Un mártir del siglo XX en España nació un 11 de marzo: el hospitalario navarro Juan José Orayen, por lo que contaré el caso del Hospital de La Malvarrosa. El 11-M es, además, aniversario de la beatificación de 233 mártires promovida desde la diócesis de Valencia. Y aprovecho para presentar la visita virtual al Museo de mártires claretianos de Barbastro.
Tres diócesis españolas y sus mártires
Con los mártires no se cumple, ya que nunca se podrá agradecer suficientemente su intercesión, y además la fuente de toda gracia y el destinatario de todo agradecimiento es siempre Dios.
El aniversario de la beatificación de 2001, promovida desde la diócesis de Valencia, puede ser ocasión para resumir algunos datos sobre los mártires del siglo XX en España:
Hasta ese momento, y desde las tres primeras de 1987, se había beatificado a 238 personas. Añadir otros 233 beatos supuso, por tanto, casi duplicar su número de golpe. Si bien puede decirse que de esa forma la diócesis de Valencia (y en particular el arzobispo García Gasco) «cumplía» por el esfuerzo en honrar a sus mártires, quedan aún muchos de esa misma diócesis pendientes de beatificar, como los que presenta Luis Ignacio Amorós en el blog Mater et Magistra.
Después ha habido otras dos beatificaciones muy numerosas, las de 2007 (498) y 2013 (522). En la segunda, la diócesis de Tarragona culminó una causa con 147 mártires. La de Jaén, una causa en la que se beatificó (2013) al obispo Basulto y cinco eclesiásticos más. Por su parte, las diócesis de Almería y Guadix llevaron a cabo el 25 de marzo de 2017 la beatificación de 115 de sus mártires (ver más datos sobre las beatificaciones).
De los 1.875 mártires beatificados hasta el 11 de noviembre de 2017, 1.503 son religiosos (80,2%), 268 sacerdotes u obispos (14,3%, a pesar de que fueron asesinados muchos más -4.100- que religiosos -2.661) y 104 laicos (5,5%, a pesar de que fueron asesinados por miles, o mejor decenas de miles. Fue ese hecho, que se «ha matado a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista», lo que resaltó el papa Pío XI como aspecto más llamativo de la persecución española en la encíclica Divini Redemptoris el 19 de marzo de 1937.
El que el paso del tiempo excuse o no el que se deba hacer eco al papa y conforme a sus directrices orientar el esfuerzo para honrar a Dios en sus mártires, ya es cosa que depende de la fe de cada cual. Por mi parte, repito el dato de que existe un Museo de los mártires claretianos en Barbastro que tiene una muy aconsejable visita virtual.
Los hospitalarios de La Malvarrosa, «protegidos» por los comunistas frente a IR y la FAI
Juan José Orayen Aizcorbe, de 37 años y natural de Osácar (Navarra), fue uno de los 11 hospitalarios fusilados en la playa valenciana de La Malvarrosa el 4 de octubre de 1936 y beatificados en 2013 (no confundir el hospital, hoy llamado de Valencia al Mar, con el de la Malvarrosa a pie de playa).
El hospital había sido invadido por milicianos del comité comunista Radio Puerto el 23 de julio y administrado por ellos desde el 27. El superior encargó a fray Cruz Ibañez que atendiera a los milicianos en todo lo posible, y pronto llegó al Comité la noticia de las atenciones para con los milicianos y de que en San Juan de Dios era donde mejor se comía y estaba. Por ese motivo, los comunistas protegieron a los 14 religiosos frente a las iras de los de Izquierda Republicana. El 11 de agosto, seis “pistoleros” de ese partido presionaron al comité comunista para que esa noche mataran al superior, el sacerdote Ramon Rosell Laboria (padre Leonci, de 38 años) y al religioso Armando Óscar Valdés (hermano Jaime, de 45). Con ellos fueron asesinados junto al cementerio de Cabanyal los jesuitas Tort y Beamonte.
El 4 de octubre fueron asesinados 9 de los 12 religiosos restantes -los comunistas de Radio Puerto harían pasar por frailes a dos laicos, para así salvar a los religiosos que consideraban imprescindibles en el hospital- después de haberse dedicado todo el día a sus menesteres hospitalarios, cuando ya se habían acostado, los frailes fueron levantados de la cama, y después de sufrir un somero interrogatorio del jefe de los milicianos de la FAI, conminados a subir a los automóviles y llevados a la playa donde los niños acostumbraban a bañarse, cerca de un puente sobre la desembocadura de un riachuelo -la Acequia Vera- y a unos trescientos metros del Sanatorio. Precisamente a fray Cruz Ibáñez López, al ser llevado al martirio, le cogieron como blanco de bromas pesadas queriendo abusar de él, a lo que se resistió fuertemente. Esto le ocasionó un fusilamiento más violento hasta destrozarle la cabeza a tiros. Su cadáver fue profanado, faltándole parte de sus ropas. Sobre los cadáveres colocaron un papel con el nombre y el apellido de cada uno y la causa de su muerte: “Por fraile”; así lo contó una señora que vio los cuerpos a la mañana siguiente cuando se dirigía con su nieto a la Clínica para hacer unas curas. Los cadáveres quedaron tendidos sobre aquellas arenas, acariciados por las olas del mar. Durante toda la mañana, fueron objeto de la visita de numerosos curiosos, y trasladados después al cementerio. Tras el asesinato de los Hermanos el Hospital Infantil San Juan de Dios pasó a llamarse Asilo Sanatorio Hospital Popular. Los nueve fusilados -ocho religiosos y un oblato- fueron:
José Miguel Peñarroya Dolz, de 27 años, solo llegó a hacer profesión temporal en 1932. Lamentaba la desgracia de sobrevivir al padre superior, pues repetía: “es peor que nos hayan dejado con vida, que el habernos dado muerte; pues, tratarán de hacer con nosotros todo lo que quieran”. El relator de los apuntes pubicados en 1939 dice: “Pasaba todo el tiempo en la cocina trabajando. A pesar de estar entre milicianos en la cocina, en los ratos libres, sacaba su rosario y paseando por la huerta rezaba, yendo a ver los destrozos de la gruta de la Virgen de Lourdes, que él con tanto cariño adornaba y ahora contemplaba desmantelada y en ruinas. Se afligía y dolía hasta derramar lágrimas hablando de la situación en que nos veíamos obligados a vivir. Delante de mí le vi derramar gruesos lagrimones al contemplar en el montón de leña de la cocina las astillas de las imágenes de nuestro Padre San Juan de Dios y demás imágenes de la Iglesia, pasando por el dolor de verse obligado a quemarlas, él, que con tanto esmero las limpiaba y adornaba todas las tardes cuando volvía de la cuestación. Fue denunciado por una mujer de haber ocultado cosas, pero, no hizo caso ni trató de defenderse, y mucho menos buscar amigos entre los comunistas para que lo protegieran. Los comunistas del Sanatorio no le querían; pero, no porque fuera inepto, pues todos sabían que era esclavo del trabajo, sino por su carácter místico religioso, y no ligaba con ellos, ni toleraba sus abusos e imposiciones. Nunca creyó en las patrañas que nos contaban; y con franqueza nos hacía ver, no fuésemos tontos en esperar de ellos buen comportamiento, pues eran unos malvados. Más de una vez le aconsejamos no hiciera traslucir esas ideas; y, prudente, lo hacía así ante los extraños. La noche, que nos juntaron para ser fusilados, estaba impaciente. No dijo palabra; él, como ninguno, supo resignarse y ofrecer su vida a Dios. Cayó vitoreando a la Mare de Deu y a Cristo Rey; su cadáver quedó como un ángel dormido”.
Publio Fernández González, de 28 años, también había hecho solo la profesión temporal en 1934. Los comunistas trataron de salvarle. La noche que fueron detenidos exclamaba: “¿Nos llevan a fusilar? Señor, Señor, ¿qué habremos hecho nosotros?”. Lloró y rogó en el momento de la partida. Su muerte fue muy sentida por todos los del Sanatorio.
Juan José Orayen hizo la profesión solemne en 1931. Los comunistas quisieron salvarle, pero se opusieron los de la F.A.I.
Avelino Martínez de Arenzana Candela, oblato de 37 años, llevaba solo dos años como religioso. De carácter apocado, no se mezcló en nada durante el periodo comunista, siendo esclavo de su trabajo. Siguió a los demás, sin abrir la boca.
Cruz Ibáñez López, de 50 años, había hecho la profesión solemne en 1917.
Leopoldo de Francisco Pío, de 59 años, hizo la profesión solemne en 1923.
Cristóbal Barrios Pérez, de 71 años, hizo la profesión solemne en 1893 y se dedicaba al servicio nocturno.
Leandro Aloy Doménech, de 63 años, hizo la profesión solemne en 1903. No omitió, ni aún durante el dominio de los comunistas, sus rezos y prácticas piadosas. Estaba en la despensa y allí encerrado hacía sus ejercicios espirituales. Un día, ya había sido desmantelada la Iglesia, estaba en el coro haciendo sus rezos y lo vio un comunistas. Profiriendo blasfemias, como un energúmeno, subió al coro para ver qué secreto llevaba entre manos el buen hermano. Con increpaciones le preguntó qué hacía allí; el hermano con entera serenidad contestó que rezar. Llenó de furor al comunista esta respuesta y echando mano a la pistola, se disponía a pegarle un tiro. El buen hermano aguantaba en silencio el chaparrón de improperios y solo replicó para decir a su enemigo: “Si Vd. me mata será por decir la verdad de lo que estaba haciendo”. Eran frecuentes en este hermano las invocaciones al Señor y suspiros que le salían del hondo del alma. “¡Hasta cuando Señor…!”. Cuando fueron detenidos para ser conducidos al suplicio decía exclamaciones muy fervorosas.
Feliciano Martínez Granero, de 73 años, hizo la profesión solemne en 1928. Toda su vida religiosa desempeñó el oficio de limosnero de la Casa de Valencia, recorriendo a pie los pueblos de Valencia, Aragón y el País Vasco. En el ejercicio de la limosna se cayó de una caballería y se rompió la pierna, quedándole corta y cojeando. Su simplicidad y buen carácter le atraían la estimación de las gentes que le conocían con el nombre de “el cojito”. Los días bajo el dominio rojo estaba retirado en la clausura junto con el jesuita, padre Carceller y don Luis, el capellán, y se pasaba el día rezando. Después de su muerte alguno comunistas preguntaban si también habían matado al “cojito”; extrañándose que hubiese gente tan canalla.
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