Algunos de los 1.576 mártires del siglo XX en España que ya han sido beatificados o canonizados dieron en el momento de morir un testimonio de confianza en María que, como Madre misericordiosa, les conseguiría la gracia de la salvación.
San Pedro Poveda Castroverde (que sería martirizado en Madrid el 28 de julio de 1936), escribió ese deseo sobre una estampa de la Virgen: “El día 2 de febrero del año 1926, después de hechos los juramentos de defender con mi vida los misterios de la Asunción en cuerpo y alma, y de la mediación universal, pido a la Santísima Virgen la gracia de ser mártir por estos dogmas”.
El primer testimonio en el acto de morir lo encontramos en el primero que dio su vida como mártir, el marista Plácido Fábrega Juliá (hermano Bernardo). Sorprendido por una patrulla revolucionaria en Barruelo (Palencia) el 6 de octubre de 1934, se identificó como director de la escuela, dando tiempo a que sus compañeros huyeran. Cuando le dispararon, otro marista escondido en la maleza oyó sus últimas palabras: “¡Perdón, Dios mío! Lo perdono, Señor. ¡Perdónalo, Virgen María! ¡Ay, Madre mía!”.
En la fiesta de la Inmaculada de 1934, Fernando González Añón –párroco en su pueblo natal de Turís (Valencia) y mártir el 27 de agosto de 1936 en Picassent- : hizo un ofrecimiento a la Virgen que repitió en julio de 1936, antes de la Guerra, cuando el ayuntamiento le detuvo por no consentir los atropellos contra los lugares sagrados: “Madre de Dios de los Dolores, si queréis mi sangre para salvar a Turís, tomadla”.
El alavés fray Primo Martínez de San Vicente Castillo, prior de los hospitalarios en Talavera de la Reina (Toledo), al que la revolución mexicana forzó a volver a España, tuvo el temple de ofrecer un refresco a los milicianos que registraban su convento el 23 de julio de 1936. Dos días más tarde lo fusilaron con otros tres hospitalarios. Fray Primo sobrevivió unas horas, que presenció en el hospital el doctor Sampol: “besaba el escapulario del Carmen y repetía: Virgen del Carmen, ten piedad de mí; Señor, perdónalos como yo los perdono, y movía mucho los labios, musitando oraciones”.
Antoni Prenafeta Soler, párroco de San Francisco en Tarragona, fue detenido el 26 julio mientras rezaba con la familia que lo acogía ante un cuadro de la Virgen del Claustro, arrodillados todos y con los brazos en cruz: “Madre aquí tenéis a vuestros hijos, y os pido que si algún daño ha de venir a esta familia que tan generosamente ha acogido a este indigno sacerdote, haz que caiga sobre mis hombros. Os ofrezco, Señora, mi parroquia, y obtenme finalmente la gracia de que, si no he sabido ser un buen sacerdote, sea un buen mártir. En ti, Madre mía dulcísima, he puesto mi confianza”. Preso en el barco Cabo Cullera, fue martirizado el 25 de agosto de 1936.
Algo semejante sucedió el mismo 26 de julio, en Reus (Tarragona), al sacerdote Josep Badia Minguella, de la parroquia de Sant Pere. Dijo a su ama de llaves: “La Virgen me ha infundido un gran valor y me ha inspirado que no me pasará nada malo”. Empezaron a rezar el rosario y al llegar a los misterios dolorosos entraron cinco milicianos a hacer un registro. Lo detuvieron y asesinaron ese mismo día.
El 28 de julio en el Santuario de la Virgen de la Cabeza (Andújar, Jaén), antes de ser expulsados del santuario, los frailes pidieron permiso para despedirse de la Virgen. Se rezó la estación y se cantó la Salve Regina. Los mismos milicianos respondían, a coro, a los rezos y cantos de los religiosos. Dos de los mártires, el padre Prudencio (de la Cruz) Gueréquiz y Guezuraga, y el padre Segundo (de Santa Teresa) García Cabezas, fueron asesinados tres días después, y el tercero, Juan (de Jesús y María) Otazua y Madariaga, el 4 de abril de 1937 en Mancha Real mientras cantaba la Salve.
La devoción a la Virgen fue notoria en los claretianos mártires en Barbastro, como Esteban Casdevall Puig –fusilado el 12 de agosto- que con el argentino Pablo Hall envió al general de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María este mensaje: “Ofrezco gustoso mi sangre por el reinado del Sagrado Corazón de Jesús en España, y de una manera especial por el reinado del Inmaculado Corazón de María en todo el mundo, y no descansaré en el Cielo hasta haber conseguido este reinado del Corazón Virginal en todas las naciones de la Tierra”.
El día siguiente presenció el sencillo gesto de saludo a la Virgen por parte del sacerdote Josep Tàpies Sirvant, organista de La Pobla de Segur (Lleida). Cuando el camión en que lo llevaban a fusilar pasó por delante de la iglesia parroquial dijo: “Adiós Virgen de Ribera, hasta el Cielo”.
Ese mismo día, Carmelo Sastre Sastre, párroco de Piles (Valencia), dio muestra de confianza en la Virgen a quienes le acogían. Después de que los milicianos que fueron a prenderle se marcharan con las manos vacías, comentó: “Le he pedido a la Virgen que no fuera esta noche la de mi martirio, sino otro día, pues temía por vosotras, por si también les pasara algo”. Lo mataron en la fiesta de la Asunción y “en la agonía se aclamaba mucho a la Santísima Virgen. Lo dejaron malherido creyéndolo muerto, y en su larga agonía no cesaba de repetir: Ay Mare de Deu, hasta que lo remataron”.
El 27 agosto terminó trágicamente el cautiverio de los benedictinos de El Pueyo (Barbastro), que, en el camión que los llevaría a la muerte, comenzaron a gritar: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen del Pilar! ¡Viva la Virgen del Pueyo!”. No cesaron a pesar de los golpes, culatazos y blasfemias. El prior, Dom Mauro Palazuelos Maruri, quiso despedirse “mirando a mi Madre”, la Virgen del Pueyo, y entonandole la Salve.
Semejante fue la actitud del franciscano Miguel Faúndez López (padre Antonio), cuando el 11 de septiembre lo sacaron de la casa de Bullas (Murcia) donde lo acogían. Cuando se dio cuenta de que iban a matarlo, comenzó a gritar: “¡Viva la Virgen del Rosario!, ¡viva Cristo Rey!”, de modo que le tirotearon en las mismas calles del pueblo.
Ese mismo día fue detenido en Villacañas (Toledo) el seminarista Francisco Maqueda López, que animó la devoción de quienes con él morirían al día siguiente: “Preparémonos, esta noche nos llevarán al Cielo, ¿queréis acompañarme y rezamos juntos el rosario a la Santísima Virgen?”
El 24 de septiembre de 1936 fue ejecutado Luis Erdoiza y Zamalloa, el padre Luis de San Miguel de los Santos, con otros tres trinitarios. Llevaba escritas unas oraciones que quedaron en su cadáver: “Virgen del Carmen, acógeme; Jesús mío, en tus manos encomiendo mi espíritu; Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbranos, Señor, de todo mal; Dios mío, apiádate de mí, ten misericordia de mí; veo muy poco, pero te veo a ti, Dios mío; Corazón Sagrado de Jesús, en Ti confío; Dulce Corazón de María, sed mi salvación; ofrezco el sacrificio de mi vida por la salvación de España, de mi familia; ¡qué providente es Dios! ¡Ah, cómo ampara a los que en él confían!”.
Los sacerdotes Elías y Juan Carbonell Mollá fueron ejecutados el 2 de octubre en Sax (Alicante). Elías pidió el breviario y un escapulario de la Virgen del Carmen, animando a todos los que estaban en la cárcel a prepararse a morir por la fe. Cuando los sacaron para morir, iban rezando las letanías.
El 17 de octubre de 1936 moría tras 33 días de prisión y tortura en Villacañas (Toledo), el sacerdote franciscano Perfecto (del Santísimo Sacramento) Carrascosa Santos. Cuando le presionaron para decir “que tu madre es una mala mujer y que la Virgen también lo fue”, respondió: “Mi madre no es lo que decís, aunque pudo haberlo sido; pero la Virgen ni lo fue ni pudo serlo”.
El resumen de lo que tantos vivieron apoyándose en María para dar el salto a la vida eterna, podría ser lo que la seglar María del Pilar Villalonga Villalba, fusilada el 11 de diciembre de 1936 ante las tapias del Colegio Mayor San Juan de Ribera de Burjassot (Valencia), dijo a una compañera de martirio: “No seas tonta, pronto estaremos con la Virgen. Esto es un momento y después el Cielo”.