los facinerosos ni le dirigieron la palabra; lo menospreciaron; a los sobrinos les prometieron interceder por su vida. Lo devolvieron porque lo vieron viejo y agotado, a la ida y al regreso fue rezando. Según Vicenta, “el 15 de septiembre, sobre las cinco y media de la tarde el comité me llamó para que acompañase a mi tío hasta allí, a fin de que el pueblo no se diese cuenta y se alarmara; rehusé categóricamente, pues me dijeron que aquella noche lo iban a matar. A las seis de la tarde, vino un pelotón a buscarlo; le avisé de que debía presentarse al comité y me rogó que lo acompañase, y acepté; luego de bajar unas gradas, se retornó a su habitación, compareciendo inmediatamente; a la puerta lo esperaban los milicianos, que me impidieron acompañarlo; lo llevaron a la casa consistorial donde estaba el comité. Él se entregó sin resistencia alguna, resignado ante los empellones y amenazas que le proferían, azuzado porque no podía andar a su ritmo”.

Lo que sucedió lo cuenta el conductor José Artigas: “El día 15 sobre la seis de la tarde me avisaron que fuera con el camión a la plaza Nueva para cargar cebada. Una vez allí, vi todo ocupado por milicianos armados, me hicieron meter la parte trasera del camión frente a la entrada de la Casa consistorial, advirtiéndome que no dejase el volante. Entonces comenzaron a salir hacia el camión varios hombres, unos armados y otros maniatados. Me ordenaron tomar la carretera de Alcañiz, pero cuando llegamos al cementerio de Andorra, a los muros orientados hacia Alcañiz, me ordenaron pararme, porque iban a ser fusilados de inmediato, según lo que me dijeron los armados, todos los maniatados en el camión. Me encontraba angustiadísimo, adivinando lo que iba a suceder, retirándome un poco hacia la puerta del cementerio para no asistir a un acto tan terrible; mientras pasaba por la puerta trasera del camión, vi entre otros y reconocí al padre Mariano Alcalá, entre dos le ayudaron a bajar del camión, lo reconocí distintamente y cómo sus labios se movían fervorosamente; volví a observarlo y constaté nuevamente que estaba rezando muy fervorosamente. No vi más, pero percibí perfectamente y sin perder tiempo, los disparos, algún lamento y un ¡viva la Virgen del Pilar! Dos días después, oí decir que el padre Mariano había gritado ¡viva Cristo rey!”. Su sobrino Ángel fue quien gritó “Viva la Virgen del Pilar”. Según el estado 1 de Andorra en la Causa General (legajo 1418, expediente 27, folio 4), además del religioso y su sobrino farmacéutico, los asesinados fueron tres alcaldes (de 74, 64 y 41 años), un médico y el “corresponsal del noticiero”.

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