Ocho mártires del siglo XX en España nacieron un 3 de julio: dos maristas (uno burgalés y otro navarro, ambos con el poco corriente nombre de Trifón), un capuchino burgalés, un sacerdote diocesano tarraconense y otro almeriense, un sacerdote agustino de Palencia y de Valencia una religiosa de San José más una laica que fue ejecutada con su marido.
Trifón Tobar Calzada (hermano Jerónimo), de 60 años y natural de Susinos (Burgos), fue uno de los tres maristas asesinados, junto con dos sacerdotes y cuatro laicos, el 22 de julio de 1936 en Redueña (Madrid) y beatificados en 2013 (ver artículo del 14 de enero).
Besó las manos de los que le fusilaban
Magí Civit Roca, de 65 años y oriundo de Conesa (Tarragona), fue asesinado con otros dos sacerdotes seculares de la parroquia de Morell el 17 de agosto de 1936 y beatificado en 2013.
Josep Mañé March, de 59 años, se ordenó sacerdote en 1892 y era beneficiado-vicario del Morell, su pueblo natal. Al estallar la guerra acogió en su casa al párroco Civit y al vicario Miquel Rué Gené, de 26 años. Por orden del Comité local se trasladaron al Mas de Mestre, con la promesa de que no les iba a pasar nada. El 17 de agosto, fueron detenidos, atados y llevados en dos coches hasta la carretera de Alcolea, en la Riera de Maspujols. Allí los mataron, pero antes Mosén Magín Civit pidió a los asesinos que le dejaran besarles las manos, ya que ellas -dijo- le debían abrir la puerta del cielo. Los cadáveres fueron sepultados en la fosa común del cementerio de Reus.
El más joven, Rué, se había ordenado en 1933 y, según la biografía publicada por el obispado de Tarragona, solo estuvo tres meses de vicario en la parroquia de Falset, «donde se ganó la simpatía de los niños, hasta el punto de que cuando lo trasladaron todos lloraban. Los otros feligreses de Falset guardaron un buen recuerdo. Tuvo mucha actividad con los jóvenes a través de los círculos de estudio. Formaron una coral para los actos litúrgicos con muy buenos resultados. Pasaba muchas horas rezando ante el Santísimo, incluso alguna noche entera: una de ellas fue la del 6 de octubre de 1934». Días antes de estallar la guerra se fue a despedir de sus familiares en Cervià y les dijo: «Yo seré el primero en morir». Los tres sacerdotes habían retirado la Eucaristía de la parroquia el 21 de julio y «a los pocos días, al saber que en Reus se incendiaban las iglesias y los conventos y se empezaba a asesinar a los presbíteros, determinaron sumir las Sagradas Especies». Antes de que el Comité local les obligara a refugiarse en la Masía de Mestre, «sorprendieron a Mosén Miguel Rué arrodillado ante el Santísimo y llorando. Cuando se levantó les dijo: «Tenemos que saber defender nuestra fe, si nos matan seremos mártires de nuestra santa causa».
Comisario de los agustinos en Brasil
Jacinto Martínez Ayuela, sacerdote agustino de 54 años, era natural de Celadilla del Río (Palencia), fue asesinado en Cuenca el 21 de septiembre de 1936 y beatificado en 2007. Con motivo del homenaje que se le hizo en su pueblo se publicó esta biografía:
Hijo de Dámaso y Teresa, nació el 3 de julio del año 1882 en Celadilla del Rio, provincia de Palencia y diócesis, entonces, de León. Fue bautizado en la parroquia el Salvador del mismo pueblo, tres días después.
Ya desde muy joven, influenciado por la familia, sintió una fuerte atracción por el estado religioso, dedicándose con entusiasmo al estudio de las humanidades y del latín con miras a dicha carrera, sobresaliendo en sus estudios obteniendo siempre las más altas calificaciones.
Con la preparación indicada y quince años de edad ingresó en el convento de Valladolid vistiendo el hábito agustino el día 5 de agosto del año 1897. Transcurrido el tiempo de noviciado, profesó de votos temporales el 3 de noviembre de 1898, siendo rector del real Colegio el P. Martín Hernández. Estudiada la filosofía, un trienio después emitió la profesión solemne el 9 de noviembre de 1901. En 1902 pasó luego al monasterio de Santa María de la Vid (Burgos) en donde estudió la teología, recibiendo la orden del presbiterado el 13 de agosto del 1913.
Los primeros destinos fueron los colegios que la Orden tenía en España. Junto con la enseñanza y la educación de los jóvenes, continuó formándose a sí mismo realizando estudios de Filosofía y Letras, en la universidad, y alcanzando el título de licenciado. En el colegio Cántabro de Santander desempeñó el cargo de director espiritual de los alumnos dejando entre los mismos grandes muestras de aprecio y estima. Pasó también algún tiempo en el colegio de Ceuta, en el que trabajó como profesor y cargo de secretario. En el año 1930 fue nombrado superior del seminario de Uclés (Cuenca), siendo muy querido y apreciado por todos cuantos vivieron bajo su dirección. En 1933 fue nombrado comisario de la Viceprovincia del Brasil. En todos los sitios por donde pasó, dejó constancia de su buen hacer cumpliendo las reglas y haciéndolas cumplir. La exigencia la empezaba por él mismo. A pesar de ellos se dejaba querer, reflejando siempre en todas sus actitudes una maravillosa expresión de bondad y armonía. Todos le respetaban y querían.
También dedicó algún tiempo a la pluma publicando algunas obras de piedad y diversos escritos sobre las teorías de moralistas, como la del probabilismo y equiprobabilismo, siendo partidario de las defendidas por S. Alfonso María de Ligorio. Editó un bello Vía-Crucis inspirado en los clásicos españoles. Publicó numerosos artículos en revistas agustinianas. Los religiosos de la Orden tenían de él un elevado concepto sobre sus dotes de ciencia, piedad y gobierno.
Al estallar la contienda nacional y la persecución religiosa, el Siervo de Dios acababa de llegar a la Patria. Iba a celebrarse en fechas muy próximas, concretamente el 23 de julio, el capítulo provincial en la ciudad de Salamanca. Y para ocupar un poco ese intervalo de tiempo quiso regresar por unos días al siempre recordado y añorado seminario de Uclés. Precisamente aquí le sorprendió la revuelta. No fue detenido el 27, pero sí se vio obligado a abandonar, por indicación de las autoridades locales, el pueblo y en la noche del 27 al 28 en compañía del P. Emiliano López, emprendió el camino de Paredes para dirigirse a Cuenca en tren. Nada más arrancar este medio de locomoción fueron ambos detenidos por los milicianos por considerar incompleta la documentación que llevaban e ingresaron en la prisión de la ciudad de Cuenca. No iban a estar solos. Allí se encontraron con otros dos compañeros del monasterio: Fray Ginés, y el P. José Galende. Un día más tarde se les uniría el P. Nicolás de Mier.
En la cárcel dio ejemplo maravilloso de comportamiento cristiano, animando, confesando, rezando y conversando con los detenidos hasta que el día 21 de septiembre fue sacado de la prisión juntamente con el P. Nicolás de Mier, un dominico de Ocaña y el párroco de Mota del Cuervo y asesinado, por ser sacerdote y religioso. El martirio tuvo lugar junto a las tapias del cementerio de la ciudad. Sus restos están inhumados en dicho camposanto de Cuenca.
El domingo 5 de julio del año 2009, el pueblo de Celadilla del Río ha rendido un cariñoso homenaje a este hijo del pueblo con una solemne eucaristía presidida por el Obispo de la Diócesis de Palencia Don José Ignacio Munilla y acompañado por el Provincial de los Agustinos y otros diez religiosos y sacerdotes concelebraron la entronización y bendición de la nueva imagen del Beato P. Jacinto Martínez Ayuela.
Acompañaron las autoridades civiles locales y provinciales, todo el pueblo de Celadilla y de otros pueblos cercanos. Después de la procesión del nuevo beato por las calles del pueblo, se ofreció una comida de hermandad a todo el pueblo.
No quiso separarse de su superiora
Josefa Monrabal Montaner, de 35 años y natural de Gandía (Valencia), religiosa profesa de San José de Girona, fue asesinada el 30 de agosto de 1936 en Xeresa (Valencia) y beatificada en Girona el5 de septiembre de 2015. Murió porque no quiso separarse de su superiora, según esta biografía:
En una noche de agosto la familia de la planta baja formada por el matrimonio José María Aparisi, Dolores y su hijo José, estaban cenando a la puerta de casa, como era costumbre en verano. Se presentaron unos milicianos armados que bajaron de un coche descapotable llamado “La Pepa”. Entre ellos estaba un tal “Pancho Villa”, otro llamado “El Reyet”, que era vecino del mismo barrio, y una miliciana que llevaba dos pistolas al cinto. El tal “Reyet”, llamado Pepe P G, vecino de la calle Yeserías, dirigiéndose al padre, le dijo:
-“José María, ábrenos la puerta de la escalera que venimos a por las monjas”.
Él les dijo que no sabía nada de monjas, que allí no vivía nadie; que los dueños se habían ido a la playa de Rifalcaid.
Entonces uno de ellos dijo:
-“Aquí están las monjas y vosotros tenéis la llave”.
Insistieron dos o tres veces. Amenazaron en que si no les abría, forzarían la puerta. Y así lo hicieron. Forzaron la puerta, entraron en casa y subieron al primer piso. Allí estaban refugiadas la madre Fidela Oller Angelats y la hermana Josefa Monrabal Montaner. Cuando ellas oyeron que subían los milicianos, les abrieron la puerta. Les dijeron que iban a hacer un registro y al cabo de un rato bajaron con las dos hermanas detenidas.
El “Pancho Villa” le dijo al Sr. José Mª:
-Con que no había monjas, ¿eh? Tú, al coche también.
Pero el “Reyet”, que conocía a José María porque era de allí y vivía en la calle siguiente, le dijo:
-“Oye, que ese es un ignorante labrador, que éste me creo que no sabría nada de que eran monjas”. Y le dejaron.
Delante de la familia, subieron al coche a la madre Fidela con
tan malos modos y tanta violencia que le rompieron un brazo. (…)
El tal “Pancho Villa” dirigiéndose otra vez al José María muy duramente, le dijo:
-“¡Éste sabe demasiado! Tú, por encubridor, al coche también”.
Los vecinos estaban conversando en la calle, al ver llegar el coche llamado “La Pepa”, llenos de pánico, corrieron a esconderse aterrados, porque sabían que venían a buscar a alguien, y espiando a través de la persiana, veían lo que estaba pasando en la calle. Una vecina, creyendo que iban a buscar a su marido, quiso salir, pero el hijo del dueño de la casa se lo impidió. Al cabo de poco rato bajaron los milicianos con las hermanas y el vecino, que estaba mirando, le dijo:
“Se llevan a las monjas y al señor Aparisi”.
Y se llevaron a la madre Fidela, a la Hna. Josefa y a José María Aparisi por la carretera en dirección a Valencia. Por el camino el “Reyet” le dijo a “Pancho Villa” y a los demás milicianos:
-“¡Vamos!, dejad que baje José María, que éste es un ignorante, un hombre del campo, y no sabe nada de todo esto”.
Y así lo hicieron. Al llegar a la zona del castillo de Bairén pararon el coche e hicieron bajar a José María.
El “Reyet” bajó con él y le dijo en voz baja:
-“Márchate corriendo por medio del campo, no vayas por la carretera que si éste te ve, te matará”.
El coche con las religiosas continuó hacia Valencia. (…)
El coche de los milicianos, que había seguido por la carretera en dirección a Valencia, al llegar al cruce con el camino de Xeresa, en el lugar llamado de la Crehueta, entró unos metros, paró y las hicieron bajar. En aquel mismo lugar las mataron.
A la madre Fidela le dieron un disparo en la espalda y otro en la sien y a la hermana Josefa le dieron un disparo en el cuello y otro en la región lumbar, provocándole una fuerte hemorragia. Ambas cayeron juntas y allí permanecieron hasta el día siguiente.
Los vecinos de los alrededores oyeron los disparos en la noche calurosa del mes de agosto. Algunos aseguraban que habían oído voces, insultos, disparos y quejidos de dolor y poco tiempo después, nada, silencio absoluto.
Según los vecinos de Xeresa, aquel mismo día habían ido los milicianos a hablar con los de la barricada, que si oían tiros, es que iban a matar monjas de Gandía, y por la noche, después de realizada la fechoría, fueron a comunicarles que ya estaban muertas, que eran dos monjas de las Veladoras de Gandía (Religiosas de S. José). Los vecinos escucharon esto desde el patio de su casa aterrorizados, porque, como católicos que eran, también eran objetivo de los milicianos, que ya habían cometido otros crímenes en el mismo pueblo, de personas de allí y de Gandía.
«Si por católicos los matáis, yo no reniego»
Herminia Martínez Amigó, laica de 49 años natural de Puçol (Valencia), fue asesinada el 27 de septiembre de 1936 en Gilet (Valencia) y beatificada en 2001. Casada desde 1916 con Vicente Martínez Ferrer, no tuvieron hijos. Formaba parte de la Pía Unión delos Sagrados Corazones y de las Hijas de María. Se distinguió por su caridad y por las muchas obras de misericordia que realizó. Su acomodada posición social le permitió ser más generosa en las limosnas y en visitar y recoger a enfermos, sin tener en cuenta para nada sus ideas políticas. Llegó a vender parte de sus bienes, para ayudar a los necesitados en forma de donativos y jornales de trabajo. Cedía con frecuencia su casa para hacer el bien, sobre todo a las madres jóvenes, a las que sufragaba los gastos de médicos y medicinas. Fundó una sociedad para enfermos pobres. Cuando la detuvieron, los milicianos le dijeron que “sólo mataban a curas, frailes y beatos”. Entonces Herminia respondió: “Si por católicos los matáis, yo no reniego. Soy católica, apostólica y romana”. Los milicianos le dijeron que la matarían por ser de la Iglesia. Fue fusilada, junto con su marido en Gilet (Valencia). Murió animando a sus compañeros de martirio y perdonando a sus verdugos.
Trifón Nicasio Lacunza Unzu (hermano Virgilio), de 45 años y oriundo de Ciriza (Navarra), fue uno de los 46 maristas asesinados en Montcada i Reixac (Barcelona) el 8 de octubre de 1936 cuyo rescate se gastó en armas el honorable Tarradellas, y que fueron beatificados en 2007 (ver artículo del 8 de octubre).
«Lo único que puedo concederos es el perdón»
Manuel Navarro Martínez, sacerdote de 57 años, era natural de Rioja (Almería) y coadjutor de la parroquia de San Pedro en la capital diocesana y de provincia, donde fue asesinado el 23 de octubre de 1936; beatificado en Roquetas de Mar el 25 de marzo de 2017. Cura Ecónomo de Uleila del Campo desde 1919, una dolencia cardíaca forzó su regreso a Almería en 1935 como Coadjutor de san Pedro, según la biografía diocesana:
Piadoso celebrante de la Eucaristía, el resto de su tiempo lo empleaba en auxiliar a los pobres y en el cuidado de la familia de una hermana viuda. Los días de Navidad y Corpus Christi, llenaba un coche de alimentos y los repartía a las familias más pobres de la ciudad.
Al estallar la Persecución Religiosa se encontraba en su hogar tomando café con su hermana. Su sobrina – nieta, doña Aurea, narra lo sucedido: « Cuando los milicianos llegaron a casa preguntaron por él y él mismo dijo: “Yo soy, ¿qué queréis de mí? Yo lo único que puedo concederos es el perdón”. Se despidió con amargura de su familia, porque sabía dónde le llevaban y la situación en la que quedaba la familia con la casa totalmente deshecha porque ya había sido previamente saqueada. Por referencias que tengo de mi madre fue torturado previamente en las orejas y en la nariz, en el cementerio de Almería. »
Recibió la corona martirial el mismo día en que se cumplía el trigésimo segundo aniversario de su primera Misa.
Jacinto Gutiérrez Terciado (fray Diego de Guadilla), nacido en esa localidad burgalesa y de 27 años, fue asesinado en Santoña (Cantabria) el 29 de diciembre de 1936 (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2013.
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