De los 13 beatos del 9 de diciembre de 1936, 11 murieron en el Picadero de Paterna (cinco sacerdotes salesianos, cinco Hijas de la Caridad mártires con una seglar que convivía con ellas), otro era un escolapio muerto en la misma provincia y el último un lasaliano en Barcelona.
«Rece cuanto quiera», un permiso con fecha de caducidad
Los salesianos eran Agustín García Calvo, de 31 años; José Giménez López, de 32 -ingresó en 1925, se ordenó en 1936 y estaba destinado en Alcoy-; Julián Rodríguez Sánchez, de 40 -sacerdote desde 1930; preso del 21 al 29 de julio, aunque lo liberaron se entregó el 3 de septiembre, para no comprometer a sus benefactores, en el gobierno civil, de donde lo llevaron a la cárcel de Mislata-; Recaredo de los Ríos Fabregat, de 43 -se hizo salesiano en 1909 y sacerdote en 1917, el convento y colegio que dirigía en Alicante fue uno de los quemados el 12 de mayo de 1931, encarcelado con los demás del 21 al 29 de julio de 1936, fue liberado y el mismo día preso otra vez (momento en que presenció el asesinato, en la camioneta en la que iban, del provincial José Calasanz Marqués) y llevado a Mislata-; y Antonio María Martín Hernández, de 51 años.
Las Hijas de la Caridad fusiladas con los anteriores eran Isidora Izquierdo García, de 51 años; Estefanía Irisarry Irigaray, de 58 años; Carmela Rodríguez Banazal, de 60 años; Pilar Nalda Franco, de 65 años, las cuatro del asilo de Nuestra Señora del Carmen, sito en el castillo de Bétera (Valencia); y Josefa Laborra Goyeneche, de 72, del hospicio de Cuenca.
En los comienzos de la guerra, sor Estefanía marchó a Concentaina (Alicante), con otra hermana, a casa de unos primos, pero viendo que era un compromiso para aquella familia, regresó a Valencia a unirse con la comunidad.
Pasó la noche en un banco de la Alameda, de donde la llevaron a la comisaría porque, aunque iba vestida de seglar, llevaba el rosario grande del hábito colgado de la cintura bajo la falda. Pero en comisaría, la vieron tan buena persona, que una miliciana le dijo: “Váyase y rece cuanto quiera”.
La suerte de estas monjas terminó por un descuido de la beterana Dolores Broseta Bonet, de 44 años, que era empleada del asilo del Carmen y por enfermedad no había podido terminar el postulantado, les llevaba con frecuencia lo que necesitaban del asilo a su refugio. Sin querer llamó la atención de los milicianos, que las detuvieron el día de la Inmaculada.
Dos escolapios asesinados, pero solo uno beatificado
El algemesinense José (del Carmelo) Ferrer Esteve, de 32 años, ingresó con 13 años en el postulantado escolapio. Ya sacerdote, en 1934 fue nombrado maestro de novicios. El 10 de julio de 1936 fue a casa de sus padres a pasar unos días y allí le sorprendió la guerra española. Dijo misa cuando pudo y, a la vista de los asesinatos de sacerdotes y religiosos cometidos en su pueblo, le aconsejaron que se fuera de su casa pero él no quiso abandonar a su madre. El 9 de diciembre lo recogieron al mediodía unos milicianos y lo llevaron a la cárcel. Esa misma noche fue llevado con otro escolapio a Llombai y fusilado. Según la documentación de ese pueblo en la Causa General (legajo 1373, expediente 4, folio 7), el otro escolapio se llamaba Bernardo Castillo San Juan y era de Alzira; ambos cadáveres aparecieron en la partida Bornaig, entre los kilómetros 42 y 43 de la carretera de Alicante a Silla Real.
Inicialmente salvado por ocultarse tras la puerta
Al lasaliano José Luis Carrera Comas (hermano Agapio José), de 55 años, lo llevaron sus padres con nueve años al internado de Béziers. Vistió el hábito de La Salle en 1897, trabajó seis años en escuelas gratuitas de Terrassa, pasando en 1905 al internado de la Bonanova. En 1931, organizó una asociación de padres para que dirigiera la escuela sin que fuera incautada por la Ley de Congregaciones de 1933. Para organizar algo semejante lo enviaron en 1933 a Sant Hipòlit de Voltregà, donde tres de los cuatro lasalianos que cuidaban el colegio serían asesinados. Expulsados de su casa por el comité el 23 de julio, se refugiaron en familias amigas, pero ante la noticia de la llegada de más revolucionarios, huyeron al monte. Pasado un tiempo, el hermano Agapio, pensando que la furia habría remitido, alquiló una casa para reunir a los demás, mientras algunas personas les proveían de comida.
El 18 de agosto la casa fue rodeada por milicianos que, puesto que buscaban a tres religiosos, se llevaron al hermano de la Sagrada Familia que les abrió la puerta y a dos lasalianos (hermanos Honorato y Olegario) que fueron fusilados.
El hermano Agapio estaba en la casa, pero le ocultó la hoja de la puerta y se ocultó con el otro superviviente en casa del señor Sierra, quien les aconsejó marchar a Barcelona. El comité local, en cambio, se opuso, y nombró su secretario al lasaliano más joven. Sin embargo, a las cuatro de la mañana siguiente, alguien les aconsejó huir, pues les buscaban para matarlos. Tras pasar por Vic, el hermano Agapio llegó el 10 de septiembre a pensión del señor Jodar Motta, en la calle Roger de Flor 218 de Barcelona. Allí convivió con un vicario de la parroquia del Carmen, que celebraba misa. Decía que la escuela de Voltregà se reabriría como “escuela de los mártires”, en referencia a los dos muertos.
El 9 de diciembre la casa fue cercada por cinco milicianos que buscaban a un cura y un religioso. El hermano Agapio tuvo miedo, y le dijeron: “No se asuste, le dijeron, se trata solamente de que nos siga para una declaración y luego el Comité le dará un lugar de trabajo”. Tres milicianos se los llevaron y los otros dos dijeron: “Puesto que quedan dos lugares vacíos para la comida, aprovecharemos nosotros”. En el control del comisariado de Las Cortes 517 dijeron a la criada del vicario que los habían fusilado, y pudo ver una lista donde aparecían los dos nombres señalados con una cruz.
Según la declaración del párroco del Carmen a la Causa General en la posguerra, transcrita en Wiki Martyres, el vicario se llamaba D. Juan Ramon (no da apellido, salvo que este fuera Ramon); y hubo otro sacerdote asesinado en esa parroquia, el beneficiado Antonio Solanich, «preso a los pocos días de la revuelta, arrastrado por la escalera desde un tercer piso y conducido medio muerto a la Rabasada, donde fue asesinado». Sólo hay un laico al que se anota como posible mártir, al citarlo entre los asesinados que destacaban por su significación religiosa: «D. Antonio Viladrosa, panadero, detenido y de ignorado paradero».
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