Once son los mártires del siglo XX en España nacidos un 23 de enero: un misionero de los Sagrados Corazones mallorquín asesinado en Barcelona; un capuchino barcelonés, un carmelita calzado martirizado cerca de Cervera (Lleida); un mercedario burgalés al que mataron en Lleida; un salesiano de Barcelona; un constructor de Carcaixent (Valencia), dos hospitalarios, dos párrocos y un novicio dominico.
Los ocho mártires de El Coll
Simó Reynés Solivelles, de 35 años y natural de Mancor de la Vall (Mallorca), fue asesinado en Barcelona el 23 de julio de 1936 y beatificado en 2007. De los 40 beatificados como mártires del 23 de julio, corresponden a Barcelona los de dos matanzas: las nueve religiosas Mínimas Descalzas de San Francisco de Paula, y los ocho mártires del Coll, que eran cuatro misioneros de los Sagrados Corazones, la mujer que los refugió, dos franciscanas Hijas de la Misericordia y una teresiana. Reynés y otros seis fueron agrupados en una causa, y la teresiana Mercedes Prat, en causa individual, fue beatificada en 1990 (retratada en el cuadro).
La congregación de los misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, fundada en 1890 por el sacerdote mallorquín Joaquim Rosselló, fallecido en 1909, se extendió a Barcelona en 1928 para encargarse, en el barrio del Coll, de la Casa-santuario donde se custodiaba una imagen románica de la Virgen, que databa del siglo XI (aún hoy situada en la confluencia de las calles Santuari y Ceuta; muy cerca del parque Güell). Allí mismo establecieron una escuela gratuita para niños del barrio.
El domingo 19 de julio hubo menos asistencia a misa y, dadas las circunstancias, los sacerdotes no pronunciaron homilías. A mediodía, vieron una humareda sobre el barrio de la Bonanova y sospecharon que habrían quemado la iglesia-santuario, como así fue. Dos horas más tarde les sorprendió una detonación y observaron una humareda en el puente de Vallcarca: les dijeron que había chocado y explotado un camión que iba cargado de bombas para los templos de la ciudad. Al atardecer, los religiosos cerraron la iglesia y, dado que algunas familias les invitaron a refugiarse en sus casas, el superior, padre Francisco Reynés, aceptó. La comunidad rezó el rosario y la corona de oro ante el Santísimo y antes de irse cambiaron la imagen del Coll por una menos valiosa de la Merced. Se vistieron de seglar y salieron, salvo el hermano Francesc Mayol Oliver, de 65 años, que insistió en quedarse.
El padre Francisco Reynés fue a casa de una familia, los padres Simó Reynés Solivelles y Miquel Pons Ramis, de 29 años, al huerto de la tienda de comestibles El Pagès, situada frente al Santuario. El hermano Pau Noguera Trias, de 19 años, se refugió en la Torre Blanca. El lunes 20, la iglesia fue asaltada por una veintena de jóvenes que, para acceder, quemaron una casa vecina. Tras hora y media, ardían todas las dependencias y apareció en hermano Mayol, al que conminaron a marcharse. El superior oyó que, al pasar junto a la casa donde se refugiaba, los asaltantes decían: “Aquí, un convento de monjas. No vale la pena. Son cuatro que no tienen sino mocosos. Vamos a continuar nuestro trabajo”.
Mientras el hermano Mayol trataba de apagar el fuego con una rama, volvieron los incendiarios con petardos. Al regresar por tercera vez, amenazaron con fusilarle si no se marchaba. Junto al altar colocaron una bomba de antracita que fue retirada por el señor Juan Pelegrí Llorens, que con su mujer María Victoria Massip Aguilar, regentaba el centro de diversiones El Casal, junto al Santuario. Entre los curiosos congregados, varias jóvenes incitaban a los atacantes a emprenderla contra los sacerdotes. El grupo marchó hacia Horta para quemar más iglesias, prometiéndose que los religiosos no se les escaparían en el futuro. A quienes le animaban a marcharse, respondía el hermano Mayol que “no deseaba sino acabar sus días junto al trono de la Virgen”. Pero finalmente fue a reunirse con los dos religiosos refugiados en El Pagès.
El día 21, la señora Prudència Canyelles i Ginestà, de 52 años, ofreció a los fugitivos su residencia, llamada Torre Alzina. Su amiga Teresa Roca fue a El Pagès para transmitir por gestos la oferta a los refugiados, que le siguieron al anochecer hasta su destino. El superior, padre Francisco Reynés, ya se había marchado a buscar refugio en el centro de la ciudad -en casa del Dr. Salom, amigo de la comunidad, en la calle Mallorca-, y finalmente conseguiría llegar a Italia. La señora Roca visitó también al hermano Noguera en Torre Blanca.
El jueves 23, los religiosos de Torre Alzina, tras celebrar misa -al igual que habían hecho el miércoles-, consumieron todas las hostias -que habían sacado en un copón- pensando partir en breve hacia Mallorca. Además, los sacerdotes confesaron a las personas que fueron a pedírselo. La señora Roca bajó a casa del Dr. Salom por si el superior hubiera dejado billetes para Mallorca para los demás religiosos, pero no fue así. Salom acompañó de vuelta a Roca en coche, casi hasta Torre Alzina. A mediodía llamó por teléfono el padre Francisco Reynés y le informaron de que estaban bien los religiosos y también dos hermanas franciscanas igualmente refugiadas en Torre Alzina.
No tardó en llegar un camión de milicianos para registrar la vivienda vecina, llamada Torre Vila, a cuyos propietarios había pedido Teresa Roca camisas para los religiosos. Temiendo encontrar resistencia, los milicianos disparaban a mansalva. Buscaban a los religiosos, y al no encontrarlos, siguieron sus pesquisas en la Torre Alzina. La señora Canyelles abrió, y un miliciano de la CNT le preguntó si alojaban a tres sacerdotes. Ante la respuesta afirmativa, los mandaron bajar. Descendieron los tres religiosos y detrás Prudència con otra señora. Nada más cruzar el comedor y el portal que daba al jardín, fueron tiroteados los tres religiosos por los milicianos. Reynés, que llegó a una esquina del jardín, quedó tan desfigurado después de que se ensañaran con él, que, al llegar su cadáver al policlínico, ni siquiera fue fotografiado, a diferencia de los otros dos. Pons cayó en el portal del jardín y Mayol se desplomó entre la cocina y el comedor.
Los milicianos amenazaron de muerte a las dos mujeres si no guardaban silencio sobre lo ocurrido. Subieron a la primera planta y, tras recobrar cierta serenidad, observaron que el hermano Mayol vivía. Regresaron los milicianos y, tras prender a Prudència con excusa de interrogarla, remataron a Mayol con tiros en la cabeza. Recorrieron la casa poniendo a Teresa Roca un revólver en el pecho, y destruyeron todos los objetos religiosos. Eran las siete de la tarde. A las 11 llegaría una ambulancia para llevarse los cadáveres al Policlínico. El viernes 24, La Vanguardia publicaría que “Ayer fue pedida a la Central de la Cruz Roja una ambulancia para recoger tres muertos que había en la montaña de la Rabassada”. El padre Francisco Reynés leyó la noticia y llamó por teléfono a alguien que le confirmó de que se trataba de sus hermanos religiosos.
A mediodía del jueves (23), cuatro religiosas -dos de la Compañía de Santa Teresa de Jesús (María Mercedes Prat y Prat y la portuguesa Joaquina Miguel) y las dos franciscanas Catalina (del Carmen) Caldés Socías, de 37 años, y Miquela (del Sacramento) Rullán Ribot, de 32, mallorquinas, como los cuatro religiosos caídos ese día- habían sido apresadas mientras caminaban por Vallcarca. Las llevaron al comité de la FAI -número 85 de la calle del Santuari-, donde coincidieron con el hermano Pau Noguera (el cuarto misionero de los SSCC que iba a ser mártir ese día), que llevaba las manos atadas a la espalda. Según los comentarios que oyó un futuro sacerdote entonces residente en el barrio, las religiosas fueron atormentadas y ultrajadas.
Al iniciarse la tarde del 23 de julio, los colocaron en el patio, en fila, diciéndoles que los iban a fusilar, mientras enarbolaban las armas. Al hermano Noguera lo amenazaban con echarle por un barranco. El simulacro de ejecución se repitió a lo largo de varias horas. Las ametralladoras apuntaban a la cabeza, al pecho, al estómago.
En una habitación que hizo las veces de cárcel, colocaron juntas a las religiosas, y al hermano Pau un tanto distanciado. Las municiones que allá guardaban las lanzaban, de vez en cuando, a puñados, sobre la cara de los cinco cautivos. Seguían amenazando con disparar las ametralladoras y con golpes mortales en la cabeza: “¿Rezáis, eh? Pues como sigáis haciéndolo os meteremos la bayoneta por la boca. Ya estáis enteradas”. Al parecer llegaban órdenes contradictorias, una de ellas de que no había que fusilar al grupo. Se suspendió el simulacro y, por un momento, cristalizó un hálito de esperanza. En un momento dado separaron a los presos y los llevaron a diversas casas cercanas. Al hermano Pau lo condujeron al Casal Català, bien custodiado.
Al anochecer un camión recogió a las dos franciscanas, a las dos religiosas de la Compañía de Santa Teresa, al hermano Noguera y a Prudència Canyelles. Hizo varias paradas antes de llegar a un descampado en la carretera de la Rabassada entre Barcelona y Sant Cugat.
Primero fue obligado a descender del camión el hermano Pau. A las teresianas Mercedes y Joaquina, junto con la franciscana sor Catalina, las situaron en la cuneta que daba a la montaña. La franciscana Miquela Rullán, Prudència y el hermano Pau, fueron colocados en la cuneta contraria, mirando hacia Barcelona. Desde el centro de la carretera, cinco o seis hombres les tirotearon.
Joaquina Miguel resultó herida y, fingiéndose muerta, atendió en su agonía a Mercedes Prat. Sor Catalina Caldés tampoco murió y logró abandonar el lugar con Joaquina. Sor Catalina fue a casa de una conocida, Antonia Canal, a la que había atendido como enfermera. Por presiones de su marido e hijo, la conocida no la dejó entrar, aunque le ofreció algo de beber, la curó, le vendó las heridas y le proporcionó una silla en el jardín, donde pasó el resto de la noche. Sor Catalina le dio a la señora una medalla que había recogido del pecho de Prudència Canyelles con el fin de hacerla llegar a su hermano. La Señora contactó con un pariente miliciano para que llevara a Sor Catalina al Hospital Clínico para curarla, lo que en realidad significó su muerte, supuestamente en el camino del Hospital de la Vall d’Hebron.
Sor Joaquina Miguel se refugió en una casa de campesinos (masia) y volvió a su país gracias al cónsul portugués. Conservó en su cuerpo múltiples cicatrices y pudo contar la historia.
Algunos datos biográficos adicionales:
Simó Reynés Solivelles: Segundo de siete hermanos (Francisco, superior del Coll, era el mayor), profeso desde 1918 y sacerdote desde 1926, pasó de Mallorca a Barcelona en febrero de 1936.
Miquel Pons Ramis: De familia muy humilde, con cinco hermanos, profesó en 1923 y fue ordenado en 1931.
Francesc Mayol Oliver: Tuvo cuatro hermanos. Profesó en 1896, formándose junto al fundador Joaquim Rosselló. Llevaba tres años en Barcelona.
Pau Noguera Trías: Tuvo seis hermanos. Profesó en mayo de 1934, el mismo mes en que marchó a Barcelona.
Catalina Caldés Socías: Segunda de cuatro hermanos, estudió con las Franciscanas Hijas de la Misericordia fundadas en Pina (Mallorca) en 1856. Llevaba seis años con otras tres monjas de su congregación en el pequeño convento de la calle Santuari, 18, dedicada a la guardería infantil y el cuidado de enfermos, viviendo de donativos.
Miquela Rullán Ribot: Educada con las franciscanas desde el parvulario, entró en la congregación como postulante en Pina en 1928 y profesó en 1935, marchando después a Barcelona. Un hermano suyo médico fue ejecutado en Guadalajara durante la guerra.
Prudència Canyelles i Ginestà: Se había casado en 1927 en el monasterio de Montserrat. Su marido murió de tuberculosis, atendido durante su enfermedad por los religiosos del Coll a los que luego refugió. Pertenecía a las conferencias de San Vicente de Paul y a la Cofradía de la Visita Domiciliaria.
María Mercedes Prat y Prat: Huérfana de padre y madre desde su adolescencia, entró como novicia en la Compañía de Santa Teresa de Jesús en 1904 e hizo los votos temporales en 1907. Se refería al peligro revolucionario asegurando que “suceda lo que suceda, el Corazón de Jesús triunfará”. Fue detenida en el Colegio Teresiano de la calle Ganduxer 85, en el barrio de Sant Gervasi, al sur del del Coll. Salió diciendo a Joaquina Miguel: “Nos van a matar, pero vamos allá, obedeceré porque el Señor lo quiere”. En su agonía, sus últimas palabras fueron las del padrenuestro “Perdónanos como perdonamos”.
El resto de mártires nacidos un 23 de enero
Ramon Gros Ballbé (fray Cebrià de Terrassa), nacido en 1871 (tenía 65 años), había sido misionero en Filipinas y América Central; asesinado el 28 de julio de 1936 con otros tres capuchinos en Barcelona (beatificados en 2015), cuando supo que lo matarían quiso ponerse una chaqueta porque «hay que ir bien vestido para recibir la palma del martirio».
José Solé Rovira (fray Andrés Corsino María), de 18 años y natural del Vendrell (Tarragona), según relaté el 21 de diciembre, fue asesinado el 29 de julio de 1936 en el Clot dels Aubens, a un par de kilómetros de Cervera (Lleida), con sus compañeros de la comunidad de carmelitas de la antigua observancia de Tárrega, con los que fue beatificado en 2007.
Tomás Campo Marín, sacerdote mercedario de 57 años y natural de Mahamud (Burgos), fue ejecutado en el cementerio de Lleida el 28 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Es uno de los ocho beatificados entre los 74 sacerdotes y religiosos asesinados esa noche en la saca desde la cárcel ilerdense, que fueron a la muerte cantando.
Con él asesinaron a su padre y su hermano
Félix Vivet Trabal, clérigo salesiano, de la comunidad de Sarriá (Barcelona), de 25 años y natural de Sant Feliu de Torelló (hoy Torelló a secas, Barcelona), fue ejecutado en Barcelona el 26 de agosto de 1936 y beatificado en 2001 con los mártires de Valencia. Había profesado como salesiano en 1928, y fue destinado a Roma para hacer los estudios eclesiásticos en la Universidad Gregoriana. En el verano de 1936 volvió a España y se hospedó en la casa de Sarrià, de la que fue expulsado, como los demás religiosos, el 21 de julio. Se marchó con su familia a Esplugas. Iba a Barcelona a recibir los sacramentos. Rezaba el rosario con su familia y se mostraba tranquilo y dispuesto a lo que Dios quisiera. El día 22 de agosto llegaron milicianos en su busca, pero Félix no estaba. Entonces se llevaron a su padre y su hermano a otra casa que poseían en Collblanc. Al volver y enterarse de lo ocurrido, Félix volvió a reunirse con su padre y hermano, y acudió también la madre. Pero el día 26 volvieron los milicianos y se llevaron a los tres. Félix se despidió de su madre diciéndole: «Madre, hasta vernos en el Cielo». La documentación de la Causa General sobre Esplugues dice que sus cadáveres aparecieron el 3 de septiembre en L’Hospitalet, pero no hay datos en la documentación de esa localidad sobre ellos. Según la obra Año Cristiano de la BAC, fueron fusilados cerca de Pedralbes y la madre halló sus cadáveres en el Hospital Clínico de Barcelona.
Antonio Villanueva Igual (hermano Faustino), de 23 años y profeso de la orden hospitalaria de los hermanos de San Juan de Dios del instituto-asilo San José de Carabanchel Alto, era natural de Sarrión (Teruel), fue asesinado con otros 11 hospitalarios el 1 de septiembre de 1939 en Boadilla del Monte (Madrid) y beatificado en 1992.
Pascual Torres Lloret, de 51 años, constructor y natural de Carcaixent (Valencia), casado y padre de cuatro hijos, fue asesinado en su pueblo el 6 de septiembre de 1936 y beatificado en 2001.
Feliciano Martínez Granero, de 73 años (nacido en 1863 en Taberno, Almería), fue uno de los hospitalarios asesinados el 4 de octubre de 1936 en la valenciana playa de La Malvarrosa y beatificados en 2013.
José González Huguet, párroco de Cheste a quien está dedicado el artículo del 12 de octubre.
Genaro Fueyo Castañón, párroco de Nembra (Asturias), a quien me refiero en la entrada del 21 de octubre.
El dominico Francisco Fernández Escosura, de 19 años y novicio en Almagro, que fue uno de los últimos de Paracuellos.
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