Mientras lo fusilaban dijo: Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen El laico Juan Moya pudo alzar los brazos y pedir a Dios "perdónalos"; luego sus asesinos dejaron el cuerpo destrozado para que lo comieran las fieras


Un mártir del siglo XX en España fue asesinado el 31 de mayo de 1938: el laico almeriense Juan Moya. Otros cuatro mártires nacieron un 31 de mayo: un misionero de los Sagrados Corazones mallorquín, un sacerdote diocesano tarraconense, un benedictino oscense y un seminarista salesiano salmantino.
Juan Moya Collado había nacido en Almería el 12 de octubre de 1918 y era de diversas asociaciones y congregaciones: Scouts, los luises, los estanislaos, Hermandad de la Soledad de la Parroquia de Santiago, Hermandad del Carmen de la Parroquia de san Sebastián, terciario franciscano. A sus 19 años fue asesinado el 31 de mayo de 1938 en Turón (Granada). Fue beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (Almería). La biografía diocesana relata que su «piedad la vertía en un intenso servicio a los enfermos»:

Por caridad, pasaba sus ratos libres en el Hospital para acompañar y asistir a los más desfavorecidos. Hasta aprendió a poner inyecciones y practicar curas con este fin.

Iniciada la Persecución Religiosa, trataron de prenderlo el once de octubre de 1937. Al no encontrarlo en casa, detuvieron a su padre y a uno de sus hermanos. Con valor, no dudó en canjearse por su padre y comenzó su larga prisión de más de medio año. Preso primero en el Palacio Episcopal, lo fue después en el Ingenio y, por último, en Turón.

Como su valor, alegría y servicio a los enfermos no cejaron; se ensañaron terriblemente con él. Le ordenaron llenar un cántaro de agua. Al regreso, siendo consciente de su martirio, les preguntó a sus verdugos la razón de su muerte y no obtuvo más que blasfemias. Su padre rememoraba de esta forma su martirio: «Le ordenaron que entregara el cántaro y retirándose unos ocho metros, tuvo tiempo mi hijo de levantar los brazos y mirar al cielo para pronunciar las siguientes palabras: “Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen…” Estas palabras les sirvieron a sus verdugos para que se ensañaran disparándole tal cantidad de tiros que le destrozaron todo su cuerpo.»

Sus verdugos, enfadados al descubrir que el cuerpo del mártir de diecinueve años aún se aferraba a la medalla de la Virgen, no lo enterraron para que fuera devorado por las fieras.

“No deseaba sino acabar sus días junto al trono de la Virgen”
Francesc Mayol Oliver, de 65 años y natural de San Joan (Mallorca), hermano misionero de los Sagrados Corazones, fue asesinado en Barcelona el 23 de julio de 1936 y beatificado en 2007. Es uno de los ocho mártires del Coll (ver artículo del 23 de enero), en concreto el que no quiso irse de la casa-santuario de la Virgen sita en la confluencia de las calles Santuari y Ceuta, porque “no deseaba sino acabar sus días junto al trono de la Virgen”.

Ánimo, que vamos hacia la Luz Eterna
Pere Rofes Llauradó, de 27 años y natural de Tarragona, fue asesinado el 13 de agosto de 1936 en Les Borges del Camp (Tarragona) y beatificado en 2013. El de vicario de Mont-roig fue su primer y único cargo como sacerdote. Al estallar la revolución, se empeñó en salvar el archivo parroquial y en dedicarse a la oración. Llevado a declarar a Reus, se mostró amistoso con los milicianos, y así dijo al que escribía a máquina: “¡Qué bien me vendría una máquina como ésta!”; a lo que le contestó: “Si quieres una, hazte uno de nosotros”. Mosén Pere replicó: “¡Eso nunca!”. Cuando la familia con la que se hospedaba intercedió por él, les contestaron: “Las cosas están muy mal, sólo lo podremos salvar si se casa con una monja o con la señora María”. Cuando se lo contaron, Rofes comentó: “¡Vaya, que pronto lo arreglan ellos!”. El día 13 a las 19 horas, se presentaron unos preguntando por él. Consumió el Santísimo y contento y sereno, se entregó a sus verdugos, según la información publicada por el obispado de Tarragona. Mientras iban a buscar a otra víctima, se despidió de la señora Maria Pomés y la señora Dolores Cabré: “¡Si no nos volvemos a ver, hasta el cielo!”. Durante el trayecto saludaba serenamente a los vecinos que encontraba, y animaba a los otros detenidos. Detuvieron a Joaquín González, buen cristiano, que se despidió así de sus hijas: “¡Hijas mías, no os veré nunca más!”, por lo que mosén Pedro, tocándole el hombro, le dijo. “González, no se asuste, que yo también voy”. En el Ayuntamiento, iban a llevarse a José Pomés, pero Rofes intercedió por él y lo dejaron libre.

Ataron juntos, con las manos atrás, a Rofes y al también sacerdote Ramón Artiga Aragonés, de 55 años, natural de Mont-roig del Camp (Tarragona) y párroco de Vilaplana. Con ellos se llevaron a varios seglares, a los que Rofes dijo: “Ánimo, que vamos hacia la Luz Eterna y éstos quedan en las tinieblas”. Los asesinaron cerca de la vía del tren y con mosén Rofes se cebaron, ya que su cabeza apareció destrozada a tiros. El estado número 1 de Mont-roig en la Causa General (legajo 1447, expediente 10, folio 5) precisa que, de los residentes, además de los dos sacerdotes, fueron fusilados ese día el propietario Francisco Bru Aragonés y el confitero Joaquín González Aragonés (ambos de la CEDA), Enrique Puñet Barceló (propietario, tradicionalista), Francisco Romero Vázquez (contratista, de derechas), Laureano Jove Rat (secretario del ayuntamiento, de derechas). Otros dos vecinos, el agricultor Miguel Gasol Ferratge (tradicionalista) y el propietario Francisco Gasso Domingo (de la CEDA), fueron asesinados en septiembre.

Artiga había sido ordenado sacerdote en 1905 y era ecónomo de la parroquia de Vilaplana cuando estalló la revolución. Él ya se había ofrecido como víctima de la persecución religiosa que veía inminente. El 22 de julio celebró su última misa y, al despedirse por la tarde de la presidenta de Acción Católica, le dijo: «Son cosas que Dios permite. Adiós, si no nos vemos más, hasta el Cielo». Cuidó de salvar el Santísimo y los objetos de culto, y rechazó la oportunidad de irse a Barcelona: «Si me matan, alabado sea Dios». Estuvo escondido en casa de la familia Aymamí hasta el día 5, cuando un sobrino lo fue a buscar para llevarlo a su casa de Mont-roig, donde se dedicó a la oración sin manifestar nunca odio ni rencor a sus enemigos. El 13 de agosto un grupo de milicianos fue a detenerlo y lo encontró con el vicario de Mont-roig, Pere Rofes. A las 21 horas, los hicieron subir a empujones y golpes, y con las manos atadas, a unos coches que los llevaron al lugar conocido como Canyaret, en la carretera de Reus a Falset, un kilómetro antes de les Borges del Camp. Cuando vio que le iban a disparar, Artiga gritó: «¡Viva Cristo Rey!».

Fernando Salinas Romeo, de 53 años y oriundo de Pozán de Vero (Huesca), fue uno de los benedictinos del Pueyo asesinados en Barbastro el 28 de agosto de 1936 y beatificados en 2013 (ver artículo del 30 de marzo).

Justo Juanes Santos, de 24 años y natural de San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca), sera seminarista salesiano de la comunidad de la Ronda de Atocha, fue asesinado en Paracuellos de Jarama el 28 de noviembre de 1936 (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2007.

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