Entre las personas asesinadas el martes 8 de septiembre de 1936 hay 11 beatos mártires del siglo XX en España: la superiora general de las carmelitas de la caridad –Apolonia (del Santísimo Sacramento) Lizárraga y Ochoa de Zabalegui, según algunos, descuartizada y dada a comer a los cerdos en la checa de San Elías-, dos maristas -los hermanos Alipio José y Justo Pastor, de la comunidad de Vic-, un religioso de la Sagrada Familia –Segismundo Sagalés– y un sacerdote tarraconense –Josep Padrell– en Barcelona; dos lasalianos -los hermanos Teodomiro Joaquín y Evencio Ricardo– y un sacerdote diocesano, José Castaño, en la provincia de Almería; dos hermanitas de los ancianos desamparados –Dolores (de Santa Eulalia) Puig y la madre Josefa de San Juan de Dios– en la de Valencia y un laico, Marino Blanes, en la de Alicante.
En las islas británicas se conmemora el martirio de los beatos Tomás Palaser (sacerdote ordenado en Valladolid), Juan Norton y Juan Talbot (laicos que le ayudaron) en 1600; en Japón, el de los beatos Antonio de San Buenaventura, Domingo Castellet, sacerdotes dominicos, y 20 compañeros, incluidos laicos y niños (1628); en Polonia se conmemora a los beatos sacerdotes Adán Bargielski (1942) y Ladislao Bladzinski (1944), mártires a manos de los nazis. En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a un mártir de 1918 (el sacerdote Pedro Ievlev), otro de 1928 (el sacerdote Jorge Kossov, como confesor, si bien fue varias veces encarcelado) y cuatro de 1937: los sacerdotes Roman Medved y Victor Ellansky, más los laicos Pedro Bordan y Demetrio Morozov.
José Castaño Galera, de 65 años, nació y murió en Bédar (Almería), donde además era también párroco; y fue beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar. Su pobreza y ancianidad, según la biografía diocesana, no bastaron para librarle de la tortura de un trabajo extenuante:
Su primo, el presbítero don Juan José Muñoz, contaba que: « Las minas habían venido ya abajo y el pueblo de Bédar era muy pobre. Y entre todos los pobres, el que más, era el cura; hasta el punto de que salía a recoger la oliva, que se dejaban en el suelo después de las faenas, y con eso hacía el aceite que necesitaba para el Santísimo y para él. »
Antes de ser apresado por la Persecución Religiosa, salvaguardó el Santísimo y se negó a renunciar a su sacerdocio. Prisionero por este motivo, fue torturado y obligado a trabajos forzados. Achacoso a sus sesenta y seis años, el ocho de septiembre de 1936 cayó desfallecido en la cuesta de La Marina. Los milicianos lo alzaron y lo amenazaron: « Sí no trabajas te matamos. » El siervo de Dios, cayendo nuevamente de rodillas, les contestó: « Pues matadme, yo no puedo más; pero os perdono todo. »
Condenado a muerte por evitar que quemaran una iglesia
Marino Blanes Giner, alcoyano de 48 años, casado desde los 25 con Julia Jordá Lloret tuvieron nueve hijos, trabajaba como empleado del Banco Español de Crédito y concejal del Ayuntamiento de Alcoy (Alicante); pertenecía a numerosas asociaciones católicas y colaboraba con el párroco. Previamente tuvo sendos negocios de curtido de cuero y comestibles, que quebraron porque aceptaba que le dejaran deudas que luego no le pagaban.
Los domingos ayudaba a las religiosas del Hospital Oliver. Haber impedido que quemaran la iglesia de San Mauro fue, según Ramón Fita Revert delegado diocesano para las causas de los santos en el arzobispado de Valencia, la razón por la que los revolucionarios le condenaron a muerte.
Fue detenido el 21 de julio de 1936 a las 13.30, según relató su mujer: «Juntamente con mi marido se llevaron a mi cuñado Román Rodes, hoy difunto, quien regresó a casa esa misma noche mientras a mi marido se lo llevaron a la cárcel donde estuvo alrededor de dos meses para ser trasladado a la prisión de las Esclavas, dos días antes de su muerte. A su entrada al ayuntamiento me contó mi cuñado un cabo de la guardia municipal, dijo: Ya está aquí el de la gasolina, el que buscábamos refiriéndose al hecho de impedir con su intervención la quema de S. Mauro pues los sacerdotes así lo reconocían».
Otro testigo estuvo en el ayuntamiento «dos o tres horas y en aquellos momentos pude hablar con él, quien me dijo: Ah, D. Guillermo, usted lo contará, pero yo no, previendo su próximo martirio». Un compañero de prisión contó que le oyó decir: «Si yo supiese que por morir fusilado por los rojos se había de salvar la religión, España y la honradez de mis hijas ahora mismo me haría matar».
Una de sus hijas recuerda que «en la noche del 7 al 8 de septiembre de 1936 nos despertamos todos mis hermanos a las tres como si presintiéramos alguna cosa desagradable y nos pusimos a rezar, y al día siguiente cuando mi hermano Marino fue a llevarle el desayuno a las 9 de la mañana, le dijeron que el gobernador de Alicante lo había reclamado y después fuimos a buscarlo a la misma cárcel y nos dijeron: Anoche le dimos libertad». Su esposa declaró: «Mi hijo fue un día a llevarle la comida y le dijeron que lo habían llevado a Alicante y ya no supimos nada más de él». Nunca se encontró el cuerpo.
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