Mártires de Griñón: Les mandaron gritar viva Rusia y contestaron: ¡Viva Cristo Rey! Entre los seis mártires nacidos un 7 de enero está uno de los lasalianos del noviciado de Griñón asesinados delante de sus alumnos


Seis mártires del siglo XX español ya beatificados nacieron un 7 de enero; por orden de la fecha de martirio son: una mínima descalza de San Francisco de Paula de 71 años, un hermano de las Escuelas Cristianas de 23 asesinado en Griñón, un redentorista de 33, un dominico mexicano de 27, un sacerdote de 58 en Tarragona y otro hermano de las Escuelas Cristianas de 22.

La madre Josefa (del Purísimo Corazón de María) Panyella y Doménech tenía 71 años y era natural de Sant Andreu de la Barca (Barcelona), fue ejecutada el 23 de julio de 1936 junto con ocho Monjas Mínimas «y la hermana de una de ellas, que las asistía en los quehaceres externos del Monasterio, ofrecieron su vida como testimonio de su fe y recibieron la palma del martirio. Cuantas las conocieron testifican de ellas la ejemplaridad de su vida» (es todo lo que su congregación ha publicado sobre el martirio con motivo de la beatificación en Tarragona el 13 de octubre de 2013).

Dar un Viva a Cristo Rey bastaba para matarles
Teodoro (Mariano Pablo) Pérez Gómez, hermano de las Escuelas Cristianas (La Salle) vallisoletano de 23 años, fue ejecutado en el noviciado de Griñón (Madrid) el 28 de julio de 1936 y beatificado también en Tarragona en 2013 con otros 22 lasalianos. Aquí un relato de su martirio publicado por la revista Iglesia-Mundo:

El 27 de julio habían marchado hacia Madrid 59 hermanos de La Salle, que fueron a dar en prisión. Quedaron tres profesores -los hermanos Orencio Luis, Aquilino Javier y Mariano Pablo-, otros siete hermanos ancianos o enfermos y 87 alumnos. El día 28, mientras comían, oyeron golpear la puerta, y al abrir entraron los milicianos, obligando al director, hermano Orencio Luis, a enseñarles las dependencias en busca de armas, mientras los niños salían. Un miliciano quiso obligar al hermano Aquilino Javier a destruir un crucifijo; ante su negativa, él mismo lo descolgó y arrojó al suelo, rompiéndolo a culatazos. En la Iglesia, destruyeron el Vía Crucis, las estatuas y las pilas de agua bendita. José Gorastazu -encargado según algunos documentos como zapatero o en la limpieza-, les afeó su conducta, por lo que los milicianos cayeron sobre él con patadas y culatazos, disparándole y dejándole agonizante en el atrio de la capilla, sin que cesara de gritar “¡Viva Cristo Rey!”.

Los milicianos dudaban del carácter religioso de los hermanos al verlos en traje civil y decirles los chicos que eran sus maestros, sin más especificaciones. Algunos volvieron al pueblo para cerciorarse. Otros obligaron al hermano Ángel Gregorio, cocinero, a servirles la comida. Les cachearon, encontrando crucifijos, escapularios y medallas. Luego, brazos en alto, les condujeron a la puerta de la capilla: “Volveos, que vais a morir”, les dijeron. “Nosotros no morimos de espaldas, sino de frente. ¡Viva Cristo Rey!”, fue la respuesta, según lo publicado en Iglesia-Mundo. Allí mismo murieron ocho hermanos. El hermano Arturo, que trataba de proteger a los niños, fue apuñalado y degollado en las duchas. “Algunos días más tarde -dijo un novicio menor- vimos todavía rastros de sangre y trocitos de carne en el salón de duchas”. El hermano Orencio Luis se había refugiado en la carbonera. Al sentir venir a los milicianos salió de su escondite y les dijo: “Me buscáis para matarme; aquí me tenéis; tirad”. Y así lo hicieron.

Algunos milicianos entraron en el patio y comentaron a los novicios: “¡Ya sois libres; hemos despachado a los que os tiranizaban!” Otros dijeron: “Nada adelantamos con matar a los frailes si dejamos la semilla”. Pero no mataron a los chicos, y se fueron unos a Cubas, y otros a Fuenlabrada. Uno de los novicios describió así el panorama: “Cuando llegamos al patio del escolasticado, el cuadro que ante nuestra vista se presentaba no podía ser más horroroso. Estaban derribados por el suelo nuestros hermanos, martirizados de la manera más cruel. Unos con los brazos en cruz, echando sangre por el costado y con la sonrisa en los labios; otros con la mandíbula arrancada del resto de la cara; éstos mirando al cielo, aquellos con la faz pegada al suelo”. Hasta dos días después no se autorizó la sepultura. En Fuenlabrada, un miliciano comentó: “Hemos matado a los frailes de Griñón, pero han sido más valientes que jabatos, pues les mandamos dar un viva a Rusia y nos han contestado: ¡Viva Cristo Rey! Eso sólo bastaba para que los hubiésemos matado”.

El tercer mártir nacido un 7 de enero es Julián Pozo y Ruiz de Samaniego, sacerdote redentorista de 33 años nacido en Payueta (Álava) y beatificado en Tarragona en 2013. Fue ordenado sacerdote en 1925, estando ya enfermo -desde 1921- de tuberculosis. Se dedicó desde entonces a la oración, a las confesiones y a la atención de los enfermos. De natural sensato y reflexivo, fue muy solicitado por su capacidad para confesar y ser director espiritual. En 1928 fue destinado a la comunidad de Cuenca.

Al desencadenarse la persecución, se trasladó al seminario donde fue detenido el 9 de agosto 1936 mientras dirigía el rezo del rosario. Enseguida lo condujeron por la carretera de Cuenca a Tragacete donde lo fusilaron.

Rechazado en la embajada de México por ser religioso

Luciano (Reginaldo) Hernández Ramírez
, de 27 años y natural de San Miguel el Alto (Jalisco, México), sacerdote dominico en el convento de Santo Domingo el Real de Madrid, fue ejecutado el 13 de agosto de 1936 tras pasar por la checa de Lista (hoy calle Ortega y Gasset) y beatificado en 2007. Tuvo que interrumpir sus estudios en el seminario diocesano de Guadalajara, en su país, al confiscarlo el presidente Calles. Ayudado por el dominico mexicano Mariano Navarro, viajó a España y profesó en Corias (Asturias) en 1927, ordenándose en 1933. Asignado a Santo Domingo el Real de Madrid, estudió Derecho en la Universidad Central; por encargo de la Acción Católica Española escribió un Enchiridion sobre la familia, y tenía preparado otro libro sobre la guerra y la paz. Al estallar la revolución, permaneció en el convento; después intentó acogerse a la embajada de México pero, recibidas sus pertenencias, le cerraron las puertas por su condición de sacerdote. Se refugió en una familia y llevó una vida muy piadosa, dispuesto a morir por Dios. Detenido el 13 de agosto de 1936, después de confesar abiertamente que era el religioso mexicano a quien buscaban; fue llevado a la checa de Lista y ejecutado el mismo día.

Paralelamente, ese 13 de agosto, en la reunión mantenida por el cuerpo diplomático, el embajador mexicano -en un alarde de supuesta coherencia y sin saber que en ese jornada matarían a este conciudadano por cuyos derechos debía velar- afirmaba «que su país ha tenido que sufrir una lucha semejante a la que se desarrolla actualmente en España, aún cuando nunca se llegó a la desaparición tan absoluta de las garantías individuales que ahora presenciamos. De esta lucha, que duró varios años, surgió un gobierno de izquierdas que está de espíritu y de corazón con el Gobierno de Madrid. Por consiguiente, cualquiera que sea la decisión del Cuerpo Diplomático y las circunstancias por que pueda atravesar la Capital, la Embajada de México permanecerá en Madrid.- Pero, a pesar de todo, en Febrero se instaló en Valencia, con motivo de la llegada del sucesor del Sr. Pérez Treviño».

Intercedió por los revolucionarios de 1934 y le pagaron mutilándole
Isidre Fàbregas Gils, de 58 años y natural de Puigpelat (Tarragona), era párroco de Cambrils (Tarragona), fue asesinado el 28 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Tras la revolución del 6 de octubre de 1934 intercedió hasta conseguir que todos los presos estuvieran de vuelta en sus casas para Navidad. Al estallar la guerra estuvo unos días con una familia y luego en Mas d’en Puig (Vinyols), de donde salió para ir a Vila-seca, pero fue detenido e internado en el barco Río Segre. En el grupo que fue al barco expresamente a por los presos de Cambrils había alguno de los que el párroco había sacado de la cárcel en 1934, por lo que mosén Fàbregas dijo a un religioso: “Nos vienen a liberar”; a lo que el otro contestó: “¡Ay, señor párroco, que está equivocado, estos vienen a matarnos!”. Con ellos ataron a seis jóvenes de Solivella, los hicieron subir a un camión y al sacerdote le cortaron las orejas, los testículos y le sacaron los ojos. Al volver al barco, uno de los ejecutores diría: “Le hemos hecho de todo, de palabra y de obra, sin que hayamos podido arrancar de su boca una sola queja. Y cuando le hemos dicho que le íbamos a fusilar nos ha dado las gracias porque le abríamos las puertas del cielo”. Dentro del término de Vila-seca -según unas fuentes, en un puente llamado del Castellet, según otras en un lugar llamado Recolze y de cara al mar-, fusilaron al sacerdote y los religiosos. La información del ayuntamiento a la Causa General (legajo 1447, expediente 6, folio 4) indica que el asesinato del párroco fue en la carretera de Valencia entre Vila-seca y La Canonja -y señala como sospechoso a Fernando Ortoneda Camins-, en cambio desconoce dónde fue la de los religiosos, crimen para el que señala como sospechosos a Francisco Ill Rovira y José Domenech Montoliu.

Capturados por querer trabajar en la enseñanza pública

Pedro (Ambrosio León) Lorente Vicente
, hermano de La Salle de 22 años natural de Ojos Negros (Teruel), fue ejecutado el 23 de octubre de 1936 en Benimaclet (Valencia) con otros dos lasalianos de la comunidad del colegio de la Bonanova (Barcelona) más su capellán, y beatificado con los mártires valencianos de 2001. Sus compañeros eran Álvaro Ibáñez Lázaro (hermano Florencio Martín), de 23, y Andrés Zorraquino Herrero (hermano Honorato Andrés), de 28. El capellán del colegio era Leonardo Olivera Buera, de 47 años. Según la biografía que de él hizo el lasaliano Pedro Chico González, se ordenó en 1916 y tras 12 años como párroco de Moverá aceptó ir como capellán del millar de alumnos del colegio de Bonanova y de los 35 hermanos de La Salle que allí trabajaban. En el asalto al colegio a mediodía del 19 de julio, cuando abrió la puerta de su apartamento vestido de sotana, un miliciano disparó, hiriéndole el brazo izquierdo. Cuando los hermanos de La Salle, en una improvisada cura, le extrajeron la bala, el padre Olivera la besó diciendo: “Que Dios les perdone. No saben lo que hacen… Es mi instrumento de sufrimiento”. Se repuso en una clínica durante 40 días, aunque ya desde el día siguiente los milicianos del POUM le llevaron al hotel Colón para interrogarle. Afirmó ser sacerdote y dijo dónde había trabajado, tras de lo cual le dejaron ir de nuevo a la clínica. Repuesto, huyó a Valencia, donde siguió atendiendo a los lasalianos. Los hermanos Florencio y Honorato fueron detenidos, por pedir trabajo en la enseñanza pública, ya que en los certificados que pidieron a Barcelona constaba que eran hermanos de las Escuelas Cristianas. Interrogándolos o siguiéndolos dieron con el hermano Ambrosio y el capellán. Los tres lasalianos fueron asesinados en un basurero de la calle Sagunto de Valencia, mientras que tres pistoleros se llevaron de su casa en pijama al sacerdote a las 16 horas. El cadáver fue hallado al día siguiente con una ráfaga de balas, y el brazo aún en cabestrillo, a 8 kilómetros de Valencia, en el paraje El Pinedo del camino de El Saler. Poco antes de terminar el curso 1935-1936, había escrito en una de las revistas del colegio Bonanova: “¡Qué tendrá Cristo bendito que con una palabra de paz suscita la guerra más encarnizada! Hablando sólo palabras de amor, levanta tempestades de odio; y, bendiciendo a todos, muchos le maldicen. Y ¡qué tendrá, sobre todo en sus ojos, que mira a uno, por enemigo que sea, por rebelde que sea, aunque le haya negado, aunque le haya blasfemado, aunque le haya perseguido, y lo gana, lo rinde, lo convierte y cambia su corazón por entero, atrayéndolo a la vida divina de su gran Corazón! Porque Cristo mira a veces para herir, con herida que da salud”.

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