Vía férrea al sur de la partida La Plana de Denia, donde asesinaron y mutilaron al padre Plácido García.

Si a nosotros nos matan, otros harán triunfar la causa de Dios El sacerdote Carmelo Sastre dijo a uno de sus feligreses: Si a nosotros nos matan, otros harán triunfar la causa de Dios, por Él lo hemos de sufrir todo


Entre los asesinados el domingo 16 de agosto de 1936 hay 30 beatificados: 20 de ellos son franciscanos de Consuegra (Toledo) martirizados en Fuente el Fresno (Ciudad Real). Además hay uno de la misma orden -el padre Plácido García– en Dènia (Alicante); un hermano –Gabriel María de Benifayó– terciario capuchino y un sacerdote diocesano –Carmelo Sastre– en la provincia de Valencia; un diácono capuchino –Enrique de Almazora– en la de Castellón; un sacerdote mercedario –José Reñé Prenafeta– y un sacerdote capuchino en la de Barcelona; un sacerdote operario diocesano –Amadeu Monje Altés– en la de Tarragona; un claretiano –Sebastià Balcells Tonijuan– y un salesiano –Jaime Bonet Nadal– en la de Lleida; más un sacerdote secular, Antonio Rodríguez Blanco, en la de Córdoba.

En Japón se conmemora a los beatos Melchor Kumagai, martirizado en Yamaguchi (Hiroshima) en 1605, al franciscano español Juan de Santa Marta, martirizado en Kioto en 1618, y a Simón Bokusai Kiota, catequista, su esposa Magdalena, Tomás Gengoro, su esposa María y su hijo Jacobo (de 2 años), martirizados en Kokura en 1620; en Francia al beato Juan Bautista Ménestrel (1794); en Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado al diácono checo Vyacheslav Lukanin, martirizado en 1918, y al sacerdote Nicolás Pomerantsev, martirizado en 1938.

¿Qué mejor que morir por la causa de Dios?
El padre Plácido García Miguel García Gilabert (padre Plácido), de 41 años y oriundo de Benitachell (Alicante), profesó como franciscano en 1911 y fue ordenado sacerdote en 1918. Fue enviado para ampliar estudios a Roma (1930-1933), donde obtuvo el título de lector general en la Facultad de Derecho Canónico del Antonianum con la máxima calificación. Al regresar a su provincia franciscana, enseñó Teología en el Estudiantado Franciscano de Ontinyent, donde también fue superior de la comunidad franciscana y rector del Colegio La Concepción. El 21 de julio de 1936 la comunidad tuvo que dispersarse, y el padre Plácido se refugió en casa de su familia en Benitachell, donde hizo vida normal. Ante las advertencias de sus familiares sobre el peligro que corría llevando el hábito religioso y no escondiéndose, solía responder: «¿Qué me puede pasar? ¿Que me quiten la vida? ¡La doy gustoso!». A una maestra que se mostraba temerosa le dijo: «La encuentro muy desanimada. No sea así, hemos de recibir del Señor todo lo que él nos mande, recibirlo con alegría. Yo ya me he ofrecido como víctima; no se lo digo por vanagloriarme, sino para que usted se anime. ¿Qué mejor que morir por la causa de Dios?». Cuando su familia le propuso ir a Mallorca (zona nacional), contestó: «No, que luego se vengarán en vosotros, yo soy solo y no hago falta a nadie, vosotros os debéis a vuestras familias. De manera que ni pensar que yo me esconda».

Aceptó retirarse a una casa de campo de su hermano Vicente, donde vivió hasta el día 15, cuando le detuvieron. Su hermano es quien explica que «serían las tres de la tarde, vinieron al pueblo un camión de milicianos con ametralladoras, procedentes, según se decía, de Jávea y Denia. Estuvieron a buscarlo en una casita de campo de mi propiedad en las afueras del pueblo. Al no encontrarle, los mismos milicianos les acompañaron a la casita de mi hermano Gabriel, más alejada del pueblo, donde se encontraba entonces. Y allí fue detenido. Los milicianos preguntaron por un sacerdote. Mi hermano Gabriel dijo que allí no había ningún sacerdote. El Siervo de Dios que estaba en el interior, al oír aquellas palabras salió inmediatamente y dijo: “Aquí lo que hay es un fraile y soy yo”. Entonces le intimaron a que se fuera con ellos inmediatamente y sin reparo alguno. Voluntariamente les siguió. Fue subido a un camión y paseado por todo el pueblo, para que todos los vecinos se enteraran de su detención, y luego llevado a Denia».

Vía férrea al sur de la partida La Plana de Denia, donde asesinaron y mutilaron al padre Plácido García.
Vía férrea al sur de la partida La Plana de Denia, donde asesinaron y mutilaron al padre Plácido García.

Según el relato de Vicente García, el 16 lo llevaron a La Plana, en Denia, en el mismo camión. «Los milicianos le invitaron a que se apease y de allí tomase la dirección hacia el pueblo, pues le dijeron que estaba libre y que él ya conocía el camino. Apenas hubo empezado la marcha, los milicianos le dispararon unos tiros dejándolo muerto en el acto». Al oír gritar a un niño «ya han muerto al fraile», Vicente pidió al comité que recogieran el cadáver, que vio «martirizado y herido por las armas de fuego en la espalda y un ojo vacío». Según la autopsia hecha el día 17, «estaba mutilado: le faltaban los órganos sexuales y una oreja; y además presentaba señales punzantes en nalgas y otras partes, como producidas por una aguja saquera».

Con cinco sacerdotes de Benifayó
El hermano Gabriel María de Benifayó José María Sanchis Mompó (hermano Gabriel María de Benifayó), de 77 años y natural de esa localidad valenciana, profesó en 1890 en el Instituto de los Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores. Ejerció el oficio de administrador y el de carpintero. Pasó sus últimos años en Godella (Valencia). Al estallar la guerra fue acogido por su sobrina Florencia Sanchis. Fue detenido el 14 de agosto de 1936, recluido en la cárcel del pueblo y asesinado en la madrugada del 16 de agosto, junto con cinco sacerdotes del pueblo -todos ellos están en proceso de beatificación, en la partida de La Coma, junto a la Masía de Espioca, de Picassent.

«No confiemos más que en Dios, por Él lo hemos de sufrir todo»
El padre Carmelo Sastre Carmelo Sastre Sastre, de 45 años y alicantino de Pego, era sacerdote de la diócesis de Valencia desde 1919. En Villalonga emprendió una eficiente campaña contra el analfabetismo. Su casa pronto se convirtió en una escuela a la que acudían los niños, y para ellos organizó excursiones con mucha frecuencia, alternando las enseñanzas con la diversión. Estableció la Congregación de San Luis Gonzaga, en la que recogió a un buen número de niños y niñas y creó una banda de música. Pasados cuatro años, lo destinaron a Tabernes de Valldigna, luego a Oliva y finalmente como párroco a Piles. Tuvo un trato muy abierto y buscaba a la gente incluso en el café del pueblo. Era campechano con todos y hacía obras de caridad con los más pobres y necesitados.

Su ama de llaves recuerda que «iniciada la guerra, cerraron la iglesia, a los pocos días. Él se recluyó en la abadía [casa parroquial], pero a los cuatro o cinco días, salimos de la abadía, para otra casa, con deseos de volver a Villalonga pues nos echaban de casa; le dijeron del comité que no se fuera del pueblo, porque allí no le pasaría nada. Durante aquellos días de prueba, en que se lo quitaron todo, y le quemaron la biblioteca, siempre decía: “Paciencia, venga lo que Dios quiera”. Lo mataron por ser sacerdote, pues además de no mezclarse jamás en política, como cierto día le viera yo, ya iniciada la guerra, que habían encerrado a dos de Piles por ser fascistas, el Beato sonriendo un poco me contestó: “Pues a mí si me detienen y matan, no será por ser fascista, sino por ser sacerdote”. A un feligrés le dijo: “No tengas miedo, ánimo y adelante; si a nosotros nos matan, otros harán triunfar la causa de Dios. Confiemos en Él, que nos ayudará en todo momento… no pasa nada. Ya verás como todo se arregla. Pero no confiemos más que en Dios, por Él lo hemos de sufrir todo”. A la propuesta de que se marchara o escondiera, le respondió: “No tengas miedo. Yo he de estar donde está mi obligación. No me voy”. Igualmente, a una feligresa que le proponía salir por la puerta trasera de su casa hacia Villalonga u otro lugar donde no le conocieran, el padre Carmelo contestó: “No; estoy bien aquí. Ocurra lo que Dios quiera, y en Dios solo he de confiar”».

El padre Sastre recibió —según cuenta Felipe Tur Salom— un anónimo conminándole a abandonar en veinticuatro horas su casa (la abadía) y quitarse la sotana. El sacerdote trasladó entonces el archivo y objetos del culto a una casa particular. Conminado por el ayuntamiento, que aseguraba que no le ocurriría nada, se fue a otra casa; para no defenderse, echó en un pozo una escopeta que tenía. Uno de sus monaguillos, Felipe Todolí Climent, recuerda haberle visto «casi siempre con el libro de rezo. Se mostraba muy alegre y bondadoso con los niños acólitos. De tal manera preveía su muerte, que dijo a los que le habían acogido: “Mi cuerpo pide tierra”. Él quería irse a su pueblo por aquellos días, pero los del comité le dijeron que no le pasaría nada. Se quedó pues sereno, pero presintiendo su fin».

De nuevo el ama de llaves recuerda que «estando en la casa de la familia que nos habían acogido, una noche, de doce a una, nos vinieron una caterva de milicianos llamando a la puerta. Abrimos la puerta y se coló el jefe, pero cerré inmediatamente y el jefe dentro de la casa preguntó dónde estaba D. Carmelo. Lo llamé y bajó él. Le hizo una serie de preguntas y serenamente contestó D. Carmelo, diciendo que su actuación sabían todos cuál había sido. La de un sacerdote preocupado de los intereses de Dios y de las almas. Salió el miliciano, yo cerré la puerta y pude oír cómo decían los demás: “¿Pero cómo sales sin el cura?”. A lo que el jefe, haciendo un gesto de que callaran, se fueron tras de él. Entonces el Beato exclamó: “Le he pedido a la Virgen que no fuera esta noche la de mi martirio, sino otro día, pues temía por vosotras, por si también les pasará algo”. Él solía decir que la muerte no le importaba diez años antes o después. El día 13 de agosto de 1936, sobre las cuatro de la tarde, nos lo vimos bajar de su habitación donde estaba tomando la siesta y todo impresionado nos dijo “¿qué pasa?”, le dijimos que no ocurría nada y como él insistiera que no había sido sueño, sino que ocurría algo grave, para serenarlo nos pusimos a rezar el rosario con él. Sobre el cuarto misterio, vinieron dos milicianos preguntando por él. Dijeron que les siguiera al comité. Él sin ofrecer resistencia se ofreció y lo encerraron en el Ayuntamiento. Como yo le llevara la comida varias veces, y me viera llorar, me decía: “Tonta, pero por qué lloras, morir como mártir es lo más glorioso y la gracia mejor”». Ante los temores expresados por su compañero de cautiverio Felipe Tur Salom, el padre Carmelo le replicó:
—¿Tú has hecho mal a nadie?
—Yo no.
—Pues entonces, no temas, pues qué gloria más grande morir por la gloria de Dios.
El 15 de agosto, según este testigo, «rezamos por la tarde el rosario. Y como luego nos trajeran la cena los familiares, al ponernos a cenar, yo recuerdo que no podía tragar por el temor de que me mataran. Y al ver yo como D. Carmelo comía tan sereno, le dije: “¿Y Ud. no tiene miedo?”, me contestó: “No haciendo nada malo, qué gloria más grande si nos matan por la religión y la gloria de Dios”». En la madrugada del 16 se lo llevaron. Mientras que la primera vez, según un feligrés, «estaba tan dispuesto a no ofrecer resistencia, que al atarle las muñecas les dijo: “No apretéis tanto, que no me escaparé”», esta vez, según Julia Climent, «como un miliciano le atara fuertemente de las muñecas, le dijo: “¿Qué mal te he hecho yo, para que así me ates las manos?”».

Un vendedor de uvas que vio cómo lo mataban en Palma de Gandía, comentó: «Vaya hombre fuerte y fervoroso, después de martirizarlo tanto con qué fervor aguantaba». También su antiguo acólito tuvo referencias parecidas: «Uno de los milicianos que lo mató, dos días antes pasó por casa y nos dijo: “Acabo de ver al Sr. cura, y le he dicho, que esté tranquilo, que no le pasará nada”. Luego, al cabo de dos días, este mismo miliciano lo mató. Su muerte, según dicen, fue muy lenta, de verdadero martirio. Dicen, que en la agonía se aclamaba mucho a la Santísima Virgen». Cuando fueron sus sirvientas a por el cadáver, les informaron que «lo dejaron malherido creyéndolo muerto, y en su larga agonía no cesaba de repetir: Ay Mare de Deu, hasta que lo remataron luego otra vez, hecho confirmado por la Sra. Bárbara Tomás Torres, feligresa del beato».

El diácono Enrique de Almazora Enrique (de Almazora) García Beltrán, de 23 años y oriundo de esa localidad castellonense, ingresó en el noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos en 1928; era diácono y se preparaba para ser ordenado presbítero. Al estallar la guerra, se refugió en su casa paterna y se preparó serenamente para el martirio, que aceptó con generosidad. Fue asesinado en la Pedrera de Castellón (probablemente el monte Pedrera de l’Abeller), el 16 de agosto.

Ya había tenido que salir huyendo dos veces de Xàtiva
El hermano Sebastià Balcells Sebastià Balcells Tonijuan, de 50 años y de Fuliola (Lleida), nació en una familia de cinco hermanos, de los que cuatro fueron religiosos (su hermana Silveria fue filipense; su hermano Antonio, claretiano, predicó en Fenando Poo y en Cataluña, y Andreu fue coadjutor claretiano en Brasil). También Sebastià fue coadjutor claretiano y profesó en 1902. Profesor de párvulos en diversos colegios, estaba en el de Xàtiva en 1932, cuando fue asaltado y la comunidad tuvo que huir. En marzo de 1936 fueron obligados a abandonar definitivamente la ciudad. El hermano Sebastià fue acogido unos días por una familia amiga, antes de que sus superiores lo destinaran a la nueva fundación de El Grao y a la Selva del Camp, comunidad que se dispersó el 20 de julio de 1936, pasando Balcells a El Grao y a la casa de su familia en su localidad natal de La Fuliola. Hablando con su hermana el día de la Asunción, le dijo que «dar la vida por Cristo le parecía un ideal sublime». Hacia las tres de la madrugada, un grupo de unos ocho milicianos llamó a la puerta. Entraron y dijeron al religioso que debía presentarse al comité de Tàrrega. Balcells salió con ellos camino de Agramunt y les preguntó claramente, algo desconcertado:
¿Vosotros me lleváis a la muerte, verdad?
—Sí.
Balcells se sacó el santo rosario del bolsillo y empezó a rezar en silencio, mientras era llevado por los pistoleros hasta la sierra de Almenara. Entre el kilómetro 17 y 18, los milicianos le ataron y le descargaron ocho disparos.

Sobrevivió tres días a su primo
El padre Jaime Bonet Jaime Bonet Nadal, de 52 años y natural de Santa María de Montmagastrell (Lleida), siguiendo el ejemplo de su primo hermano José, profesó como salesiano en 1909, ordenándose sacerdote en 1917. Destinado desde 1924 a las Escuelas Salesianas de Barcelona-Rocafort, al estallar la guerra se refugió en casa de un antiguo alumno, pero para no crear problemas buscó otros refugios, marchando a su pueblo. Considerando que era inseguro, trató de volver a Barcelona, pero en la estación de Tàrrega (Lleida) fue reconocido, arrestado y asesinado, sobreviviendo solo tres días a su primo José, mártir en Barcelona.

Párroco mártir de Pozoblanco
El padre Antonio Rodríguez Antonio Rodríguez Blanco, de 59 años y natural de Pedroche (Córdoba), al terminar los estudios medios en el Colegio Salesiano de Utrera (Sevilla), entró en el Seminario de Córdoba y fue ordenado sacerdote en 1901. Ejerció en su pueblo natal, luego fue profesor en el Seminario de Córdoba y, desde 1910, párroco de Pozoblanco, donde era cooperador de la comunidad salesiana. El 16 de agosto de 1936 don Antonio fue arrestado y fusilado, mientras oraba por sus perseguidores y les perdonaba.El padre Anselm de Olot

El sacerdote capuchino  Laurentí (Anselm de Olot) Basil Matas, nacido en Olot (Girona) el 28 de diciembre de 1878 (tenía 57 años), había sido misionero en Colombia y se había refugiado en casa de un familiar en Barcelona, hasta que tras una denuncia lo detuvieron milicianos de la FAI y lo mataron. Fue beatificado en Barcelona el 21 de noviembre de 2015.

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