Ocho mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el sábado 19 de septiembre de 1936: dos laicas uruguayas –Dolores y Consuelo Aguiar-Mella y Díaz, las primeras beatas y mártires de ese país- y una religiosa escolapia -la madre María de Jesús– en Madrid, un hospitalario dentro de la misma provincia, dos sacerdotes diocesanos en la de Alicante –Fernando García Sendra y José García Mas-, la laica Francisca Cualladó -a quien cortaron la lengua antes de matarla- en la de Valencia y un sacerdote granadino en Almería.
En Italia se conmemora en este día al obispo mártir san Jenaro (305); en Corea a san Carlos Hyon Song-mun (1846). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a cuatro mártires de este día: uno asesinado en 1918 (el sacerdote Demetrio Spassky) y tres en 1937 (el arcipreste Constantino Bogoslovsky, más los sacerdotes Juan Pavlovsky y Vsevolod Poteminsky).
“¿Qué les hemos hecho para que nos quieran matar?”
Jacinto Hoyuelos González, de 22 años y cántabro de Matarrepudio (Valdeolea), vio desde niño que en el hogar de sus padres se acogía a pobres y transeúntes, y si pronto aprendió a llevárselos a su madre diciendo «Madre este pobre no tiene dónde dormir esta noche y no ha comido hoy, recíbalo usted y que coma», cuando se hizo religioso les escribía para recordarles: «Den limosna a los pobres, y en cuanto puedan, recojan alguno en casa, para que cuando les den de comer, o les lleven a acostar, se acuerden de su hijo, que practica las mismas obras de misericordia; todo sea por Dios». Tuvo que trabajar como labrador antes de acceder a la profesión de hospitalario, en 1935, y trasladarse en enero de 1936 a Ciempozuelos.
Hacía el servicio militar en Getafe, por lo que, al ser detenida el 7 de agosto la comunidad de Ciempozuelos, lo rescató el doctor Sloker, jefe de la Clínica Psiquiátrica Militar, alegando que era soldado a sus órdenes. Los milicianos andaban, sin embargo, tras de él. En confianza comentaba: «Esta gente parece que quiere matarnos; ¿por qué nos querrá tan mal? ¿Qué les hemos hecho? Si nos matan, seremos mártires». Según la información preparada por el obispado de Getafe, el 18 de septiembre por la noche, Hoyuelos «fue detenido por varios enfermeros milicianos, que le incitaban a blasfemar, pero al no acceder, lo maltrataron y condenaron a ser fusilado. Llevado a las afueras de Ciempozuelos, en el puente de la vía cerca de la estación, lo descolgaron ahorcándolo colocada una soga al cuello, donde al caer, quedó estrangulado y dispararon después contra él».
Le cortaron la lengua para que dejara de dar vivas a Cristo Rey
Francisca Cualladó Baixauli, valenciana de 45 años, trabajó desde la adolescencia como modista para colaborar en la economía familiar, muy deteriorada por la muerte prematura de su padre y la enfermedad de su madre, que quedó paralítica. Sus muchas horas de trabajo no le quitaron, sin embargo, la voluntad de hacer apostolado como militante cristiana. Fundó los Jueves Eucarísticos en su parroquia y colaboró en la fundación del Sindicato de la Aguja. Daba clases de corte y confección y preparaba a los enfermos para recibir los sacramentos.
El 19 de septiembre de 1936 fue fusilada, no sin antes haberle arrancado la lengua para que no siguiera dando vivas a Cristo Rey. Se suele señalar que la martirizaron en Benifayó, pero el paraje donde se cometió el crimen, Torre Espioca, está en el término municipal de Picasent, frente a la cárcel.
Pudo huir, pero no lo hizo
Antonio Sierra Leyva, de 59 años y granadino de Churriana de la Vega, era capellán del Colegio de la Divina Infantita en Instinción (Almería) tras haber renunciado a su cargo de Sochantre de la catedral de Guadix (Granada). Fue asesinado en Alhama de Almería y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar, en la misma provincia. Tiene biografía tanto en la archidiócesis de Granada como en la diócesis de Guadix, y en la de Almería se afirma que sabía quién lo iba a matar:
Aunque no se arredró al comenzar la Persecución Religiosa, pues continúo rezando el breviario por las calles, fue expulsado del Colegio. Don Gaspar Ros Salvador, un niño por aquella época, recuerda que: « Cuando lo expulsaron del Colegio donde residía, mis padres lo acogieron en mi casa donde estuvo unos quince días hasta que lo sacaron para asesinarlo. Él pudo huir pero no lo hizo, todo el pueblo sabía que estaba allí. Un día dijo a mi padre que sabía que lo iban a matar y quién lo iba a hacer. »
Fue torturado en la prisión de Alhama de Almería y después en Instinción, junto al siervo de Dios don Andrés Molina Muñoz. En las primeras horas del diecinueve de septiembre de 1936 lo arrastraron hasta la cuesta de Juan Pascual, entre Íllar y Alhama de Almería. Allí recibió la palma martirial.
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