He matado a muchos sacerdotes y frailes, pero ninguno tan tranquilo El Xato, peón de albañil en Cervera, dijo que de los muchos sacerdotes y frailes que mató, ninguno iba tan tranquilo como el claretiano Ramón Roca, al que mataron porque se parecía a un párroco


Seis mártires del siglo XX en España nacieron un 15 de marzo: un pasionista burgalés y otro palentino, un carmelita gerundense, un sacerdote secular de Lérida, un claretiano barcelonés y un amigoniano turolense.

«Prefiero ver la muerte cara a cara»
Mauricio Macho Rodríguez (hermano Maurilio del Niño Jesús), de 21 años y natural de Villafría (Burgos), fue uno de los nueve pasionistas de Daimiel (Ciudad Real) asesinados el 23 de julio de 1936 en las tapias de la Casa de Campo madrileña en Carabanchel Bajo, y beatificados en 1989 (en la imagen, la urna con los restos de los mártires bajo el altar en Daimiel).

Anatolio García Nozal (padre Ildefonso de la Cruz), sacerdote pasionista de 38 años en Daimiel, fue uno de los doce asesinados en Manzanares (Ciudad Real): no en el primer fusilamiento (23 de julio, con seis muertos), sino el 23 de octubre, en el segundo fusilamiento, tras darles el alta, de los seis supervivientes.

Miguel María Soler Sala, de 17 años y natural de Olot (Gerona), era carmelita calzado de la comunidad de Tárrega, fue asesinado el 29 de julio de 1936 en Cervera (Lérida) y beatificado en 2007 (ver artículo del 21 de diciembre).

«Ya tienes la palma del martirio en las manos, no la dejes escapar»
Josep Tàpies Sirvant, sacerdote de 67 años y natural de Pons (Lérida), era organista de la parroquia de nuestra Señora de Ribera de La Pobla de Segur, fue asesinado el 13 de agosto de 1936 en el cementerio de Salàs de Pallars (con otros seis sacerdotes de la diócesis de Urgel). Los otros seis mártires -beatificado en 2005 con Tàpies- eran, de menor a mayor en edad: Silvestre Arnau Pasqüet, vicario de La Pobla de Segur, 25 años; Pere Martret Moles, párroco del mismo pueblo, 35 años; Pascual Araguàs Guardia, párroco de Noals, 37 años; Josep Boher Foix, párroco de La Pobleta de Bellveí, 48; Josep Joan Perot Juanmartí, párroco de Sant Joan de Vinyafrescal, 59 años; y Francesc Castells Brenuy, ecónomo de Poal, 70 años.

El sacerdote Jesús Castells transcribe en Martirologi de l´Església d´Urgell 1936-1939 unas palabras del organista Tàpies: “No caminaré ni un paso más ni un paso menos para liberarme de los perseguidores; en casa me encontrarán siempre. Por lo que tiene que ver con mi muerte (escribe a un sobrino suyo), no te apures, porque habiendo consumado ya mi carrera, estoy completamente en las manos de la divina providencia; justo es que queden sacerdotes para trabajar en la viña del Señor; los que huyen serán los confesores, los que nos quedamos podemos ser mártires. He pasado en La Pobla cuarenta cuatro Domingos de Ramos, ¿qué tiene de particular de pasar allí mismo un viernes de pasión?”.

El respeto que imponía este sacerdote en La Pobla era tal, según refiere Jorge López Teulón, que no lo molestaron cuando el 21 de julio acudió al registro del templo, ni el 23, cuando fue a protestar, -siempre vestido de sotana, manto y sombrero-, por la detención de los sacerdotes Pere Martret y Silvestre Arnau, ecónomo y vicario de La Pobla de Segur; ni cuando, el 6 de agosto, pasaba ante los guardias milicianos, yendo a confesarse a casa de mosén Joan Auger, a quien dijo: “Sí, moriremos por la fe”. El 13 de agosto, bien temprano, fueron a detenerlo y se presentó ataviado con los distintivos sacerdotales: “Vengo vestido así para no engañar a nadie y acreditar mejor mi condición de sacerdote; me gusta dar la cara ante los conflictos, por graves que sean”. Fue trasladado a la sede del comité local donde se reunió con los otros sacerdotes detenidos. Tras el interrogatorio, los montaron en un camión y cuando la comitiva pasó por delante de la iglesia parroquial dijo: “Adiós Virgen de Ribera, hasta al cielo”. Antes de morir, animó a mosén Silvestre Arnau Pascuet: “Ya tienes la palma del martirio en las manos, no la dejes escapar”.

¡Francisco, hasta el cielo! Hoy día de la Virgen de la Merced alcanzaré el martirio

El beato Ramón Roca.Ramón Roca Buscallà, religioso profeso claretiano natural de Alpens (Barcelona), nació en 1888 y por tanto tenía 48 años cuando lo mataron en Cervera (Lérida) el 24 de septiembre de 1936. Fue beatificado en Barcelona el 21 de octubre de 2017, ocasión en que se publicó su biografía, según la cual lo mataron porque se parecía a un párroco:

En Cervera se encontraba cuando el día 21 de julio de 1936 la comunidad fue dispersada por orden de la autoridad civil. Como era el sastre se entretuvo junto con el Hermano Clotas en repartir los trajes de seglar y no partieron con la mayor parte de la comunidad se encaminaba rumbo a Solsona, sino que quedaron allí para acompañar a los enfermos al Hospital y después volvieron a la ex Universidad. Entonces uno del Comité les preguntó que a dónde pensaban ir y le respondieron que quizá a una fonda y él les aconsejó que era mejor una casa particular. Entonces el Hermano Ramón le dijo: «y ¿si fuéramos al Hospital?». A lo que contestó: «Es adonde mejor estarán, ya les acompañaré yo mismo con un coche». Y así fue. Allí se juntaron con los enfermos, en total eran 12, y hacían vida de comunidad [según el documento conservado en APC GC DO 64, Clotas, H, Relación, Narbona, 3 de junio de 1937, p. 1]. El día 23 se trasladó a la casa de las hermanas Muixen, con las que pasó sólo un día. Al día siguiente, 24, fue a la casa de D. José Oliveras, donde estuvo 15 días, y de ahí a la casa Torner, porque la casa de Oliveras no le pareció segura ya que era sometido a persecución. Durante estos días hizo vida de familia y se dedicaba a rezar, principalmente el Santo Rosario. Aunque estaba preocupado por lo que pasaba no tenía miedo a la muerte y tampoco decía nada sobre los perseguidores. De la casa Torner fue al Mas Claret el día 13 de septiembre. Cuando llegó al Mas Claret exclamó:

¡Gracias a Dios, que podré oír Misa y comulgar!

Así lo hacía cada día. Después iba al bosque porque en la casa no tenía sitio, ni permiso. Convivía con algunos de la comunidad porque estaba allí como escondido. A todos trataba con gran amabilidad. Al bosque, una cueva, le llevaba la comida el H. Francisco Bagaría y pasaba el tiempo rezando el Santo Rosario y por la tarde iba a buscarle. Deseaba ir a Barcelona, pero el Comité no le extendió el pase. Estaba muy resignado y tranquilo. Nunca perdió la alegría de carácter tan suya.

Si nos matan, seremos mártires. Iremos al cielo donde estaremos mejor que aquí y no tendremos que escondernos.

Lamentaba los destrozos de la Revolución en personas y templos, mas decía:

Portémonos bien nosotros, que cada uno dará cuenta a Dios de lo que haya hecho y roguemos por los perseguidores para que Dios los ilumine.

Estaba preocupado, esperaba que se acabara aquel estado de cosas para poder volver al convento. Nunca habló mal de los perseguidores y no tenía miedo a la muerte. Decía:

Si tiene que venir, que sea cuando Dios quiera.

El día 18 de septiembre por la tarde fue detenido. Dos días antes, al atardecer cuando volvía con el H. Bagaría, este, al ver un bulto por el camino le dió un codazo, para que estuviera alerta porque iban hablando de la Revolución. Enseguida el H. Ramón respondió con voz alta:

Con este tiempo todavía volverá a llover. Ahora sí que me fastidiaría, porque todavía he de terminar la trilla.

El hombre pasó junto a ellos y se paró después de mirarlos. Seguramente confundió al H. Ramón con el párroco o rector de San Pedro des Arquels, con el cual tenía cierto parecido, al cual buscaban los milicianos. Aquel hombre era un elemento destacado de las izquierdas de dicho pueblo. Dos días después miembros de la C.N.T.-F.A.I. de Cervera y el presidente del Comité de San Pedro se presentaron el Mas Claret preguntando por el párroco. Al decirles los misioneros que no estaba allí ni sabían dónde estaba, contestaron:

Si no está él, hay otro que se le parece.

Los del Comité amenazaron con hacer un registro por toda la finca, diciendo que le matarían. Temiendo que de esta manera encontraran al H. Roca, allí escondido, dijeron a los del Comité que tal vez se trataba de un Hermano que ya había pedido si podía estar con ellos en Mas Claret y todavía no había obtenido la respuesta. Entonces los del Comité dieron su palabra de honor de que nada le pasaría.

El H. Roca se resistía a presentarse porque temía lo que iba a ocurrir. No obstante accedió por el mal que podría sobrevenir a sus Hermanos.

Entonces el H. Senosiain le dijo al H. Roca de parte del P. Ribé, Superior en funciones, que se presentara, que habían asegurado que no le iba a pasar nada. El H. Roca respondió:

De la palabra de honor de esta gente no nos podemos fiar, mas , ya que lo dice el P. Ribé, me presento.

Fue por un acto de obediencia. Cuando llegó sólo estaban los Hermanos Bagaría y Ferrer. Los otros no tuvieron valor para salir a despedirle, pues tampoco se fiaban de la palabra de honor. Aprovechando la ocasión un poco mientras se cambiaba de ropar en el cobertizo, donde dormía y oía Misa cada día, llamó al H. Bagaría y le dijo:

No me fío de esa palabra de honor. Seguramente que me matarán. Estoy muerto. Rueguen mucho por mí, para que Dios nuestro Señor me dé fuerzas en aquellos momentos. Y yo, en el cielo, me acordaré de vosotros. Y sacándose una cartera, me la dio diciéndome: ¡Mira a ver si puede hacerla llegar a mi hermano (religioso claretiano) como recuerdo de mi martirio. De las pesetas que tiene, hagan lo que les convenga, que a mí no me harán falta.

Al subir al coche dio la mano a los Hermanos Ferrer y Bagaría diciendo bajito:

Rogad por mí, que yo también rogaré por vosotros.

Al H. Roca lo llevaron a la ex universidad para hacerle un interrogatorio y a la prisión un día «paseándole» por las calles. La prisión había sido instalada en el convento Noviciado de las Religiosas cordimarianas. Luego le condujeron a la sastrería colectiva que habían montado en la ex universidad para confeccionar prendas para el frente. En la sastrería se encontró con personas conocidas, como el Sr. Juan Solé Carbonel, sastre como él, con quien coincidió un día en la cárcel, con María José Oriol Massip. Un día estaba hablando con ella, cuando le llamaron y se marchó al momento. No tenía miedo a la muerte. Ella le dijo:

¡Mire que le matarán!

¡Que me maten! ¡Contento!, respondió él.

Al H. Roca le llevaron a la sede del Comité Revolucionario, instalado en el convento de las Religiosas, y le metieron en prisión. Allí encontró al Sr. Solé. El camino de la ex universidad hasta la prisión fue presenciado por varias personas. A algunos conocidos, que vió detrás de los cristales de la ventana, como la familia de D. José Oliveras Riera, los saludó sonriente. En la prisión estuvo tres días. Según el testimonio de Juan Solé, el H. Roca en la prisión parecía inquieto porque pensaba que le matarían. No pudieron hablar mucho porque había mucha vigilancia. El día 24, Francisco, hijo del Sr. Solé, fue a visitar a su padre tres veces, primera para llevar el almuerzo, segunda, después de comer, y tercera, por la tarde, para llevar un paquete de tabaco a cada uno, y también habló con el el H. Roca, quien le dijo:

¡Francisco, hasta el cielo! Hoy día de la Virgen de la Merced alcanzaré el martirio.

El H. Roca estaba muy animado, sereno, resignado y esperaba con ilusión el martirio. Antes de terminar el tiempo de su detención fue incomunicado, prohibiéndole hablar con el Sr. Solé, que estaba en la misma habitación. Tenía guardia armada siempre a la vista.

Al Sr. Solé le pusieron en libertad a las ocho y cuarto de la tarde por favores que había hecho a algunos de sus perseguidores.

Al H. Roca le sacaron de la prisión a las once y media de la noche y le llevaron al cementerio de Cervera. Según confesiones de Mercé, mujer de uno de los revolucionarios, al H. Roca le pusieron un traje nuevo diciéndole que era para ir a Barcelona a hacer compras de ropas y le condujeron al cementerio. Entre los asesinos estaban el Cadiraire y Juan el Xato, peón de albañil en Cervera, que pocos días después fue a trabajar al Mas Claret. Juan el Xato, hablando a sus compañeros de trabajo del H. Roca, al que llamaba el sastre, les decía:

He muerto a muchos sacerdotes y frailes, mas no había encontrado nunca ninguno que fuese tan (…) (valiente) como este, que en los momentos de llevarlo a la muerte, como él ya sabía, estuviese tan tranquilo.

El H. Roca tenía la fortaleza de la fe, pues lo mataban por se religioso. El Xato les comentaba lo que era la convicción de todos que: A ver si acabamos de una vez con esta mala gente, refiriéndose a los religiosos, y relataba que cuando le iban a fusilar le dijeron que se pusiera de cara a la pared y el H. Roca respondió:

Tanto se puede morir de cara como de espaldas a la pared. Por amor de Dios os perdono a todos.

Y continuaba el Xato que no había Dios y que al Hermano las balas le habían atravesado como a todos. Así, acribillado por las balas, murió la noche del 24 de septiembre de 1936. Fue enterrado en el mismo cementerio de Cervera.

El primer mártir de Aravaca
Crescencio García Pobo, de 33 años y natural de Celadas (Teruel), era sacerdote terciario capuchino, fue asesinado en Aravaca (Madrid) el 3 de octubre de 1936 y beatificado en 2001. Con cuatro años quedó huérfano de padre y fue internado en el asilo de San Nicolás de Bari, de Teruel, regentado por los terciarios capuchinos amigonianos, congregación en la que entró en 1919 y fue ordenado sacerdote (1928) por el fundador Luis Amigó. Enviado a los reformatorios Santa Rita y Príncipe de Asturias de Carabanchel Bajo, en 1935 pasa a Sograndio (Asturias), pero en julio de 1936 regresa a Carabanchel, donde la casa-reformatorio del Príncipe de Asturias es asaltada el 20 de julio. Va a una pensión hasta que le arrestan el día 23 e ingresa en la prisión de Ventas, donde le invitan a renunciar a la fe, a lo que se niega, recibiendo malos tratos. Lo meten en el departamento “de los intelectuales” y comparte prisión con Ramiro de Maeztu. El 3 de octubre, con otros presos, es llevado a fusilar a Aravaca.

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