Cuatro mártires del siglo XX en España nacieron un 16 de enero: un dominico burgalés asesinado en Algodor (Madrid), un mercedario mallorquín al que mataron en plena calle en Lleida, un marista barcelonés muerto en la misma provincia y la superiora general de las hermanas de la doctrina cristiana, alicantina y martirizada en Valencia.
Tres mercedarios cazados como alimañas en Lleida
Antonio Varona Ortega, de 35 años y natural de Zumel (Burgos), sacerdote dominico en la residencia de Nambroca (Toledo), fue asesinado el 25 de julio de 1936 con tres religiosos más y su chófer a orillas del Tajo, en el paraje Malecón de Cañete junto a la estación de Algodor (Aranjuez, Madrid), como ya conté en este blog, y beatificado en 2007. Varona fue martirizado “con los brazos en alto y bendiciendo el nombre del Señor, Rey del Universo”. Había hecho la profesión solemne en 1922 y desde entonces estuvo en Estados Unidos, donde fue ordenado sacerdote en 1926, pasando a Filipinas de donde regresó en 1933 a España, enfermo de tuberculosis, por lo que apenas podía andar. Estaba en Nambroca deshauciado, después de pasar por el sanatorio de Guadarrama.
Jesús Massanet Flaquer, de 37 años y natural de Capdepera (Mallorca), era sacerdote mercedario, fue asesinado en la calle Ballester de Lleida el mismo 25 de julio de 1936 y beatificado en Tarragona en 2013 junto con los otros dos mercedarios martirizados ese día: el provincial Tomás Carbonell Miquel, de 47 años, y el sacerdote Enrique Morante Chic, de 39.
Carbonell había salido de Barcelona al estallar la guerra, confiando en que Lleida fuera más segura. El 21 de julio, estando en misa, irrumpieron los milicianos, fusil en mano y amenazando a los fieles, por lo que, terminada la Eucaristía, se cerró el templo. Los religiosos se escondieron en casas de amigos. Carbonell se refugió en casa del sacerdote Eugenio Terraza, en la calle de San Antonio 21. Pasaba el tiempo en oración, preparándose al martirio. El 25 de julio, a las siete de la mañana, aporrearon violentamente la puerta y entraron en el domicilio cinco milicianos. El mercedario estaba tranquilamente sentado en su habitación, y preguntado sobre quién era; dijo resueltamente:
–Soy sacerdote y provincial de los Mercedarios.
–No hemos perdido el viaje, dijeron los milicianos. Se lo llevaron, iba entre tres milicianos armados, con los brazos en alto y la cabeza muy baja, y a sólo unos pasos, en plena calle, lo acribillaron a balazos.
Massanet, por su parte, Se escondió en casa de mosén Magrí, calle San Antonio 23 piso 3. Carmen Mor traía las noticias de los sucesos y de los asesinatos, pero comprobaba cómo el mercedario se mantenía con gran fortaleza y resignación. Carmen Vidal habló con él varias veces, constatando que estaba muy resignado, sin miedo a la muerte, dispuesto a dar la vida por Cristo, si se presentaba la ocasión. Luego, a media tarde, subió al piso 4, vivienda de Juan Ortiz, que cuenta cómo no temía la muerte, pasaba las horas muy sereno rezando el rosario y otras devociones, se mostraba muy resignado y dispuesto a perdonar a sus asesinos. A la mañana siguiente, para no compromer a Juan, se subió a la buhardilla. Pocas horas después, allí lo encontraron los milicianos, por denuncia de una vecina. Cuando bajaba detenido, vio a Juan Ortiz a la puerta de su piso, y le hizo un signo de gratitud. Lo llevaban a la cárcel, Juan iba a distancia de cuarenta metros para ver en qué paraba: “En la calle Ballester, poco antes de tomar la rambla Aragón, a la altura de la Maternidad, los milicianos le obligaron a acelerar la marcha, y pocos pasos después le dispararon por la espalda. Lo vi caer al suelo. Así acabó este gran hombre. No hubo proceso, ni juicio, ni condena. Quedó tendido, poco después pasaron por allí algunas mujeres, y viendo que aún se movía un poco, le tiraron piedras a la cabeza, rompiéndosela. Quedó así, con el cráneo destrozado y al descubierto la masa encefálica, hasta que su cadáver fue recogido y arrojado a la fosa común. Una mancha roja, rojísima, de amor y perdón, quedó en el empedrado. Adiós, doña Trinidad, hasta el cielo, había dicho instantes antes a una persona conocida”.
Morante, por último, se refugió en casa de su madre, en la calle Pórticos Altos 8, pero, por no comprometer a la familia, pasó la noche del 21 en otra casa, y por la mañana, se lanzó al campo, a la partida de Grenyana, buscando –dijo- una casa de personas de derechas para esconderse hasta que pasara todo; le advirtieron que había por allí poca gente de fiar. Llegó el 22 por la tarde a la ermita de nuestra Señora de Grenyana, que cuidaba Liberata Ibars, el padre pasaba el día en la arboleda, por la noche llegaba a la ermita y la guardiana le daba algo caliente de comer y una manta; luego se iba a pasar la noche entre los árboles o en una masía ruinosa. Los guardianes le encarecían que huyera a Francia, pues estaba en peligro, incluso le ofrecieron dinero. Agradeció todas las atenciones, y se puso en camino a Lérida. De todos era conocido el caso del fraile, y sólo a quince minutos de la ermita lo apresaron dos jóvenes, que lo amarraron con el ronzal de una caballería. Objetó que no le causaran daño, pues él no había hecho ningún mal. Lo transportaron hasta la estación del tren de Lérida, y allí lo lincharon los milicianos, sobre la una de la tarde. Lo echaron a una fosa común.
José Cesari Mercadal (hermano Dionisio Martín), de 33 años y natural de Puig-Reig (Barcelona), es uno de los maristas asesinados en el cementerio de Montcada i Reixac (Barcelona), cuyo rescate se gastó en armas el honorable Tarradellas. Fue beatificado en 2007.
Francisca Desamparados Honorata Lloret Martí (madre Ángeles de San José), de 61 años y natural de Villajoyosa (Alicante), era la superiora general de las Hermanas de la Doctrina Cristiana (doctrineras), con 14 de las cuales (más una de otro instituto) fue asesinada en el Picadero de Paterna (Valencia) el 20 de noviembre de 1936 y beatificada en 1995, como ya he contado en este blog.
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Asesinar gente así, es propio de alimañas.
Pero incluso éstas matan para comer, que esta gentuza progresista mata y tortura para hacer daño gratuito.
¿Cómo podemos protegernos de estas alimañas?
Porque de la misma manera que asesinan tan sangrientamente y sin piedad a gente del todo inocente e indefensa, lo pueden hacer a nosotros y a nuestros hijos.
Estos son los de la memoria histórica, recibiendo ahora honores pagados por todos.