Dos mártires del siglo XX en España nacieron un 15 de abril: el salesiano Antonio Cid Rodríguez, asesinado en el contexto de las matanzas de los barcos-prisión de Bilbao y el sacerdote granadino Andrés Molina.
Andrés Molina Muñoz, de 27 años y natural de Ogíjares (Granada), era cura regente de Instinción (Almería). Fue asesinado en Terque (Almería) el 20 de septiembre de 1936 y beatificado en Roquetas de Mar (Almería) el 25 de marzo de 2017. La entrada sobre él en Granadapedia resume así su último encuentro con su madre y los sucesos revolucionarios:
Por estas fechas, julio de 1936, viaja a Ogíjares a ver a su madre, con ella pasó las fiestas de la Virgen del Carmen. El mismo día Andrés decide marchar a Instinción con el fin de decir misa el domingo siguiente. Eran tiempos muy revueltos políticamente. Nada aconsejaba viajar, todo era terror y miedo. Cuando advertían a don Andrés no viajar tan lejos, a otra provincia sin saber que iba a suceder, él decía: “no puedo dejar de cumplir mi obligación de decir misa a mis feligreses el domingo; debo estar junto a ellos para lo que sea, no tengo miedo a nada, mi destino y mi obligación es estar allí.”
En julio la autoridad del comité local de la revolución de Almería, retuvo a don Andrés en calidad de vigilado, quitándole la llave de la Iglesia, prohibiendo hacer culto en ella; aunque le permitían estar en casa y salir en privado y hacer algunas visitas a feligreses conocidos. Era vigilado por unos jóvenes, por turnos. Esta situación duró dos meses; durante este tiempo mucha gente le aconsejaba que se marchara del pueblo, ya que gozaba de algo de libertad; varios vecinos le ofrecieron sus caballerías para conducirlo y acercarlo por Ugíjar a Órgiva. Pero don Andrés a esta propuesta siempre respondía lo mismo: “no abandonaré la parroquia, rebaño a mí confiado, aunque me maten; además, aquí estoy querido por el pueblo, estoy seguro”. Tal vez él sabía que otros compañeros no gozaban de la situación que él tenía; durante dos meses, entraban y salía persona a su casa para ofrecerle alimentos y compañía.
Prisión Severa
Por septiembre, una persona de Instinción bajó a Almería ante el jefe del comité provincial de la revolución para denunciar la situación prolongada de los sacerdotes de Instinción: don Andrés y don Antonio Sierra Leiva, sacerdote muy mayor que atendía a un convento-colegio de monjas de la Divina Infantita que había por entonces en el pueblo.
Acto seguido, sube una autoridad enemiga de la iglesia y de la fe cristiana y comunica a los sacerdotes que ya no puede prolongarse más la situación en que viven “de retención vigilada”, los llevan presos al ayuntamiento del pueblo.
Últimos Días de Vida
Por los días 14 al 16 de septiembre proponen a don Andrés que si quiere salvar la vida y no morir tiene que renunciar a ser sacerdote, no ejercer pastoral eclesiástica alguna y aceptar contraer matrimonio civil con alguna feligresa de allí (según rumores una tendera que allí había al caso). También le propusieron darle “acta de casamiento” y que aceptara dar clase en una escuela del pueblo que por entonces estaba suspendida.
Don Andrés durante tres días siempre negó aceptar esta propuesta para salvar la vida. Argumentaba siempre “yo no reniego de fe en Jesucristo. No dejaré nunca mi sacerdocio. No reniego del celibato para contraer matrimonio”.
Estas razones las refleja clara y nítidamente en la carta de despedida que envió en secreto (a través de la maestra) a su madre Carmen que vivía en Ogíjares:
“Instinción, 16 de septiembre de 1936
¡Viva el Sagrado Corazón de Jesús!
Muy queridísima madre y hermanos: estas letras quiero que sean de despedida, que espero les entregará mi muy amigo y estimado don Luis, para que se consuele lo mismo usted que mis hermanos y toda la familia. Termina de decirme esta pobre gente que compadezco y perdono de todo corazón, que si quiero librar mi vida, tengo que casarme y si no lo hago, me matan, y yo pensando no en esta vida, sino en la otra, que es la verdadera vida, les he contestado que prefiero que me maten antes de renegar de nuestra santa religión, y espero en Nuestro Señor Jesucristo y en Nuestra Madre la Santísima Virgen que me darán fuerzas para dar la vida por Dios, lo mismo que lo han hecho ya otros compañeros y lo hicieron innumerables mártires. Madre muy querida y hermanos muy amados, no tengáis pena porque me hayan matado; al contrario, dad muchas gracias a Dios Nuestro Señor, porque me ha elegido para ser mártir, y desde el cielo pediré por todos vosotros y por todos los de la familia, y así aquí, en la presente vida, no he tenido la dicha de abrazaros, en el cielo espero para daros el abrazo eterno y reinar y gozar eternamente con Nuestro Señor, la Santísima Virgen y demás Santos escogidos.
Madre queridísima, no tengáis pena, le repito; al contrario, debe estar usted muy orgullosa, porque es usted madre de un mártir; y a vosotros, hermanos, digo lo mismo: sois hermanos de un mártir, que desde el cielo vela por vosotros y todos mis queridísimos sobrinos.
Para terminar quiero daros algunos consejos: sed siempre muy buenos católicos; amad cada día con un amor más grande a Nuestro Señor y a Nuestra Madre la Santísima Virgen, y si algún estuvierais en el trance en el que me encuentro yo, renegar de Dios o dar la vida, dad la vida mil veces, los sufrimientos pasarán y el premio será eterno.
Adiós madre mía; un abrazo te envía y lo mismo a Santiago, y a todos mis hermanos y a toda mi familia. Que así sea y que pronto nos veamos en el cielo.
Su hijo y hermano, Andrés Molina.”
Muerte de don Andrés
Era el 19 de septiembre de 1936; tras un plazo de reflexión sigue firme en su fe religiosa, profundamente convencido, insiste y confiesa su fe ante algunas personas venidas del comité local de Almería. En la mañana temprano, él y otras personas de pueblos cercanos fueron conducidos en un vehículo carrera abajo hacia Almería; viendo ya acercarse su fin, don Andrés dijo a los tres hombres del pelotón de ejecución: “si nos vais a matar dejadnos ir solos, desapareceremos sin cargos contra vosotros, os pido que no carguéis con ninguna muerte, pensad bien lo que vais a hacer, que es un crimen muy grande, Dios nos ve; toda la vida estaréis cargando con este pecado, no viviréis tranquilos ni felices en ninguna parte. Estos días pasaran pronto y el peso de los crímenes no os dejara vivir; yo no os guardo rencor, os perdono de todo corazón”.
Uno del pelotón echo mano al brazo de don Andrés quitándole el reloj: “esto no te va a hacer falta más”. Andrés se lo entregó libremente.
A poco, la camioneta llegó al fatal sitio. Era el cruce de la carretera hacía Illar. Bajados y arrodillados cara al tajo le ordenan que se preparen a morir. Unos momentos para rezar y encomendar su alma a Dios; Andrés con voz sonora volvió a perdonarles de corazón “que Dios os perdone. Ya sabéis que yo os perdono”.
Tres hombres armados por detrás en línea, a una señal, abatieron a estos mártires de la fe cristiana. Era por la mañana cuando la Alsina del pueblo con viajeros pasaba junto a los cadáveres ya tendidos en el suelo; todos estremecidos vieron el espectáculo de cadáveres. Después hicieron una fosa común arrojando los cadáveres sin vida. Rociados con gasolina los quemaron tapándolos con tierra.
Este relato está tomado del acta judicial que el comandante del puesto tomó a los criminales a los pocos meses, una vez liberada la zona, declaración que ellos mismos confesaron fielmente admirando la entereza con la que vieron morir perdonando a don Andrés.
De 46 años y natural de Casaldoira de San Juan de Seoane (Ourense), Antonio Cid profesó como coadjutor salesiano en 1909, siendo sus mayores temporadas de trabajo las que pasó en Salamanca de 1919 a 1929 y en Santander de 1931 en adelante. Al dispersarse la comunidad del colegio de María Auxiliadora, marchó a Bilbao, con unos familiares que vivían en Basurto. Pero allí fue pronto identificado como religioso y, tras el bombardeo del 25 de septiembre al que siguieron las matanzas de los barcos prisión, a medianoche, cuatro milicianos llegaron su casa, la registraron, y al encontrar un crucifijo y otros objetos religiosos, se lo llevaron para fusilarlo. Se supone que lo asesinaron en el Alto de Castrejana o, más probablemente, el cuartel de Garellano.
70 asesinados tras un bombardeo con una víctima mortal confirmada
Hasta ahora ha sido beatificado uno de los 70 presos asesinados en Bilbao como represalia por un bombardeo en el que, en el momento de ejecutarse la represalia, solo se había confirmado una víctima mortal. Se trata del hermano Luis Fermín Huerta Lara, de 31 años y natural de Torrecilla del Monte (Burgos), que tomó el hábito marista en Les Avellanes (Lleida) en 1921 y allí hizo su profesión perpetua en 1927. Por su gran miopía no podía estudiar y ser profesor, por lo que fue cocinero y hortelano, aunque por fin pudo dar clases en los colegios de Carrejo (Cantabria) y Arceniega (Álava). Allí lo detuvieron en agosto de 1936, conduciéndole al barco-prisión Cabo Quilates, fondeado en Bilbao, donde fue uno de los 41 presos asesinados el 25 de septiembre. Algunos testigos afirman que murió en la matanza ocurrida el 2 de octubre, de la que han sido beatificados dos dominicos, pero la Conferencia Episcopal da por buena la fecha del 25 de septiembre.
El fiscal José María Carreras Arredondo relató así para la Causa General (legajo 1333, expediente 12, folios 15 y 16) lo sucedido:
“El 25 de septiembre de 1936, aproximadamente a las 10 de la mañana, la aviación Nacional bombardeó la ciudad de Bilbao. Dispuestos a realizar la venganza largamente meditada, los guardianes de los presos comenzaron desde que sonaron las sirenas los preparativos para llevar a cabo sus designios criminales. Además desde que el bombardeo cesó, gran número de hombres y mujeres de la más baja calaña, se dirigieron vociferando hacia los muelles de la ría próximos a la factoría de Altos Hornos, a cuya altura se hallaban fondeados los barcos Altuna-Mendi y Cabo Quilates, convertidos en prisiones en las que sufrían cautiverio, sometidos a vejaciones materiales y morales cruelísimas, gran número de patriotas bilbainos y donostiarras, trasladados éstos al ser evacuado San Sebastián, en el vapor Aranzazu-Mendi. Desde la orilla, los grupos vociferaban contra los presos e instigaban a los guardianes, para que no dejaran un preso con vida, y algunos componentes de dichos grupos consiguieron entrar en los barcos a los que se trasladaron utilizando gabarras.
En el barco Cabo-Quilates, los guardianes fueron seleccionando los presos destinados al sacrificio y los condujeron a una bodega libre en donde permanecieron esperando la hora del martirio. En las primeras horas de la noche, comenzó la matanza, siendo llamados los presos uno a uno con varios pretextos (declarar ante el Juez, pelar patatas…) con el fin de que subieran a cubierta en donde eran inmediatamente asesinados. Como los que quedaban en la bodega oían los disparos, los gritos y el caer de los cuerpos, llegó un momento en que se negaron a obedecer la orden de que fueran subiendo, pero entonces se les disparó desde arriba matando a varios, hiriendo a otros, a los que luego se remató, y obligando a los restantes a cumplir la orden. Así perecieron en dicho barco-prisión 41 mártires”.
Según José María Cazorla Crespo, los mismos periódicos que ocultaron los asesinatos de presos, escribieron “al día siguiente sobre las víctimas del bombardeo que en una relación primera y aproximada había habido un muerto y multitud de heridos, pero que las víctimas podían calcularse en más de 20 muertos”. A diferencia del fiscal, Cazorla afirma que no fueron los guardianes quienes eligieron a los presos, aunque “los 20 milicianos y los 15 carabineros que constituían la guardia, al mando de Pedro Garmendia, ofrecieron muy escasa, por no decir ninguna resistencia a las pretensiones de los asaltantes. Dueños los asaltantes de la situación, leyeron primero algunos nombres, cuyos titulares, llevados a cubierta, maniatados de dos en dos y puestos de seis en seis en la toldilla de popa, iban siendo barridos por las descargas. Sacaron luego a granel, y ya sin nombrar a nadie, a algunos grupos más para el matadero de cubierta. Hasta que, jugándoselo todo, los presos restantes se rebelaron, quitaron la escalera de la escotilla y apagaron las luces, dispuestos a lo peor. Sin dar el brazo a torcer, los asaltantes hicieron fuego directamente desde el orificio de arriba sobre las sombras de la bodega, dejando muertos y malheridos a varios presos más. Todavía, antes de marcharse, lograron que les subieran a los heridos, so pretexto de curarlos, y los remataron junto a los cadáveres de sus compañeros”. El mismo día, en otro barco prisión, el Altuna-Mendi, fueron asesinados 29 presos, por lo que el total de asesinados en represalia al bombardeo fue de 70.
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