¡Que nuestra sangre sea semilla de cristianos! El sacerdote Joan Gibert, murió abrazado a su párroco, Pau Virgili, quien pedía por que su sangre fuera semilla de cristianos


Siete mártires del siglo XX en España nacieron un 14 de marzo: un salesiano alicantino, un sacerdote secular tarraconense, un agustino asturiano, un hospitalario cacereño, un amigoniano turolense, un lasaliano gerundense y un marista navarro.

«Prefiero ver la muerte cara a cara»
Felipe Hernández Martínez, de 23 años y natural de Villena (Alicante), era estudiante de teología salesiano de la comunidad de Sarriá (Barcelona), fue asesinado el 27 de julio de 1936 -en compañía de otros tres salesianos: el clérigo Zacarías Abadía Buesa, de 22 años; el coadjutor Jaime Ortiz Alzueta, de 23 como Felipe, y el sacerdote José Caselles Moncho, de 29 años- y beatificado en 2001.

Nacido en el seno de una familia sencilla de agricultores, de carácter inquieto y algo revoltoso, ingresó a los 9 años en el Colegio Salesiano de su ciudad natal. Mientras estudiaba la enseñanza elemental, sintió la llamada de Dios a consagrarse como religiosos salesiano. En el otoño de 1924 ingresa en el Seminario de Campello.

En el año 1929 hizo su noviciado en Gerona, pronunciando los votos el día 1 de agosto de 1930. Terminados los estudios de Filosofía, comenzó su trienio práctico en Ciudadela (Menorca),donde uno de sus alumnos lo describe:

«alegre y expansivo, sabía contagiar a los niños su dinamismo, ponía especial interés en que los niños aprendieran a ayudar debidamente la santa misa. Era el clerigo ideal, que atraía por su piedad, la cual vivía realmente, y que trataba a todos con cariño y con una delicadeza extremada».

En octubre de 1935 marchó a Carabanchel Alto para comenzar sus estudios de Teología, yendo en el verano de 1936 a pasar las vacaciones a la Casa de Sarriá, donde encontró la muerte el 27 de julio por la noche, con los otros tres.

Debiendo salir de Sarriá, Felipe, con el Hermano coadjtutor Jaime Ortiz y un joven alumno de la Escuela de Mecánica, se dirigieron a una pensión de la calle Diputación, donde estaba hospedado un hermano del referido joven.

Con frecuencia se ponían en contacto con otros salesianos en lugares prefijados, para ayudarse y comunicarse las noticias más importantes. Los ratos que permanecían en la pensión, los dedicaban a la oración. A medida que pasaba el tiempo se iban dando cuenta de la verdadera gravedad de la situación.

Habiendo encontrado la casa de un capellán, acudían con frecuencia para oír la Santa Misa y confesarse. Aconsejados que se abstuvieran de semejantes imprudencias en las circunstancias en que se encontraban, Felipe contestó:
«Si he de morir, prefiero ver la muerte cara a cara y no ser sorprendido en la ratonera»
Un atardecer, mientras los religiosos se encontraban en la pensión, fueron detenidos. Ante el Comité que les juzgó, Jaime (Ortiz), según un testigo, confesó su condición de religioso salesiano, y que su misión era la de educar a la juventud obrera, a la cual por la módica pensión de dos pesetas diarias, el colegio proporcionaba alimentación, educación y una formación profesional que les permitía ganarse honradamente la vida.

«¡Que nuestra sangre sea semilla de cristianos!»
Joan Gibert Galofré, sacerdote de 56 años y oriundo de La Riera de Gaià (Tarragona), era beneficiado de Pla de Santa Maria (entonces Plan de Cabra) y cura de un convento de monjas, fue asesinado en Montblanc (Tarragona) el 5 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Lo mataron junto con su párroco, Pau Virgili Monfà, de 57 años, que había publicado en 1911 una Novena a la Mare de Déu de la Candela, patrona de Valls, su localidad natal, y era sacerdote desde 1893. Virgili había declarado: “Con mucho gusto daría mi vida para salvar la fe de España”. Cuando el 24 de julio, tres enviados del comité fueron a requisar la iglesia de Plan de Cabra, el párroco pidió permiso para salvar la Eucaristía, lo que le negó uno de los enviados, burlándose de que “todo aquello sólo era un negocio”, así que el Santísimo Sacramento fue profanado, a pesar de que otro de los milicianos se había puesto de parte del sacerdote diciendo: “¡Yo sí creo, señor párroco!”.

Gibert tenía, según la información del obispado de Tarragona, excelentes cualidades: mucho gusto a disponer todo lo que hacía referencia al culto, era muy piadoso y prudente, muy recto y exigente en la dirección de las conciencias, muy amigo y caritativo con los pobres, los cuales acostumbraban a decir: «El padre Joan es un santo. Si él no va al cielo, ¿quién irá?».

También Gibert fue detenido e incomunicado por el comité revolucionario. Cuando se enteró de que el Santísimo de la parroquia había sido profanado, preguntó a su ama de llaves por el de la iglesia de las monjas, y al contestarle que había sido trasladado a lugar seguro, dio un profundo suspiro diciendo: «¡Gracias a Dios, ya estoy tranquilo!». El párroco Virgili estuvo confinado en casa de Jaume Rovira, hasta que, hacia las 17 horas del 5 de agosto, cuatro o cinco milicianos y una miliciana preguntaron por él y tras hablar con él media hora se lo llevaron detenido. Otros tres milicianos llevaron a mosén Joan Gibert Galofré, ordenado en 1904. Dijeron que los llevaban al barco prisión, pero fueron en dirección a Montblanc y entre el puente de madera y la vía del tren los fusilaron. Virgili se abrazó a Gibert gritando: “¡Que nuestra sangre sea semilla de cristianos!”. Sobrevivió unas horas al fusilamiento, rezando fervorosamente.

«Siento lo que vais a hacer, porque es un crimen, pero os perdono»
Severiano Montes Fernández, sacerdote agustino de 49 años, natural de San Julián (Bimenes, Asturias), fue asesinado el 15 de agosto de 1936 en Las Caldas (Priorio, Asturias) y beatificado en 2007. Ingresó en 1904 en el noviciado agustiniano de Valladolid, ordenándose sacerdote en 1912. 1912 se ordenó presbítero. Quería ir a China, pero en lugar de eso lo mandaron a Salamanca y Ceuta; allí enfermó de reúma y volvió a Salamanca y Santander. En julio de 1936 fue al balneario de Caldas (Asturias), donde el comité revolucionario le pidió identificarse y lo dejó bajo vigilancia con el párroco del lugar. Tras un nuevo interrogatorio en la noche del 14 de agosto, ambos fueron llevados a ejecutar. Antes de morir, Montes dijo: “Siento lo que vais a hacer porque es un crimen, pero os perdono ante Dios y ante los hombres”.

Ocho hospitalarios de Málaga: se llevaron a uno con 40 grados de fiebre
Florentino Alonso Antonio (hermano Salustiano), hospitalario de 60 años nacido en Torno (Cáceres), fue asesinado en Málaga el 17 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Era el segundo más anciano de los ocho hospitalarios martirizados con él. Los demás fueron: Isidro Valentín (hermano Estanislao de Jesús) Peña Ojea, de 29 años; Juan Antonio (Raimundo) García Moreno, de 40; Eusebio (Honorio) Ballesteros Rodríguez, de 41; Antonio (Baltasar) del Charco Horques, de 48; Pedro (Segundo) Pastor García, de 51; Manuel (Gumersindo) Sanz y Sanz, de 58; y el sacerdote Silvestre Pérez Laguna, de 62. Están enterrados en la cripta de la catedral de Málaga.

Antonio Montero asegura, en las páginas 284-286 de su Historia de la persecución religiosa en España, que los hospitalarios del “sanatorio de San José, recostado en las laderas de la montaña de Casa Bermeja” hicieron “vida hasta cierto punto normal durante la última semana de julio y las dos primeras de agosto. Padecieron, sí, los consabidos registros de los anarquistas más cercanos, quienes en una visita al sanatorio hacia las 10 de la mañana del 27 de julio obligaron al superior, P. Gil de San José Lladó, a admitir como obreros en la huerta a 25 miembros de la F.A.I. Con escaramuzas como esta iban pasando los días sin que los religiosos les dieran mayor importancia, por cuanto seguían celebrando sus rezos y manteniendo culto público en la capilla. Así hasta el 12 de agosto; desde esta fecha se acordó rezar en voz baja, y dos días más tarde rumores de amenaza por parte del comité aconsejaron al superior la total supresión de todo acto religioso externo”.

Desde el estallido de la guerra los hermanos “vestían blusa blanca en vez de hábito, pasaban por simples enfermeros de la clínica y estaban sometidos a la fiscalización de un comité de empleados, aunque sin demasiadas estridencias. A juzgar, sin embargo, por lo que de puertas afuera estaba ocurriendo, podía temerse a cada momento lo peor.

Lo sucedido el 17 de agosto lo relatan el superior y el hermano Marcos, en una redacción firmada por Marco Octavio en Palencia en 1937: “Por la tarde, entre las 6 y las 7, se presentaron en la portería de la finca del sanatorio diez coches, que conducían de 30 a 40 milicianos de la F.A.I. y guardias de Asalto. Encañonando sus pistolas al portero, señor Lucio, le obligaron a abrir las puertas e ir delante con los brazos levantados en busca de los frailes. Sin dar lugar a esconderse ni huir, fueron detenidos todos los hermanos, con estupor de los mismos pobres enfermos, en el atrio del palacio”.

A pesar de las instancias del médico señor Cotrina, sigue Montero, “los pistoleros obligaron a unirse al grupo a los hermanos Honorio Ballesteros y Raimundo García, con 40 de fiebre el primero y con un brazo roto el segundo. Quedó, en cambio, excluido de la manera más extraña el P. Gil de San José, quizá porque el comité considerase imprudente dejar sin cabeza el establecimiento. No valieron ruegos del padre superior para que se le permitiera acompañar a sus súbditos. Entre estos, y en última instancia, se libró también el H. Marcos, invocando, por consejo de uno de los empleados, su condición de súbdito colombiano. Pudo tener igual suerte el H. Segundo Pastor, que había logrado esconderse en el parque a la llegada del piquete, pero los milicianos, que se sabían al dedillo el fichero de la comunidad, conminaron al superior con su propia muerte inmediata si no encontraba al H. Segundo cuando volvieran dos horas después”.

Según Montero, los captores dijeron que llevaban a los frailes a declarar ante el gobernador. “Se temía, y así fue, que los milicianos volvieran para llevarse al H. Segundo. Este estuvo a la altura de las circunstancias y se entregó voluntariamente por no comprometer a sus dos compañeros”. Un empleado de confianza, el señor Lucio “salió muy de madrugada a inspeccionar las cercanías. No tuvo que buscar mucho. A poca distancia del sanatorio, junto al puente llamado Los Martiricos, a la entrada de la ciudad, yacía en un charco de sangre el cadáver del H. Segundo. Dirigióse el señor Lucio al cementerio de San Rafael, donde cada mañana había noticias desagradables. En efecto, en la parte exterior de la cerca estaban, entre un informe montón de cuerpos exánimes, los cadáveres de los otros siete hermanos”.

Florentín Pérez Romero es uno de los amigonianos de Godella cuyo martirio narré el 9 de marzo. Tenía 32 años, nació en Valdecuenca (Teruel), fue asesinado el 23 de agosto de 1936 en La Pobla de Vallbona (Valencia) y beatificado en 2001.

«No me quite el gozo de morir por Dios y por la fe»
Josep Maria Tolaguera Oliva (hermano Faust Lluís de las Escuelas Cristianas), tenía 32 años, era oriundo de L’Escala (Girona), fue asesinado en Tarragona el 26 de agosto de 1936 y beatificado en la misma ciudad en 2013. Con otros dos lasalianos, forma el grupo de tres beatos de la saca del barco prisión Río Segre del 26 de agosto, continuación de la del día anterior, en la que hay seis mártires beatificados de los 60 asesinados.

El hermano Faust empezó el noviciado lasaliano en 1919. Fue director de la escuela gratuita de Bonanova y, forzado a cambiar por la Ley de Congregaciones de 1933, de la de Tarragona. El que cantara himnos con sus alumnos en las procesiones de Viernes Santo y Corpus Christi lo señaló, de forma que el mismo 20 de julio de 1936 fue detenido y encerrado en el barco Río Segre. Cuando le sacaron el 25 de agosto, alguien sugirió que iban a dejarlo libre, a lo que replicó: “Gracias por sus buenos sentimientos. Pero no me quite la esperanza y el gozo de morir por Dios y por la fe”. Fue separado de los que se llevaron a Valls, y ejecutado en la madrugada del 26 junto a las tapias de la refinería de Campsa a orillas del río Francolí, junto con otros dos lasalianos: Uno era Pere Sisterna Torrent (hermano Elm Miquel), de 68 años, que entró como novicio lasaliano en 1907, cuando ya tenia 39 años. Trabajaba en el noviciado menor de Cambrils al estallar la guerra; fue a Tarragona, donde lo apresaron mandándolo al Río Segre. Por su aspecto sereno y grave, los milicianos pensaban que era uno de los directores de la congregación. El otro era Francesc Casademunt Ribas (hermano Benild Josep), de 64 años, que había ingresado como novicio en 1886, y tras pasar por numerosas escuelas, fue desde 1930 prodirector de la Casa Sagrado Corazón de Cambrils y luego director de la Casa San José en la misma localidad, cuya evacuación tuvo que organizar, marchando él a Tarragona, donde lo detuvieron y enviaron al barco-prisión.

Florentino Redondo Insausti (hermano Leopoldo José), de 51 años y natural de Cárcar (Navarra), es uno de los maristas cuyo rescate se gastó en armas Tarradellas, que fueron asesinados el 8 de octubre de 1936 en Montcada i Reixac (Barcelona), y beatificados en 2007.

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