No quiero defenderme, porque el Señor tampoco se defendió El sacerdote de 71 años Enrique Gómez no quiso evitar su arresto: "no quiero defenderme, porque el Señor tampoco se defendió cuando lo iban a matar"


Nueve mártires del siglo XX en España nacieron un 15 de julio: un sacerdote diocesano de Valencia, otro conquense y otro murciano, un sacerdote escolapio barcelonés, un laico cartagenero, un sacerdote franciscano vizcaíno, otro agustino leonés, un alumno de teología -también agustino- zamorano y un marista leridano.

El 19 de julio animó a los jóvenes a confesarse y prepararse para el martirio
José Toledo
José Toledo Pellicer, de 27 años, oriundo de Llaurí (Valencia) y coadjutor de Banyeres de Mariola (Alicante), fue asesinado el 10 de agosto de 1936 en la playa valenciana del Saler y beatificado en 2001. Al llegar la República, según lo publicado por Hispania Martyr, sus familiares le aconsejaron que dejara la carrera eclesiástica, a lo que él replicó: “Lo más que pueden hacerme es matarme, y ¿qué más puedo desear yo que morir por Cristo?”. Tras ser ordenado sacerdote en 1934, dijo a sus amigos: “¡Quien me había de decir a mí que haría milagros!”; y a su madre: “Ahora ya pueden matarme si quieren, ya soy sacerdote”.

Desde las elecciones de febrero de 1936 se rumoreaba un asalto a la iglesia parroquial de Banyeres, por lo que cada noche reservaban el Santísimo en casa de uno de los dos coadjutores. El 19 de julio, el padre Toledo dio un retiro a los jóvenes y les exhortó a una confesión general, preparándoles para el martirio, despidiéndose de ellos con un “¡Hasta el Cielo!”. Al día siguiente se presentaban los del Comité en su casa y le exigían las llaves de la parroquia. Llamó Don José a jóvenes feligreses de confianza y sumieron las formas. Tras dar gracias, con lágrimas les dijo: “Ya no tenemos a Jesús en Banyeres, Él sabe lo que ha de ser de nosotros”. Huyó por los montes a Bocairente, pero regresó al pueblo para recoger a su hermana, y el Comité lo metió en la cárcel el 23 de julio con los otros dos sacerdotes y algunos de sus jóvenes catequistas. El día de Santiago, no pudiendo decir Misa, los presos entonaron canticos en la cárcel, que se oían desde la calle. Dos días después fueron quemados las imágenes y ornamentos de la iglesia.

Los de Alcoy reclamaban la muerte del padre Toledo, pero los de Banyeres optaron por llevarlo a su pueblo natal, Llaurí, entregándole al Comité. Allí le hicieron trabajar durante cinco días en el monte arrancando aliagas y arbustos para leña. El sacerdote, alegre, decía: “Me harán encallecer las manos, pero siempre estarán consagradas”. Le obligaron a presenciar la quema de imágenes, archivo y objetos de culto de la iglesia parroquial, y luego, rodeado de escopeteros le hicieron barrer y recoger las cenizas de la hoguera en presencia de todo el pueblo. El 10 de agosto por la mañana ocho milicianos le fueron a buscar a su casa, y por la tarde, junto con los otros tres sacerdotes hijos del pueblo, cuya presencia el Comité había reclamado: Tomás Peris Rubio, cura de Alcalá de la Jovanda; Baldomero Rubio Meliá, coadjutor de Guadassequies y José Eugenio Serra Meliá, cura de Carpesa (que no han sido beatificados), los cargaron en un camión, y los llevaron al Saler de Valencia. Atados y de rodillas, antes de morir, Don José Toledo dijo a los milicianos: “Cuando regreséis al pueblo ¿qué diréis a nuestras madres?”. Ante su silencio, prosiguió: “Decidles de nuestra parte que nos habéis dejado en buen sitio, en un sitio que vosotros no conocéis”, señalando el cielo, dio un “¡Viva Cristo Rey!” que corearon sus tres compañeros y unas descargas acabaron con sus vidas. Llevados sus cadáveres al cementerio de Valencia, en 1939 fueron trasladados a la cripta de la capilla del Santísimo de la parroquia de Llaurí.

Trabajó 12 años en Argentina

Enrique María Gómez Jiménez, sacerdote de 71 años nacido en Cuenca, era beneficiado de la catedral de Almería, fue asesinado el 12 de agosto de 1936 en Cuenca y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (Almería). Ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1888, la biografía de la diócesis donde fue beatificado resume así su vida:

Coadjutor de Villaescusa de Palositos, en agosto fue nombrado Cura Regente de Valdeganga y, en 1890, Capellán del Convento de san Clemente. En 1897 tomó posesión de la Parroquia de Villar de Cantos y, a los tres años, de un beneficio en la Colegiata de Belmonte. Cura Ecónomo de Collega, en 1901 pasó a la Catedral de Cuenca como Salmista. A los dos años tomó posesión de su oficio de Sochantre en la Catedral de Almería.
Para satisfacer su afán misionero marchó a Argentina en 1910, sirviendo a la capellanía de san José de san Nicolás y a la Parroquia de Chivilcoy. Regresó a Almería siete años después, ocupándose primero de la capellanía del Hospital de Cuevas del Almanzora y de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados después. En 1918 retornó a tierras argentinas, volviendo definitivamente en 1923. Desde entonces sirvió en su beneficio catedralicio, como confesor de las Siervas de María y de las Hijas de la Caridad y adscrito a la Parroquia de san Pedro de la ciudad.
Residente en Cuenca desde 1933 por su mala salud, allí le sorprendió la Persecución Religiosa. A la señora que lo cuidaba le advirtió: « Mire, cuando vengan a buscarme, no hable mal a los milicianos, ni le diga que no estoy, pues yo no quiero defenderme, porque el Señor tampoco se defendió cuando lo iban a matar. »
En la noche del doce de agosto de 1936 irrumpieron en su hogar y se lo llevaron detenido. A pesar de su ancianidad, pues contaba con setenta y un años, forcejeó con sus verdugos que pretendían simular su suicido en las aguas del Júcar. En la plaza de Toros lo martirizaron, fundiendo con el sonido de los disparos el de su virtuosa voz: « ¡Viva Cristo Rey!, Perdón, Señor, por los que me matan por ti… »

Su madre oyó los tiros con que lo mataron
Ignacio de San RamónIgnacio (de San Ramón) Casanovas Perramón, de 43 años y natural de Igualada (Barcelona), sacerdote escolapio, fue asesinado el 16 de septiembre de 1936 en Òdena (Barcelona) y beatificado en 1995. Profesó como escolapio en 1914, ordenándose sacerdote en 1916, y llevaba desde 1921 en el colegio de Nuestra Señora en Barcelona. Era músico y pianista. Lápida en el lugar de su martirioAl estallar la guerra, estaba de vacaciones con su familia en la finca Can Brunet de Òdena (Barcelona), y aunque le aconsejaron ir a Barcelona, no quiso dejar a su madre, en cuya capilla celebraba misa; además daba los sacramentos a los moribundos. El 15 de agosto, en un registro, quemaron todos los objetos religiosos, aunque el sacerdote pudo escapar, sabiendo sin embargo que sus días estaban contados. El 16 de septiembre a mediodía fueron a buscarlo y consoló a su madre al despedirse. Le avisaron de que iban a fusilarlo, por lo que le dieron tiempo para arrodillarse y rezar, pero apenas empezado el padrenuestro lo abatieron, a tan escasa distancia que su madre oyó los tiros.

Confiad en Dios como yo confío

El beato Enrique Pedro Gonzálbez.Enrique Pedro Gonzálvez Andreu, «Pedrín», oficial de notaría nacido el 15 de julio de 1910 en Cartagena, era miembro de la Asociación de Hijos de María de la Medalla Milagrosa y tenía 26 años cuando lo martirizaron en su localidad natal el 22 de septiembre de 1936. Fue beatificado en Madrid el 11 de noviembre de 2017. La biografía de la beatificación anota que sus hermanos intentaron evitar su arresto, pero fue enviado a prisión el 19 de agosto de 1936:

Allí encontró a los dos compañeros de martirio: Allepuz y Ardil y, a partir de este momento, los tres amigos corrieron la misma suerte. El folio 221 de los autos del juicio recoge la notificación a los condenados de la sentencia de muerte. Impresiona la excelente caligrafía de las firmas de los tres congregantes, que denota el pulso firme que mantuvieron en momentos tan duros. Era domingo, 20 de septiembre de 1936.

El mismo día, en una nota a lápiz que conservan sus hermanos como reliquia, les dice: “+A los de casa: ya sé que conocéis la sentencia dictada en contra mía. Yo estoy tranquilo y os ruego no os entreguéis a la desesperación, confiad en Dios, como yo confío, y rezad a Él por mi vida y si así no conviene, por la salvación de mi alma. Antes de que nada ocurra habremos de vernos, pues estamos esperando al juez para que nos autorice a entrevistarnos con nuestras familias. Un abrazo para todos. Pedrín”. Para el encuentro con el Señor, en la madrugada del 22 de septiembre de 1936, se puso la medalla Milagrosa con el cordón azul y blanco de la Asociación. Uno de los tiros del piquete militar atravesó el metal de la medalla. Es otra de las reliquias preciosas que conserva la familia. En la biografía de Ardil se detalla la escena del perdón a los verdugos.

Junto a Gonzálbez y Ardil fue fusilado también Modesto Allepuz.

Félix EchevarríaLuis Echevaría Félix Echevarría Gorostiaga, sacerdote franciscano nacido el mismo día (y año, 1893) que el anterior, era de Ceánuri (Vizcaya), fue -junto con su hermano Luis, dos años menor (foto de la derecha)- uno de los siete del convento de Fuente Obejuna (Córdoba) asesinados el 22 de septiembre de 1936 en Azuaga (Badajoz) y beatificados en 2007 (ver artículo del 25 de marzo).

Dos agustinos martirizados en Paracuellos

Senén GarcíaSenén García González, de 31 años y oriundo de Villarín (León), sacerdote agustino, fue asesinado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (Madrid) y beatificado en 2007.

José Gando Uña, de 26 años y natural de Villageriz de Vidriales (Zamora), era alumno de teología agustino, fue asesinado el 30 de noviembre de 1936 en Paracuellos y beatificado en 2007.

Un marista leridano martirizado en Santander

Jaime Cortasa Monclús (hermano Pedro en los Maristas), de 53 años y nacido en Millá (Lleida), fue asesinado el 1 de enero de 1937 en Santander (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2013.

Tres sacerdotes, únicos asesinados entre los 150 detenidos

Pedro José Rodríguez Cabrera, sacerdote de la diócesis de Cartagena nacido en Totana (Murcia) el 15 de julio de 1903, contaba 33 años cuando lo martirizaron en su pueblo el 31 de enero de 1937 junto con los sacerdotes Juan José Martínez y José Acosta (paúl). Los tres fueron beatificados en Madrid el 11 de noviembre de 2017. El padre Pedro era párroco de La Gineta y se refugió en Totana, donde le detuvieron en octubre de 1936, según relata la biografía de la beatificación:

El padre Pedro José Rodríguez.

En la cárcel se encontró con sus dos compañeros de martirio. Los sacerdotes vivieron y proyectaron ante el conjunto de detenidos su fe, su confianza en el Señor, su concepción de la vida y de su propia muerte, que no da lugar al odio hacia los verdugos y que supera los acontecimientos externos que la hayan motivado, porque se inserta en el misterio redentor de Cristo. Las familias no los abandonaron lo cual les sirvió de consuelo, pero también de sufrimiento sabiendo el riesgo que corrían. Poco a poco fueron dando libertad a todos los reclusos, que habían llegado a ser 150, dejando únicamente a los tres elegidos para el sacrificio.

Tanto el jefe de la cárcel, D. Agapito, como Josefa la mandadera, eran profesionales, no milicianos, excelentes personas que conocían su vida de oración, les permitieron el uso de los breviarios, y los trataron muy bien. Pero los milicianos tenían tomada la cárcel y fueron estos quienes los atormentaron y los culpables de su muerte violenta. Los ejecutores materiales fueron soldados comunistas de la columna de Ángel Pestaña con algunos milicianos de Totana. La mañana del domingo 31 de enero de 1937 irrumpieron violentamente en la cárcel, encerraron al jefe que se negó a entregar a los presos, al padre de D. Pedro José que se encontraba en la antesala de la prisión le dijeron: Espérese, que va a oír Vd. los disparos de la muerte de su hijo. A continuación, entraron hasta el fondo de la prisión. A la derecha había unos lavabos que utilizaban los presos para su higiene, allí ejecutaron a los tres sacerdotes: P. José Acosta Alemán, D. Juan José Martínez Romero y D. Pedro José Rodríguez Cabrera. Después de fusilados les pincharon con el machete del fusil y se ensañaron con sus cadáveres, pero las familias pudieron rescatar los cuerpos sin vida y enterrarlos dignamente.

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