Vasile Aftenie, primer obispo católico mártir en Rumanía (10 de mayo de 1950).

Papa: Mártires, legado común de católicos y ortodoxos En víspera de ser asesinado en Málaga, el mártir salesiano Manuel Fernández escribió a su familia que moría contento por la Religión y por España


En su videomensaje al pueblo rumano en vísperas de su viaje a Rumanía del 31 de mayo al 2 de junio de 2019, el papa Francisco mencionó a los mártires del siglo XX tras hacer referencia a la hermandad en el martirio de los santos Pedro y Andrés:

Y entre ustedes ha habido muchos mártires, incluso en los últimos tiempos, como los siete Obispos greco-católicos a los que tendré la alegría de proclamar Beatos. Por lo que han sufrido, incluso hasta el punto de ofrecer sus vidas, es un legado demasiado precioso como para olvidarlo. Y es una herencia común, que nos llama a no distanciarnos del hermano que la comparte.

Los siete obispos citados son los primeros mártires rumanos católicos de rito griego víctimas del comunismo que serán beatificados, pues previamente lo fueron dos obispos de rito latino: el croata Anton Durcovici, obispo de Iași y rector del seminario de Bucarest, y el húngaro Szilárd Bogdánffy. Los que serán beatificados el domingo 2 de junio a las 11 horas en la Divina Liturgia (Misa grecocatólica) que el Papa celebrará en el campo de la libertad de Blaj son: Vasile Aftenie (foto de portada; fue el primero en morir, en 1950),Valeriu Traian Frenţiu, Ioan Suciu, Tit Liviu Chinezu, Ioan Bălan, Alexandru Rusu y Iuliu Hossu (ver página en La Catedral de los Mártires).

Tres mártires del siglo XX en España nacieron un 30 de mayo: un sacerdote secular ilerdense, otro de la misma diócesis de Urgell, nacido en Francia, y un salesiano de Ourense.

Silvestre Arnau Pasqüet, de 25 años y natural de Gósol (Lleida), era vicario de La Pobla de Segur y fue uno de los siete sacerdotes de la diócesis de Urgell asesinados en Salàs de Pallars (Lleida) el 13 de agosto de 1936 y beatificados en 2005 (ver artículo del 15 de marzo). En concreto fue aquel a quien uno de sus compañeros, el organista Josep Tàpies, le animó diciendole antes de morir: “Ya tienes la palma del martirio en las manos, no la dejes escapar”. No tiene página de wikipedia en castellano, pero sí en polaco (polaco de verdad, no catalán, y perdón por la aclaración).

Josep Joan Perot Juanmartí, justamente 34 años mayor que Arnau (tenía 59) y compañero suyo de martirio y beatificación, había nacido en Boulogne sur Mer (Francia) y era párroco de Sant Joan de Vinyafrescal (Lleida). Según la web del obispado, «desde jovencito residía en Oliana y cursó los estudios eclesiásticos en nuestro seminario diocesano. Junto con otros tres compañeros, fue ordenado sacerdote de Jesucristo por el ministerio del Obispo diocesano, Joan Josep Laguarda, el 28 de marzo de 1903 en el oratorio del palacio episcopal urgelitano.

Fue nombrado profesor de francés del colegio de Oliana, desde el 1902 y vicario parroquial de Castell-llebre en el año 1914. Párroco de Santa Eugenia en el año 1915. Profesor de Oliana desde el año 1916 y vicario parroquial de Coll de Nargó en el mismo 1916. En el año 1921 fue nombrado rector de Sant Joan de Vinyafrescal donde permaneció hasta el día 13 de agosto de 1936, día de su inmolación. También tuvo el cuidado pastoral de Toralla (1933-34).

Todavía hemos encontrado algunas personas que lo recuerdan con afecto, siempre al servicio del prójimo, y con una vida fiel a los dictados evangélicos. Tienen muy presente la mañana del día 13 de agosto de 1936 en que un grupo de gente armada con fusiles, no con espadas ni garrotes, llegaron a Sant Joan y se llevaron detenido aquel que era su padre y pastor. Fue trasladado a La Pobla de Segur, a la sede del comité local donde, en poco rato, se reunieron siete sacerdotes que serán todos compañeros de martirio.

El recuerdo de aquellos hombres de Dios perdura hasta el día de hoy. Del hoy beato Josep Joan Perot, aquellos que le conocieron, no dudan en afirmar que era un sacerdote ejemplar y que en todo momento amó y sirvió al pueblo que se le tenía confiado. Hombre totalmente apolítico, estimado por todos por sus virtudes humanas, espirituales y sacerdotales. Aquellos que fueron sus feligreses no dudan en testificar que su párroco murió por odio a la fe y por su condición sacerdotal, no por connotaciones políticas ni por odios personales. Para ellos el martirio no ofrece dudas. Era sacerdote y eso era suficiente para ser perseguido e inmolado».

Muero contento por la religión y por España
Manuel Fernández Ferro, sacerdote salesiano de la comunidad de las Escuelas de San Bartolomé de Málaga, era natural de Paradiñas de Torneiros (Ourense) y tenía 38 años cuando lo mataron en el cementerio de Málaga el 25 de agosto de 1936. Ingresó con 16 años en el seminario salesiano de Ecija, profesó en 1920 y fue ordenado sacerdote en 1928 en El Campello (Alicante). Tras un año en Córdoba fue destinado a Málaga donde ejerció su ministerio con los jóvenes. En vísperas de su muerte escribió a su familia: “No tengáis pena por mí; muero contento por la Religión y por España. Si pueden, manden decir por mí las treinta Misas de San Gregorio. Adiós. En el cielo os espera, Manuel. Un fuerte abrazo a todos y agradecido por todo lo que habéis hecho por mí”. Fue beatificado en 2007.

Los salesianos fueron los primeros presos de la revolución en Málaga (ver artículo del 9 de febrero) y, aunque puestos en libertad, fueron controlados de forma que ya el 15 de agosto asesinaron a uno de los que se hospedaban en el Hotel Imperio, el beato Francisco Míguez Fernández. El dueño del hotel siguió jugándose la vida al refugiar a sacerdotes y religiosos, con los que la perdió el 25 de agosto, aunque no ha sido beatificado.

Lo relata Antonio Moreno Montero: “Se trataba del salesiano P. Manuel Fernández Ferro, de los agustinos P. Fortunato Merino [Vegas] y H. [laico profeso] Luis Gutiérrez [Calvo, estos dos asesinados en el callejón de la Pellejera, cerca de la calle Mármoles] y del párroco de Periana [tampoco beatificado]. Todos ellos habían sido huéspedes durante el primer mes de guerra de don Francisco Cabello Luque, dueño del hotel Imperio. El mérito de este último es tanto más de subrayar cuanto que, desde mediados de agosto, habían empezado los registros y las detenciones contra los moradores de su casa. Como de costumbre, antes de ser conducidos a las tapias del cementerio de San Rafael, pasaron por el Comité de Salud Pública, donde fueron sometidos a un simulacro de juicio sumarísimo”.

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