Misa por los caídos celebrada en el foso de Santa Elena del Castillo de Montjuic.

Capturados y asesinados por visitar y animar a otros religiosos Los hermanos Bertrán Francisco y Elías Julián lograron colocar, visitar y animar a otros religiosos de La Salle en familias, y por eso los mataron


Dos lasalianos, un carmelita de la antigua observancia y un sacerdote de la diócesis de Almería son los cuatro mártires del siglo XX en España que terminaron su pasión el 22 de noviembre de 1936. Los dos primeros fueron detenidos por visitar y animar a otros religiosos refugiados en casas de amigos.

Además se conmemora el 22 de noviembre a la santa romana Cecilia (230); en Turquía el martirio del  beato franciscano Salvador Lilli y siete compañeros armenios (1895); en México al sacerdote san Pedro Esqueda Ramírez (1927).

El franciscano italiano Salvador Lillo fue martirizado en Turquía junto con siete laicos armenios.
El franciscano italiano Salvador Lillo fue martirizado en Turquía junto con siete laicos armenios.

En Rusia, la Iglesia ortodoxa conmemora en esta fecha a 11 mártires de 1937: el obispo Parfenio Bryanskikh, el diácono José Schensnovich, el monje sacerdote Alejo Zadvornov, los arciprestes Pablo Ansimov, Néstor Panin, Demetrio Rusinov, Ilya Rylko y Teodoro Chichkanov, más los sacerdotes Víctor Klimov, Constantino Nemeshayev y Constantino Cherepanov.

Refugiaron a novicios de Aragón

Francisco Lahoz Moliner (hermano Bertrán Francisco, de 23 años) y Julián Torrijo Sánchez (hermano Elías Julián, de 36). Destinados en Cambrils, al empezar se encargaron de acompañar a sus casas a un grupo de novicios y escolásticos de Aragón. Al llegar a Sagunto, los detuvieron, molestaron y maltrataron pero los dejaron seguir hasta Valencia, donde una señora les dio acogida en su casa. Lograron colocar a todos los jóvenes en casas de amigos y conocidos, los visitaban y animaban, y a causa de esa actividad fueron detenidos.

Llevados a los calabozos del Gobierno Civil, pasaron a la Cárcel Modelo. Estuvieron con los demás presos hasta que los aislaron. El 22 de noviembre los llamaron a declarar por separado y ambos reconocieron su condición de religiosos y la tarea educativa a la que se dedicaban. Aquel mismo día los fusilaron en el Picadero de Paterna.

Fernando María Llovera Puigsech, de 34 años, vistió el hábito de carmelita calzado en 1917, y recibió la ordenación sacerdotal en 1924. De 1927 a 1932 estuvo en las misiones de Puerto Rico. Cuando estalló guerra era prior del convento de Olot, y buscó refugio en casas particulares. El 6 de noviembre, al intentar embarcarse en Barcelona para huir al extranjero, fue apresado, juzgado por un tribunal popular y condenado a muerte. Lo fusilaron en los fosos del Castillo de Montjuic, donde en 1940 se erigió un monumento por suscripción popular y donde se celebraba misa hasta que la alcaldesa de Barcelona la prohibió en 2015. De esa forma, los asesinados en tiempos revolucionarios han pasado a integrar el «bando sublevado» al que la Ley de Memoria Histórica prohíbe exaltar.

Misa por los caídos celebrada en el foso de Santa Elena del Castillo de Montjuic.
Misa por los caídos celebrada en el foso de Santa Elena del Castillo de Montjuic.

El padre Aquilino Rivera.Aquilino Rivera Tamargo, de 29 años y natural de Peal de Becerro (Jaén), era coadjutor de Huéscar (Granada, diócesis de Guadix); fue asesinado en Almería y beatificado en la también almeriense Roquetas de Mar el 25 de marzo de 2017. Sobre su martirio menciona la biografía diocesana un relato que supone que pudo ser ejecutado en el acorazado Jaime I, junto con un testimonio de uno de los ejecutores que no deja lugar a duda de que fue en el cementerio de Almería:

Del martirio de este sacerdote da cuenta también el libro «El seminario conciliar de San Ildefonso de Toledo, cien años de historia».

Es muy necesario subrayar la relación del párroco y D. Aquilino, Coadjutor en Huéscar, trabaja unido a su párroco, y unidos también son hechos prisioneros, aunque en los días finales fueron separados y sufrieron el martirio en días distintos. Este comportamiento, lleno de maldad y ensañándose precisamente de modo especial con los tres sacerdotes del grupo de catorce que son llevados para trabajos forzados al Jaime I, bien demuestra las intenciones y los móviles «in odium fidei» de quienes así actúan, «torturando, apaleando y martirizando sin piedad», lo que hace que el testigo diga: «Yo considero que el Siervo de Dios, además de ser un sacerdote bueno y ejemplar, es un verdadero mártir «.

En julio de 1936 fueron apresados d. Aquilino como su párroco y arcipreste D. Francisco Martínez Garrido. Los dos fueron conducidos, después, en los primeros días de agosto desde la cárcel de Huéscar a la de Baza y después al seminario de Guadix, convertido en prisión. De Guadix los dos sacerdotes fueron llevados a la prisión de Almería; pero sin que se sepa el motivo, al Párroco D. Francisco Martínez Garrido lo llevaron preso a Vélez-Rubio, permaneciendo en el Cuartel de las Milicias de Almería.

En la noche en que iba a ser asesinado, confesó a cuantos con él iban a ser asesinados unas horas después con él mismo.

Intervino en la ejecución el sargento Pedro Molina Quesada, que tanto protagonismo tuvo junto con los hermanos Águila Aguilera en las «sacas» de las diversas noches de asesinatos en Almería. Así lo relata el propio sargento Molina en su declaración:

«La lista la llevó al Cuartel de las Milicias un tal Joaquín Moreno Morales… y fue confeccionada o en el confité central o por los miembros del comité de presos…; acto seguido se procedió a su lectura en las distintas salas llamando a los presos que en ella figuraban, los cuales salieron al patio; pero antes, en el pasillo les ataron las manos a la espalda, con unas sogas que a ese efecto llevaba preparadas Juan Requena Martínez, Jefe del Comité de las Milicias y supremo Jefe de las mismas en Almería… El declarante subió a uno de los coches, en unión del sargento de carabineros, apellidado Requena, de Joaquín Moreno Morales… Trasladados todos al cementerio de Almería, cuyas puertas se encontraban abiertas, penetraron en su recinto y se dirigieron hacia la derecha donde había una fosa abierta. Los ejecutores fueron sólo tres: Joaquín Moreno Morales, Juan Requena Martínez y Luis Fernández Espinar. Emplearon para la ejecución pistolas del siete sesenta y cinco y otras del nueve largo. Los mismos ejecutores llevaban a los presos, uno a uno al borde de la fosa y una vez allí les hacían un disparo en la nuca y acto seguido un empujón, cayendo la víctima a la fosa. Y así todos hasta acabar con el último.»

La minuciosidad de los detalles da a la narración todas las características de verosimilitud y tanto más aparece la frialdad y saña con que procedían los verdugos cuando añade el declarante que

«ni él ni los demás ejecutores estaban borrachos. Recuerda (el declarante) que entre los asesinados esa noche figuraban dos o tres vecinos de Huéscar (Granada) que sufrían prisión en el Cuartel de las Milicias, entre ellos el sacerdote Aquilino Rivera Tamargo».

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