Seis mártires del siglo XX en España nacieron un 17 de mayo: un pasionista y un agustino palentinos, un salesiano cordobés, el obispo de Jaén, un párroco ilerdense y un dominico navarro.
Julio (del Sagrado Corazón) Mediavilla Concejero, de 21 años y natural de La Lastra (Palencia), era uno de los nueve pasionistas de Daimiel que, a pesar de llevar un salvoconducto del Gobernador civil de Ciudad Real, fueron fusilados en Carabanchel Bajo (Madrid) el 23 de julio de 1936. Con sus compañeros fue beatificado en 1989 (ver artículo del 3 de febrero).
Cuatro salesianos en Ronda
Miguel Pascual Molina de la Torre, sacerdote salesiano de la comunidad de Ronda (Málaga), de 49 años y oriundo de Montilla (Córdoba), fue asesinado en Ronda el 28 de julio de 1936 y beatificado en 2007. La misma suerte siguieron el seminarista Juan Luis Hernández Medina, de 23 años; el subdiácono Honorio Hernández Martín, de 30; y el sacerdotes Pablo Caballero López, de 32 años. Cayeron solo cuatro días más tarde que los primeros de su comunidad, cuando a primeras horas de la mañana fueron llevados en un coche apodado Drácula y fusilados junto a la tapia del cementerio.
Manuel Basulto Jiménez, de 67 años y natural de Adanero (Ávila), era obispo de Jaén, fue el principal personaje asesinado en la matanza del Tren de la Muerte, en Vallecas (Madrid) el 12 de agosto de 1936. Fue beatificado en 2013 (ver artículo del 25 de septiembre).
Pascual Araguàs Guardia, de 37 años y oriundo de Pont de Claverol (Lleida), era párroco de Noals, fue asesinado en Salàs de Pallars (Lleida) el 13 de agosto de 1936 y beatificado en 2005, junto con otros seis sacerdotes de Urgell (ver artículo del 15 de marzo). Según resume Jorge López Teulón, “sufrieron un duro interrogatorio en La Pobla, se negaron a disimular que eran sacerdotes, o a profanar su sotana, celebraron la Santa Misa y defendieron hasta que pudieron el templo parroquial para que no fuera profanado el Santísimo Sacramento, se encaminaron a ser fusilados con ánimo firme y llenos de piedad. Fueron sacrificados por el mero hecho de ser sacerdotes, sin que pudieran acusarles de ninguna otra causa. Al llegar al lugar de la ejecución, uno se descalzó para subir hasta las tapias del cementerio, imitando a Jesús, que subió descalzo al Calvario. Otro regaló a sus verdugos todo el dinero que llevaba porque a él ya no le haría falta. Y todos murieron ayudándose a ser fieles, perdonando a sus verdugos y gritando: ¡Viva Cristo Rey!”.
Bernardino Calle Franco, de 20 años y natural de Iteroseco (Palencia), era alumno de filosofía agustino, fue asesinado en Paracuellos de Jarama (Madrid) el 30 de noviembre de 1936 y beatificado en 2007.
Bernardino Irurzun Otermín, de 33 años y natural de Eguiarreta (Navarra), era religioso dominico del convento de Las Caldas de Besaya, fue asesinado en Santander el 23 de diciembre de 1936 y beatificado en 2007.
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