Cuatro mártires del siglo XX en España nacieron un 24 de junio: el rector del seminario de Toledo, un sacerdote dominico palentino, un marista burgalés y un benedictino asturiano.
El rector del Seminario y el director de los Operarios
José Sala Picó, de 48 años y oriundo de Pons (Lleida), fue asesinado en Toledo el 23 de julio de 1936 -en compañía de otros dos sacerdotes- y beatificado en 1995 junto con Pedro Ruiz de los Paños y Ángel, de 54 años, director del Instituto de Sacerdotes Operarios Diocesanos.
Sacerdote desde 1905, Ruiz de los Paños dirigió los Operarios Diocesanos desde 1933, y preparó los documentos y constituciones para la fundación del Instituto Discípulas de Jesús, que se llevaría a cabo en la posguerra. Él y Sala Picó pernoctaron el 22 de julio en casa de otro sacerdote diocesano (aún no beatificado), Álvaro Cepeda.
Según el testimonio de otro sacerdote operario diocesano, Romualdo Carrillo Esteban, “don Pedro, años antes del martirio, venía pidiendo al Señor poder derramar su sangre por El. Yo mismo vi varias veces que lo tenía escrito. En los ejercicios espirituales celebrados en Tortosa a fines de junio de 1936 nos habló de que debíamos estar preparados para el martirio”. En la tarde del 22 de julio, unas trabajadoras de telefónica llamaron al Seminario para avisar de que ya habían matado a sacerdotes, por lo que se decidió marchar. Don Pedro habló a los Operarios del Seminario sobre la necesidad de prepararse para el martirio, y formaron tres grupos: él fue con Pedro Sala; Jaime Flores Martín (secretario particular de don Pedro) marchó con Tomás Torrente Massó (mayordomo del Seminario); Guillermo Plaza Hernández (prefecto de teólogos) con dos seminaristas; y Miguel Amaro Ramírez marchó solo.
Pedro Ruiz de los Paños y su acompañante fueron a casa del maestro Salvador López Martín, pero en un piso vivía un socialista que se opuso a acogerlos, y no quisieron comprometer a López, por lo que se refugiaron en casa del sacerdote Álvaro Cepeda. Ruiz de los Paños habló largamente con doña Purificación Peláez y su hija, que vivían en el piso bajo de la casa, según recuerda Carrillo, “tan fervorosamente sobre el martirio, que me dijo la señora que, si le hubiesen pedido derramar la sangre por el Señor, lo hubiera hecho. Aquella misma noche, al despedirse de las religiosas terciarias que atendían la cocina del Seminario, entre otras cosas les dijo que a ellas no les ocurriría nada, pero que a ellos, los Operarios, les quitarían la vida. Ciertamente, a doña Purificación Peláez le dijo que al día siguiente los matarían”.
En la habitación donde Ruiz de los Paños pasó su última noche, se encontró esta carta:
“Toledo, 22 de julio de 1936.
Queridos hermanos:
Son las cinco y media de la tarde. Llevamos casi tres días de asedio militar. Bombas y tiros a millares. Una pena grandísima. Hoy ha caído junto al Seminario quizá la última que han lanzado. Por el eco de estos valles y, sobre todo, de esta casa tan grande, creen las pobres gentes de estos contornos que del Seminario han salido tiros. Pidiendo al Señor en la capilla hemos estado los días últimos a fin de que a todos los aplacase. No hemos podido hacer más. Pero ahora, con la calumnia propalada, será difícil salir del Seminario y no sé lo que sucederá. Es posible que seamos sometidos a cualquier requisa; es posible cualquier cosa en circunstancias tan anormales. Si me sucediera algo, os doy el adiós hasta el cielo, adonde espero que Jesús me lleve con El. Yo no tengo más deseo ni más esperanza que Jesús, de manera que allí os espero. De todos me acuerdo mucho, mucho; y como no puedo escribir a todos, valga esta carta para la Hermandad, para las carmelitas de ambas casas y de otras, para las discípulas…, etc. A todos en Jesús haré sentir su divina misericordia. Que todos rueguen por mí. No sé si a vosotros os ha pasado algo. En el cielo lo veré. Adiós.
Os abraza y quiere mucho vuestro hermano, Pedro”.
La detención de los tres sacerdotes fue narrada por la hermana de Cepeda:
«Hacia las siete y media les preparé el desayuno, junto con mi hermano Álvaro, y apenas habían terminado de tomarlo, se presentaron unos milicianos, a quienes dio tabaco mi hermano y con quien conversaron con respeto y buenas formas. De repente irrumpieron otros cuantos milicianos, diciendo que de la casa habían salido tiros. Era la excusa que solían poner para allanar moradas. Fue inútil que don Álvaro asegurase lo contrario, llegando a jurar que tal no había ocurrido. Les dijo un miliciano: Ustedes son maristas; y como no se conformasen con la negativa dada una y otra vez por don Pedro, éste les dijo que eran superiores del Seminario; y en seguida dispusieron fueran los tres detenidos. Aunque hablaron de atarlos uno a otro, dijeron al fin que fuesen sueltos. Sólo puedo decir que observé una paz y serenidad grandísimas en don Pedro, que no cesaba de dar a todos aliento y confianza en Dios”.
El practicante Leandro de la Flor Pérez, que trabajaba en la Casa de Maternidad, en la calle de San Juan de Dios, junto a la sinagoga llamada del Tránsito, estaba lavándose a las 9 de la mañana del día 23, cuando oyó “un ruido considerable de muchas personas que en aquel momento pasaban por la calle de Reyes Católicos, precisamente debajo de la ventana de mi habitación, en el piso bajo de la Casa de Maternidad. Yo me asomé a la ventana, un poco oculto detrás de la persiana, y vi, a unos metros solamente de distancia, a unos veinte o treinta milicianos armados y algunas mujeres.
En el momento de asomarme a la ventana oí que un miliciano dijo: ¡Pararsus!, y, parados, observé con todo detalle las personas de don Pedro Ruiz de los Paños, don José Sala y don Álvaro Cepeda, que estaban uno detrás de otro por el orden que les acabo de mencionar.
Don Pedro llevaba un blusón de dril; las manos cerca del pecho, con un semblante sereno, y miraba repetidamente al cielo. Don José Sala iba vestido con un blusón de dril y con aspecto sereno. Don Álvaro Cepeda, de paisano, y con nerviosismo.
Inmediatamente el miliciano dijo: ¡Pá alante!, y don Pedro y don José anduvieron para adelante, así como don Álvaro, que recibió unos empujones de los milicianos. Entraron andando los tres sacerdotes, delante de los milicianos, en el Paseo del Tránsito, y yo les seguía viendo perfectamente con la cara pegada a la reja de mi ventana, desde la cual iba observando cuanto iba aconteciendo.
Estando a los pocos metros después de dejar la calle de Reyes Católicos, y muy próximos a un bando del Paseo del Tránsito, los tres sacerdotes dichos, oí una descarga de tiros que se sucedieron en gran número, descarga que hicieron los milicianos que los conducían, con los fusiles y otras armas de fuego que llevaban.
Yo vi cómo don Pedro cayó inmediatamente boca abajo con las manos extendidas hacia adelante, quedando en esta postura tendido en el suelo. Don José Sala se torció un poquito y también cayó al suelo. Don Álvaro Cepeda también se retorció y cayó boca arriba.
Así quedaron muertos, y los milicianos inmediatamente se retiraron, volviéndose por donde habían ido y volvieron a pasar por delante de mi ventana. Yo les oí decir: ¡Ya cayeron otros tres; a ver si terminamos con todos! Desaparecieron, riéndose a carcajadas y celebrándolo ellos y las mujerucas que les acompañaban. Los cadáveres permanecieron en el mismo sitio, sin que nadie los tocara, hasta el mediodía, alrededor de la una”.
Uno de los cuatro dominicos de Ocaña fusilados en Atocha
Víctor García Ceballos, de 56 años y natural de Carrión de los Condes (Palencia), era sacerdote dominico del convento de Ocaña (Toledo), fue asesinado en la madrileña estación de Atocha el 5 de agosto de 1936 con otros dos dominicos de su convento (un cuarto fusilado con ellos murió más tarde, ver artículo del 17 de junio) y beatificado en 2007.
Otro patrono para la Biblioteca Nacional y dos colegios
Luis Moreno Aliende (hermano Luis Alfonso), marista de 25 años, natural de Quintanilla (Burgos), fue asesinado en Madrid el 26 de agosto de 1936 y beatificado en 2013. Tuvo un hermano jesuita. Se fue con los maristas con 12 años, en 1922, haciendo los primeros votos cinco años más tarde, para dar clase desde 1932 en Madrid en el colegio de la calle Cisne y desde 1935 en el de Los Madrazo. Al estallar la guerra, no ocultaba su temor a ser detenido, sobre todo porque él no era capaz de disimular aparentando lo que no era. Como siempre fue muy estudioso -según relata Benigno Gil-, los días en los que había mayor tensión en las calles madrileñas, en vez de deambular por ellas, acudía a la Biblioteca Nacional a leer y a preparar sus exámenes, evitando el peligro de ser detenido. Para su mayor seguridad, una prima suya le buscó una pensión que regentaba una señora casada con un comunista; cuando fue a visitarla, él le dijo que no podía seguir en aquella casa, que la señora era muy buena, pero que el marido hablaba muy mal de la religión y él no podía soportarlo. A pesar de objetarle que los milicianos no visitaban las casas de los comunistas y que en ella estaría seguro, él insistió en abandonarla y, contra la opinión de su prima, no volvió más a aquella pensión. El marista Celso Primo Pérez relató su captura: “Un buen día, se presentó en la casa, a la hora de la cena, un desconocido que dijo textualmente: Tengo ocasión de hacer una obra buena, ahora o nunca. Márchense, que vienen por ustedes esta noche. y desapareció. Yo, el hermano Luís Alfonso y un sacerdote, que estaba con nosotros, iniciamos la huida. Por una hija de la casa, supe después que el hermano Luís Alfonso fue detenido aquella noche” y ejecutado junto con el sacerdote capturado.
Julio Fernández Muñiz (Dom Ildefonso), de 39 años y oriundo de Muros de Nalón (Asturias), era sacerdote benedictino en el Pueyo, fue asesinado en Barbastro (Huesca) el 28 de agosto de 1936 con otros 14 monjes y beatificado en 2013 (ver artículo del 30 de marzo).
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en esta reseña aparece , alguien vinculado a la familia de mi madre, Don Pedro ,
La familia materna de mi madre era oriunda de palmas de mallorca, su abuelo de Palencia, madre Cubana, y padre Argentino, estudio en Barcelona en el colegio de los teresianos, no pudo obviamente terminar sus estudios vivió parte de su vida entre palencia , barcelona, santander,
gracias por los datos y por mostrar una parte de la historia olvidada del acervo cultural
atte
Alejandra