Entre los 42 beatificados del día de Santiago de 1936, hay nueve claretianos martirizados en Lérida o Barcelona, cinco hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle) y dos carmelitas descalzos, ejecutados en Montcada i Reixac, cuyo cementerio terminará por ser el lugar más frecuentado para las ejecuciones extrajudiciales en esa provincia. Fuera de Cataluña, mataron al sacerdote escolapio de 67 años Dionisio María de Santa Bárbara Pamplona Polo en Monzón (Huesca), conocido como “el beato escolapio de Calamocha”. Otro grupo de cinco asesinados provenía del convento de Agustinos Recoletos de Motril (Granada). La fiesta del patrón de España vio la muerte de otros 20 beatos:
-En Talavera de la Reina (Toledo), un sacerdote y tres hermanos hospitalarios.
-Tres pasionistas de Daimiel en Urda (Toledo).
-Cuatro dominicos en Algodor (Madrid) y uno en la capital.
-Tres mercedarios en Lérida.
-Dos carmelitas descalzos y un sacerdote secular en la provincia de Tarragona.
-Dos monjes de Montserrat en la de Barcelona.
En Polonia, se celebra el aniversario de la muerte martirial de la beata María Teresa Kowalska (1941).
Los nueve claretianos, beatificados el 21 de octubre de 2017 en Barcelona, eran:
Juan Capdevila Costa, religioso profeso de 52 años, había nacido el 30 de noviembre de 1883 en Sovellas (Gerona), asesinado en Barcelona; en la cárcel de Lérida fueron martirizados Arturo Tamarit Pinyol, sacerdote que estaba a punto de cumplir 23 años, ya que había nacido el 2 de agosto de 1913 en Solerás, provincia de Lérida; Miguel Baixeras Berenguer, sacerdote de 28 años, que había nacido el 4 de febrero de 1908 en Castelltersol (Barcelona; su hermano Juan fue martirizado en la noche del 14 al 15 de agosto en Barbastro); y Manuel Torres Nicolau, sacerdote de 61 años, que había nacido el 15 de octubre de 1874 en Almacellas (Lérida). En Sabadell (Barcelona) fue martirizado José Reixach Reguer, sacerdote de 71 años, que había nacido el 13 de junio de 1865 en Vilanova de Sau (Barcelona); y en Sallent (Barcelona) lo fueron Jaime Payás Fargas, sacerdote de 28 años, nacido el 14 de agosto de 1907 en Castelltersol (Barcelona, era por tanto paisano del recién citado Miguel Baixeras); Mariano Binefa Alsinella, sacerdote de 31 años, que había nacido el 29 de septiembre de 1904 en Anglesola (Lérida); Marcelino Mur Blanch, sacerdote de 54 años, nacido el 1 de abril de 1882 en Riguepeu (Gers, Francia), y Juan Mercer Soler, sacerdote de 61 años, nacido el 15 de octubre de 1874 en Albiñana (Tarragona).
El hermano Juan Capdevila fue asesinado porque quiso proteger los bienes de su congregación, según relata la biografía de la beatificación:
El 19 de julio de 1936, una vez estallada la revolución marxista, e iniciada la dispersión de la comunidad, se dirigió al lugar donde tenía las oficinas de su administración, situadas en la calle Buenavista 14, para vigilar de cerca y salvaguardar los intereses que allí tenía la Congregación. Le acompañaba el Sr. Palomas, donado de la casa. Allí se refugiaron pensando que la situación se calmaría en poco tiempo yde portero con toda fidelidad y observancia de las santas constituciones. pasaron la primera semana sin darse cuenta del peligro en que se habían metido[4].
La comida y la cena la hacían unas veces en el domicilio de la Señora Elisa Torras, hermana del contable de Coculsa, Sr. Eladio Torras, situado encima de la administración, y otras la bajaba ella misma. Allí recibió dos llamadas telefónicas del H. Piqué y la visita del P. Miguel Salavedra, que le ofreció refugio y alojamiento en casa de una familia amiga, pero el Hermano no aceptó. Esta decisión obedece a su gran sentido de la responsabilidad de no desamparar los bienes de la Congregación.
Por ello no abandonaba el local de la administración.
El día 25, fiesta de Santiago, a eso de las cuatro de la tarde, mientras estaban de sobremesa en el domicilio de la familia amiga, notaron que un coche grande se paraba delante de la puerta, del que descendía más de media docena de milicianos. El Hermano y el Sr. Palomas bajaron al piso de la administración de Coculsa por si era allí donde venían. Se los encontraron en la puerta y entraron todos juntos. Allí los milicianos comenzaron a registrar todo lo correspondiente a la administración. La causa de este registro es que la editorial tenía carácter religioso y el programa del Frente Popular era acabar con todo lo que hiciera la Iglesia. Por lo tanto, el motivo era el odio a la Religión y a la fe cristiana.
A los diez minutos salieron con el Hermano y el ayudante detenidos, llevándoselos en un gran coche. Posiblemente a algún comité de la zona. A la media hora volvieron con el Hermano, no se sabe a hacer qué diligencias, quizá a por el dinero, que el Hermano ciertamente no les haría encontrar. Tiraron por el balcón todo lo que hallaron a la calle y allí lo prendieron fuego. Esto demuestra que no les interesaba apoderarse de la administración y su negocio, sino la destrucción del mismo. Se volvieron a llevar al Hermano por su condición de religioso y se perdió toda traza de él.
El Hermano, igual que los demás miembros de su comunidad, y de otras, estaban preparados para el martirio y lo aceptaban como una gracia de Dios.
Además el Hermano, durante la semana que estuvo refugiado en la administración, lo manifestó reiteradamente a la familia que lo atendía. Por otra parte esta misma actitud se deduce de su negativa a abandonar la administración para ponerse a salvo en otro lugar más seguro.
El Hermano fue fusilado en la noche del 25 al 26. Este día 26 fue vista en el Clínico la fotografía en que aparecían asesinados el Hermano y el Sr. Palomas.
De los tres claretianos martirizados en Lérida el único aún no biografiado es Manuel Torres, quien estaba en esa comunidad como predicador y que por sus problemas psíquicos había renunciado en dos ocasiones a ir a misionar a México, lo que no impediría que tuviera la fuerza para aceptar el martirio, según la biografía de la beatificación:
El día 21 de julio de 1936 salió de la comunidad para refugiarse en la casa de la Sra. Jaques, contigua al convento y poco después fue apresado por los milicianos y conducido a la cárcel, donde le hicieron el expediente de entrada.
En la cárcel le colocaron en el mismo departamento, n. 5, que a los PP. Miguel Baixeras y Arturo Tamarit, donde convivían hacinadas 32 personas. Allí se rezaba el Santo Rosario públicamente.
Un día se presentaron los milicianos en dicho departamento preguntando a los presos su nombre, profesión y otras circunstancias. Los tres Misioneros confesaron su condición de religiosos y sacerdotes.
El P. Torres en varias ocasiones manifestó su resignación y aceptación del martirio. Allí sufrió con paciencia los malos tratos de los esbirros.
El día 25, hacia las 4,30 de la madrugada entraron unos del Comité con pistolas y máuseres y despertaron con un susto mortal a todos los de la sala. Hicieron poner a todos de cara la pared. Entonces el cabecilla exclamó:
¡Pobres!, todos me dan lástima.
Pues escoja algunos, por los menos, replicaron los otros milicianos.
Entre los elegidos estaba el P. Torres junto con los PP. Miguel Baixeras y Arturo Tamarit, porque eran los que dirigían el Santo Rosario, y los jóvenes Rafael Ruiz y Julio Ollé. Cuando iban por la galería, un miliciano dijo: Este no. Así se salvó el mencionado en último lugar. Habían ido a buscar a los Padres. De este suceso afirmó un testigo que «era admirable ver cómo iban a la muerte nuestros santos, con la sonrisa en los labios, la mirada puesta en el cielo y con un continente mesurado y digno: todo su ademán anunciaba la fe y confianza de que pasaban a vida mejor y la caridad que llenaba su corazón de amor de Dios y perdón de sus asesinos».
A eso de las 4,45 de la madrugada los otros presos de la cárcel oyeron las detonaciones de los fusiles. Así el P. Torres, junto con los PP. Miguel Baixeras y Arturo Tamarit, fue fusilado el 25 de julio de 1936 en el llamado campo de Marte, donde hacían ejercicio los militares.
Según D. Antonio Larroca, enterrador del cementerio, fue enterrado en la fosa común llamada «fosa de los mártires», lo cual ha hecho imposible su identificación.
De los asesinados en Sallent, Jaime Payás era allí profesor del colegio de los claretianos; lo fusilaron estando enfermo por haberse escondido en el río, y pudo escribir un despedida a su madre y a Dios, que recoge la biografía de la beatificación:
El P. Payás, al estallar la revolución, buscaba refugio donde esconderse como los demás de la comunidad, y salió de casa junto con el P. Capdevila, Superior, llevando consigo varios objetos litúrgicos en un talego, y se refugiaron en la casa de D. José Soldevila Rabeya y Dª Rosario Subirá Arumí, calle Cos, 12, que era una pastelería, donde cenaron con la familia. D. José escondió el talego en una de las dependencias de la planta baja de la pastelería. Los Padres llevaban también un copón (la copa sin el pie) con formas consagradas, pero no lo dejaron allí cuando, poco después llegó el cuñado de Dª. Rosario alertando del peligro que corrían los Padres. Entonces fueron a la casa de su madre política o suegra, Dª. Rosa Rabeya, viuda de Soldevila, que accedió a su petición y allí se trasladaron, calle de Santa Cristina, desde 1931 calle Salmerón. Al ir por la calle un niño del colegio reconoció al P. Payás, aunque también podían reconocerlo otras personas que había por la calle, pero lo cierto es que la noticia llegó al comité. Al enterarse de esto Dª. Rosario acudió de nuevo a la casa de su suegra para advertir del peligro y, como medida, salieron por el jardín y se refugiaron en los bajos de la casa de Torras, donde pasaron la noche del 20 al 21.
El día 21 por la mañana volvieron a la casa de Dª Rosa. Después de comer, a las dos, una patrulla llamó a la puerta y la dueña logró detenerlos en la escalera y convencerlos de que en su casa no había armas, mientras tanto los Padres, saltando por la escalera posterior se refugiaron en el sótano. El P. Payás no pudo aguantar mucho tiempo ese ocultamiento, que se le antojaba una claudicación. Salió del escondite y fue al comedor, donde en conversación con otra persona también refugiada, manifestó sus deseos de martirio:
No hemos de ser así, hemos de ser valientes. M e duele tenerme que esconder, porque mi gusto sería presentarme en público como sacerdote y con la visera levantada.
En esta conversación, que duró unas dos horas, también dijo que «le encantaba la muerte de San Pedro Mártir, rezando el Credo mientras se desangraba, y escribiéndolo en tierra cuando ya no podía hablar, con las gotas últimas de su sangre».
Un poco más tarde se hizo presente el P. Capdevila y les informaron de algunas cosas, entre ellas de la profanación de la casa y templo. Entonces los Padres, en desagravio y reparación expusieron el Santísimo en la mesa del comedor a la que participaron los de la casa.
Al anochecer se presentaron los milicianos al registro. Abrió la puerta la dueña, que vestía de negro por viudedad, por lo cual los milicianos pensaron que era un cura y la dispararon hiriéndola en un brazo y luego la atendieron. Los Padres, que estaban cenando, al oír el disparo, siguiendo el instituto natural y la prudencia humana, que no está reñida con la Providencia, se escaparon por el jardín y se separaron sin encontrarse más. Dos horas después volvió el P. Capdevila a buscar al P. Payás y le hicieron escapar porque los milicianos estaban allí atendiendo a Dª Rosa. Entonces el hijo de Dª Rosa ayudado de una linterna buscó al P. Payás, al que encontró en la orilla del río Llobregat metido en el fango hasta la cintura sin poderse valer y lo escondieron en una habitación del sótano aquella noche.
El día 22 los milicianos se presentaron al registro en la pastelería y allí confirmaron que sabían donde se escondía el P. Payás. Este estaba enfermo y con fiebre. Inmediatamente fueron a avisar para que escapara. El Padre aceptaba la voluntad de Dios y estaba dispuesto a sufrir el martirio y la muerte por lo que pedía permanecer allí, pero Dª. Rosa y su hijo José tuvieron que convencerle para que abandonara la casa y buscara un nuevo refugio. Para ello un sobrino de Dª. Rosario le guiaba un poco adelantado y cuando iban de camino el Padre vio abierta la puerta de una casa amiga, Cal Clotet, que tenía dos chicos en el colegio, y entró en ella sin que el muchacho que le guiaba se diera cuenta. Allí pasó la noche del 22.
Día 23. Llegó por la mañana a casa el jefe de familia y le despachó sin miramientos. El P. Payás buscó otras casas en pleno día, a mediodía, también le negaron la hospitalidad por el riesgo que corrían, hasta que llegó a casa Busquets. Le invitaron a comer pero sólo aceptó un pequeño refrigerio para calmar la sed porque estaba enfermo con fiebre alta.
Poco tiempo después, hacia las tres de la tarde, se presentaron en la casa unos milicianos armados llamando estrepitosamente. La familia le indicó que se escondiera en la leñera que da al jardín. Los perseguidores insistieron hasta que lo encontraron, entregándose él sin oponer resistencia juntando las manos en señal de sumisión y de acatamiento de la voluntad de Dios y lo condujeron al ayuntamiento. Aquí le encerraron en la habitación destinada a la administración de las aguas de la villa. El encargado Sr. Juan Dalmau, al entrar, encontró al P. Payás sentado en una silla. Se acercó a él y con gesto de amistad le echó la mano al hombro. El P. Payás reaccionó inmediatamente diciendo:
Creí que me iban a matar, pero ahora pienso que he caído en buenas manos.
Dalmau le contestó que era un simple empleado municipal y que poco podría hacer en su favor. El Padre mostró deseos de escribir a su madre y Dalmau le proporcionó lo necesario y se comprometió a hacerla llegar a destino. También le llevó el libro de rezo, el breviario.
La carta del P. Payás a su madre decía así:
Julio, 23,36. Sra. Antonia Fargas. Muy querida madre: Cuatro líneas. Mire, no padezca, estoy detenido, pero por suerte he caído en manos que me merecen confianza. Estaré ocho o diez días quizás en la cárcel, pero seguro, porque han visto que no tengo nada que ver con los fascistas.
Adiós madre y hermanas, les dirijo una bendición de corazón, ya nos veremos pronto, y si no hasta el cielo.
Adiós, su hijo que le quiere de corazón, Jaime Payás.
El empleado, para salvar al Padre, porque no veía otro modo, le sugirió que simulase la adhesión a los principios revolucionarios y el distanciamiento del instituto religioso y de la Iglesia. El P. Payás se negó a mentir y aceptó sus consecuencias. Al despedirse se dieron un abrazo y Dalmau le dijo:
Hasta mañana si le encuentro aquí.
Hasta el cielo, respondió el Padre.
Entonces Dalmau le dijo que no creía en esas cosas. El Padre le respondió:
Yo rogaré a Dios para que en el cielo nos encontremos.
En un último escrito, el P. Payás acepta plenamente el martirio perdonando a todos:
«¡Gracias Dios mío! Puedo padecer por Vos. De estos sufrimientos que sobrellevo con verdadera alegría y felicidad espiritual, sacaré muchas enseñanzas, la primera de las cuales será tener el gusto de sufrir el desengaño de las amistades.
No confiaré nunca más en las personas, solamente en Vos, ¡oh Jesucristo!, que tenéis palabras de vida eterna. Los hombres cuando más se necesitan es cuando fallan más y te vuelven la espalda. Lo que hicieron con Vos, el Maestro, es justo que lo hagan conmigo, discípulo vuestro. Señor, he visto más corazón y más entrañas en quien no esperaba, que en gente falsamente amiga que no tiene más intereses que su bolsillo y su vientre. Dura lección, pero que es bien real y que se quedará bien grabada en el espíritu.
¡Oh Jesús!, perdono a todos los que me quieran mal y les doy un abrazo de amistad; no tengo rencor a nadie, ni a los que me han echado de casa como a un perro; también a Vos os lo hicieron. Amo a todos de corazón como hermano, como a mí mismo, tal como Vos mandáis hacerlo. Estos son mis sentimientos en estas horas de tribulación. Todo sea por Vos. Jesús, os adoro. Jesús, os amo. Jesús, quiero imitaros. Vuestro hijo y servidor, Jaime Payás».
El día 24 los del comité querían ganarlo para la causa revolucionaria por su condición de maestro nacional culto y preparado por lo que insistieron para que aceptase la liberación que ellos le proponían, que exigía renegar de su condición, y respondió:
Mañana, día de mi santo, ya estaré en el cielo. Era la aceptación del martirio.
Ese mismo día 24 se encontró allí con el P. Mercer y los HH. Mur y Binefa, llevados presos para declarar también ante el comité. Siguió la misma suerte que los otros tres siendo fusilado ante el cementerio de Sallent.
De Mariano Binefa cuenta la biografía de la beatificación que enseñó catecismo los pocos días que estuvo refugiado y que no ocultó su identidad:
Cuando se dispersó la comunidad el día 20 de julio de 1936 el H. Binefa se refugió en la casa de D. Manuel Prat, situada en la calle Ginerrá, 45, cercana a la residencia de la comunidad. Allí permaneció hasta el día 24 por la noche. Durante esos días edificó a todos mostrándose sereno y confiado en Dios. Hacía sus rezos y enseñaba el catecismo a los hijos de D. Manuel.
Hacia las 11 de la noche del día 24 se presentaron en la casa bastantes milicianos en busca del fraile, que sabían que se encontraba escondido allí. A los dueños les apuntaron con el fusil al tiempo que a grandes voces les amenazaban si no entregaban al fraile. Entonces el dueño llamó al H. Binefa quien salió al momento diciendo que podían disponer de él. Lo llevaron a la sede del comité, que se había establecido precisamente en la casa de los misioneros y luego al ayuntamiento para someterle al interrogatorio. Allí encontró a los otros tres miembros de la comunidad y como ellos confesó que era religioso del Corazón de María. Y también como ellos corrió la misma suerte en la explanada del cementerio el 25 de julio de 1936 alcanzando la palma del martirio.
Del padre Juan Mercer cuenta la biografía de la beatificación que salió junto con el padre Mur de su refugio e inmediatamente fueron identificados y capturados, no pasando más que unas horas encarcelados; y aporta dos detalles biográficos más del padre Payás, que pidió que no mataran a más gente y bendijo a sus asesinos:
El día 20 de julio por la tarde, junto con el H. Mur abandonó la casa misión de Sallent y se refugiaron en la calle Salmerón, donde permanecieron hasta el día 24 por la tarde. Entonces, para evitar problemas a la familia que los hospedaba, salieron de la casa donde estaban escondidos para huir de Sallent, pero en la calle fueron reconocidos por los rojos, que con gran alborozo gritaban ¡Curas! ¡Curas! Formóse un grupo numeroso que los insultaba, golpeándolos despiadadamente. Al poco llegó una patrulla de revolucionarios que los llevó detenidos al ayuntamiento, donde encontraron al P. Payás. Poco después llevaron también el H. Binefa. Allí fueron sometidos a interrogatorio. Todos declararon que eran religiosos Misioneros del Corazón de María. Esta declaración les valió la sentencia a muerte, que oyeron con resignación y aceptaron con valor.
Oída la sentencia de muerte el P. Payás se dirigió a los del Comité pidiéndoles que, sobre todo en Sallent, nadie padeciera por causa de ellos, especialmente las familias que los habían tenido alojados.
Aquella misma noche del 25 de julio de 1936 se los llevaron a la explanada del cementerio para fusilarlos. Cuando estaban en fila, el P. Payás dijo:
Quiero bendeciros antes de morir y al levantar el brazo sonó la descarga de los asesinos que le impidió concluir. Los cuatro fueron enterrados en una fosa común del cementerio de Sallent. El enterrador, Sr. Pedro Miralda Torruella, tuvo la previsión de apuntar en una libreta el orden de colocación y los datos personales de cada uno para que pudieran facilitar la identificación y la precaución de no enterrar a otros en la misma fosa sobre los misioneros.
Los carmelitas asesinados en Montcada -ver artículo del 6 de junio– estaban de paso en Barcelona: eran Jaime Balcells Grau (Gabriel de la Anunciación, 27 años, de Valls, Tarragona) y Ricardo Farré Masip (Eduardo del Niño Jesús), de 39 años, de Torms (Lleida). El mayor de los lasalianos asesinados ese día en Montcada era Jesús Juan Otero (hermano Arnoldo Julián), de 34 años y de Abastas (Palencia). Le seguían José Bardalet Compte (hermano Benedicto José), de 33 años y de Capsanes (Tarragona), Santos López Martínez (hermano Mariano León), con 25 años y de Viñambres de Valduerna (León), Vicente Fernández Castrillo (hermano Vicente Justino), de 23 años y oriundo de Piedrahita de Muño (Burgos), y José Mas Pujolras (hermano José Benito), de 22 años, de Mieras (Girona).
“Les felicito y me felicito por la muerte de mi hermano”
El sacerdote escolapio de 67 años Dionisio María de Santa Bárbara Pamplona Polo fue asesinado en Monzón (Huesca) y conocido como “el beato escolapio de Calamocha” (Teruel, de donde era oriundo). El relato de su muerte por parte de un testigo presencial, el también mártir escolapio Faustino de la Virgen de los Dolores Oteiza fue enviado a sus familiares una semana más tarde:
“»Viva Jesús. Rey de los martires.
Peralta de la Sal, 2 de agosto de 1936.
Dichosa familia del R.P. Dionisio Pamplona, Rector del Colegio de Escuelas Pías de Peralta de la Sal.
Calamocha.
Con el alma llena de pena por una parte y de satisfacción por otra, les comunico que mi querido hermano el P. Dionisio ha obtenido la palma del martirio, por lo que les felicito y me felicito.
Sucedió de la siguiente manera:
El día 23 de julio vino una turba de comunistas de Binéfar a bombardear el colegio; los del pueblo lo evitaron, pero se comprometieron a hacérnoslo abandonar. Nos resistimos todo lo que pudimos, sobre todo el P. Dionisio, pero al fin, a las 8,30 de la noche, por salvar las vidas, salimos los 35 individuos que estábamos, entre gente armada, como malhechores, a una casa constituida en cárcel provisional, Pasamos la noche, y al día siguiente, como no nos habían dicho que estábamos presos, dijo el P. Dionisio: Voy a la Parroquia a celebrar y a sumir el Santísimo. No había guardia en la puerta y salió. Yendo a la Parroquia, celebró, sumió y salió, pero ya había un gentío inmenso en la plaza. Le echaron el alto intimándole que entregara las llaves de la Parroquia, entre tanto le apuntaban con las escopetas; cumpliendo con su sagrado deber, se resistía a entregarlas hasta que casi se las arrebataron; lo cachearon, y al poco rato vimos el auto que lo conducía a Monzón. Lo que pasó en Monzón no lo sé. Lo único que nos han dicho es que allí lo fusilaron, por Jesucristo, los comunistas.
Bienaventurados los que mueren en el Señor. Es un verdadero mártir, de lo que pueden estar satisfechísimos, porque tienen un santo en el cielo que rogará por todos. Si mal no recuerdo, dos días antes se confesó conmigo, pues yo era su confesor y fui, hace 28 años, su novicio.
El martirio tuvo lugar el 25 de julio de 1936.
Junto con él fueron fusilados 24 de los principales.
También hemos tenido dos mártires más: El R.P. Manuel Segura y el Hno. David Carlos.
¡Santos Hermanos míos, rogad por nosotros!
Esto ha sido un horror, en Cataluña y en esos pueblos apenas queda una iglesia sin profanar y de muchas leguas a la redonda yo soy el único sacerdote que quedo con vida, hasta ahora. Si el Señor me llama, pronto estoy, esa será mi dicha, A mí me han librado los del pueblo con la excusa de estar enfermo.
En fin, no tengo más ánimo para escribir. Perdonen cómo va escrita la carta, que no sé ni cómo, ni cuando la recibirán. Esto está en poder de los comunistas. aunque los Santos Mártires me comunican mucha fortaleza, Vds. comprenderán cómo está mi espíritu.
El Señor nos bendiga y perdone a nuestros perseguidores”.
El autor de la carta no sobreviviría mucho tiempo a las personas cuyas muertes relata. En el legajo 1412, expediente 51, de la Causa General, el folio 4, con el estado 1 de Peralta de la Sal (residentes “muertos violentamente”) recoge la muerte de Dionisio Pamplona el 25 de julio en el cementerio de Monzón, las de los escolapios Manuel Segura López y David Carlos Marañón el 28 en el llano de Purroy, y el 9 de agosto las de Faustino Oteiza Segura, de 46 años, y Florentino Felipe Naya, de 79, en el monte de Ramuy. A diferencia de otros asesinatos cometidos -aunque fuera por encargo del comité de Peralta- por los comités de Binéfar, Tamarite, Graus, Calasanz o “fuerzas de Lérida y elementos revolucionarios de Tamarite”, para el caso de los religiosos (los cinco citados son beatos) la información firmada el 5 de diciembre de 1940 por el alcalde de Peralta de la Sal no ve responsabilidades más allá del pueblo, al afirmar que “los autores de estos asesinatos como todos los que se cometieron en la localidad y fuera de ella, fueron los componentes del Comité rojo, siendo los principales actores” cuatro hombres que cita por sus nombres, a los que en ese momento “se cree en Francia” (fugados).
Otro grupo de cinco asesinados en la festividad de Santiago Apóstol provenía del convento de Agustinos Recoletos de Motril (Granada, ver artículo del 16 de febrero):
– Padre León (de la Virgen del Rosario) Inchausti y Minteguía, de 77 años y de Ajánguiz (Vizcaya).
– Padre José (de la Virgen de los Dolores) Rada y Royo, de 74 años y de Tarazona (Zaragoza).
– Julián Moreno y Moreno (padre Julián Benigno de San Nicolás de Tolentino), de 65 y de Alfaro (La Rioja).
– Padre Deogracias (de San Agustín) Palacios y del Río, 35 años, de Baños de Valdearados (Burgos).
– José Díez Rodríguez (hermano José Ricardo del Sagrado Corazón), de 27 años y de Camposalinas (León), había ingresado en la orden en 1923.
Los hospitalarios de San Juan de Dios asesinados en Talavera (ver artículo del 24 de febrero) eran los hermanos Eloy Francisco Felipe (Juan de la Cruz) Delgado Pastor, de 21 años y de Puebla de Alcocer (Badajoz), Jerónimo Ochoa Urdangarín y Primo Martínez de San Vicente Castillo, ambos de 32 y naturales de Goñi (Navarra) y San Román de Campezo (Álava); más el sacerdote Carlos (Federico) Rubio Álvarez, de 73 años y oriundo de Benavides de Órbigo (León).
Los pasionistas asesinados en Urda (ver artículo del 17 de febrero) fueron Félix (de las Cinco Llagas) Ugalde Irurzun, de 20 años y de Mendigorría (Navarra), Pedro (del Sagrado Corazón) Largo Redondo, de 29 años y de Alba de los Cardaños (Palencia), y Benito (de la Virgen del Villar) Solana Ruiz, navarro de Cintruénigo y de 54 años.
El dominico muerto en Madrid era José María López Tascón, de 40 años (ver artículo del 3 de marzo) y de Aviados (León). Los dominicos asesinados en Algodor (ver artículo del 11 de enero) procedían de la casa de Nambroca (Toledo) y eran el sacerdote Antonio Varona Ortega, de 35 años y de Zumel (Burgos); el hermano cooperador Juan Crespo Calleja, de 40 y de Villada (Palencia); el religioso administrador de la finca, Higinio Roldán Iriberri, navarro de Oyogollen y de 41 años; y el sacerdote José Luis Palacio Muñiz, de 66 años y natural de Tiñana, Siero (Asturias).
Los tres mercedarios cazados como alimañas en Lleida (ver artículo del 16 de enero) eran el provincial Tomás Carbonell Miquel, de 47 años y oriundo de Jijona (Alicante), y los sacerdotes Jesús Massanet Flaquer, de 37 años y de Capdepera (Mallorca), y Enrique Morante Chic, ilerdense de 39 años.
Los beatos de este día en Tarragona son los carmelitas descalzos Joan Fort Rius (Fray Ángel de Sant Josep, de 39 años y de L’Espluga de Francolí, asesinado en Tarragona) y Vicente (de la Cruz) Gallén Ibáñez, de 27 años, oriundo de Vallat (Castellón), asesinado en el puerto de Tarragona; más el sacerdote Josep Garriga Ferré, de 59 años y de Altafulla (Tarragona), ordenado en 1899 y párroco de Montbrió del Camp (ver artículo del 30 de octubre). Aparte de seis varones residentes en Montbrió, también fue asesinada la joven obrera metalúrgica Pepita Conde Llort, que figura como “tradicionalista, presidenta de Acción Católica”.
Los monjes de Montserrat son el barcelonés Francesc Maria de P. Sánchez Soler (de 55 años, asesinado en Molins de Rei (Barcelona) y Aleix (Ildefons) Civil Castellví, de 47 años y oriundo de Molins de Rei, asesinado en Monistrol de Montserrat (Barcelona).
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