A tiros no me mataréis, debéis emplear un arma blanca El franciscano Pascual Fortuño dijo a los otros presos que solo él sería asesinado, y cuando le rebotaron las balas dijo que debían matarlo con arma blanca


Siete mártires del siglo XX en España nacieron un 5 de marzo: una de las tres carmelitas descalzas de Guadalajara que fueron las primeras en ser beatificadas, un clérigo dominico zaragozano, un franciscano castellonense, un lasaliano burgalés, un marista guipuzcoano, un claretiano alavés y un oblato de María Inmaculada pacense.

“¡Disparadles, son monjas!”

Eusebia García García (Teresa del Niño Jesús y de San Juan de la Cruz), de 27 años y natural de Mochales (Guadalajara) fue una de las tres carmelitas descalzas asesinadas el 24 de julio de 1936 en Guadalajara que el 29 de marzo de 1987 se convirtieron en las primeras víctimas de la guerra beatificadas. Las otras dos eran Jacoba Martínez García (María Pilar de San Francisco de Borja), de 58 años, y Marciana Valtierra Tordesillas (María Ángeles de San José), de 31. Según la página web de la causa de canonización, las 18 carmelitas del convento alcarreño “se enardecían unas a otras en las recreaciones con un ansia creciente del martirio, el cual esperaban alcanzar de la misericordia del Señor”. María Pilar, la de más edad, decía: “Si nos llevan al martirio iremos cantando Corazón Santo, tú reinarás. Yo desearía morir al grito de ¡Viva Cristo Rey!, contestaba la Beata Teresa; y comentaba: Los mártires en el cielo tendrán particular amor a sus verdugos, por la gran felicidad que les proporcionaron. La Beata María Ángeles le decía a una hermana que tenía a su lado: ¡El martirio! ¡Qué dicha tan grande! Pero no soy digna de esa gracia. Hay que alcanzarla con la fidelidad en las cosas pequeñas”.

Tras el triunfo de la revolución en Guadalajara, el 22 de julio, las monjas vistieron de seglar y salieron de dos en dos hacia casas de personas conocidas. El 24, al estar muchas en una casa, la hermana Teresa se ofreció a llevar a dos hermanas a casa de una amiga suya. Las hermanas Pilar y Ángeles aceptaron y las tres fueron a las 4 de la tarde hacia la casa número 5 de la calle Francisco Cuesta. Pasaron junto a un camión en el que comían unos milicianos, y una miliciana al verlas gritó:-¡Disparadles, son monjas!

Saltando del camión, los milicianos obligaron a las carmelitas, que ya habían entrado en el portal, a salir a la calle. La primera es la hermana María Ángeles a la que disparan y cae mortalmente herida. María Pilar también cae herida, pero al ver que no está muerta siguen disparándole y hasta le acuchillan, mientras exclama:

-¡Viva Cristo Rey! ¡Dios mío perdónalos!

Un guardia de Asalto la lleva a una farmacia cercana y de ahí a la Cruz Roja, donde María Carrasco le oyó decir:

-No me deje señora, que no me toquen. ¿Pero qué les he hecho yo?, ¡perdónales, Señor!

Una ambulancia la llevó al hospital provincial, donde se observó que tenía una perdigonada en el vientre, rotas la columna vertebral y una pierna, y un riñón al descubierto. El director avisó a una hermana de la Caridad, que le dió a besar un crucifijo. María Ángeles murió repitiendo:

-Perdónales, perdónales

Mientras las otras dos monjas resultan heridas, la hermana Teresa trata de entrar en el Hotel Palace, pero se lo impiden los milicianos. Un miliciano trata de cogerla por el brazo y ella lo rechaza con energía. Él, obligándole a ir por la calle de San Juan de Dios, le dice:

-No te asustes, esos son unos brutos; te llevaré adonde no te pase nada.

Mientras la hermana Teresa repite sin cesar “Jesús, Jesús”, cruzan el puente-ronda de San Antonio y giran a la derecha, camino del Cementerio. Los milicianos van formando un grupo y le exigen gritar vivas al comunismo, pero ella abre sus brazos en cruz y echa a correr gritando:

-¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva Cristo Rey!

Hasta que es abatida por la espalda.

La hermana Teresa (Eusebia García)
había sido la segunda de ocho hermanos. Su tío sacerdote, Florentino García Morea, fue detenido en la parroquia de San Pedro de Sigüenza al día siguiente de la muerte de su sobrina, y fusilado en el paraje La Hortaza, camino de Barbatona, al amanecer del 11 de agosto. La joven quiso hacerse carmelita tras leer la Historia de un alma de Santa Teresa del Niño Jesús, ingresó en el carmelo con 16 años en 1925 y pronunció los votos solemnes en 1930. Uno de los comentarios que se le recuerdan, ya que era de fuerte carácter, es el siguiente: “No me gustan las vidas de los santos en las que sólo hablan de sus virtudes, ocultando sus faltas y combates. Cuando yo muera, no oculten mis defectos para que brille más la misericordia de Jesús para conmigo”.La hermana María Pilar, Jacoba Martínez García, la mayor de las tres, fue la menor de 11 hermanos, ocho de los cuales murieron en la infancia, y los supervivientes fueron uno sacerdote y dos religiosas. Contaba 15 años cuando su hermana entró en el carmelo, y a quienes le preguntaban, Jacoba decía siempre que no quería ser monja. Su madre le insinuaba: “contesta hija: lo que Dios quiera”.

-Madre, ¿cómo voy a decir “lo que Dios quiera” si yo no quiero ser monja?

-¿Y si Dios quiere que lo seas?

-Si yo no quiero ser, ¿cómo lo va a querer Dios? Vaya, madre, que yo no quiero ser monja.

Pero, después de la profesión de su hermana, quiso entrar ella y por no haber sitio, tuvo que esperar cuatro años. Por fin, ingresó en 1898 y profesó en 1899.

María Ángeles -Marciana Valtierra Tordesillas– fue también la última de 11 hermanos, seis de los cuales murieron niños. Perdió a su madre cuando contaba tres años, y por ciudar de su padre no pudo entrar en el carmelo de San José hasta los 24.

Le prometieron la libertad si gritaba “viva el comunismo”

Joaquín Prats Baltueña, novicio-clérigo dominico de 21 años, natural de Zaragoza, fue asesinado en Castelserás (Teruel) el 30 de julio de 1936 y beatificado en 2001 con los mártires valencianos. Con él fueron martirizados y beatificados el párroco Zósimo Izquierdo Gil, de 40 años, y el dominico José María Muro Sanmiguel (de 30 años).

Prats había estudiado para escolapio, pero interrumpió sus estudios al llegar la República. Tras un viaje a Lourdes en 1935, decidió ser dominico, y en septiembre ingresó como novicio en Calanda. Al estallar la revolución y abandonarse ese convento, pensó unirse al grupo que se dirigía a pie a Zaragoza, pero su delicada salud no lo hacía aconsejable, e intentó refugiarse en casa de su abuelo paterno, en Mas de Las Matas, a pocos kilómetros de Calanda. De camino se encontró en Torre Mazas con el padre José María Muro y siguieron juntos. Al llegar a Castelserás, preguntaron la dirección de Alcañiz. Una mujer les dirigió hacia una patrulla de milicianos que los encerraron en un calabozo. Fueron sometidos a un juicio en medio de burlas y frases sumamente ofensivas, que recibieron con la cabeza baja y en silencio. A fray Joaquín le prometieron la libertad si gritaba “¡Viva el comunismo!”. A lo que él contestó por tres veces “¡Viva Cristo Rey!”. Fueron fusilados en la Venta a las afueras del pueblo. Muro era sacerdote secular desde 1928, e ingresó en el convento de Calanda en 1934 porque quería ser “misionero y mártir”.Con el párroco que quiso ser fusilado en lugar de sus feligreses

 Izquierdo era sacerdote desde 1920 y párroco de Castelserás desde 1935. Según refleja la documentación del legajo 1417, expediente 5, de la Causa General, el día 28 de julio de 1936, las fuerzas republicanas que tomaron el pueblo fusilaron a los habitantes de Castelserás partidarios del alzamiento contra el Gobierno, que se habían resistido con un intenso tiroteo. El párroco fue detenido a la puerta de su casa -por dos personas llamadas Miguel Mencía Hernández y José Giménez Royo, según declaró un tercer vecino llamado José Valero Valrero- y ante el mal trato recibido de camino al ayuntamiento para ser juzgado por el comité, Izquierdo respondía con su afable y serena sonrisa. Pidió al comité que lo fusilaran a él y dejaran libres a los numerosos apresados. Una vez en la cárcel confesó a todos los detenidos, les exhortaba y rezaba repetidamente el rosario con distintos grupos. A media noche del 30 de julio fue conducido a las afueras del pueblo y de rodillas recibió la descarga. Sus restos, exhumados en 1938, fueron depositados en el cementerio de Castelserás. Sin embargo, otras 19 personas -incluido el alcalde- fueron fusiladas ese día como él en el lugar llamado La Venta o -como el sacerdote coadjutor, José Tejel Albacar- en Alcañiz.“El único que derramará su sangre soy yo”

Pascual Fortuño Almela, de 50 años y natural de Villarreal de los Infantes (Castellón), era vicario del convento de la Orden de Frailes Menores de Santo Espíritu del Monte (Gilet Valencia), fue asesinado el 7 de septiembre de 1936 en su pueblo y beatificado en 2001. El convento fue fundado por Martín IV el Humano en 1404. Allí se hizo novicio Fortuño en 1905 y profesó al año siguiente, ordenándose sacerdote en 1913. En 1917 fue enviado a Azul (Argentina) y volvió a los cinco años a Benissa, Segorbe y, desde 1931, Santo Espíritu. Con la revolución, buscó refugio en su pueblo natal, Villarreal de los Infantes (Castellón), en casa de su madre, a la que dijo: “No llores, madre, le dice, pues cuando me maten tendrás un hijo en el cielo”. Tras pasar un tiempo oculto en el campo, fue al centro de la localidad, a casa de su hermana Rosario. A mediodía del 7 de septiembre unos milicianos lo llevaron ante el comité y a la cárcel, donde dijo a los presos: “No temáis, el único que derramará su sangre soy yo; estoy cierto de ello”. Al marchar, les repitió: “A vosotros no os pasará nada. Yo sí que no vuelvo”. En la madrugada del día 8 de septiembre,día de la Mare de Déu de Gracia, patrona de Vila-real, le llevaron por la carretera de Benicassim. El coche paró y los milicianos le obligaron a descender, le ordenaron que se desnudara, a lo que el religioso se opuso, y sus mismos captores le destrozaron la ropa, dándole, además, golpes y puñetazos, y profiriendo blasfemias. Intentó cubrir su desnudez ante el sarcasmo de sus perseguidores, que le dispararon a quemarropa. Pero las balas no le dieron. “A tiros no me mataréis. Debéis emplear un arma blanca”, dijo, y gritó:
¡Padre, perdónales. En tus manos encomiendo mi alma!”.
Recibió un machetazo en el corazón.El estado 1 con que el ayuntamiento de Villarreal de los Infantes informará a la Causa General (legajo 1403, expediente 23, folio 5) pone como fecha de su asesinato el día 6, la misma que señala -aunque señala sospechosos distintos- para el sacerdote Vicente Albiol Bort, de 67 años, y su sirvienta Juana Rodríguez Abad, de 45. El siguiente asesinato fue el de un farmacéutico el día 13 y, dentro de septiembre, aún matarían al menos a 17 personas más. Nadie parece haber comprobado si estos eran o no de los que estuvieron presos con el mártir.

Eusebio Alonso Uyarra (hermano Evencio Ricardo), hermano de las Escuelas Cristianas de 29 años y natural de Viloria de Rioja (Burgos), fue asesinado el 8 de septiembre de 1936 en Roquetas (Almería) y beatificado en 1993 con los obispos de Almería y Guadix. Es el de la derecha de la foto y fue ejecutado en la carretera con el también lasaliano de su misma edad Adrián Sáiz Sáiz (hermano Teodomiro Joaquín, el del centro).


José Miguel Elola Arruti (hermano Vito José), de 43 años y natural de Errezil (Guipúzcoa), es uno de los maristas cuyo rescate se gastó en armas Tarradellas, que fueron asesinados el 8 de octubre de 1936 en el cementerio de Montcada i Reixac (Barcelona) y beatificados en 2007.

El religioso profeso claretiano Nicolás Campo Giménez, natural de Salvatierra (Álava), fue asesinado en Sant Pere dels Arquells (Lleida) el 19 de octubre de 1936, cuando solo contaba 16 años, y beatificado en Barcelona el 21 de octubre de 2017: entonces era el segundo mártir más joven.

Juan José Caballero Rodríguez, subdiácono oblato de María Inmaculada, de 24 años y natural de Fuenlabrada de los Montes (Badajoz), fue asesinado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (Madrid) y beatificado en 2011. Es uno de los mártires de Pozuelo de Alarcón.

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3 comentarios

  1. Bendito sea el Señor y que nos otorgue la gracia del don de la Santa Perseverancia.
    Encomiendo a los mártires esta diócesis de Carúpano, en Venezuela, a su obispo Mons. Jaime José Villarroel, al clero, a los fieles y a todos los que buscan al Señor o lo persiguen

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