Una mujer asesinada en el aniversario de la proclamación de la II República -el de 1937- ha sido proclamada mártir por la Iglesia: la capuchina castellonense Isabel Calduch Rovira. Además, hago un comentario de la película Cristiada.
Isabel Calduch Rovira, de 54 años y natural de Alcalá de Chivert (Castellón), era religiosa capuchina del monasterio de Castellón de la Plana, convento donde entró en 1900 previa ruptura de su noviazgo. Hizo la profesión perpetua en 1904 y fue maestra de novicias. Al estallar la guerra marchó a su pueblo, donde vivía su hermano sacerdote Manuel. El 13 de abril de 1937 fue arrestada y llevada, junto con el franciscano Manuel Geli, al comité de Cuevas de Vinromá, que los fusiló al día siguiente junto al cementerio. Su hermano fue asesinado poco después. Fue beatificada en 2001.
Cristiada
La película refleja tanto a los mártires que se dejaron matar como a los cristeros que respondieron a la persecución religiosa con las armas. En el caso de Anacleto González Flores, su muerte fue mucho más violenta (por las torturas) de lo que muestra la película. En cualquier caso, una película interesante, bien construida en lo artístico y relativamente correcta en lo histórico, aunque el general Eduardo Pérez Gorostieta no era el agnóstico que pintan:
Jean Meyer Barth afirmó primero que Gorostieta era un mercenario que aceptó dirigir el brazo armado sólo por dinero, pero ante las protestas de Eduardo Pérez Gorostieta, quien mostró cartas inéditas que demuestran la fe del general, no tuvo más remedio que retractarse y aceptar:
“Para mí eso demuestra que Gorostieta no es un masón liberal porfirista anticlerical que entra como mercenario y se vuelve católico al contacto de los cristeros”, dice Meyer.
Y concluye el autor de la Cristiada: “Era católico de una familia muy católica”.
Al comparar con el caso de España, me parece claro que, junto a la repetición de lo esencial común a todas las persecuciones, hay notables diferencias. En ese sentido, englobar a todas las persecuciones bajo la denominación de «persecuciones del siglo XX» puede implicar una injusticia. Lo que se repite es ese dar vivas a Cristo Rey y ese no poder negar en conciencia la soberanía de Dios, que comprende hasta un niño al que ofrecen la libertad a cambio de gritar «Muera Cristo Rey y viva el Gobierno Federal». La fiesta de Cristo Rey acababa de ser instituida por Pío XI (el 11 de diciembre de 1925), y aunque en México sólo se pudo celebrar pacíficamente esa primera vez, está claro que los católicos mexicanos asumieron rápidamente el significado de la fiesta. De esos ejemplos que se difundieron durante una década se transmitió sin duda a los mártires españoles el grito de «¡Viva Cristo Rey!». Pero como explica Jorge López Teulón, ese grito ya era corriente en muchas devociones anteriores, en placas que se ponían en las puertas de las casas, en las imágenes de Cristo Rey coronado, y en el caso de España en la consagración realizada en 1919 (en el caso de méxico el 5 de enero de 1914 habían pedido los mexicanos permiso al Papa para colocar un cetro y una corona al pie de las imágenes del Sagrado Corazón: fue el primer país donde se hizo la consagración a Cristo Rey de México y del mundo).
En cambio, me parece claro que los revolucionarios españoles no tuvieron necesidad de imitar en nada a los mexicanos, y de hecho el odio a Dios y a la religión es más claro en la revolución española; no solo los números -unas decenas de beatificados y canonizados en México frente a los 1.523 que lleva la revolución española-, sino los casos particulares dan fe de la saña con que en España se daba caza a todos los que, sin haber tomado las armas ni apoyado a quienes las tomaran, se distinguían por ser cristianos.
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