Ocho mártires del siglo XX en España nacieron un 30 de marzo: un claretiano navarro, un lasaliano turolense, un benedictino burgalés (al igual que el claretiano, asesinado en Barbastro), un sacerdote secular valenciano y otro almeriense, un paúl -cuyos captores dijeron estar juramentados en hacer desaparecer a todos los curas-, un agustino de Palencia y otro leonés (ambos asesinados en Paracuellos).
Felipe de Jesús Munárriz Azcona y sus 50 compañeros mártires
Juan Echarri Vique, alumno de teología claretiano de 23 años, natural de Olite (Navarra), fue asesinado el 13 de agosto de 1936 en una curva de la carretera de Barbastro a Berbegal y beatificado en 1992. Es uno de los retratados en la película Un Dios prohibido. Puesto que en varias entradas de este blog he hablado de algunos, completo y ordeno aquí las referencias a los mártires de Barbastro (que pueden verse por su orden de aparición clicando en la categoría «Lugares: Barbastro»).
Entre los primeros mártires ya beatificados de Barbastro, asesinados el 2 de agosto de 1936, se encuentran el superior de los claretianos (que da nombre a la causa de canonización), Munárriz, y otros dos sacerdotes: Juan Díaz Nosti y Leoncio Pérez Ramos.
Los siguientes mártires claretianos de esta causa son los seis asesinados el 12 de agosto; cinco sacerdotes y un hermano cooperador, los mayores en edad de los apresados: José María Pavón Bueno, de 27 años; Wenceslao María Claris Vilaregut, de 29 años; Pedro Cunill Padrós y Sebastián Calvo Martínez, ambos de 33 años; Nicasio Sierra Ucar, de 45; y el hermano Gregorio Chirivás Lacambra, de 56. Claris había dejado el siguiente escrito: “¡Obreros, los mártires morimos amándoos y perdonándoos. Muchos hemos ofrecido nuestra vida por vuestra salvación. Fijaos si es sincero nuestro interés por vosotros!”. Fueron fusilados en el cementerio, como los tres superiores asesinados el 2 de agosto.
Un Magníficat por cada uno de sus 20 hermanos Con los 20 claretianos asesinados el 13 de agosto se utilizó por primera vez la curva de la carretera a Berbegal en la que morirían la mayoría. La página martiresdebarbastro.org recoge el testimonio de un seminarista de Sariñena, Andrés Carrera, que incorporado al ejército en el cuartel General Ricardos, tuvo que hacer dos días de guardia en el salón de los Escolapios, donde estaban los misioneros claretianos, en la primera quincena de agosto:
“Era admirable la actitud serena que todos manifestaban. Aquella paz me impresionó mucho, en aquellos momentos en que me sentía moralmente aplastado, porque mi padre estaba preso en la cárcel de Sena y a mí me buscaban. Al verlos con aquel coraje me entraba como una bocanada de aliento y una santa emulación.
Siempre que podía, miraba por la cerradura de la puerta para observarlos, y su ejemplo me reconfortaba. Nadie se puede imaginar el terror que se vivía en Barbastro aquellos días… Los milicianos se asomaban por las ventanas; encañonaban a los claretianos con sus fusiles, entre amenazas de muerte. Los misioneros permanecían impávidos, tranquilos… Algunas mujeres –lo recuerdo muy bien- se metían con un estudiante y lo llenaban de piropos, sobre todo desde la primera ventana que daba más cerca del escenario del salón. ¡Qué cosas!
Una de las mujeres era muy guapa.
Estaban en pequeños grupos. Por el rumor que se percibía, se convencía uno de que rezaban el rosario. Uno dirigía y los otros contestaban. Después de rezar paseaban tranquilos, de tres en tres.
Varias veces tuve que ahuyentar a los que querían asomarse por la puerta para injuriarlos y reírse de ellos. Ellos me levantaron el ánimo, con su paz y su serenidad; y me afianzaron en mi vocación de sacerdote. Es el recuerdo más hermoso de mi vida. Yo tenía que cambiar de pensión cada día, porque me di cuenta de que una de las mujeres, al verme, sospechó, no sé por qué, que yo debía ser seminarista.
Por las noches me revolvía en la cama con gran inquietud. Me parecía seguir viendo a los claretianos, y que me invitaban a quedarme con ellos, preso también por la fe y por la vocación.
Dudaba si seguir escapándome o unirme con ellos.
Por mártires y santos los tengo. Todos los días de mi vida sacerdotal me he encomendado a ellos. Los invoco y me ayudan”.
Los 20 fusilados a la una menos veinte de la madrugada del 13 de agosto a unos tres kilómetros de Barbastro, en una de las primeras curvas de la carretera a Berbegal-Sariñena, en el valle de San Miguel, fueron: Manuel Torras Sais y Eusebio Codina Millá, de 21 años; Manuel Buil Lalueza -el hermano cooperador-, Tomás Capdevila Miró, Alfonso Miquel Garriga, y Juan Codinachs Tuneu, de 22; José María Ormo Seró, Juan Sánchez Munárriz, Ramón Novich Rabionet, Juan Echarri Vique, Esteban Casadevall Puig, José Brengaret Pujol, Salvador Pigem Serra, Javier Luis Bandrés Jiménez, Teodoro Ruiz de Larrinaga García, Antonio María Dalmau Rosich y Antolín María Calvo Calvo, de 23; Secundino María Ortega García, sacerdote, de 24; más Pedro García Bernal e Hilario María Llorente Martín, de 25. Según lo resume Jorge López Teulón, los que decidían sobre las vidas de estos jóvenes fallaron en su intento de fusilar a los mayores de edad en la noche del 12 al 13 de agosto:
“Todos se habían confesado y rezado. Los estudiantes extranjeros habían oído las últimas confidencias y enjugado las últimas lágrimas. Todos se habían acostado. Aún no habían pasado las dos horas cuando, a media noche, se abrieron las puertas entrando milicianos con cuerdas ya ensangrentadas. ¡Atención, bajen del escenario los que tengan más de 26 años!. Como nadie los tenía nadie se movió. Tampoco de 25.
Entonces mandaron encender las luces y leyeron los primeros veinte nombres. Detrás de cada nombre una voz firme: ¡Presente!, y bajaban del escenario. Formaban una sola fila en la pared mientras les ataban las manos a la espalda y los codos de dos en dos. Todos estaban tranquilos y resignados: sus rostros tenían algo de sobrenatural que no es posible describir. En todos se notaba el mismo valor, el mismo entusiasmo; ninguno desfalleció ni mostró cobardía. Los que quedaban en el escenario contemplaban estupefactos la escena. Oyeron a algunos perdonar a los que les ataban, a otros les vieron coger del suelo las cuerdas, besarlas y dárselas a los que les ataban. Alguno gritó: ¡Adiós hermanos, hasta el cielo!”.
Los extranjeros mencionados eran los argentinos Atilio-Cecilio Parussini Sof, de 22 años, y Pablo Hall Fritz, de 25, del grupo que llegó el 1 de julio desde Cervera. Hall escribió lo siguiente sobre esa noche:
“A los 21 hermanos nuestros que quedaban aún en la cárcel les dijeron, con infernal malicia, antes de sacar a los 20 dichos: – Vosotros tenéis todavía un día entero para comer, bailar y hacer todo lo que queráis, aprovechadlo bien, que mañana, a esta misma hora, vendremos a buscaros, como a esos (señalando a los que ya estaban atados) y os daremos un paseíto a la fresca, hasta el cementerio; y ahora a apagar las luces y a dormir.
Todos estábamos rezando por nuestros hermanos, pidiendo para todos el don de la santa perseverancia hasta el fin, como lo habíamos hecho en la noche anterior. Hubo dos que comenzaron una parte de santo rosario, meditando los misterios de dolor, y al oír los disparos, anunciaron los misterios de gloria. Otro llegó a rezar veinte veces el Magnificat, antes de las descargas de los fusiles; rezando un Magnificat por cada hermano que iba a ser fusilado.
Poco después de una hora, vinieron unos comunistas a avisar a los extranjeros, que estuviesen preparados, que después de las dos vendrían a buscarnos en auto y nos llevarían a Barcelona. Aprovechamos el tiempo que nos quedaba para cruzar las últimas impresiones con los que quedaban en la cárcel. Estábamos todos emocionadísimos, pero ellos estaban todos muy animados, con el ejemplo de los anteriores, y nos aseguraron que irían todo el camino cantando y dando ¡Vivas!, a ¡Cristo Rey!, al Corazón de María, a la religión católica y al Papa. Nos dijeron cantarían el Jesús, ya sabes…; y el Firme la voz, serena la mirada… que sotto voce habíamos cantado y repetido en la cárcel”.
Hall pidió a Esteban Casadevall “el consuelo de recoger sus últimas palabras”:
Bien, me contestó. Por complacerle, lo haré gustoso. Muero contento. Me tengo por feliz como los Apóstoles, porque el Señor ha permitido que pueda sufrir algo por su amor antes de morir. Espero confiadamente que Jesús y el Corazón de María me llevarán pronto al cielo. Perdono de todo corazón a los que nos injurian, persiguen y quieren matarnos, y puedo decir con Jesucristo, moribundo en la cruz, al Eterno Padre: Padre, perdónalos, porque realmente no saben lo que hacen; los ciegan sus dirigentes y el odio que nos tienen. Si supieran lo que hacen, ciertamente no lo harían. Ya hemos rogado todos por su conversión todos los días, al menos nosotros dos. Yo les tengo verdadera compasión y desde el cielo espero conseguir que Dios Nuestro Señor les abra los ojos para que vean la verdad de las cosas y se conviertan. Francamente, no tengo ninguna dificultad en perdonarles ¡Si supieran que me están haciendo el mayor bien, a pesar del odio que me tienen!
En fin, si Ud. logra ir a Roma, cuéntele al reverendísimo Padre General todo lo que sabe de nosotros; déle un abrazo que le doy a Ud., por no poder dárselo personalmente a él. Dígale que voy a morir contento en la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María; que espero confiadamente el cumplimiento de la promesa que la santísima Virgen hizo a favor de los que mueren en la Congregación. Dígale también que esta misma tarde hice la profesión perpetua en manos del reverendo padre Secundino María Ortega. Ofrezco gustoso mi sangre por el reinado del sagrado Corazón de Jesús en España, y de una manera especial por el reinado del Inmaculado Corazón de María en todo el mundo, y no descansaré en el cielo hasta haber conseguido este reinado del Corazón Virginal en todas las naciones de la tierra. Para trabajar en la tierra por conseguirlo me había propuesto escribir un libro con dicho fin, pero no había logrado todavía más que el plan… Nos despedimos, y entonces fue cuando por primera vez rompió a llorar…, pero reaccionó bien pronto, y haciendo un pequeño esfuerzo dijo:
– Pues no he de llorar.
Y sacó el pañuelo, se enjugó las lágrimas, se puso a pasear un poco por el salón y fue a recostarse sobre una tabla para descansar un poco, aguardando con serenidad la llegada de los verdugos”, que dos horas más tarde lo ataron del brazo con Antolín Calvo. “A los extranjeros nos sacaron de la cárcel el día 13 a las cinco y media de la mañana para llevarnos a Barcelona, donde, después de cinco horas de mortal agonía, pasadas en el Comité de guerra, nos dieron libertad”, concluyó Hall.
Por su parte, Parussini relató así a su familia el 29 de septiembre desde Frascati, el final de sus compañeros: “El único padre que restaba, muy disimuladamente da la absolución a los inocentes reos; yo por una ventana vi cómo los subían al camión; al arrancar éste gritaron con mucha valentía: ¡Viva Cristo Rey! Los comunistas gritaban rabiosos: ¡mueran, mueran! y salieron corriendo tras el camión hacia el cementerio, A la una menos veinte minutos sonó una fuerte descarga, luego tiros sueltos”.
Pascual Escuin Ferrer (hermano Marciano Pascual de las Escuelas Cristianas), de 29 años y natural de La Hoz de la Vieja (Teruel), fue asesinado en Tortosa (Tarragona) el 19 de agosto de 1936 y beatificado en Tarragona en 2013. Compartió la suerte del también lasaliano Andrés Pradas Lahoz (hermano Andrés Sergio), de 27 años, que tomó el hábito en 1925, fue profesor en Cambrils, Condal, Teruel, Tortosa y Tarragona. Allí le sorprendió la guerra y se refugió en casa de un amigo, donde coincidió con el hermano Marciano Pascual, que había tomado el hábito en 1929 y trabajado en Monreal del Campo, Teruel, Cambrils y Tarragona. Ambos decidieron ir a Benicarló, donde fueron detenidos por milicianos nada más bajar del tren. Un exalumno, miembro del comité local, reconoció al hermano Andrés y les dio un salvoconducto para ir a Tortosa, pero allí fueron detenidos el 25 de julio y encarcelados en el colegio San Luis, donde había muchos sacerdotes y religiosos presos, a los que fueron sacando para fusilarlos por grupos. La noche del 18 al 19 de agosto les tocó el turno a los dos lasalianos, junto con un sacerdote y un seglar. Los llevaron al lugar llamado Los Almendros de Soldevilla, en la carretera de Tarragona. Allí fusilaron al sacerdote y al seglar. Avanzaron un kilómetro más y fusilaron a los religiosos.
Benedictinos al grito de “¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen del Pueyo!”
Leandro Cuesta Andrés, de 66 años y oriundo de Rupelo (Burgos), era monje en El Pueyo, fue fusilado en Barbastro el 28 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Es el más anciano de los 15 benedictinos de su monasterio asesinados y beatificados el mismo día que él.
Ya antes de la guerra, cuando el benedictino padre Honorato Suárez se despidió por última vez de sus padres y la madre le sugirió que marchara al extranjero, pues él estaba convencido de que les matarían, contestó: “No, Mamá; ¿le parece poco bonito morir por Dios y subir al Cielo?”. La comunidad del Pueyo, tres de cuyos miembros ya fueron asesinados, seguía presa en las Escuelas Pías de Barbastro, donde, después del asesinato del obispo y del exterminio de los claretianos, solo quedaban ellos y 12 escolapios. Los seis colegiales benedictinos de entre 12 y 15 años de edad, fueron encerrados también con ellos, hasta el 23 de agosto, cuando el comité revolucionario de Barbastro les separó y finalmente se pudieron salvar, si bien alguno de los jefes intentó que corrieran la misma suerte que los mayores porque, decía, “ellos mismos se lo han buscado al no quererse separar de la comunidad”. A los niños recién separados les dijeron: “Pronto mataremos a los de arriba”. No obstante, a pesar de la separación, el padre Lladós hizo alguna visita furtiva a los colegiales, quienes, aunque aparte, aún seguían presos.
Los escolapios celebraron el 27 de agosto la fiesta de su fundador, San José de Calasanz. A las doce de la noche, los milicianos irrumpieron en la estancia de los monjes -según resume Santiago Cantera- y los sujetaron con una larga soga; el prior, Dom Mauro, dio la absolución a todos y los sacerdotes se la dieron entre sí. Fueron subidos a un camión, en el cual enseguida comenzaron a gritar: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen del Pilar! ¡Viva la Virgen del Pueyo!” Las blasfemias de los milicianos nada pudieron contra los vivas y las alabanzas de los monjes, como han testificado muchos vecinos de Barbastro, ni tampoco los terribles culatazos de fusil que comenzaron a propinarles y que llegaron a romper los dientes de algunos y a herirles duramente en la cabeza. Los monjes, al poco de bajar del camión en las cercanías de la ciudad, perdonaron a sus verdugos, quienes les maltrataron y les dispararon. El prior, Dom Mauro, quiso despedirse “mirando a mi Madre”, la Virgen del Pueyo, y entonándole la Salve. El hermano Aurelio Ángel Boix Cosials, recién profeso solemne a sus 21 años, había escrito una serie de cartas el 9 de agosto. A su hermano Ramón le decía:
“Triunfa la revolución, las víctimas son incontables, pero son una perla más en la corona del cristianismo, de la religión. He visto muy edificado las circunstancias de la muerte de las personas más señaladas del clero en esta población: y dime tú cómo se explica, si no es de una manera sobrenatural, aquella serenidad, aquella alegría, aquellos entusiasmos con que reciben la muerte. Yo confío que tendré la suerte de ser sacrificado por una causa tan noble: es una ilusión. Que Dios me conceda tal gracia. Hermano mío: mi adiós más cariñoso es para ti, a tu esposa y a la niña. No olvides el problema de tu destino. Hay Dios”.
En la que va destinada conjuntamente a sus padres y hermano, dice tras dar la noticia del asesinato del obispo: “Conservo hasta el presente toda la serenidad de mi carácter, más aún, miro con simpatía el trance que se me acerca: considero una gracia especialísima dar mi vida en holocausto por una causa tan sagrada, por el único delito de ser religioso. Si Dios tiene a bien considerarme digno de tan gran merced, alégrense también ustedes, mis amadísimos padres y hermano, que a Vds. les cabe la gloria de tener un hijo y hermano mártir de su fe. La única pena que tengo, humanamente hablando, es de no poder darles mi último beso. No les olvido y me atormenta el pensar las inquietudes que Vds. sufren por mí. Ánimo, mis amadísimos padres y hermano, al lado de su aflicción surgirá siempre la gloria de las causas que motivaron mi muerte. Rueguen por mí, voy a mejor vida. Padre mío amado: la entereza de su carácter me da la completa seguridad que su espíritu de fe le hará comprender la gracia que el Señor le otorga. Esto me anima muchísimo: le doy el beso más fuerte que le he dado en mi vida. Adiós, padre, hasta el cielo. Amén. Madre idolatrada: yo me alegro sólo al pensar la dignidad a que Dios quiere elevarla, haciéndola madre de un mártir. Ésta es la mejor garantía de que los dos hemos de ser eternamente felices. Al recuerdo de mi muerte acompañará siempre esta gran idea: “Un hijo muerto, pero mártir de la religión”. Que Dios no pueda imputarme más crimen que el que los hombres me imputan: ser discípulo de Cristo. Madre mía muy querida, adiós, adiós… hasta la eternidad. ¡Qué feliz soy! Hermano mío muy caro: En poco tiempo, ¡qué dos gracias tan señaladas me concede mi buen Dios! ¡La profesión, holocausto absoluto…; el martirio, unión decisiva a mi Amor! ¿No soy un ser privilegiado? […]. Que Dios proteja siempre la familia que ahora agracia con un favor tan señalado. Su hijo que les ama con un amor eterno. Aurelio Ángel”.
Los nombres y edades de los monjes eran: Ángel (Aurelio) Boix Cosials, tonsurado, de 22 años; Leoncio (Lorenzo) Ibáñez Caballero, subdiácono, de 25 años; Ramón (Ramiro) Sanz de Galdeano Mañeru, monje, y Martín (Rosendo) Donamaría Valencia, diácono, ambos de 26 años; Abel Ángel (Mauro) Palazuelos Maruri, prior, de 32 años; Mariano (Anselmo María) Palau Sin, monje, y Antonio (Honorato) Suárez Riu, subprior y prefecto de juniores, ambos de 34; Julio (Ildefonso) Fernández Muñiz, monje, de 39; Antonio (Ángel) Fuertes Boira, hermano, de 47 años; Fernando Salinas Romeo y Jaume (Domingo) Caballé Bru, ambos monjes de 53 años; Antoni (Raimundo) Lladós Salud, monje de Montserrat, de 54; Santiago Pardo López, monje de 55; Lorenzo Sobrevia Cañardo, hermano de 62 años; y Leandro Cuesta Andrés, monje de 66.
Ya mismo lo vamos a ver cara a cara
Francisco Romero Ortega, sacerdote de 64 años nacido y asesinado en Almería el 28 de agosto de 1936, era capellán de Araoz y fue beatificado el 25 de marzo de 2017. La web de la beatificación cuenta así su martirio:
El veintisiete de agosto de 1936, a causa de la Persecución Religiosa, fue detenido junto a su hermano el siervo de Dios don José en la casa que compartían en la ciudad. Llevados al Cuartel, poco después los condujeron en un vehículo hasta la carretera a Huércal de Almería. La comitiva se detuvo en la barriada de la Fuensanta, animándose entre los hermanos: « Ya mismo lo vamos a ver… cara a cara. »
Al dispararles, sólo murió el hermano del siervo de Dios. Éste, malherido, trató de refugiarse bajo un puente. Don Adelino Castillo narra lo que sucedió cuando los milicianos descubrieron que seguía con vida: « Le pincharon en sus ojos con una sombrilla vieja, le pusieron en la boca una mazorca de maíz prendida de fuego con gasolina. Y, por sí esto no fuera ya suficiente mofa, echaron sus cuerpos al carro que transportaba el pescado para su venta en el pueblo. »
Descubierto por tener un libro de latín
El sacerdote paúl Benjamín Ortega Aranguren, nacido en Villalta (Burgos) el 30 de marzo de 1885, tenía 51 años cuando lo mataron en Madrid el 19 de octubre de 1936. Fue beatificado también en la capital de España el 11 de noviembre de 2017. La biografía de su congregación explica que fue descubierto por tener un libro de latín, y porque al interrogarle no ocultó que era sacerdote:
Al perder el oído quedó privado de su principal ministerio y fue destinado a la casa provincial de Madrid como capellán y administrador de la revista de la Medalla Milagrosa. Quizá por ser de los más débiles de la comunidad, el superior tuvo interés en acomodarlo cuanto antes. El P. Benjamín Ortega pidió alojamiento a la familia Álvarez Ruiz, de Ávila. Le recibieron con gusto en su domicilio de la calle Magdalena, 6, 2º, y allí se refugió el mismo día 22 de julio, antes del asalto a la casa por lo que no tuvo problema en llevarse las obras de Sta. Teresa, el breviario y material para hacer rosarios, que es a lo que se dedicó en el refugio, con toda prudencia y muy bien atendido. Decía misa de seglar los días de fiesta, con asistencia de la familia. La última fue el día de la Virgen del Pilar. El mismo día dos milicianos registraron la casa y encontraron un libro de latín. Ni el P. Benjamín, ni la familia que le acogía ocultaron su condición de sacerdote.
Al día siguiente, 13 de octubre, volvieron los dos mismos milicianos y lo prendieron, conduciéndole a la checa de Fomento. La familia hizo todo lo posible por salvarlo. Le llevaron una manta y la comida de cada día, pero no consiguieron verlo. El hijo [de la familia Álvarez] fue a una peña de amigos a interceder por el Padre. Uno de ellos, que tenía alguna influencia, le dijo que lo sentía mucho, pero que tratándose de un sacerdote o religioso no podía hacer nada, porque la gente de izquierdas estaba juramentada en hacer desaparecer a todos los curas.
José Ruiz Bruixola, de 79 años y natural de Foyos (Valencia), era párroco de San Nicolás en la capital del Turia, fue asesinado en Gilet el 29 de octubre de 1936 y beatificado en 2001. Poco antes de ser fusilado, dijo a una monja que se abalanzó sobre un miliciano: «¡Por Dios, sor Joaquina, que perdemos el Cielo! Mire, ya bajan los ángeles con la palma del martirio. Un instante, y para siempre seremos felices» (ver artículo del aniversario).
Juan Baldajos Pérez, de 64 años y natural de Palencia, era laico profeso agustino -portero y mayordomo, arrestado el 6 de agosto, al ser llamado para fusilar, “abrazó uno por uno a todos los de la sala, pidió perdón públicamente por las faltas o molestias que hubiese ocasionado en la convivencia” y se despidió con un “¡Hasta la eternidad!”-, fue asesinado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2007, al igual que el sacerdote agustino Balbino Villarroel Villarroel, de 26 años y oriundo de Tejerina (León).
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