Probable inscripción del enterramiento en Vallecas del beato Manuel Requejo.

A diario le amenazaban: Aquí hay un cura. Hay que matarlo En casa del sacerdote almeriense Domingo Campoy aparecía a diario una amenaza pintada con tiza: Aquí hay un cura. Hay que matarlo


Entre los asesinados el 30 de agosto de 1936, han sido beatificados 22 como mártires del siglo XX en España: los obispos de Almería y Guadix (Granada) –Diego Ventaja y Manuel Medina– y otras doce personas martirizadas en Enix y Tabernas (Almería); en la provincia de Madrid dos salesianos –Germán Martín y Dionisio Ullívarri– y un paúl (Manuel Requejo Pérez); en Bilbao un sacerdote terciario capuchino (Vicente Cabanes, primer mártir en el País Vasco), otro -el padre Joaquín de Albocácer– en la provincia de Castellón, un capuchino más en Barcelona y dos religiosas de San José en Xeresa (Valencia).

En las islas británicas se conmemora el martirio, en 1588, de los beatos Margarita Ward, Ricardo Leigh, presbítero, Eduardo Shelley y Ricardo Martín (laicos), ingleses, Juan Roche (irlandés) y Ricardo Lloyd (galés);  En Etiopía, del beato sacerdote Miguel Ghebra (1855). En Rusia, la Iglesia Ortodoxa ha glorificado a dos sacerdotes mártires en esta fecha de 1918 (Alejo Velikoselsky) y 1937 (Dimitry Ostroumov).


El padre Pedro Antonio AlmécijaAparte de los obispos que fueron beatificados en 1993, los demás mártires almerienses lo fueron en Roquetas de Mar el 25 de marzo de 2017. Dos fueron asesinados en el Pozo de la Lagarta (Tabernas): el cura de Benitagla, Pedro Antonio Almécija Morales, de 32 años y natural de Alsodux; y Domingo Campoy Calbano, natural de Almería, 33 años de edad y coadjutor de la parroquia almeriense de San Sebastián. De Almécija –hermano y sobrino de otros dos mártires– dice la biografía diocesana:

Don Manuel Román González lo recordaba de este modo: « Además de llevar a cabo su labor pastoral como párroco, realizaba las funciones de maestro de escuela. Con frecuencia se trasladaba a la capital a buscar medios para aquellos moradores que vivían con sufrida y alarmante pobreza. Dio siempre ejemplo de su entrega a los demás y puede decirse que entregó hasta su vida como sacerdote y misionero de aquellas tierras agrestes de Benitagla. »

En la Persecución Religiosa lo amenazaron con jugar a la pelota con su cabeza, por lo que se internó en la vega de Almería con un tío suyo sacerdote, el siervo de Dios don Gregorio Morales Membribes. El presbítero Gallego Fábrega narraba así lo acontecido: «El veintitrés de julio le detuvieron y maltrataron, fue conducido al Comité Central. Preso en las Adoratrices, barco prisión Capitán Segarra y Astoy Mendi. Jamás negó que era sacerdote. Todos se admiraban de su paciencia, resignación y de su oración continua en silencio ».

Junto a treinta compañeros, fue arrastrado por un tortuoso camino hasta el pozo de la Lagarta y martirizado.

El padre Domingo CampoyEn casa del sacerdote Domingo Campoy aparecían a diario mensajes amenazadores, según la biografía diocesana:

En 1931 fue nombrado Coadjutor de su Parroquia natal. Presbítero joven y extrovertido, se hizo muy conocido por toda la ciudad. Valiente en su apostolado, fue detenido hasta cuatro veces durante la República. Su sobrino, don José, cuenta que: « Todas las mañanas aparecía, escrito con tiza en la puerta de su casa, esta frase: “Aquí hay un cura. Hay que matarlo”. Mi abuelo cada mañana, muy temprano, quitaba con agua la frase para que la familia no supiéramos nada. »

Detenido en las inmediaciones de la Catedral el diecinueve de julio de 1936, al preguntarle por su ideología respondió: « Yo, soy sacerdote de Cristo, ¿no me habéis conocido?» Le propinaron tal tortura que hasta el mismo médico del barco Astoy Mendi quiso llevarlo al hospital, pero el sargento Cañadas le respondió: « No hace falta, porque esta misma noche lo voy a matar. » Así lo hizo el verdugo en el pozo de la Lagarta, jactándose luego: « ¡Qué buena puntería he tenido, le he dado una muerte cruel, descargándole todos los disparos por la cabeza que se la he hecho saltar! ».

El padre Ángel Alonso Escribano

Los diez mártires de ese día en Enix eran el sacerdote operario diocesano Ángel Alonso Escribano, de 39 años y natural de Valdunciel (Salamanca); el coadjutor de Tabernas, Francisco Rodríguez Carmona, de 26 años y natural de Vera (Almería); el párroco de San José de Almería, de 43 años y natural de esa capital, Juan Manuel Felices Pardo; el canónigo de 43 años Mariano Morate Domínguez, palentino; el sacristán mayor de la catedral, Torcuato Pérez López, de 55 años y de Guadix (Granada); el párroco de Huércal, Antonio García Padilla, de 55 años y de Alboloduy (Almería); el coadjutor de la iglesia de Santiago en Guadix, Aurelio Leyva Garzón, de 58 y natural de aquella ciudad; el beneficiario de la misma catedral Santiago Mesa Leyva, de 61 años y también accitano; el coadjutor de Vera, Nicolás González Ferrer, de 64 años y natural de ese pueblo; y el anciano capellán del Ave María de Granada, Juan Garrido Requeña (72 años), natural de Alcóntar (Almería).

Alonso era prefecto y profesor de lógica en el seminario y de él dice la biografía diocesana:

Aunque debía marcharse a Salamanca el diez de julio de 1936, al esperar la llegada de su sucesor quedó prisionero. Refugiado en un cortijo de la Cañada de san Urbano, tras varios registros fue detenido con tres hermanos de La Salle. A sus treinta y nueve años compartió martirio con los Beatos Obispos de Almería y de Guadix. Sus cuerpos, como todos los martirizados en el barranco del Chisme, fueron desgarrados y quemados.

En la carta que luego escribió el rector del Seminario a sus familiares de Salamanca les dijo: «A la madre de don Ángel tenga la bondad de enterarle de todo esto, y transmitirle mi más profundo sentimiento por tan sensible pérdida, pero al mismo tiempo la más sincera felicitación por tener un hijo en el cielo vistiendo la estola blanca del sacerdocio y ostentando la palma del martirio muy cerca del trono de Dios. Yo me encomiendo a él y le confío mis asuntos como verdadero Santo.»

Según la biografía diocesana, el beato Mariano Morate se sentó a esperar su detención para no causar problemas:

Un seminarista de la época recuerda lo acontecido: «Se sentó en un banco de hierro que había en la plaza, frente a la misma puerta del Seminario. Al salir don Ángel Alonso Escribano, siervo de Dios y operario diocesano y yo, don Ángel le dijo: “Don Mariano ¿es que se va a quedar ahí sentado?” Él contestó: “Yo no conozco a nadie. Sí me han de martirizar, lo mismo me da a mí que sea aquí que en otra parte. Aquí a nadie pongo en peligro de ser perseguido”. Y allí se quedó; allí lo cogieron y allí comenzó su calvario hasta su muerte. Era un sacerdote ejemplar y bondadosísimo. Aún ahora parece que lo estoy viendo. Yo le quería mucho por su afabilidad y gratitud; por todo te decía: “gracias”. »

Del coadjutor Aurelio Leyva, en cambio, se menciona su disposición a defenderse:

De este modo lo recordaba el canónigo Sánchez Cuevas: « De carácter fuerte y decidido hizo frente en más de una ocasión a los que pretendieron faltarle el respeto, poniéndoles a raya. Esto fue también causa de que algunos, en desquite, le buscaran, iniciada la persecución, deteniéndole en los primeros días. »

El mismo canónigo conservaba la memoria de su martirio: « Llevado al vagón de ferrocarril donde llevaron también al Sr. Obispo don Manuel Medina Olmos con otros sacerdotes, fue conducido a Almería con los demás, pasando por varias prisiones. Trasladado al barco prisión Astoy Mendi, fueron maltratados por los milicianos y marineros y, finalmente, en la madrugada del día treinta de agosto fueron sacados en compañía de los Obispos y otros, para ser asesinados y quemados sus cadáveres. »

El beneficiado Santiago Mesa habría sido víctima del cumplimiento de sus deberes:

Precisamente este celo sería la causa de su martirio pues, como recuerda el canónigo Sánchez Cuevas, al comienzo de la Persecución Religiosa: «A ella se dirigió el veinticinco de julio del año trágico, por no quedarse sin celebrar el día de su santo. Con este motivo lo detuvieron y le condujeron al furgón humillante y de allí, a Almería. »

El padre Nicolás GonzálezNicolás González, en cambio, sí pudo celebrar misa el día de Santiago y dio la absolución a los obispos mártires:

Su sobrina nieta lo recordaba así: «Tenía gran celo apostólico. Ayudaba al maestro Pedro a dar clases a los niños y jóvenes del pueblo. No era hombre vicioso, era un sacerdote respetuoso con la gente y al mismo tiempo querido y respetado por todos. No le he oído a nadie decir algo desagradable de él. Vivía con una hermana, que era también una persona profundamente religiosa. Era un hombre de gran fe, fiel al rezo del Breviario. Él manifestaba siempre su amor a Dios y respeto a su santo nombre. Cuidaba mucho su tiempo del confesionario para atender a los fieles en el sacramento de la penitencia.»

El veinticinco de julio de 1936 celebró, con grave peligro, la Santa Misa en la solemnidad del Patrono de España. Durante su detención, el seis de agosto, «Su hermana intentó defenderlo para que no se lo llevaran y alguno del piquete le golpeó con la culata de la escopeta en la cabeza, la tiraron al suelo, dejándola medio loca, y así se mantuvo hasta que murió.»

Sufrió prisión en Almería junto a los beatos Obispos Ventaja y Medina Olmos. Seleccionado para ser martirizado junto con ellos, durante el trayecto hacia el barranco del Chisme, el beato don Diego Ventaja Milán le pidió: «Padre, usted que es el mayor ¿quiere darnos la absolución?»

Beato Manuel Requejo.
Beato Manuel Requejo.

En Madrid mataron al sacerdote paúl Manuel Requejo Pérez, nacido el 10 de noviembre de 1872 en  Aranda de Duero (Burgos), que por tanto contaba 63 años y sería beatificado en Madrid el 11 de noviembre de 2017. Había ingresado en la Congregación de la Misión a los 56 años de edad y 33 de sacerdocio en la Diócesis de Osma-Soria. La biografía de la beatificación solo da cuenta de su vida a partir del segundo mes de la revolución:

Desde el 18 de agosto de 1936 se encontraba el P. Requejo en el asilo de ancianos de las Hermanitas de los Pobres de la calle Doctor Esquerdo, mezclado con los ancianos, vistiendo y viviendo como uno de ellos. En las mismas condiciones estaba refugiado allí un sacerdote Redentorista, P. Antonio Girón González. Por tratarse de una congregación francesa no despidieron a las Hermanitas, pero el día 24 de agosto los comunistas se incautaron de la casa, colocaron sus mandos en puestos claves y fueron unos días trágicos. A las seis de la tarde, los dos sacerdotes y la Hermana sacristana comulgaron y consumieron la Eucaristía de la capilla. El P. Redentorista dijo a la Hermana: “Ahora sí que es para el Cielo”.

A los ancianos les sometieron a largos interrogatorios. El domingo 30 de agosto llegó el turno al P. Girón y al P. Requejo, ninguno de los dos negó su condición de sacerdote y religioso. Inmediatamente los montaron en un automóvil y se los llevaron a fusilar. El portero del asilo, que les vio subir al auto, observó que el P. Requejo iba con paso firme, alta la cabeza. Este portero era un preso común que tenía 30 años de presidio. Uno de los milicianos apodado el matador, le decía a un joven de 17 años a quien estaban adiestrando a disparar con buena puntería, que matara a esos dos sacerdotes, porque no se moverían. Los cadáveres aparecieron al día siguiente en un descampado llamado Fuente Carrantona, cerca de Vicálvaro.

Probable inscripción del enterramiento en Vallecas del beato Manuel Requejo.
Probable inscripción del enterramiento en Vallecas del beato Manuel Requejo.

En realidad, aunque hoy existe una calle con ese nombre en Vicálvaro, durante la revolución se asesinaba en ese lugar por cuenta de las checas de Vallecas, y de hecho en el cementerio de Vallecas aparecen al día siguiente los datos de enterramiento de dos víctimas que con toda probabilidad son los citados sacerdotes. El de 55 años (el enterrador de Vallecas era un gran fisonomista y casi siempre acertaba la edad) sería Girón, a quien «se le encontró un pañuelo de tela blanca con la inicial J., un rosario un crucifijo unas gafas y una medalla» y el de 60 -cadsería el beato Requejo, a quien le encontraron «un escapulario» (legajo 1536, expediente 20, folio 49 de la Causa General).

Fray Marcial de VillafrancaEl capuchino Carles (Marçal de Vilafranca de Penedès) Canyes Santacana, nacido en Vilafranca del Penedès (Barcelona) el 16 de abril de 1917 (tenía 19 años), asesinado en Pedralbes (Barcelona), después de haberse encarado con los milicianos reprochándoles que asesinaran a personas pacíficas, con lo que, dijo, al menos no hizo el ridículo y tuvo su conciencia en paz con Dios. Fue beatificado el 21 de noviembre de 2015.

Donde va la madre voy yo
Estas dos eran la madre Fidela (Maria Dolors Oller Angelats) y la hemana Josefa Monrabal Montaner, beatificadas el 5 de septiembre de 2015 en Girona junto con otra religiosa de su orden que fue asesinada en 27 de agosto. Fueron apresadas en la casa prestada por los familiares de la hermana Josefa, quien ya estallada la guerra, aunque procuraba esconderse, había dicho: «¡Cuánto me gustaría ser mártir, ofrecer mi vida por la conversión de los pecadores y la salvación de España, si es voluntad de Dios!». Aunque los milicianos solo querían asesinar a la superiora, la hermana Josefa insistió en acompañarla: «Donde va la madre voy yo también, yo no la abandono».

Amurrio, donde los guardias civiles detuvieron «con entusiasmo» a los tradicionalistas
Puesto que ya he reseñado en otros artículos las biografías de todos estos mártires, me acerqué a la Causa general a ver si encontraba algún dato más sobre el primer beatificado como mártir en el País Vasco, el valenciano Vicente Cabanes. En la documentación sobre Amurrio (legajo 1337, expediente 31, 122 folios), no se estudia la filiación política de los componentes del comité revolucionario de esa localidad alavesa (disimulado bajo el nombre de Defensa de la República), se especifica que organizó la detención de varias personas -algunas de las cuales fueron luego ejecutadas en cárceles bilbaínas- y que bajo su amparo se cometieron también algunos asesinatos, siempre en personas de filiación política tradicionalista o simplemente (como en el caso del mártir) señaladas por su catolicismo o profesión religiosa. Entre los asesinados hay una niña de 13 años que corrió a abrazarse a su padre cuando fueron a arrestarlo (y matarlo), su caso se cuenta en un libro citado textualmente en las últimas páginas del expediente. Se indaga también sobre los participantes en las detenciones y asesinatos, lográndose solo la aparente confesión de uno que parece haber reconocido ser el primero en disparar a una de las víctimas, afirmación de la que luego se desdice (folios 35-36).

De los guardias civiles que aparecen como participantes en algunas de las detenciones, dice el responsable del puesto en la posguerra que participaron «con entusiasmo» porque eran manifiestos partidarios de los partidos izquierdistas antes de la guerra, pero de nuevo entre las pocas declaraciones conseguidas, uno de ellos, preso, dice que no hacían más que cumplir órdenes de sus superiores, que actuaban con los carabineros y que de todos los registros hicieron las correspondientes actas.

Del asesinato del sacerdote amigoniano Vicente Cabanes, declaran sus superiores conocer por boca del mismo mártir -aunque como se lee en su biografía perdonó expresamente a sus asesinos- el nombre de quien le disparó, un tal José María Díez, de Bilbao, al que los investigadores no encuentran, pero que según el reverso de la foto que entregan los religiosos (y en la que el supuesto asesino va señalado bajo un triángulo), parece que se habría alistado en una bandera del Tercio (legionarios) -supuestamente tras la caída de Bilbao en 1937- y habría sido procesado en diciembre de 1938.

Frente a la falta de referencias ideológicas, sí las hay geográficas, y así se precisa que en el comité había uno de Valladolid y otro de Madrid; el responsable de los carabineros citados por el guardia civil que declara, era gallego, aunque nunca se confirma el apellido que se le supone.

No quiso ser cómplice de las matanzas de presos
Asunto interesante es que, además de los 9 asesinados de la localidad o civiles, aparecen en los folios 115 y 116 declaraciones tomadas en otros lugares donde se denuncian los asesinatos de cinco personas, todas ellas guardias de asalto o de seguridad, enviados a Amurrio para ser ejecutados en el frente disparándoles por la espalda a sangre fría y simulando así que murieron por balas de los nacionales. De todos ellos sospechaban sus asesinos que eran de derechas o afectos a la causa nacional, y uno en particular, el cabo de Asalto Tomás Echevarría Prado, de 28 años, fue asesinado el 13 de octubre de 1936 porque se negó a ser vigilante en el barco prisión Cabo Quilates, donde habían tenido lugar matanzas de presos los días 25 de septiembre y 2 de octubre. Es en esta documentación donde se menciona que los encargados de estas ejecuciones eran miembros de la brigada Bakunin, en realidad un batallón que llevará el número 21 y se integrará el 26 de marzo de 1937 en la 5ª Brigada Mixta, a su vez parte de la 4ª División. Este batallón había sido uno de los tres primeros de los siete creados por la CNT-FAI, controlados por un comité presidido por Primitivo Rodríguez (y Carmelo Doménech como jefe militar). En definitiva, parece que los crímenes de Amurrio fueron probablemente obra de anarquistas.

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