Certificado del ayuntamiento de Carcagente en el que consta el asesinato de Pascual Torres.

No os venguéis, dijo, antes de que le amputaran miembros y le sacaran los ojos Antes del simulacro de juicio y del martirio, el párroco de Conesa dijo a su madre: No lloréis mi muerte, no os venguéis


Ocho mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el 6 de septiembre de 1936: dos hijas de María Auxiliadora y un sacerdote franciscano en Barcelona, un agustino y un capuchino en Asturias, un laico de Carcagente (Valencia), donde la revolución precedió a la guerra en dos meses, un sacerdote secular –Diego Llorca Llopis– en la provincia de Alicante y otro en la de Tarragona.

En Polonia, se conmemora el martirio del beato Miguel Czartoryski (1944). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a un mártir de 1946: el archimandrita Serafín Shakhmut.

Se quedaron para cuidar a una monja enferma, y los anarquistas las fusilaron

María del Carmen Moreno Benítez, de 51 años y gaditana de Villamartín, estaba desde el otoño de 1935 en Barcelona como vicaria provincial de las Hijas de María Auxiliadora (salesianas de Don Bosco), congregación en la que ingresó a los 23 años siguiendo los pasos de su hermana Paz. Hasta entonces había estado siempre en Andalucía, donde fue directora de la casa de Valverde del Camino. Por su parte, sor María Amparo Carbonell Muñoz, de 42 años y valenciana de Alboraia, después de haberse dedicado a vender en el mercado de Valencia los productos del campo de sus padres, ingresó con 27 años, dedicándose a la cocina y al cuidado del huerto y del jardín en la Casa de Formación de Santa Dorotea en Sarrià. Allí les sorprendió la revolución con otras 64 hijas de María Auxiliadora de toda España, que hacían sus ejercicios espirituales anuales. Las que el 19 de julio no tenían familiares con los que ir, fueron acogidas por el ciudadano alemán señor Jarth, protestante, amigo de las hermanas y propietario de un chalet colindante con el colegio, del que la Generalidad se incautó el día 21. Mientras otras religiosas embarcaban hacia Italia el 7 de agosto, sor Carmen Moreno y sor Amparo Carbonell se ofrecieron voluntarias para cuidar de sor Carmen Xammar, recién operada de cáncer. La noche del 1 de septiembre una patrulla de milicianos de la FAI entró en el chalet y detuvo a las tres religiosas, llevándolas al comité de Sarrià, donde no negaron su condición. En la madrugada del 6, sacaron de la celda a sor Carmen y sor Amparo, y las fusilaron en el Hipódromo. Tres antiguas alumnas, enfermeras en el Hospital Clínico, identificaron los cadáveres.

Un vallisoletano, primer mártir de la checa barcelonesa de San Elías

Pedro de Alcántara Rivera Rivera (padre Cándido), de 24 años y vallisoletano de Villacreces, es hasta ahora el primero en el tiempo en morir de los al menos 65 beatos que pasaron por la checa de San Elías en Barcelona, para morir posteriormente en Montcada i Reixac. Superior del Convento de Franciscanos Menores Conventuales de Granollers, marchó la noche del 19 de julio a casa de una familia, regresando al día siguiente al convento, para de nuevo esconderse. El 25 fue llevado a la cárcel de Granollers, donde, ante otros sacerdotes, manifestó su disposición al martirio. Tres días más tarde, se le dio un salvoconducto y salió de la cárcel, dirigiéndose a casa de una familia y a mediados de agosto a Barcelona, a casa de otra. Allí fue detenido el 22 de ese mismo mes por ser religioso, ya que no lo llamaron por su nombre sino por su condición. Se entregó pacíficamente y se lo llevaron. Lo más probable es que fuera fusilado en una fecha entre el 1 y el 6 de septiembre.

La revolución en Gijón podía perdonar la vida a un notario, pero no a un religioso

Vidal Ruiz Vallejo, de 43 años, sacerdote agustino, estuvo destinado en Ribadeo y, desde 1935, en Gijón. El 19 de julio de 1936 asaltaron la casa de los agustinos. Vivió refugiado durante un mes y después acompañó de incógnito a un agustino paralítico a Posada de Llanes, donde se refugió en la casa de otra persona. Un día se publicó que los religiosos podrían retirar sus pertenencias de los conventos asaltados, y, aunque trataron de disuadirle, decidió volver a Gijón. Cuando llegó, se dio cuenta del peligro y se refugió en casa de un notario. Hubo un registro en esta casa y todos fueron encarcelados. El alcalde intervino para que liberaran al notario, y este se arrodilló para que liberaran también al padre Vidal Ruiz, pero no lo consiguió. Su cadáver apareció junto al río Piles.

Fusilado con otros 22 a los que absolvió

El padre Domitilo de Ayoó.Felipe Avelino Llamas Barrero (padre Domitilo de Ayoó, localidad zamorana), capuchino de 29 años, fue detenido cuando predicaba en Bocines (Asturias). Fue encarcelado en Candás y fusilado en el cementerio de Peón junto a otros 22 detenidos a los que él impartió la absolución. En la documentación de la Causa General sobre sacas de presos en Asturias se indica que los fusilados en la madrugada del 6 de septiembre sacados de la iglesia de Candás fueron 10 (legajo 1339, expediente 3, folio 579).

Custodio de la Eucaristía, se turnaba con su mujer haciendo vela

Pascual Torres Lloret, de 51 años, nació en una familia pobre de Carcagente (Valencia), localidad en la que la revolución de 1936 se cobraría las vidas de 115 personas, según los datos publicados por Ramón Fita Revert. Torres se casó en 1911 con Leonor Pérez Canet y tuvieron cuatro hijos. Como constructor, nunca quiso cobrar el 10 por ciento del sueldo de los empleados que, entonces, acostumbraban a quedarse los patronos. Era de misa y comunión diaria y rezaba el rosario con su familia, y como colaborador del párroco ayudó a establecer en 1932 la Acción Católica, además de participar en muchas otras asociaciones católicas. Según una testigo, quienes decidieron su muerte lo hicieron «porque imitaba a los sacerdotes».

En Carcagente la revolución comenzó el 13 de mayo de 1936, cuando la parroquia de la Asunción, y los conventos de las dominicas, de los franciscanos y de las religiosas de María Inmaculada fueron saqueados e incendiados. El 14 de mayo fue profanado el cementerio de las dominicas, sacando cadáveres que estuvieron expuestos públicamente durante todo el día, hasta el anochecer, con la tolerancia de las mismas autoridades municipales, así como de la población. El día 16 de mayo, mandados por la autoridad municipal, unos equipos de albañiles tapiaron las puertas de todas las iglesias incendiadas, quedándose el alcalde con las llaves de los edificios. A los sacerdotes se les prohibió el uso del traje talar. Los franciscanos y las dominicas fueron expulsados violentamente de sus respectivas casas. Cuando algún sacerdote, como Salvador Fons, propuso a Pascual Torres marcharse de Carcagente, él se negó, confiando en Dios, y se sorprendía de que los sacerdotes se marcharan, pues decía: «¿Qué será de los enfermos si necesitan algún auxilio espiritual?».

Cuando estalló la guerra, el sacerdote Enrique Pelufo conservó la Eucaristía hasta principios de agosto, y luego quedó en casa de Torres, según relata una de sus hijas: «En mi casa tuvimos a dos religiosos que huían de la persecución. Las iglesias de Carcagente fueron incendiadas, y así hubo necesidad de sacar el Santísimo. Durante todo el tiempo que allí estuvo, que fue hasta el día que se lo llevaron a mi padre, él y mi madre se turnaban en hacer vela de rodillas al sacramento durante la noche. Muchas veces llevó la sagrada comunión a los enfermos durante la revolución». Él mismo siguió comulgando hasta el día de su detención. También acogió en su casa a dos religiosas de María Inmaculada, y según el sacerdote Pelufo «le prohibieron salir de casa, y desde entonces apenas salió; en mi casa ocultó con pared y cal varios objetos y vasos sagrados de la iglesia, así como los libros del archivo». De nuevo según su hija, Torres «fue llamado al comité hasta unas siete veces con el pretexto de pagarle unas facturas de ciertas obras que había hecho a un particular que había huido del pueblo.

En alguna de estas llamadas se le detuvo hasta pasar la noche entera en dicho comité. Cuando volvía a casa mostraba siempre un rostro sereno y sonriente. No me consta que en estas detenciones sufriera malos tratos. Yo le atribuía esto a su resignación, pues jamás se quejaba de nada. Mi madre siempre decía que él tenía su vida ofrecida a la causa de la religión y así solíamos recitar después de la comunión por indicación suya en tiempo de la revolución esta frase: Para que con tus santos y elegidos te alabe por los siglos de los siglos. Elegido en el sentido de los que estaban destinados al martirio». La primera vez que fue detenido, el 25 de julio, dijo: «Pobres, no saben el bien que nos hacen, de aquí al Cielo». Pero a la mañana siguiente fue a sacar a los detenidos el jefe de las Juventudes Libertarias, a quien Torres había dado trabajo en tiempos de penuria, y le dijo: «Señor Pascual, estoy avergonzado de que Ud. esté aquí encerrado».

El 5 de septiembre se presentaron cuatro milicianos preguntando por él. Según la hija, «mi madre dijo que estaba enfermo (cosa cierta, pues la noche anterior tuvo un cólico), y que le dejasen estar. Entonces mi padre que estaba en el patio tomando un tazón de leche se levantó y se presentó él mismo a los milicianos. Estos dijeron que se trataba de una breve diligencia y que pronto volvería a casa. Mi padre entró en la habitación; se puso la chaqueta, tomó unos papeles y subió al coche. Mi madre, recelándose lo que podía ocurrir, fue confortada por mi padre con palabras de aliento. Yo seguí al coche hasta el cuartel de la Guardia Civil y pasando por delante de la puerta observé que mi padre entregaba unos papeles y los objetos personales». La otra hija añade: «Antes de partir, mi padre me entregó el Santísimo Sacramento para ocultarlo en una casa más segura. En esa misma noche fui a verle al cuartel, llevándole algunos alimentos; le vi sereno y resignado. Me encomendó que rezásemos y me aseguró que no necesitaba nada».

Cuando al día siguiente su hija fue «a llevarle comida, le dijeron que no estaba allí, y al preguntar ¿en dónde, pues?, le dijeron que lo habían matado, y: ¡Ojo! en llorar. Lo mismo advirtieron después en casa». Los familiares supieron algo sobre su muerte por testigos: «El día 6 de septiembre a la madrugada fue sacado mi padre del cuartel de la Guardia Civil y llevado al cementerio de Carcagente, en donde solía parar el coche. Las mujeres vecinas de dicho lugar solían ver las ejecuciones y contaron a mi abuelo que mi padre al bajar del coche, como se oyeron unos gritos de una señora malherida, los milicianos se sobrecogieron de espanto y aprovechó aquella ocasión para entrar en el cementerio y colocarse junto a la misma zanja diciéndoles que no se preocupasen, que él quería morir enseguida, y allí mismo fue ejecutado. Calculo que la distancia que media entre el cuartel y el cementerio será de unos diez minutos a pie».

Certificado del ayuntamiento de Carcagente en el que consta el asesinato de Pascual Torres.
Certificado del ayuntamiento de Carcagente en el que consta el asesinato de Pascual Torres.

El estado 2 de Carcagente en la Causa General (legajo 1370, expediente 4, folio 5) señala que ese día ejecutaron en el cementerio a cinco personas, entre ellas, además de Torres, a una mujer de 52 años (Amparo Albert Sanz) y al exalcalde Antonio Boronat Tarragó.

«No os venguéis», dijo, antes de que le amputaran miembros y le reventaran los ojos

Tomàs Capdevila Miquel, de 33 años y tarraconense de Forès, sacerdote desde 1928, era párroco de Conesa (Tarragona) al empezar la guerra, cuando fue a refugiarse con su familia a su pueblo. Al producirse un registro el 6 de septiembre, huyó por la parte de atrás, pero lo persiguieron y capturaron. En el ayuntamiento, abrazó a su madre, diciéndole: «No lloréis mi muerte, no os venguéis». Tras un simulacro de juicio lo entregaron a un grupo de gente al que dijeron: «Hagan con él todo lo que deseen». Se lo llevaron en un coche y, por el camino, le hicieron amputaciones de miembros y le reventaron los ojos. Llegados a Solivella, lo hicieron bajar del coche en la plaza, y, en medio de blasfemias y sarcasmos, lo hicieron ir hasta el cementerio, donde lo remataron a tiros, al compás de las campanas del reloj del pueblo, cuando tocaban las once de la noche.

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