El 23 de abril es aniversario de la beatificación de los mártires de Nembra (2016); hay además seis mártires del siglo XX en España que cumplían años ese día: un carmelita segoviano, un sacerdote capuchino castellonense, un sacerdote secular alicantino y otro almeriense -este dijo sentir cómo destruían el altar mayor del convento de Huécija-, un terciario capuchino (amigoniano) valenciano y un marista navarro.
Adalberto (María) Vicente Muñoz, de 20 años y natural de Cuéllar (Segovia), fue uno de los clérigos profesos carmelitas de la antigua observancia asesinados en Carabanchel Bajo (Madrid) el 18 de agosto de 1936 y beatificados en 2013 (ver artículo del 2 de febrero). Por error en algunos lugares se da como su segundo apellido el de Vicente.
Superior de la custodia de Bogotá
José Ferrer Adell (padre Joaquín de Albocácer), sacerdote capuchino de 57 años, oriundo de Albocásser (Castellón), hizo la profesión religiosa en 1897 y se ordenó sacerdote en 1903. Diez años después fue destinado a Colombia y allí fue elegido en 1925 superior regular de la Custodia de Bogotá. Terminado este ministerio volvió a España y fue nombrado rector del seminario seráfico de Massamagrell. Al empezar la guerra, procuró poner a salvo a los jóvenes y luego se refugió en una casa en Rafelbunyol (Valencia). Allí lo arrestaron los milicianos el día 30 de agosto y lo llevaron a su pueblo natal, ante cuyo presidente del Comité debió comparecer, luego de haber visto a sus familiares y de decirles que si no volvían a verse se verían en el cielo, siendo llevado a las 16 horas a la Carretera de Puebla Tornesa a Villafamés (Castellón), donde fue fusilado, y enterrado en lugar desconocido. Fue beatificado en 2001.
Dijo a sus asesinos: «Os perdono, hermanos»
Francisco Sendra Ivars, de 37 años y natural de Benissa (Alicante), era el cura regente de Calpe. Según la biografía publicada por Antonio Ferrer Such, se ordenó en 1924 y desde fines de 1930 fue coadjutor en Calpe, localidad agrícola y pesquera con 2.241 habitantes. Dos años después, el párroco Juan Rostoll, se retiró a su pueblo natal, dejando a Sendra como regente. Al estallar la guerra, también él marchó a su pueblo natal. El 4 de septiembre, lo sacaron de su casa, donde vivía con su madre, y a las afueras del pueblo fue torturado y abandonado en la carretera de la Garganta de Teulada. Antes de expirar dijo: “Os perdono, hermanos” y “¡viva Cristo Rey!”. Fue beatificado en 2001.
Luis Almécija Lázaro, sacerdote de 53 años natural de Illar (Almería), era párroco de Huécija y Alicún; fue asesinado el 25 de agosto de 1936 en el Puente de los Calvos (Rágol (Almería) y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar.
Según relata Antonio Jesús Saldaña Martínez, en Huécija había fundado Teresa Enríquez a principios del siglo XVI el convento de agustinos de Santa María de Jesús, con objeto de catequizar a los conversos musulmanes. Allí fueron asesinadas, como auténticos mártires, unas 200 personas -incluidos 13 frailes- que se refugiaron de la rebelión de los moriscos acaudillados por El Gorri en Navidad de 1568. A estos mártires se sumaron otros que luego los moriscos llevaron a matar allí, entre ellos el cura de Íllar, Sancho Martínez.
La nueva destrucción del convento, 368 años más tarde, fue sentida al parecer de modo providencial por este sacerdote que se había encargado de custodiarlo y que también sería mártir, siempre según Saldaña:
Don Luis patrocinó la preservación y conocimiento del patrimonio religioso parroquial y conventual de Huécija, nada despreciable en aquél tiempo. Aunque su caridad para con los necesitados era proverbial, no dudó en rechazar enérgicamente las suculentas ofertas de un anticuario francés que, sólo por dos lienzos, le ofreció unas veinticinco mil pesetas de entonces. Temiendo que algún otro anticuario desvalijara lo poco que quedaba, llevó a su casa la documentación que aún quedaba del Convento, especialmente un libro. Como declaró en el proceso de beatificación un testigo ocular: «amaba mucho la casa del Señor y le dedicaba toda su vida».
Tras veintitrés años de cuidadosa conservación por el párroco Almécija, el fatídico año de 1936 trajo una destrucción solo comparable a la de 1568, con semejantes escenas de odio, fuego y sangre. Como se sabe, las particulares condiciones políticas de nuestra provincia se tradujeron en una cruenta persecución eclesial de proporciones asoladoras. Los Comités Rojos locales, auténticos dueños de la situación, fueron los verdaderos protagonistas de este derramamiento de sangre y destrucción. El de Huécija votó la expulsión de don Luis a primeros de agosto y éste marchó a su illar natal para buscar refugio en casa de su hermana.
Su forzoso exilio no quebró su vinculación con la Capilla del Convento por la que había velado tanto, como manifestó una singular anécdota. A los diez días de su expulsión, lo visitó una pobre viuda huecijera con sus tres hijos. Desde su viudez, que la había dejado totalmente desamparada, don Luis no había cesado un solo día de cuidar de ellos como un padre, entregándoles parte de sus ingresos. Al encontrarse, tras las lágrimas por las circunstancias de la entrevista, la primera pregunta del párroco fue por la suerte de su Convento. La viuda le contesto que, cuando ella abandonó Huécija permanecía seguro con las puertas cerradas. Don Luis replicó: «Hay gente dentro pues estoy sintiendo los golpes en mi corazón, están rompiendo el altar mayor». En efecto, aquél mismo día fue destruido con saña lo que no había perecido en el saqueo napoleónico, tampoco corrió mejor suerte la iglesia parroquial. Un día mas tarde, el Comité Rojo de Alhama incendió los restos profanados y saqueó la casa de don Luis, perdiéndose los pocos documentos que se conservaban del Convento, especialmente una bellísima ejecutoria de gran meritó artístico. También ardió el cuadro que representaba a los Mártires de la Alpujarra de la villa, trescientos años después volvían a sufrir el fuego por odio a la fe cristiana. Desde entonces solo las ennegrecidas paredes y los amartillados escudos de piedra son el único testimonio tangible de la otrora fundación de doria Teresa.
Tampoco don Luis pudo salvarse del odio. El 19 de agosto, milicianos terqueños, huecijeros y alhameños lo detuvieron salvajemente y encarcelaron en Alhama. Al día siguiente, su familia y el alcalde de su pueblo natal se personaron en el Comité y se les exigió mil pesetas por su liberación. Tras entregarlas, los milicianos alhameños incumplen su palabra y lo encarcelan en Huecija, para pedir otra vez dinero a sus desesperados familiares. En la madrugada del 24 al 25 de agosto fue sacado de su prisión y conducido hasta el Puente de los Calvos, en el termino municipal de Rágol. Don Luis tomó un crucifijo, le apremiaron a blasfemar y escupirlo. El contesto besándolo sosegadamente y en ese mismo instante lo martirizaron. Tenia 53 años. Su muerte fue celebrada con un gran festín por sus asesinos. Otra vez, la sangre empapaba la historia del Convento.
Asesinada por acoger a un sacerdote
Manuel Legua Martí (padre León María de Alacuás), de 61 años y oriundo de Alaquàs (Valencia), hizo sus votos en 1892 en manos de padre fundador, Luis Amigó. Por enfermedad, no pudo hacer la profesión perpetua hasta 1904. Fue ordenado en 1906. Asaltada la Escuela de Reforma de Santa Rita de Madrid (de la que era director) el 20 de julio de 1936, los milicianos reunieron a todos los religiosos en la dirección del centro. “Hicimos -contó uno de ellos- un acto de contrición colectivo y nos dimos mutuamente la absolución. Siguió un silencio profundo. Estábamos todos tranquilos. Ni un solo gemido o suspiro. Ni un solo gesto de intentar huir”. Una vez libres, Legua fue a casa de un alumno hasta que fue capturado. Lo fusilaron el 26 de septiembre de 1936 junto a la señora de la casa en la carretera de Francia. Fue beatificado en 2001.
Lucio Zudaire Aramendía (hermano Teódulo), de 46 años y natural de Echávarri (Navarra), fue uno de los 46 maristas asesinados el 8 de octubre de 1936 en el cementerio de Montcada i Reixac (Barcelona) y beatificados en 2007.
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