Los beatificados hasta ahora de cuantos murieron violentamente en 1937 en España son 59. Siete fueron martirizados el día de Año Nuevo: cuatro mártires maristas más un salesiano en Cantabria, un mercedario en Lleida y una laica en Almería, a la que persigueron con saña desde antes del comienzo de la guerra y terminó enterrada viva por haber ayudado a reconstruir la iglesia de su pueblo.
Carmen Godoy Calvache, que moriría con 48 años, se casó con el viudo de su hermana y quedó a su vez viuda con 37 años y dos hijos; su generosidad se manifestó en épocas de hambruna durante la República porque repartía pan entre los pescadores, pero también por su apoyo al párroco –Luis Eduardo López Gascón, que con sus dos coadjutores sería también mártir a los 81 años de edad y beatificado al igual que Carmen Godoy en Roquetas de Mar el 25 de marzo de 2017- en la reconstrucción de la iglesia parroquial. Del incendio se hizo eco el Diario de Almería el 20 de marzo de 1934 y al día siguiente el mismo periódico y otros como el diario La Independencia, tras haberse detenido al autor confeso y otros anarco-sindicalistas que preparaban bombas para nuevos atentados. La biografía de la beatificación explica que entonces comenzó el martirio de Carmen:
Odiada por liderar esta campaña, huyó a Madrid. Allí empieza un prolongado martirio difícil de resumir y que, sin duda, la convierten en el testimonio más conmovedor de la Persecución Religiosa en Almería. Detenida en agosto de 1936 e internada en el Hospital de la Princesa, fue trasladada a Adra. Encarcelada en su propia casa, le prohibieron vestirse y sólo le daban orinas para beber. Al exigirle que delatara a los benefactores del templo contestaba: « Yo tengo la maleta preparada para la eternidad, podéis hacer conmigo y con mis hijos lo que queráis, pero la lista no os la entrego. »
Torturada por más de cuatro meses, jamás le arrancaron un nombre. Violada y golpeada en incontables ocasiones, llegaron a cortarle un pecho y ahogarla en el puerto. Incluso asesinaron a su hermano e internaron en un psiquiátrico a su tía. En la nochevieja de 1936 la llevaron a la Albufera, golpeándola con un azadón en la cabeza. Tras abusar de su quebrantado cuerpo, fue enterrada viva.
Bastó que les encontraran un crucifijo (de nada sirvió a uno que fuera francés). Dos maristas de Cabezón y dos de Carrejo
Los maristas tenían dos pequeñas escuelas en Cabezón de la Sal -para 182 alumnos de primaria y comercial, atendida por cuatro hermanos- y en la localidad inmediatamente al sur, Carrejo (para 44 alumnos de primaria, atendida por tres hermanos).
De Cabezón morirán dos hermanos –Jaime Cortasa Monclús (hermano Pedro, de 53 años, hizo la profesión perpetua en 1905, llevaba 18 años en esa escuela, 12 como director), y Baldomero Arribas Arnáiz (hermano Narciso, de 59 años, llevaba 38 dando clase antes de llegar a Cabezón, y lo llamaban “el amigo de los pobres”)-, mientras que de la de Carrejo morirán otros dos: el francés Henri Oza Motinot (hermano Colombanus Paul, salió de su país en 1903 con las leyes anticlericales de Combes, tímido y demasiado bueno, le costaba mantener la disciplina de la clase y por eso lo cambiaban con frecuencia de colegio, desde 1926 era cocinero en Carrejo, además del francés y castellano, dominaba el inglés y era un buen organista), de 59 años, y Tesifonte Ortega Villamudrio (hermano Néstor Eugenio, de 24 años, emitió los votos en septiembre de 1935 y ese mismo mes llegó a Carrejo).
Hasta finales de octubre, no fueron molestados estos maristas, según las biografías de su proceso de beatificación. Entonces les confiscaron la escuela de Cabezón y se concentraron todos en la de Carrejo. Esta es registrada por milicianos a principios de noviembre, encontrando la bandera bicolor que se usó hasta 1931, por lo que les ponen una multa de 100 pesetas, que paga el pueblo. Con todo, al superior, hermano Erasmo José, lo llevan a la cárcel, en la que encuentra en lamentable estado al párroco, un seminarista y personas de derechas. El hermano Pedro consigue que liberen a su compañero marista, firmando un papel en que se acusa de “esconder una bandera que adora”. En una inspección les quitan los víveres, por lo que tendrán que dar clases particulares para vivir.
El mismo 27 de diciembre en que se produce la matanza del Alfonso Pérez, los milicianos meten en la cárcel a estos maristas, soltándoles el 29 y volviendo a encarcelarles el 30 a las 16 horas. A la una de la madrugada del 31, meten a los siete en tres coches y los llevan a la cárcel provincial de Santander. Hacia las 21.15, cuando ya estaban tumbados sobre el suelo para dormir, entran dos oficiales con las fichas de los maristas y llaman a los cuatro que resultan asesinados. El responsable habría sido “Manuel Forcelledo, un asturiano, regresado de América, que regentaba una tasca era un ateo que además se vanagloriaba de serlo. Fue él quien odiaba a la comunidad marista y el que dio la orden de fusilarlos”. Arrancando al hermano Pedro el crucifijo que llevaba en el pecho, habría dicho: “¿Qué más pruebas necesitamos?”. Los Hermanos que se salvaron se presentaron como maestros. Los que fueron fusilados se declaraban profesores. Los profesores eran considerados religiosos.
El salesiano que seguía diciendo misa
Andrés Gómez Sáez, de 42 años, profesó como salesiano en 1914, pero estuvo como clérigo de la diócesis de Orense desde su ordenación en 1925 hasta 1931, cuando volvió a la congregación en el colegio María Auxiladora de Santander, con un paréntesis de un año en La Coruña. Autorizada por el director la disolución de la comunidad, Gómez se hospedó en una fonda de la calle Atarazanas, por los alrededores de la catedral. Durante los primeros meses de la guerra subía frecuentemente por el colegio. Cambiaba impresiones con los salesianos que se habían quedado allí, atendiendo a la colonia infantil, y comentaba los sucesos acaecidos en la ciudad. Cuando evacuaron la colonia y los salesianos se dispersaron por la ciudad, todavía mantuvo contacto con algunos. Su residencia, cercana a la catedral, le daba oportunidad de ejercer su ministerio, al menos ocasionalmente. El 1 de enero de 1937, después de comer, salió a pasear por el muelle. Cuando se encontraba observando las lanchas que hacían la travesía de Pedreña, dos milicianos se le acercaron y le detuvieron. No se supo más de él.
El mercedario cazado como una alimaña
Francisco Mitjá Mitjá, de 62 años, nacido de padres desconocidos en un pueblo de Girona, estudió en el seminario pero pidió el ingreso en los mercedarios, cuyo hábito recibió en El Olivar en 1909. Por un defecto de la vista, se quedó en el cuarto año de Teología, sino poder ser sacerdote. Desde 1934 estaba en el monasterio de Sant Ramon (Lleida) y al estallar la guerra estuvo 15 días en casa del veterinario, hasta que el comité del pueblo le conminó a echarlo; anduvo por los montes de Torá, mendigando por las masías. Estuvo unos días en casa Gras, de Sellés; otros en casa Roure, de Su; y dos meses en casa Fornells, de Matamargó, como siempre atendiendo tareas domésticas y dando catecismo. Salió de allí ante el peligro de registros. Una patrulla del comité de Pinós, dirigida por su alcalde, lo encontró en las inmediaciones de casa Torrededía, cacheándolo le encontraron una navaja de afeitar y unas monedas de plata. Apercibidos de que era fraile o cura, alguno de la patrulla pretendió maltratarlo, pero el alcalde lo impidió, dejándole ir. Cenó en casa Torrededía, y el dueño lo acomodó en una choza de carboneros, distante como quinientos metros. A la mañana siguiente el señor de Torrededía oyó disparos. Lo habían matado. Eran los primeros días de 1937, sin que se haya precisado la fecha exacta.
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ASESINOS.