El primer mártir del siglo XX en España y otros ocho más nacieron un 18 de febrero: una de las primeras monjas asesinadas en Madrid (hermana de la Caridad del Sagrado Corazón), un claretiano ovetense, un agustino de Vizcaya, cuatro sacerdotes diocesanos almerienses beatificados en Roquetas de Mar el 25 de marzo de 2017 y un laico valenciano.
Primer «mártir del siglo XX»
Plácido Juan José Fábrega Julià (hermano Bernardo), nacido en 1889 en el pueblo ampurdanés de Camarella (Gerona), fue el sexto de los ocho hijos de Pablo y María, colonos que pronto tuvieron que emigrar en busca de trabajo. Aún más traslados y miseria sufrió la familia al morir el padre en Sant Mori cuando Plácido contaba cinco años. En 1899, Juan Fábrega, hermano mayor de Plácido, marchó a estudiar con los maristas (moriría con 89 años en Uruguay en 1976). Animado por sus cartas, Plácido le seguirá con 12 años, en 1901, recibiendo el hábito en 1904. En 1912 obtuvo el título de magisterio en Lleida.
Fábrega comenzó su actividad entre los mineros palentinos en 1925, como superior de una pequeña comunidad de tres maristas que llevaban una escuela con 150 hijos de mineros en Vallejo de Orbó, fundada en 1921 por la sociedad La Hullera Española, de los marqueses de Comillas, que vendió en 1928 esas minas, y las escuelas de Vallejo y Barruelo, a Minas de Barruelo S.A. Fábrega amplió la escolarización de los 14 a los 16 años -edad en que podía comenzarse a trabajar- y fundó la Juventud Católica, que daría más de una veintena de vocaciones maristas en Barruelo y Vallejo. Su participación en las actividades juveniles le llevaba a ser portero en los partidos de fútbol.
Desde 1931, el hermano Bernardo dirigió la escuela de Barruelo, donde también amplió dos años la escolarización, dirigió una Mutual Escolar para ayudar a familias de accidentados en las minas y creó Círculos de Estudios para extender la cultura cristiana: forma una orquesta, un coro, da clases de francés, matemáticas y contabilidad para alumnos y mineros.
A quienes le animaban a ser precavido frente a la violencia anticlerical -la Casa del Pueblo de Barruelo tenía 2.000 afiliados-, contestaba Fábrega: “hace años que pido a Dios la gracia de ser mártir”. Sus conferencias eran interrumpidas por reventadores exaltados. Ante las leyes que prohibían los símbolos y educación religiosos, algunos maristas dejaron la escuela de Barruelo, pero el hermano Bernardo siguió, vistiendo de civil y enseñando catecismo. La Guardia civil tiene que proteger a los alumnos, que son 354 al comienzo del curso de 1934, con seis hermanos maristas.
Ya el 5 de octubre, uno de los revolucionarios sublevados amenazó de muerte, pistola en mano, al hermano Bernardo, en presencia de los alumnos. Prosiguieron las clases de ese primer viernes de mes, con misa y comunión general en la parroquia. Era San Plácido, onomástica del director, así que se dio la tarde libre. Los maristas de Barruelo y Vallejo se reunieron a comer. Por la tarde, les atacaron con artefactos explosivos. Tras ser reducida la Guardia civil e incendiados el ayuntamiento y la iglesia, tiroteaban la escuela marista. Fábrega propuso salir por la huerta hacia Aguilar de Campoo, por un boquete de la tapia que da al río Rubagón.
A las 4 de la madrugada del 6 de octubre, una patrulla les sorprendió apenas cruzado el río, y gritó la contraseña: “¡Libertad!”. El hermano Bernardo se identificó como director de la escuela y conversó con su captor para dar tiempo a que el resto huyera. Dos disparos de escopeta le alcanzaron en el pecho. Un marista escondido en la maleza le oyó decir: “¡Perdón, Dios mío! Lo perdono, Señor. ¡Perdónalo, Virgen María! ¡Ay, Madre mía!”. Otro religioso se refugió en una casa cercana. Los tres más jóvenes escaparon hacia Aguilar.
El cadáver de Fábrega quedó en el campo hasta las 9 de la mañana, cuando, tras registrar la escuela en busca de armas que imaginaban habrían almacenado allí los derechistas para repeler a los revolucionarios, estos lo arrastraron a la huerta escolar, donde quedó abandonado. El 7 de octubre, ya tomada la localidad por las fuerzas del orden, fue llevado al cementerio y se le hizo la autopsia. El entierro se celebró el día 8 a las 16 horas. Un año después se le trasladó al mausoleo costeado por suscripción popular en cuya lápida se lee: “Al Hermano Bernardo Fábrega, educador y apóstol de la juventud. Vivió trabajando. Murió perdonando. 18 febrero 1888 – 6 octubre 1934”. En plena guerra civil, en septiembre de 1937, se le dedicó la calle que bordea el edificio de las escuelas. Fábrega fue beatificado en 2007.
Aunque haya sido el primer mártir beatificado, el hermano Fábrega no fue el primer clérigo asesinado en la revolución de 1934. El 5 de octubre -día en que los revolucionarios quemaron en Oviedo el convento de las benedictinas de San Pelayo- mataron a dos religiosos y tres sacerdotes en Asturias, más uno en Cataluña:
Manuel Muñiz Lobato, ecónomo de Valdecuna (Mieres).
Baudilio Alonso Tejedo (Salvador María de la Virgen), novicio pasionista en Mieres.
Amadeo Andrés Celada (Alberto de la Inmaculada), también novicio en Mieres.
Venancio Prada Morán, regente de Sama de Langreo.
Tomás Suero Covielles, ecónomo de Moreda.
Josep Morta Soler, párroco de Navàs (Barcelona).
Según Ángel David Martín Rubio las personas consagradas constituirían “en torno al 56% de los civiles muertos con ocasión de la violencia revolucionaria”. De los 37 clérigos víctimas de la revolución, 14 han sido declarados mártires.
Los otros mártires nacidos un 18 de febrero
Rita Josefa Pujalte Sánchez (madre Rita Dolores), hermana de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús en el colegio de Santa Susana en Madrid, fue una de las dos primeras monjas mártires beatificadas, como conté en el post del 17 de diciembre, cumpleaños de su compañera de martirio Francisca Aldea.
Juan Díaz Nosti, sacerdote claretiano nacido en Oviedo en 1880 (56 años), fue asesinado en el cementerio de Barbastro el 2 de agosto de 1936 y beatificado en 1992, como conté al hablar de los primeros mártires de Barbastro.
Gabino Olaso Zabala, sacerdote agustino nacido en Abandiano (Vizcaya) en 1869 (tenía 67 años), fue asesinado en Fuente la Higuera (Valencia) el 5 de agosto de 1936 y beatificado en 2007, como los demás agustinos de Caudete cuyo martirio relaté en el post del 21 de enero.
Joaquín Berruezo Prieto, de Olula de Castro (Almería), era cura regente de Nijar y tenía 60 años cuando lo mataron el 31 de agosto de 1936 en el Pozo de la Lagarta (Tabernas, Almería).
José Ramón Flores Beltrán , nacido el mismo día que el anterior en Mojácar (Almería), era coadjutor de Cuevas de Almanzora y fue asesinado el 9 de septiembre de 1936 en Antas (Almería).
José Ruiz Berruezo, de 60 años, párroco de Líjar (Almería), era natural de Vera (Almería), donde lo asesinaron el 4 de octubre de 1936.
Rafael Lluch Garín, valenciano de 19 años y miembro de la Asociación de Hijos de María de la Medalla Milagrosa, fue asesinado en Silla (Valencia) el 12 de octubre de 1936, y beatificado en Madrid el 11 de noviembre de 2017:
En 1936 Rafael era un joven de 19 años de espléndida salud y constitución atlética, alegre, inteligente, muy responsable, generoso, de recta moral, servicial, piadoso, y de fina sensibilidad artística. En plena persecución religiosa llevaba en el bolsillo una estampa de la Virgen de los Desamparados. Advertido del peligro de llevar símbolos religiosos, contestó: “Antes me quitan la vida que a mi Madre”. Desde la casa de su amigo José Luis Giménez Sanchín, en la Cañada, cerca de Valencia se oían las ametralladoras que en el picadero de Paterna fusilaban a la gente. Él declaró que si venían a por él moriría gritando ¡Viva Cristo Rey!”. Es lo que hizo.
El 20 de julio de 1936 fue apresado su cuñado, el farmacéutico de Picassent (Valencia) y él se hizo cargo del establecimiento. Regentaba la farmacia con el beneplácito de las autoridades republicanas, pero bien controlado. Al anochecer del 12 de octubre de 1936 dos milicianos y una chica de Alcàsser con correaje y pistola, inspeccionaron la farmacia. Le quitaron su bicicleta Altión que le servía de transporte y no protestó. Pero cuando los milicianos comenzaron a proferir blasfemias contra la Madre de Dios, y quisieron arrancar el cuadro de la Virgen que se hallaba en la zona del laboratorio, Rafael les dijo que se llevaran lo que quisieran, pero que no tocaran a la Virgen. Ante esta actitud la miliciana dijo: ¿Y, a este guapo lo vais a dejar aquí?… Inmediatamente se lo llevaron preso. Lo retuvieron tres días en el cuartel de la guardia civil de Sollana, incitándole a blasfemar, con amenazas de represalias y el día 15 de octubre lo mataron en Silla. Los Milicianos asesinos entregaron a su madre esta nota encontrad en su bolsillo: “No llores, mamá; quiero que estés contenta, porque tu hijo es muy feliz. Voy a dar la vida por nuestro Dios. En el Cielo te espero”.
Eduardo Valverde Rodríguez, canónigo de la catedral de Almería nacido en Adra (Almería) el 18 de febrero de 1878, contaba 56 años cuando lo asesinaron en Almería.
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