Del 6 de diciembre hay 16 beatos: 11 que fueron asesinados en las cárceles de Guadalajara, cuatro Siervas de María que lo fueron en Las Rozas y Pozuelo, más una seglar en Paterna (Valencia).
Los 303 de las cárceles de Guadalajara
Los de Guadalajara eran siete salesianos de la comunidad de Mohernando -asaltada el 1 de agosto y desde el 2 en prisión- y cuatro paúles. Seis de los salesianos tenían 21 años: Pascual de Castro Herrera, Juan Lorenzo Larragueta Garay, Luis Martínez Alvarellos y Florencio Rodríguez Güemes (seminaristas), Heliodoro Ramos García y Esteban Vázquez Alonso -este profesó el 23 de julio de 1936, y le dijo a su hermano Vicente: “tú no te separarás de mí. Si tenemos que morir, hagámoslo juntos”, el hermano, sin embargo, por falta de espacio en la cárcel de Guadalajara, fue enviado a Madrid y sobrevivió- (coadjutores), mientras que el sacerdote alavés Miguel Lasaga Carazo tenía 44. El salesiano Francisco Javier Valiente resume así lo sucedido:
“Ya el 1 de septiembre de 1936 se intentó asaltar la cárcel, como represalia por una incursión aérea de los militares franquistas que no causó daños. Afortunadamente, la saca pretendida por un grupo de milicianos armados no se llevó a efecto. Pero este hecho inicial dejó grabado en la conciencia de todos los presos que un nuevo intento no quedaría frustrado. Efectivamente, el día 6 de diciembre de 1936 un nuevo bombardeo fue otra vez el pretexto utilizado para desencadenar la tragedia. Concurrieron en ella todos los agravantes. El gobernador civil concedió explícitamente su anuencia y el ejército republicano colaboró directamente en la masacre. De este modo, la turba armada se desparramó por todas las dependencias de la cárcel e inmediatamente comenzaron los fusilamientos en masa que se prolongarían hasta altas horas de la noche.
Según la crónica de don Higinio Busons, un preso que logró escapar de los fusilamientos, don Miguel Lasaga se había sentado en una cama desde el momento en que se produjeron las primeras descargas. Cuando los demás presos de su grupo empezaron a dispersarse con precipitación, se levantó y los contuvo con un ademán y breves palabras: Bueno, amigos, dijo, esperen ustedes un momento, que les voy a dar la absolución. Seguidamente, don Miguel tornó a su postura de antes, acompañado ahora por un joven salesiano que estaba con él en la misma galería.
Los asesinatos continuaron hasta avanzada la tarde. Los milicianos subían y bajaban por dormitorios y galerías. Disparaban a quemarropa, acribillaban a los refugiados en las dependencias o los empujaban al patio para ejecutarlos. Así hasta las tres de la madrugada que acabó la descomunal masacre. Consumado el crimen, era necesario deshacerse de los cadáveres. En camiones fueron llevados, unos hasta una fosa excavada en un olivar situado en el camino de Chiloeches, y otros a fosas comunes del cementerio de Guadalajara. Entre ellos estaban los siete salesianos”.
En cuanto a los paúles, eran tres sacerdotes de la Congregación de la Misión –Vicente Vilumbrales Fuente, de 27 años; Ireneo Rodríguez González, de 57, y Gregorio Cermeño Barceló, de 62-, más un hermano coadjutor, Narciso Pascual Pascual, de 19 años. La comunidad de Guadalajara la formaban seis sacerdotes y dos coadjutores. En la primavera de 1936, trasladaron a Murguía (Álava) a los aspirantes con parte de los profesores, para ponerlos a salvo, quedando en la casa únicamente los cuatro nombrados. El 1 de mayo habían sido expulsados los paúles de Cuenca por orden gubernativa y con grandes amenazas (el día 6 había de repetirse la segunda vuelta de las elecciones y había que forzar la victoria del Frente Popular). El hermano Pascual, que vivía allí, se refugió entonces en el Palacio Episcopal por poco tiempo, volvió a la casa central de Madrid y fue enviado por los superiores al colegio apostólico de Guadalajara. Desde el Palacio Episcopal de Cuenca escribió a sus padres una carta en la que les decía: “Yo no tengo miedo a nada de eso que se dice. Estoy dispuesto a todo, porque si morimos, morimos por la fe de Cristo y confesando a Cristo, y por nuestra amada Patria, en defensa de su santo ideal, y así nos salvaremos. Lo que les pido es que no se preocupen por nosotros, y que no tengan pena”. Los cuatro paúles de Guadalajara fueron encarcelados el 26 de julio. Según el informe policial para la Causa General (legajo 1071, expediente 1, folios 67 a 70), firmado el 8 de febrero de 1944, se mató esa noche a 283 personas en la prisión central y 20 en la militar, por tanto a un total de 303 presos.
Las siervas de María asesinadas en Pozuelo eran: la madre Aurelia Arambarri Fuente, de 70 años, y las hermanas Aurora López González, de 86 -era la más anciana del instituto, con 62 años de vida religiosa- y Daría Andiarena Sagaseta, de 57, cuyos cadáveres aparecieron en la Estación; y Agustina Peña Rodríguez, de 36 años, asesinada entre Las Rozas y Majadahonda. Vivían en la espaciosa casa con que desde 1911 contaba la congregación para que se retirasen en ella las hermanas mayores, prestando servicio de asistencia a los enfermos en dicha población. No fue hasta el 21 de noviembre, al llegar el frente al pueblo, cuando las hermanas fueron obligadas a dispersarse. A primeros de diciembre, se las trató de evacuar pero estas cuatro fueron reconocidas y, al no negar que eran religiosas, las mataron. La madre Arambarri ingresó en el instituto con 20 años en 1866, recibiendo el hábito de la fundadora, santa María Soledad Torres Acosta. Hizo la profesión temporal en 1887 y la perpetua en Puerto Rico en 1894. Fue superiora de varias comunidades en México, hasta que la revolución la expulsó en 1916. De 1929 a 1934 fue consejera provincial en Madrid. Su lema, en la calma y en la adversidad, era: de Dios somos, no permitirá que nos pase nada malo”. Ver mapa sobre los mártires de Pozuelo.
La valenciana Luisa María del Carmen Juliana Frías Cañizares, de 40 años, se licenció en Filosofía y Letras, sección de Historia. Durante la República, se entregó de lleno a trabajar en las organizaciones católicas, fundando, juntamente con María Lázaro las Universitarias Católicas de Acción Católica. Fue catedrática auxiliar en la Facultad de Filosofía y Letras. La detuvieron el 24 de noviembre y fue conducida al Centro Anárquico, situado en el Banco Vitalicio, donde la maltrataron y desnudaron totalmente, para someterla a registro. En la checa del Seminario estuvo hasta el 5 de diciembre. Sus compañeros de prisión la llamaban “el ángel que a todos socorría”. En la madrugada del 6 fue trasladada a Paterna. Antesde morir la torturaron sacándole los ojos y cortándole la lengua, porque, tras haber perdonado a sus verdugos, gritaba con valentía: “¡Viva Cristo Rey!”.
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