Entre las personas asesinadas el lunes 17 de agosto de 1936 han sido beatificadas 19 como mártires del siglo XX en España: siete hermanos y un sacerdote hospitalarios de Málaga; tres sacerdotes seculares –Josep Mañé, Miquel Rué y Magín Civit– en Tarragona; dos sacerdotes claretianos en Barcelona –Julio Aramendía y José Puigdeséns-; un religioso y un sacerdote capuchinos más un laico vicenciano (Agustín Fernández Vázquez) en Madrid; un escolapio –Enrique (de los Sagrados Corazones) Canadell Quintana– en Gerona; y un párroco –Florencio López Egea– en Almería.
Este día se conmemora en Japón el martirio de los santos Jacobo Kyuhei Gorobioye Tomonaga (sacerdote dominico) y Miguel Kurobioye (laico) en Nagaski (1633); en Francia del beato Natal Hilario Le Conte (1794); en Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a tres víctimas de las purgas de 1937: el sacerdote-monje Miguel Zhuk y los laicos Demetrio y Simeón Vorobyev.
Era «incapaz de hacer mal a nadie» y por eso no respondió lo que querían
Los capuchinos Facundo Escanciano Tejerina (fray Aurelio de Ocejo) y Eugenio Sanz-Orozco Mortera (padre José María de Manila), ambos de 55 años y naturales de la localidad leonesa y la capital filipina que llevaban en sus respectivos nombres, fueron asesinados ese mismo día. Fray Aurelio era uno de los mayores en una familia de 13 hermanos. Ingresó en la orden con 28 años y trabajó en la administración y difusión de El Mensajero Seráfico, cuya tirada era de 19.000 ejemplares. Tras pasar un tiempo con dos familias, resolvió ir en busca de unos parientes en las afueras de Madrid, y en esas lo detuvieron. Por la tarde, un miliciano del «Radio Comunista, sector sur del Puente de Toledo» fue a la casa donde se alojaba a recoger sus enseres, y ante la insistencia de esas personas en que «no le vayan ustedes a hacer nada; es un hombre bueno, un infeliz, incapaz de hacer mal a nadie», contestó el miliciano que «todo depende de que conteste sí o no a la pregunta que se le ha hecho». El mismo día apareció su cadáver en la carretera de Andalucía y fue llevado al depósito judicial.
Su ilusión era celebrar misa y visitar enfermos, ignorando la persecución
El padre José María de Manila (beatificado en 2013 como fray Aurelio, esta imagen suya se venera en una parroquia filipina) se hizo capuchino en Manresa en 1904 y se ordenó sacerdote en 1910. En 1919 pasó a petición propia de Cataluña a Castilla. El 20 de julio de 1936 encontró un buen lugar donde acogerse, pero lo dejó para ir al que le había señalado el superior del convento, y donde, según Crisóstomo de Bustamante, «toda su ilusión era poder celebrar el santo sacrificio de la misa, e ir a los hospitales para asistir a los enfermos, ignorando por completo la terrible realidad de la persecución religiosa». El 16 de agosto tuvo que abandonar la portería en que vivía, porque se había corrido la voz en el vecindario de que escondían un fraile. Al poco de llegar al domicilio de unos familiares en la calle Alfonso XII, llegaron unos milicianos que le iban siguiendo y que se lo llevaron a la checa de Bellas Artes, donde el portero que le acompañaba vio que «respondía con serenidad y con energía a las preguntas que le hacían». Al día siguiente fue conducido a los jardines del Cuartel de la Montaña, donde lo mataron y desde ahí llevaron el cadáver al depósito.
El sacerdote claretiano Julio Aramendía Urquía, nacido en Obanos (Navarra) el 5 de diciembre de 1900, tenía 35 años cuando lo mataron en Vic (Barcelona), donde estaba trabajando la biografía de san Antonio María Claret, según relata la suya:
Mientras estaba enfrascado en sus estudios le sorprendió la persecución religiosa. Al decretarse la dispersión de la comunidad el día 20 por la tarde, el P. Aramendía, desconociendo todo, se fue con el P. Puigdessens a la casa de la hermana de este, por nombre Ramona, que vivía en la ciudad. Así juntó Dios a estos dos Misioneros de inteligencia prócer con proyectos científicos semejantes para que ofrecieran todo en el sacrificio del martirio. El P. Aramendía siguió la misma suerte que el P. Puigdessens en la hora final.
Al día siguiente, 21, por la mañana volvieron a la comunidad para celebrar Misa. Unas horas más tarde llegó la dispersión definitiva y volvieron a la casa de Ramona. Al atardecer tuvieron noticia de que el convento estaba ardiendo. Entonces los Padres y el marido de Ramona fueron al convento para salvar los escritos del P. Puigdessens, pero no lograron nada a causa del humo y fuego.
Ramona les procuró Breviario y obtuvo del capellán de la vecina iglesia de la Misericordia para celebrar. Así el P. Aramendía celebró el 23 y también el 25, fiesta de Santiago, con todas las cautelas, como era necesario, pero aún así fueron delatados. Ya poco después de comer el mismo 25 se presentaron en la casa una docena de milicianos. El P. Aramendía estaba durmiendo la siesta y tuvieron que llamarle varias veces. Hicieron un registro de dos horas e indagaciones y le recomendaron cambiar de vida, que ya se había acabado eso de engañar a la gente con misas y sermones. Pero sobre todo les intimaron que no podían cambiar de domicilio sin informar previamente al Comité.
Él continuó con sus estudios, pero la situación ya no era la misma. Así lo confirmó a un Misionero que le hizo una visita:
Haré lo posible por salvar la vida, pero cuando me vea perdido, yo trataré que mi muerte no sea una vulgaridad. Quiero ser mártir. Si me toca morir, quiero que sea por Dios y por mi Fe. Y para conseguirlo he de explicar unas cuantas cosas a los que me hayan de matar.
Un día llegó a casa la noticia de que habían quemado el cuerpo del P. Claret. El P. Aramendía quiso salir de casa para averiguarlo, pero la dueña logró convencerle de semejante imprudencia.
El 17 de agosto a la una de la madrugada llegó la visita de una patrulla que buscaba una maleta que alguien desde fuera había visto trasladar a la casa. La maleta apareció y siguieron con un feroz registro que acabó con la detención de los Padres. El P. Aramendía no tuvo alientos para despedirse y salió resignado con las manos cruzadas ante el pecho. A pie, entre fusiles, le llevaron al Ayuntamiento, sede del Comité, y después fuera de la ciudad por la carretera de Manlleu, y junto al arranque del camino de Isern, en el término municipal de Vic, a eso de las 3,45 de la noche le fusilaron junto al P. Puigdessens. Desde el Monofre, masía situada cerca de la carretera, oyeron descargas y allí quedaron los cadáveres.
Fue enterrado en el cementerio de Vich.
Para el caso de su compañero de martirio, José Puigdeséns Pujol, consta que no sirvieron para protegerle las gestiones hechas ante el consejero de cultura de la Generalidad catalana, Ventura Gassol, antiguo alumno suyo.
Florencio López Egea, natural de Tahal y párroco de Turre, fue asesinado en esa localidad almeriense diez días antes de cumplir los 53 años y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (Almería). De su gran devoción mariana dio muestras en su martirio, según la biografía diocesana:
Estallada la Persecución Religiosa trataron de que se marchara a Argentina, pero replicó: « Yo nunca abandonaré a mi rebaño. » Expulsado de la casa rectoral, se refugió en un cortijo que su hermana tenía en el barranco del Negro. Unos milicianos lo detuvieron en la noche del dieciséis de agosto de 1936. Prisionero, marchó con ellos mientras entonaba una de sus canciones a la Virgen: « Salva presurosa al pueblo español. »
Arrastrado hasta la cañada del Conejo de Turre, doña Encarnación Muñoz narra que: « De su martirio sé que le clavaron pinchos de zábila en los ojos. Pretendían que blasfemara, pero él gritaba: “¡Viva Cristo Rey!” Y, en el colmo de sus maldades, le castraron. »
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