Un mártir del siglo XX en España fue asesinado el 9 de junio de 1938: el laico almeriense Luciano Verdejo. Otros cinco nacieron un 9 de junio: un hospitalario alavés, un lasaliano castellonense, una laica valenciana, una adoratriz vizcaína y un agustino leonés.
Luciano Verdejo Acuña, de 51 años (había nacido en Almería el 26 de octubre de 1886), era adorador nocturno y miembro de las Conferencias de san Vicente de Paúl, fue asesinado en Turón (Granada) el 9 de junio de 1938 y beatificado en Roquetas de Mar (Almería) el 25 de marzo de 2017. La biografía diocesana apunta que los revolucionarios tuvieron motivos religiosos y políticos para matarle:
Iniciada la Persecución Religiosa marchó a un cortijo de Huércal de Almería, pues había dado refugio a los jesuitas durante la República y algunos de sus parientes militaban políticamente. A primeros de septiembre de 1936 fue detenido y, tras una parodia de juicio, condenado a un año y medio de prisión. Tenía cincuenta y dos años.
Su hijo recoge el testimonio de su padre: « Su delito era ir a Misa y comulgar todos los días. Cumplida la condena, no lo ponen en libertad sino que lo llevan a la Venta de Araoz. Allí debieron torturarle porque yo le vi la ropa manchada de sangre. De allí lo llevaron a los campos de trabajos forzados de Turón. En Turón fue sometido a toda clase de humillaciones y malos tratos; lo mataron en la cuneta. »
Primo Martínez de San Vicente Castillo, hermano profeso de la orden hospitalaria de los hermanos de San Juan de Dios (hospitalarios), natural de San Román de Campezo (Álava) y de 67 años, fue asesinado el 25 de julio de 1936 en Talavera de la Reina (Toledo) -junto con otros tres hospitalarios, como se cuenta en el artículo del 24 de febrero– y beatificado en 1992. Trabajó en México de 1909 a 1915, siendo expulsado por los revolucionarios.
Clemente Vea Balaguer (hermano Clemente Adolfo de las Escuelas Cristianas), de 38 años y oriundo de La Jana (Castellón), fue asesinado el 15 de agosto de 1936 en San Mateo (Castellón) y beatificado en 2013. Tomó el hábito lasaliano en 1917. Desde 1933, estaba en Tortosa y al comenzar la guerra marchó a su pueblo natal, donde los milicianos le detuvieron al llegar, y tras registrarlo le dejaron ir a su casa con orden de no salir. En la tarde del 14 de agosto, le mandaron salir y se lo llevaron junto con el párroco del pueblo, Vicente Castell, con quien pasó la noche en oración. El día 15 los mataron en el cementerio de San Mateo.
La anciana bordadora de Onteniente: «Lo más que pueden hacer es matarme»
Crescencia Valls Espí, de 73 años y natural de Ontinyent (Valencia), fue martirizada con sus tres hermanas el 27 de septiembre de 1936 en L’Ollería y beatificada en 2001 (las hermanas no). bordadora y mujer de comunión diaria, que rezaba diariamente el rosario en familia y tenía director espiritual. Pertenecía a varias asociaciones piadosas, como las Hijas de María, el Apostolado de la Oración, las Mujeres de San Vicente de Paúl, el Perpetuo Socorro, la Acción Católica y la Tercera Orden de la Virgen del Carmen. Visitaba enfermos, pedía a los ricos para atender a los pobres, ayudaba en ocasiones a pagar los gastos de sepelios, además de consolar a las familias de los difuntos, hasta tal punto que una de sus vecinas declaró: “Yo recuerdo el caso de una joven tuberculosa, a quien procuro toda clase de medicinas y alimentos: Procuraba leche a las madres y a los niños pequeños. Era exagerada en su amor a los pobres; los amaba tanto que no miraba a ninguna ideología por socorrerlos”. Los enemigos de la Iglesia la llamaban “la santurrona”, recibió amenazas de muerte y en enero de 1936 el alcalde de Ontinyent la denunció ante el gobernador civil de Valencia por hacer campaña a favor del Papa.
Ya en plena revolución, según recordaba María Torró Perseguer, “los rojos asaltaron las iglesias y quisieron arrestar al señor párroco; un cuñado mío lo defendió, la tarde del 11 de agosto lo asesinaron”, y cuando Crescencia Valls se enteró “vino a casa a darnos el pésame, aun siendo esto peligroso: no tenia miedo, no se escondió aun sabiendo que encarcelaban y asesinaban a los buenos católicos”. Sabina Reig Martínez, por su parte, declaró que “Crescencia Valls vino a mi casa a dar ordenes de mi hermano sacerdote y de los familiares que estaban en la cárcel, y yo le dije que se fuese rápido a su casa y ella me respondió: Que el máximo que aquellos rojos le podían hacer era matarla por Dios”.
Por fin, según recuerda Antonio Pala Mallofré, “el día 26 de septiembre de 1936, a las 11:45, cuatro milicianos armados, a las ordenes del Presidente del Comité de la Salud Publica, arrestaron a la Sierva de Dios con sus hermanas Concepción, Carmen y Patrocinio. Fueron llevadas a la cárcel femenina instalada en el Juzgado de 1ª Instancia. Se decretó su muerte la noche precedente a su arresto por parte del comité rojo y precisamente por sus ideas católicas porque no había otro motivo. A las 23:30, los componentes de la familia Úbeda que vivían enfrente de la prisión, la vieron salir. Estaban preparados cuatro coches; en dos de ellos subieron dos hermanas en cada uno. En el momento que se las llevaron de la prisión se interrumpió la luz eléctrica en la ciudad, y quedo todo oscuro”. Aunque su aspecto “era tranquilo y sereno”, Crescencia y su hermana Carmen se opusieron a subir, “por lo que los milicianos les pegaron golpes con los fusiles y le rompieron las muñecas” a Crescencia. “A las 24:00 en el Puerto de Ollería en el lugar llamado la Pedrera del territorio de Canals, fue martirizada junto a sus hermanas”. Un vendedor de alfarería “escuchó los disparos y los gritos de las mártires que decían: Morimos por Dios. ¡Viva Cristo Rey!”. Sabina Reig añadió: “Ella dijo a aquellos milicianos rojos: Se que vais a matarme, pero yo os perdono y os conservo un pedazo de cielo”.
María Prima (de Jesús) Ipiña Malzárraga, de 48 años y natural de Valle de Orozco (Vizcaya), fue una de las 23 adoratrices asesinadas en Vicálvaro el 10 de noviembre de 1936 (ver artículo del aniversario) y beatificadas en 2007.
Un agustino patrón de los administradores de colegios
Ricardo Marcos Reguero, laico profeso agustino de 45 años y natural de Villanueva de las Manzanas (León), fue asesinado el 30 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (Madrid) y beatificado en 2007. Según el relato de la provincia matritense de la Orden de San Agustín, «ingresó en Portugalete (Vizcaya) como hermano donado el 8 de marzo de 1907. Allí residió varios años. Hizo el noviciado en el Monasterio de El Escorial donde profesó de votos simples el 27 de agosto de 1912, y de votos solemnes el 29 de junio de 1918, en el colegio de Alfonso XII, siendo director el padre Julián Rodrigo.
De nuevo se le fija la residencia en Portugalete. Debió estar poco tiempo, pues ya ciertamente en el curso 1915-16 se encontraba en el colegio de Alfonso XII de San Lorenzo de El Escorial. Permaneció en este lugar hasta 1936, como administrador. Cerrado este colegio por orden del Gobierno en él a mediados del mes de julio, fray Marcos fue trasladado al Monasterio.
Los sucesos del 18 de julio de 1936 le sorprendieron el Monasterio. A los pocos días el colegio de Alfonso XII se convirtió en hospital de sangre del cercano frente de la sierra de Guadarrama. A pesar de que los agustinos fueron expulsados del colegio hacía poco más de una semana, las autoridades requirieron que fray Marcos volviese para manejar la maquinaria del lavadero y otros utensilios que solo él entendía. En las dos semanas que estuvo fue tanto lo que sufrió al ver los heridos y las muertes, que quedó fuertemente impresionado hasta el final de su vida.
Detenido con toda la comunidad el 6 de agosto de 1936 fue encarcelado en la prisión de San Antón. Al poco tiempo de entrar en la cárcel sufrió un colapso debido a la situación vivida las semanas anteriores, sufriendo pesadillas continuas. Tuvo siempre como idea fija la idea del martirio.
Fue juzgado a finales del mes noviembre por un falso tribunal popular y condenado por ser religioso. Su nombre figuró en una «saca» de la muerte en las primeras horas de la mañana del mes de noviembre. Le despojaron de todo y le ataron las manos a la espalda. A media mañana fue conducido con otros 50 agustinos a Paracuellos del Jarama, donde todos fueron asesinados. Durante el trayecto y en los momentos de la muerte dieron muestras de fe y de entereza moral que impresionaron vivamente a los mismos verdugos.
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