Dos obispos mártires escarnecidos por los marineros del acorazado Jaime I Los obispos de Almería y Guadix fueron escarnecidos, maltratados, sometidos a burlas, fusilados y sus cuerpos quemados y abandonados sin enterrar


Tres mártires del siglo XX en España nacieron un 22 de junio: un sacerdote secular tarraconense, el obispo de Almería y un monje de Montserrat riojano.

El sábado 22 de junio de 2019 a las 11 de la mañana en la Catedral de la Almudena de Madrid fueron beatificadas 14 mártires concepcionistas franciscanas (10 del convento de San José de Madrid, dos de El Pardo y dos del de Escalona, Toledo). La ceremonia fue presidida por el Cardenal Giovanni-Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Además de las notas biográficas publicadas en Hispanidad.com por Javier Paredes, adjunto PDF con biografía de las 10 de Madrid que me envía José Javier Echave-Susaeta, de Hispania Martyr, un documental publicado en Youtube y una entrevista en que se cuenta el martirio de las dos de Escalona. Con ellas asciendió el número de mártires del siglo XX en España ya beatificados o canonizados a 1.915. El 29 de junio a las 11,30, el arzobispo de Toledo celebró una misa de acción de gracias en la casa madre de las concepcionistas franciscanas en Toledo.



Mientras le tiroteaban, pedía ayuda a San Lorenzo
Lluís Sans Viñas, de 49 años, era natural de Montblanc (Tarragona), donde fue asesinado el 10 de agosto de 1936; fue beatificado en Tarragona en 2013. Sacerdote desde 1911, párroco de Sarral (Tarragona) durante tres años, organizaba mensualmente conferencias de jesuitas para cristianizar la parroquia. En la revolución de octubre de 1934 fue encarcelado, pero pudo huir a la montaña, donde pasó grandes calamidades. Insultado y objeto de violencias, ya entonces las autoridades le reclamaban las llaves de la iglesia, pero él -según la información publicada por el obispado-, “de acuerdo con las directrices del cardenal Vidal, y haciendo ofrenda a Dios de su vida, defendió con voluntad de hierro los derechos de la Iglesia”. El Viernes Santo de 1936, las autoridades locales hicieron tocar las campanas sin que el párroco pudiera impedirlo. Al marchar a Rocafort a dar primeras comuniones, forzaron las puertas de la iglesia de Sarral y cambiaron la cerradura. “Todo lo soportó con gran paciencia y, siguiendo siempre los consejos de su prelado, cambió de nuevo la cerradura de la iglesia”, apoyado por su vicario, el sacerdote Tomás Capdevila. El 20 de julio, después de celebrar la última misa, se tuvo que esconder en casa de la señora Cecilia Giné Clarassó. Al enterarse de que querían quemar la iglesia, hizo ir a personas piadosas para consumir la Eucaristía.

El 10 de agosto, fue detenido, y con las manos arriba lo pasearon por todo el pueblo a la vez que le hacían todo tipo de burlas groseras. Le humillaron al máximo. Lo llevaron a la iglesia quemada y a la rectoría saqueada. Le pasearon de nuevo por el pueblo en tono de burla. Le dieron culatazos en los pies y le azotaron. Le dispararon tiros en las piernas. Todo lo sufrió en silencio y con admirable resignación. Sólo de vez en cuando exclamaba: “¡Dios mío!, ¡San Lorenzo, sálvame!” (era la fiesta de ese santo). Por fin, le hicieron subir en un coche y en un recodo del Coll de Lilla lo asesinaron.

El obispo de AlmeríaDiego José Paulino Ventaja Milán, de 56 años y natural de Ohanes (Almería), era obispo de Almería, fue asesinado el 30 de agosto de 1936 junto con el obispo de Guadix y beatificado en 1993. De familia pobre, pronto se trasladó a Granada, donde su padre estuvo al servicio del cura del barrio del Sacromonte, allí empezó Diego los estudios eclesiásticos, que continuó en la Universidad Gregoriana, viviendo en el Colegio Español de Roma, donde se ordenó sacerdote en 1902. En Granada fue canónigo por oposición y profesor. Colaboró con don Andrés Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María, y fue nombrado Vice-Rector de la Institución. No aceptó propuestas de traslado hechas por obispos, incluido el de Madrid, porque decía que todo se lo debía al Sacromonte, donde siguió 12 años de capellán. El 4 de mayo de 1935 Pío XI le nombró obispo de Almería, donde tomó posesión el 16 de julio de 1935. El 18 de julio de 1936 estaba en Granada y volvió a Almería, encontrándose el obispado ocupado, y no aceptando las propuestas británicas para salir de la ciudad.

El obispo de GuadixManuel Medina Olmos, de 67 años y natural de Lanteira (Granada), quedó pronto huérfano de madre y fue educado por un tío sacerdote. Estudió en el seminario de Guadix y fue ordenado sacerdote en 1891; de profesor en el seminario y párroco del Sagrario, pasó a la abadía del Sacromonte de Granada, de la que fue rector durante 23 años, y a colaborar con el fundador de las Escuelas del Ave María, que lo designó sucesor en su testamento. En 1925 fue nombrado auxiliar del arzobispo de Granada y el 12 de octubre de 1928, designado obispo de Guadix, más tarde también administrador apostólico de la de Almería hasta 1935 hasta que fue nombrado su buen amigo Diego Ventaja Milán.

El legajo 1164, expediente 2, de la Causa General contiene un relato (folios 20 al 23) de la muerte de ambos obispos, rubricado el 25 de agosto de 1939 por el vicario general de Almería, Rafael Ortega: “El 26 de julio de 1936 arrojaron de su palacio al de Almería unos milicianos enviados por el comité revolucionario que empezó a actuar dictatorialmente en nuestra capital al ser sofocado el movimiento nacionalista. Fue a refugiarse en la casa que habitaba, en la cercana Plaza de Careaga, el vicario general, y allí a los pocos días vino a hacerle compañía el señor obispo de Guadix, al que trajeron unos milicianos desde la capital de su diócesis. A ambos acompañaba el séquito de un familiar y un huésped, sacerdotes del Ave-María, de Granada. Vigilados día y noche por milicianos armados, con la hipócrita máscara de que era para defenderlos -y así lo comunicaron a la prensa local- allí permanecieron hasta el 12 de agosto, que fueron trasladados al convento de las Adoratrices, convertido en prisión general. Allí fueron ya maltratados de palabra y obra, poniendo de cabo de vara para que los rigiera al santo anciano jesuita P. Manuel Luque. Llegó a tanto la osadía de los carceleros, que una de las veces un sacerdote presenció el hecho de poner sobre el pecho del señor obispo de Guadix la pistola, un miliciano, conminándole con matarle si no blasfemaba. Les despojaron de todas las insignias episcopales, tratándoles soezmente y no permitiendo a los otros presos que les dieran muestras de veneración y respeto. Ya, arrojada la máscara de protección, y francamente presos y encarcelados, uno de los días de su estancia en el convento, fueron llevados con sus acompañantes, familiares y huéspedes, a la comisaría de policía, atravesando en pelotón por medio de las calles más principales de la población, a pie y cortejados de milicianos, esbirros armados que iban apuntándoles con los fusiles, como si temieran pudieran escapárseles y, en realidad, para hacerles objeto de irrisión y mofa, con el escarnio consiguiente a la alta dignidad y jerarquía de tan venerables personas.

El día 26 del mismo mes de agosto fueron trasladados todos a un barco destinado a cargamento de mineral, surto en el puerto, y que estaba sirviendo de prisión para innumerables presos que, después de padecer horrorosos sufrimientos de sed, asfixia por el polvo del mineral y calores sofocantes e inmundicias por tenerlos hospedados en las bodegas, eran llevados a la muerte. Allí padecieron la afrenta de despojarlos de la sotana, obligarles a trabajos forzados y humillantes, sin permitir que los presos compañeros les relevaran de los servicios, sufriendo alguna vez desmayo por su debilidad el Sr. obispo de Guadix, anciano ya de 71 años y aquejado de padecimiento crónico. Al ver que no podían con trabajos rudos y fuertes por sus escasas fuerzas físicas -siempre dignos y valientes espiritual y moralmente- los colocaron sobre cubierta para que recibieran las cestas de comida que traían a los presos del barco sus familiares, con escarnio y bofa de la chusma, principalmente mujeril, que acudía de los barrios de la ciudad, para presenciar el espectáculo de dos venerables obispos que con solo el indumento de pantalón y camisa ejercían tan humillantes menesteres. Otro de los días, el 28, fueron llevados al acorazado Jaime I, cercano al barco de su prisión, y allí fueron obligados a servir la mesa a la marinería grosera y cruel, autora de múltiples asesinatos y robos en la ciudad, y como era natural en horda semejante, fueron insultados, befados y matratados. Parece que en todas estas estaciones y mudanzas se rememoraban escenas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y ellos, los señores obispos, se comportaron con verdadera edificación, serenos y fuertes, y reflejando en sus rostros y ademanes la dulce paz de las almas escogidas, destinadas a recibir la palma del martirio. Y llegó la muerte, tras de tanto padecer y sufrir.

En la noche del 28 de agosto fueron sacados del barco en compañía de otros señores sacerdotes y presos seglares, estos de humilde condición social, para darles el paseo, frase con que velaban todo el horror de tanto asesinato de personas inocentes. Los llevaron al kilómetro que en la carretera que va a Motril y Málaga está marcado con el número 93 en el poste; allí los bajaron del automóvil que los conducía y a pie, pasando por el vecino cortijo llamado del Chisme, los internaron por un barranco pequeño, llamado también de los Chismes, en terreno y jurisdicción municipal de Vícar y como a unos cien pasos de la carretera del circuito en el borde del barranco,de poca altura, los asesinaron, arrojándolos a la falda. Allí les quemaron, rociándoles previamente con gasolina y una vez consumidas las ropas y carnes y calcinados los huesos, los enterraron a todos, unos 17, en una fosa común. Mejor dicho estuvieron los restos calcinados e insepultos unos días, hasta que piadosas manos de vecinos de aquellos parajes vinieron y los enterraron. Se cuenta que antes de darles muerte, el señor obispo de Almería dirigió sentidas palabras de perdón y exhortación al arrepentimiento, y a que fuera él la última víctima sacrificada, a los milicianos que iban a ser sus verdugos; y que estos le escucharon con atención e interés. Hechas recientes excavaciones en la fosa en presencia del infrascrito vicario general, ha aparecido un montón de huesos calcinados, siendo de todo punto imposible la identificación de los cadáveres”.

Tradujo al castellano la Regla de San Benito
Dom Luis GonzagaLeón Alesanco Maestro (dom Luis Gonzaga), de 54 años y natural de San Millán de la Cogolla (La Rioja), era monje en Montserrat, fue asesinado en Barcelona el 30 de noviembre de 1936 con su compañero Luis Palacios Lozano, de 43 años, profesor de lenguas orientales en el Pontificio Ateneo de San Anselmo en Roma (la universidad de los benedictinos), que estaba enfermo. Ambos fueron beatificados en 2013. La circunstancia de no ser catalán permite que se haya publicado algún dato biográfico de dom Luis Gonzaga: Entró para colegial en el monasterio de Valvanera y fue en el año 1895 cuando ingresó en Montserrat, donde estudió Humanidades y realizó el noviciado, a la vez que cursaba los estudios eclesiásticos. Por su carácter un tanto difícil el padre León residió en varios monasterios españoles, entre ellos el riojano de Valvanera. Se recuerda de él su especial trato con los enfermos y la devoción con la que celebraba misa. Además, tradujo al castellano la Regla de San Benito y otros títulos de espiritualidad monástica.

Sobre el año 1935 vivió en la propiedad montserratina de Can Castells, de donde terminó huyendo ante las continuas amenazas recibidas.

El padre Luis PalaciosEl 30 de noviembre de 1936, en el transcurso de una visita en Barcelona a otro sacerdote enfermo (el padre Luis Palacios), el religioso riojano fue apresado y, junto con el padre Palacios, conducido al Comité del Clot. Nunca más se volvió a saber de ellos. Los testigos que vieron sus últimas horas habían constatado la entereza con que ambos religiosos se comportaron en sus horas finales.

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