El mártir Juan Huguet con su familia.

No puedo apartar de mi mente a aquel joven sacerdote que yo maté Entre los 40 mártires asesinados el 23 de julio de 1936 está el joven sacerdote menorquín Juan Huguet, cuyo heroísmo reconocía su mismo asesino


Llegados al jueves 23 de julio de 1936, nos encontramos con 40 beatos cuyas muertes se produjeron en dos matanzas de religiosos pasionistas del convento de Daimiel (Ciudad Real) ocurridas en Carabanchel Bajo (nueve) y Manzanares (Ciudad Real, seis); con las matanzas en Barcelona de nueve religiosas Mínimas Descalzas junto a una seglar en Can Boada, y de los conocidos como mártires del Coll (ocho: cuatro misioneros de los Sagrados Corazones, la mujer que los refugió, dos franciscanas Hijas de la Misericordia y una teresiana); dos asesinatos en una misma calle de Toledo y otros cuatro casos individuales, entre los que se cuenta un joven sacerdote secular menorquín.

Nueve (más una) rosas de sangre
Sobre las nueve religiosas Mínimas Descalzas de San Francisco de Paula, y la hermana de una de ellas, que les asistía en el Monasterio de Jesús María (Avda. Martí Codolá, 16), fundado en 1623, asesinadas en Barcelona y beatificadas en 2013, escribió en 1989 Antonio Sospedra Buyé un libro titulado Las Nueve rosas de sangre del monasterio de monjas mínimas de Barcelona (184 páginas). Hay un ejemplar en venta por 20 euros. Es evidente que los retratos de las monjas para su causa de beatificación se hicieron basándose en las fotos de los cadáveres.
De menor a mayor edad, eran:
Vicenta Jordá y Marti (sor María de Jesús), de 37 años, de Zorita (Castellón).
Ana Ballesta y Gelmá (sor Filomena), barcelonesa de 40.
María Montserrat Ors y Molist (sor María de San Enrique), de 45 años y oriunda de Sant Martí de Centelles (Barcelona).
Sor María de las Mercedes Mestre Trinché, barcelonesa de 47.
Teresa Rius y Casas (sor Trinidad), de 60 años y de Sant Martí de Provençals (Barcelona).
Josefa Pilar García y Solanas (madre María de Montserrat), de 64, y su hermana Lucrecia, de casi 70, viuda; ambas de Aniñón (Zaragoza).
Dolores Vilaseca y Gallego (madre Maria de la Asunción), de 65 años y de Piera (Barcelona).
La madre Josefa (del Purísimo Corazón de María) Panyella y Doménech, de 71 años y oriunda de Sant Andreu de la Barca (Barcelona), y
Raimunda Ors Torrents (madre Margarita de Alacoque), de 73 años y de Centelles (Barcelona).

“Escupe o te mato”. El primer mártir menorquín
Entre las víctimas beatificadas del 23 de julio, destaca el caso del sacerdote menorquín Juan Huguet y Cardona, de 23 años y natural de Son Sanxo, Alaior (Menorca), era el mayor de los cuatro hijos de un matrimonio de campesinos y desde niño quiso ser sacerdote. Ordenado diácono el 20 de marzo de 1936 por el obispo Irurita de Barcelona, el mismo prelado que moriría en la guerra lo ordenó sacerdote el 6 de junio y presagió al predicar a los diáconos que ordenaba que “estáis destinados a la muerte y al sacrificio”. Huguet celebró su primera misa solemne el 21 de junio, fiesta del Sagrado Corazón, en su localidad de residencia, Ferreries (en la mitad occidental de Menorca, a escasos 20 km de Ciudadela). Según su madre, solo tras el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio hizo el sacerdote una referencia a la política: “No se donde vamos a parar, la cosa se enreda mucho”.

En la isla, fracasado el alzamiento militar, se instauró el poder revolucionario el día 23, día en que Huguet celebró misa en la capilla del Santísimo Sacramento, ayudado por un monaguillo de seis años que contó a su madre haber visto, cuando el sacerdote alzaba el cáliz, la figura de un joven vestido de blanco con los brazos en cruz al que tres personajes amenazaban con apedrear. Esta mujer corrió a contar a la madre del sacerdote este suceso, que con el tiempo se asociaría a la devoción a San Esteban, presente en Menorca desde la antigüedad, ya que, según una carta del obispo Severo, reliquias de ese primer mártir cristiano llegaron a la isla en el siglo V.

Esa tarde, según declaró su madre Eulalia Cardona Triay, dos milicianos y un soldado -guardias de asalto, según el padre, Francisco Huguet Villalonga- llegaron al domicilio de Huguet para llevarle al ayuntamiento. El sacerdote se despidió de su madre y sus hermanos Vicente y María: “Adiós, si no nos hemos de volver a ver”. Al llegar, había varios detenidos más, entre ellos un sacerdote. Al registrar a Huguet, aparecieron un crucifijo y una medalla, y el sargento Pedro Marqués Barber, que se hacía llamar “comandante militar de Menorca”, los sostuvo a la altura del rostro del sacerdote exigiéndole:
-Escupe ahí, escupe ahí, que si no te mato.
Huguet negó con la cabeza, después alzó los ojos, extendió los brazos en cruz y exclamó:
-¡Viva Cristo Rey!
Sin mediar palabras, el comandante le disparó dos tiros a la cabeza. El sacerdote moribundo fue colocado sobre una cama de la vivienda del conserje, donde acudieron sus padres y otras personas, como el médico Jaime Borras. Se le administró la unción de enfermos y murió hacia las 21 horas sin haber recobrado la conciencia. Su padre, ayudado por otras personas, trasladó el cuerpo al domicilio familiar, donde su madre lo revistió con los ornamentos sacerdotales de su primera misa. A su entierro acudieron muchos, también izquierdistas. Marqués fue ejecutado en la posguerra, y había confesado:
-No puedo apartar de mi mente a aquel joven sacerdote que yo maté.
Dado que Huguet será, a partir del 13 de octubre de 2013, la primera de las víctimas de la guerra en Menorca beatificada, valdrá mencionar someramente el resumen que sobre la persecución religiosa en dicha isla hizo el obispado (Legajo 1459, expediente 7, folios 10 a 24, de la Causa General). Para el clero menorquín, resultaron fatídicos los días 18 y 19 de noviembre de 1936, en que fueron asesinados, respectivamente, 22 sacerdotes en Cala-Figuera (Mahón) y 15 (en su mayoría del clero catedralicio) en Villa-Carlos. Además, fueron asesinados en Barcelona dos sacerdotes menorquines: el rector del seminario (Pablo Brunet Torrents, 8 de agosto) y el salesiano José María Castell Camps (28 de agosto; beatificado en 2001).

Entre los “seglares de Menorca inmolados principalmente por su marcada significación religiosa” destacan, según esa información, Gerardo Conforto Thomás, “presidente de la Juventud de Acción Católica de Mahón, fusilado en la fortaleza de la Mola el día 3 de agosto de 1936”; José Anglada Marqués, odontólogo de Ciudadela, “presidente de la Unión Diocesana de Acción Católica y celoso e incansable propagandista”, asesinado en la carretera de Ferreries el 13 de agosto; Mateo Segui Carreras, farmacéutico de Mahón fusilado el 18 de noviembre en Cala-Figuera; y Antonio Carreras Pons, joyero de Mahón, asesinado el 19 de noviembre en Villa-Carlos.

Juan Victory, alcalde de Mahón, resumía así el 21 de febrero de 1942 las vicisitudes políticas de la isla (Causa general, legajo 1458, expediente 26, folio 24): “Al dominar la tarde del 20 de julio de 1936 los marchistas (sic) la isla de Menorca, se implantó un régimen de completa anarquía a medida que se recibían consignas de la península, persiguiendo con odio y venganza a toda persona de orden. Inmediatamente se hizo cargo del Gobierno Militar el brigada de Infantería Pedro Marquez Barber, ordenando la detención de todos los señores jefes y oficiales del ejército como de la Marina, y de un considerable número de personas de significación derechista y católica, a los que se despojó de sus bienes y fueron objeto de toda clase de injurias y malos tratos de obras, asesinando después a mansalva a la mayoría de ellos en la Fortaleza de la Mola en la misma celda donde estaban detenidos y en el patio colindante con la misma” (3 de agosto de 1936). Meses después, pasó a ser gobernador militar el “maquinista de la Armada” Nicanor Menéndez Casanova, hasta finales de 1936, cuando le sustituyó “el coronel de la artillería de la escala activa José Brandaris de la Cuesta, que vino de la península. Durante el mandato de Nicanor Menéndez como Gobernador Militar tuvieron lugar los horripilantes asesinatos en el muelle de Calafiguera y Cementerio de Villa-Carlos de un gran número de militares, paisanos y sacerdotes que estaban detenidos en el vapor Atlante, dichos actos sangrientos fueron permitidos y corroborados por el entonces comandante militar ya que hasta incluso presenció personalmente dicho salvajismo.

Al hacerse cargo de dicho Gobierno Militar José Brandaris de la Cuesta, puso algún coto a la anarquía que desde el 20 de julio reinaba en esta casa, pero en cambio abortó el complot nacionalista que un grupo de personas derechistas y de orden, entre ellas algunos militares, se fraguaba para el mes de mayo de 1937, ordenando inmediatamente la detención y encarcelamiento de todos cuantos estaban comprometidos en el mismo, cuya cárcel fue la del vapor Atlante surto en este puerto. Algunos de ellos fueron condenados por el tribunal popular a la última pena, a los que se les conmutó por la de cadena perpetua, y juntamente con los demás condenados fueron llevados a Barcelona y destinados a los batallones disciplinarios de Cataluña donde fallecieron la mayoría de ellos debido a los malos tratos sufridos”.

Volviendo a la documentación del obispado, tras enunciar las destrucciones registradas en iglesias y conventos, concluye afirmando que “la revolución roja en Menorca tuvo un carácter especialmente iconoclasta. Ni una imagen quedó indemne de las numerosas iglesias, capillas y oratorios de la isla. Incluso fueron derribadas en su totalidad las cruces de término, algunas muy antiguas y de no poco valor artístico. Igualmente fueron destrozadas metódicamente las efigies del Sagrado Corazón de Jesús que aparecían en las fachadas de muchísimas casas de Ciudadela.

Prueba del ensañamiento con que se destruyó todo lo referente a las iglesias es la profanación de las tumbas de sacerdotes ilustres, existententes en la cripta de la catedral.

Cuando fue saqueada esta, el día 27 de julio de 1936, los rojos perpetraron horrendas profanaciones de la Eucaristía y remedaron sacrílegamente algunas funciones del culto sagrado”.

El mismo día murieron en Toledo Pedro Ruiz de los Paños y Ángel, de 54 años y natural de Mora (Toledo), director del Instituto de Sacerdotes Operarios Diocesanos, y el sacerdote secular y rector del seminario menor de Toledo, José Sala Picó, de 48 años y natural de Pons (Lérida, ver artículo del 24 de junio).

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