Del lunes 14 de diciembre de 1936 hay un beato hospitalario en Barcelona: Antonio Cubells Minguell (hermano Protasio), de 56 años, que lo mismo puede ser patrón de los músicos que de los que tienen miedo ante la persecución, ya que no se atrevía a salir de casa. También fue martirizado ese día Isidro Alonso, hermano de la Congregación de la Misión.
Por ser el de más reciente beatificación, cedo el primer puesto al hermano Isidro Alonso Peña, burgalés de Zumel y de 77 años, que en el mismo Madrid que presenció su asesinato fue beatificado con otros 59 vicencianos el 11 de noviembre de 2017. Vivió 58 años de vida religiosa. No fue asesinado, pero su vida terminó prematuramente por los sufrimientos que le hicieron padecer a causa de la fe, lo cual basta para recibir la palma del martirio; su biografía se relató así antes de la beatificación:
El H. Isidro formaba parte del segundo grupo de religiosos Paúles de Valdemoro, a los que obligaron a ir andando hasta la estación del ferrocarril, caminando con dificultad, porque el sol es abrasador y el camino es de más de un kilómetro. En Getafe los condujeron al comité instalado en el colegio de los Padres Escolapios. Al verse presos hacen el siguiente comentario comunitario: “No nos cargan de cadenas como a los santos apóstoles Pedro y Pablo, pero tenemos la suerte de empezar a parecernos un poco a ellos y a los demás apóstoles, padeciendo algo por el nombre de Jesucristo. Esto hace que entremos todos en aquellos lugares con mucho ánimo, sin dar señales de tristeza y abatimiento”. En la segunda noche fueron despertados violentamente para ser conducidos a otra prisión, y de nuevo dejan constancia de su actitud martirial: “Teníamos que parecernos algo al Divino Maestro que fue llevado de tribunal en tribunal y a los apóstoles que eran conducidos de cárcel en cárcel y a los mártires de nuestro martirologio paulino que corrieron la misma suerte”. En la cárcel de Ventas ingresan el 29 de julio.
El H. Isidro Alonso Peña, con la humildad que le caracterizaba, sufrió en silencio los malos tratos y la falta de lo más necesario en la cárcel durante cuatro meses y medio hasta que murió por agotamiento. En los ficheros de la cárcel consta su enfermedad, pero no le aplicaron ningún remedio. Sus últimos momentos se conocen por el testimonio del sacerdote Paúl que le asistió espiritualmente. Dice el P. Manuel Rodríguez en sus memorias: “El 14 de diciembre de 1936, un mes después del P. Teodoro Gómez Cervero, murió también el H. Alonso, en la misma habitación que él. Era la enfermería de la cárcel de Ventas. Murió por agotamiento…. Se fue consumiendo poco a poco y casi sin darnos cuenta dejó de existir. Y añade: Le preparé con la confesión, comunión espiritual y jaculatorias. Me retiré de él creyendo que duraría más tiempo y a la hora de esto falleció”.
De consejero provincial y compositor a profesor particular de música
El hermano Protasio profesó en 1899. Fue vicario prior en Calafell (1929-1931) y San Baudilio (1931-1933) y en 1936 era consejero provincial. Hijo de músico, con los niños formaba coros que ejecutaban obras clásicas y las que él mismo componía. Estaba accidentalmente en el Sanatorio de Manresa al estallar la guerra.
Se trasladó a Barcelona,viviendo en distintas pensiones, y daba clases particulares de música para pagar la pensión. Hasta noviembre salía a pasear por la ciudad, pero luego cobró terror a la FAI y no salía de la pensión. El 11 de diciembre desaprovechó una ocasión para marchar al extranjero. Tres días más tarde, dando clases en una casa particular, llegaron los milicianos, se lo llevaron y lo asesinaron en las afueras de Barcelona.
Me dan particular devoción estos mártires de los que no conocemos las circunstancias particulares de su muerte, y que ignoramos si hicieron ese tipo de manifestaciones que algunos consideran condición para el martirio sin serlo -como perdonar o bendecir a sus asesinos, y no digamos ir cantando al martirio-, y que en cambio sufrieron miedo, pues como decía Santo Tomás Moro en La Agonía de Cristo, puede que tenga más mérito el que tiene que superar, siempre con la gracia de Dios, además del dolor de morir, el miedo; que aquel a quien Dios da la gracia de no sentir miedo y sí en cambio alegría ante la muerte.
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