Seis mártires del siglo XX en España nacieron un 8 de marzo: una mínima descalza zaragozana, un sacerdote trinitario leonés, un claretiano gerundense, un sacerdote secular tarraconense, un religioso de los Sagrados Corazones navarro y un carmelita de la Caridad vizcaíno.
Josefa Pilar García y Solanas (madre María de Montserrat), natural de Aniñón (Zaragoza) y de 64 años, fue asesinada en Can Boada (Barcelona) el 23 de julio de 1936, junto con su hermana Lucrecia -viuda- y otras siete religiosas Mínimas Descalzas de San Francisco de Paula, todas ellas beatificadas en 2013 (ver artículo del 6 de marzo).
No tenemos ninguna queja, pero este régimen no admite frailes
Segundo (de Santa Teresa) García Cabezas, de 45 años y oriundo de Los Barrios de Nistoso (León), era sacerdote trinitario en el convento del santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar (Jaén), localidad en la que fue asesinado el 31 de julio de 1936 junto con su compañero Prudencio (de la Cruz) Gueréquiz y Guezuraga (fueron beatificados en 2007).
La comunidad trinitaria del Santuario de la Virgen de la Cabeza apenas llevaba constituida medio año. La formaban cinco sacerdotes y un hermano cooperador: tres de ellos serían asesinados. Según el relato de Pedro Aliaga Asensio, que sigue el del superior de la comunidad superviviente, padre José María de Jesús, éste y otro religioso bajaron a Andújar el 18 de julio para celebrar la festividad de los Paúles, y tras la misa solemne del domingo 19, volvieron en el camión que llevaba el correo y los víveres al pantano del Encinarejo. Al pasar por la carretera de Madrid, el control de los milicianos mandó parar el camión, y cachearon a los religiosos. Sin más incidencias subieron hasta el Encinarejo, y desde allí los PP. José María y Segundo continuaron a pie hasta su convento. Desde el 19 al 28 de julio el Santuario estuvo incomunicado, sin suministro de víveres ni de correspondencia. Alguien les informó de que los Paúles habían sido expulsados de su convento y de su casa “violentamente y de mala forma”, aunque se comentaba que a los trinitarios los dejarían en el Santuario porque “la Virgen está por encima de toda política y del comunismo”.
El 25 de julio, un visitante les anunció que la aviación gubernamental iba a bombardearles, por pensarse que “en el Santuario están concentradas todas las fuerzas falangistas de la provincia, armadas de cañones y de toda clase de armas”. El superior y otro religioso bajaron a negociar y subieron al Santuario, junto con cuatro o cinco camiones llenos de milicianos con armas; muchos de ellos apuntaban a los frailes, por lo que el superior, varias veces, les dijo: “¿Por qué están apuntándonos? ¿No ven ustedes cómo han sido recibidos, sin armas ni amenazas?” A lo que contestaron: “Tenemos que vengarnos de las atrocidades y crueldades que están cometiendo en los pueblos con los niños y con las mujeres los soldados nacionales”. Empezaron un registro minucioso de las dependencias del Santuario, acompañados por el Superior; el resto de la comunidad y otras personas que allí se encontraban quedaron en el exterior, custodiados por los milicianos.
Al día siguiente, 26 de julio, los milicianos conminaron a los religiosos a abandonar el Santuario hasta que se acabara la Guerra. El superior replicó: “No podemos abandonarlo si antes no se hace un inventario de todo lo que posee el Santuario, ya que es propiedad del Obispado”. Se oyó oír por respuesta: “Esto ya no es del Obispado, esto es nuestro; y ahora mismo se cierra el Santuario y se depositan las llaves en el Ayuntamiento”.
Sin embargo, el abandono del Santuario no tuvo lugar hasta el 28 de julio. Ese día se presentaron tres camiones cargados de escopeteros, que rodearon el Santuario, mandando llamar al superior. El jefe le preguntó: “¿Qué han pensado ustedes? ¿Están dispuestos a abandonar el Santuario y bajar a Andújar?”. La respuesta fue: “Si ustedes se empeñan y nos obligan, lo dejamos”. Al oír estas palabras, el jefe hizo una señal, y los escopeteros dejaron de apuntarle; según supo después, había dado orden de disparar si se negaba. Antes de salir del Santuario, los frailes consumieron las especies eucarísticas, y pidieron permiso para despedirse de Jesús y de la Virgen de la Cabeza. Se rezó la estación y se cantó la Salve Regina. Los mismos milicianos respondían, a coro, a los rezos y cantos de los religiosos. El superior preguntó:
-¿Por qué nos echan de aquí? ¿Es que tienen alguna queja de nosotros, sea moral, sea administrativa?
–No tenemos ninguna queja de ustedes. Comprendemos la injusticia, pero como este régimen no admite frailes, tienen que bajar del Cerro. Nosotros les daremos los salvoconductos y ustedes se irán a sus casas o a donde prefieran.
Ese 28 de julio habían llegado a la Ciudad las tropas del general Miaja, camino de Córdoba. Toda Andújar estaba llena de militares y milicianos; las fondas, ocupadas. Por disposición de un jefe de las milicias, tres religiosos (el superior y los padres Fernando y Juan) fueron alojados en casa del Conde de la Quintería, mientras que los padres Prudencio y Segundo con el hermano Luciano fueron llevados a casa de un abogado; allí había sólo dos habitaciones disponibles, por lo que fray Luciano fue a alojarse en una fonda, lo que le salvó la vida, ya que los otros dos de este grupo morirían el día 31.
Prudencio (de la Cruz) Gueréquiz y Guezuraga, de 53 años, había hecho su profesión solemne en 1903 y fue ordenado sacerdote en 1905. Fue el único que se negó al requerimiento de los milicianos de quitarse el hábito. Uno de los milicianos le insistió, diciéndole:
-Póngase el traje de paisano, pues si lo ven así en el pueblo verá lo que le va a pasar.
-No importa, si por eso nos matan, estamos muy conformes de morir como religiosos.
El padre Segundo (de Santa Teresa) García Cabezas estudió en la Universidad Gregoriana de Roma, e hizo su profesión solemne en la ciudad eterna en 1910. Fue ordenado sacerdote en 1914, pasando a Argentina hasta 1919, cuando volvió a España. Vivió en diversas comunidades hasta 1931 en que fue destinado al Santuario de la Virgen de la Cabeza como profesor de Filosofía.
Un familiar del abogado que los alojó en Andújar recordaba “que veía a ambos religiosos rezando y preparándose para la muerte, que la veían segura por las amenazas y actitudes de los milicianos en aquellos días”. El 31 de julio un piquete de milicianos se presentó en la casa donde estaban alojados, procediendo a la detención, “con pretexto de que iban a prestar declaración”. Eran las 11,30 de la mañana. Al pasar por la calle del Hoyo, a la altura de la fábrica de gaseosas, los milicianos gritaron al vecindario que se metieran en sus casas y cerraran puertas y ventanas. Sin mediar más palabras ni contemplaciones, a una orden del jefe los milicianos hicieron una descarga con las escopetas, disparando por la espalda a los dos religiosos y otros tres detenidos. “Cayeron muertos instantáneamente”, afirmó un testigo presencial: “permanecieron varias horas los cadáveres en el suelo, su sangre quedó en la calle mucho tiempo. Obligado, trasladé los cadáveres al Hospital Municipal, en un camión”. Al cadáver del padre Prudencio le fueron encontrados un rosario y un breviario que llevaba en la mano. En el Hospital Municipal, se simuló una autopsia y los cadáveres de ambos religiosos fueron colocados en una caja ordinaria sin pintar, y enterrados en una fosa común del cementerio municipal. Diez años después, fueron sacados con los demás de la fosa, perdiéndose definitivamente sus restos.
Esteban Casadevall Puig, alumno de teología claretiano en Barbastro, de 23 años y natural de Argelaguer (Girona), fue asesinado en la capital del Somontano el 13 de agosto de 1936 y beatificado en 1992. Formaba parte del grupo de 20 fusilados sobre el que escribí en el artículo del 24 de febrero.
«La muerte no es nada, perdónalos»
Josep Padrell Navarro, sacerdote beneficiado y organista de l’Espluga Calba (Lleida), de 38 años y natural de La Pobla de Mafumet (Tarragona), fue asesinado en L’Arrabassada (Barcelona) el 8 de septiembre de 1936 y beatificado en 2013. Era sacerdote desde 1922. Al estallar la guerra, su hermano Antoni fue encarcelado y un mes más tarde lo matarían por tratar de salvar al párroco del pueblo. Antes, Josep había marchado a casa de otro hermano, Lluís, en Barcelona-Sans, donde estuvo unos días. Su cuñada le decía que aprovechara sus conocimientos musicales para enrolarse en alguna compañía de teatro o zarzuela, a lo que repuso: “si lo tengo que hacer y pecar, prefiero morir”. Se fue con su hermano a Girona, hospedándose en una fonda. Por la calle, un ferroviario reconoció a Lluís y fueron detenidos. Los interrogaron en la estación de tren, empezando por Lluís:
-¿Tú a qué te dedicas?
-Soy campesino.
-¿Y tú?
-Es campesino como yo.
-¡Tú calla, que conteste él!
-Lluís, ¿por qué negarlo? ¡Yo soy sacerdote! Si por eso me han de matar, pueden hacerlo.
Los milicianos los llevaron a Barcelona y los metieron en la cárcel. Hacia las 20 horas de ese mismo 7 de septiembre, les dieron de cenar, pero solo comió el sacerdote. Lluís se arrodilló ante él para confesarse. Hacia las 21 horas, los subieron a un coche, escoltado por otro, hacia l’Arrabassada. Lluís preguntó adónde los llevaban, y su hermano le dijo: “No te preocupes, Lluís, la muerte no es nada. Perdónalos, Lluís, perdónalos, no guardes rencor a nadie”. Al salir del coche, Lluís sugirió a su hermano que bajara por la otra puerta: “corre y sálvate”. Josep le contestó: “No, yo no escaparé, ¡la muerte no es nada!”, y aún tuvo que repetir, ante la insistencia de su hermano, que no escaparía. Entonces se dieron un abrazo y mosén Josep dijo: “¡Hasta el cielo!”. Lluís se abalanzó contra el jefe de los milicianos, y, tras breve lucha, otro miliciano le dio un culatazo en el vientre, pero Lluís pudo zafarse y echó a correr. Josep quedó de pie, inmóvil. Lluís se precipitó por entre unas matas, sintió las balas silbando a su lado, y que lo hirieron en un brazo. A pesar de todo, se pudo salvar. Topó contra una verja de espino, y desde las zarzas de un barranco se volvió y pudo ver a su hermano de pie en mismo lugar, donde lo fusilaron.
«Han tenido peor suerte que tú, eran curas»
Juan Íñiguez de Ciriano Abechuco (padre Isidoro, de los Sagrados Corazones), de 35 años y natural de Legarda (Álava), fue asesinado en Madrid el 2 de octubre de 1936 y beatificado en 2013. Profesó en los Sagrados Corazones en 1919 y se ordenó en 1925. Doctor en Derecho Canónico por la Universidad Gregoriana de Roma, era profesor de teología moral en el seminario de su congregación en El Escorial (Colegio de San José). Al estallar la guerra pasó a ser enfermero, hasta el 9 de agosto en que lo llevaron a la Dirección General de Seguridad. Puesto en libertad, se refugió en la pensión Loyola, de la que apenas salía. El 2 de octubre abrió la puerta a los milicianos que, al verle, le dijeron: “tú eres cura”. No lo negó. Se lo llevaron a la checa de Fomento. Apareció fusilado en la mañana del 2 de octubre en la carretera del Este de Madrid. Reconocido su cadáver fue inhumado en el Cementerio de Madrid. Su condena fue contada así por la señora Beatriz, dueña de la pensión Nofuentes, a cuyos inquilinos arrestaron el día 1: “Fue prendido en la pensión Loyola de la calle Montera, por elementos de la FAI. En la Checa se formó una especie de tribunal que estaba ante una mesa,en la que se veía dinero, alhajas y otros objetos, que robaban los milicianos. Ante el Tribunal estábamos unos trece o catorce, entre los cuales figuraba [el padre Isidoro].Cuando el presidente preguntaba a los religiosos y sacerdotes, yo estaba impaciente y extrañada de que no se defendieran. Por fin preguntó al [padre Isidoro] cuánto pagaba en la Pensión, a lo que él contestó que cinco pesetas. Prosiguió preguntándole sobre la procedencia del dinero con que pagaba la pensión, a lo que contestó que el dinero era de misas. El presidente del Tribunal replicó que era una manera bonita de robar, aunque ahora será un pecadillo pequeño. Una vez terminado el interrogatorio que el Tribunal nos dirigió a todos, y habiendo preguntado ex professo al [padre Isidoro] si era cura, habiendo contestado él que era religioso, el presidente mandó que nos pusiéramos en pie, y hecho esto, uno nos leyó unas cuantas cuartillas, cuyo contenido ahora no recuerdo, pero sí puedo afirmar con toda certeza que no reflejaban ni las preguntas que se nos habían hecho, ni las contestaciones que nosotros habíamos dado. Nos pusieron en filas, cogidos del brazo por los milicianos,rodeados de otras filas de milicianos, todos ellos con un farol y los fusiles cargados,nos llevaron a la calle Fomento y en los sótanos del mismo edificio nos dejaron, pero separados por celdas los hombres de las mujeres. Allí actuaba otro Tribunal,compuesto por un miliciano y una miliciana. Yo no sé lo que este Tribunal preguntaría a los demás, lo que sí puedo afirmar es que cuando yo comparecí ante él me trataron de muy malos [modos]. Sí recuerdo que daban grandes voces, replicándose los unos a los otros los milicianos sobre si en aquella misma noche habrían de matar a todos; algunos decían que en aquella noche habría de correr sangre, pero eran muchos para poder matar a todos, otros decían: dejemos para la segunda vuelta el matar a las Hermanas […]. Habrían pasado unos cuantos días cuando me encontré con el Jefe de la Checa y al verme me dio la enhorabuena diciéndome: Enhorabuena. Yo le pregunté por la suerte de los demás compañeros, y me dijo: No preguntes por ellos; han tenido peor suerte que tú, eran curas”.
Feliciana (de Nuestra Señora del Carmen) de Uribe y Orbe, carmelita de la Caridad de la Casa de la Misericordia de Valencia, tenía 43 años y había nacido en Múgica (Vizcaya); fue asesinada el 24 de noviembre de 1936 en Paterna y beatificada en 2001 con otras 11 vedrunas compañeras de martirio (ver artículo del aniversario).
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De estos Santos no importan nadie habla de ellos reconozcamos su eroicidad y pidamos nos ayuden subsanar el deterioro q quieren algunos llenarnos de tristeza a los cristianos q amamos tanto a la iglesia q es de todos Dios nos ayude