Seis mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el miércoles 2 de septiembre de 1936 y uno un año después: un sacerdote-el padre Gonzalo–de los Sagrados Corazones en Madrid; otro –Juan Franquesa– de la Congregación de Hijos de la Sagrada Familia y el claretiano Ramón Rius Camps en Cervera (Lérida); el sacerdote diocesano Martín Salinas Cañizares, de Almería; el operario diocesano –Lorenzo Insa Celma– en Tortosa; un hermano de La Salle -el hermano Esiquio José– en la provincia de Gerona; y en 1937 el cooperador dominico José María Laguía Puerto en Asturias.
En Francia es aniversario del martirio del beato sacerdote Jacobo Vitalis y 20 compañeros en la abadía de Saint-Germain-des-Prés, así como de los tres beatos obispos Juan María de Lau d’Allemans, Francisco José y Pedro Ludovico de la Rochefoucauld y 92 compañeros clérigos y religiosos -incluidos tres de la congregación de San Mauro, Agustín Chevreux, Renato Massey y Luis Barreau de la Touche, y el primero de ellos canonizado, hermano Salomón Leclerc, de La Salle- en París (1792); en Rusia, la Iglesia Ortodoxa ha glorificado a tres sacerdotes mártires de 1918 (Leo Ershov, Alexander Malinovsky y Vladimiro Chetverin) más uno de 1919 (Nicolás Biryukov).
Abandonó el refugio de la Legación de Honduras porque quería predicar
Fortunato Barrón Nanclares (padre Gonzalo), de 36 años y riojano de Ollauri, profesó en los Sagrados Corazones en 1917 y era sacerdote desde 1923. Apóstol de la entronización del Sagrado Corazón y de la Adoración Nocturna, llegó a reunir a 40.000 adoradores nocturnos. La guerra le sorprendió en Madrid, donde era muy conocido a causa de su predicación en el Cerro de los Ángeles, y fue muy buscado, por lo que cambiaba de lugar de vez en cuando. No soportaba estar encerrado sabiendo que había tantos que sufrían o necesitaban de la ayuda espiritual. Por esto salió de la Legación de Honduras, donde estuvo algún tiempo refugiado, y se fue con una familia conocida.
En una de sus salidas de la casa le fueron siguiendo por la calle hasta que lo rodearon y detuvieron. Era el 1 de septiembre. Le hicieron un interrogatorio, en el que «con voz resuelta y con la mayor energía afirmó: “Declaro que soy sacerdote, que he ido en peregrinación al Cerro de los Ángeles y predicado muchísimas veces porque esta era mi misión”». Preguntado por sus compañeros, respondió: «Somos tan perseguidos, que cada día están en un sitio diferente». Al día siguiente apareció su cadáver en la calle Carbonero y Sol (frente a Nuevos Ministerios), en los llamados Altos del Hipódromo.
Reconocieron al religioso, a pesar del disfraz de payés
Juan Franquesa Costa, de 69 años y leridano de Santa Fe de la Segarra, fue novicio desde 1889. Escribió numerosas obras para difundir la devoción a la Sagrada Familia. En 1908 residía en el colegio nazareno de Blanes, e interpretó como un error la fusión con los teatinos. Al estallar la guerra pertenecía a la comunidad del Colegio de Huérfanos Pobres de Sant Julià de Vilatorta, pero se encontraba en Barcelona predicando unos ejercicios espirituales. Refugiado en Sant Boi de Llobregat y en su casa natal de Santa Fe (a menos de diez kilómetros de Cervera), fue albergado en el piso del sastre Gibert, en la calle Gerona. Eran ya los últimos días del mes de agosto, cuando la persecución religiosa fue más encarnizada en Cervera. Disfrazado de payés y acompañado por su sobrino Jaime Franquesa, fue hacia Sant Guim de Freixenet para tomar el tren, pero lo detuvieron en un control. Dejaron en libertad a Jaime y a los dos días fusilaron al padre Franquesa.
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